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¿De dónde surge la expresión ‘Quemarse a lo bonzo’?

A través de mi perfil @curiosisimo en la red social TikTok, me preguntan de dónde surge la expresión ‘Quemarse a lo bonzo’.

¿De dónde surge la expresión ‘Quemarse a lo bonzo’?

‘Quemarse a lo bonzo’, ‘Inmolarse a lo bonzo’ o simplemente indicar que algo se ha hecho ‘a lo bonzo’, son expresiones que se utilizan para indicar la acción de autosabotaje que una persona puede hacer como acto de protesta, ante una reivindicación no atendida (por ejemplo) y a la que se le da visibilidad (en los medios, redes sociales…).

El término ‘bonzo’ significa ‘monje budista’ y proviene del japonés ‘bonsa’ de exacto significado y a su vez éste llegó desde el sánscrito ‘budba’ (sabio, iluminado).

La primera constancia escrita del vocablo ‘bonzo’ la encontramos en una carta de 1549 enviada por el misionero religioso de origen navarro Francisco de Jaso y Azpilicueta (más conocido como san Francisco Javier) en el que hacía referencia a un monje budista durante su viaje de evangelización por el Lejano Oriente.

La expresión ‘a lo bonzo’ y sus diferentes variantes se originó a partir de 1963, cuando el 11 de junio un monje budista llamado Thich Quang Duc decidió prenderse fuego en medio de una calle de Saigón (capital de la denominada como Vietnam del Sur).

El motivo por el que se auto-inmoló fue como acto de protesta contra la persecución que sufrían las personas budistas por parte del régimen dictatorial del presidente Ngô Đình Diệm, quien ejerció una feroz defensa de los intereses cristianos en el país del Sudoeste asiático.

Varios días antes de quemarse públicamente en medio de la calle, Thich Quang Duc avisó mediante envío de cartas a unos cuantos periodistas internacionales que se encontraban en Saigón, anunciándoles que algo importante ocurriría el 11 de junio frente a la embajada de Camboya.

Aquel día solo unos pocos periodistas se acercaron hasta el lugar de convocatoria, entre los que estaba Malcolm Browne, de Associated Press. Alrededor de 350 monjes budistas aparecieron y uno de ellos (el mencionado Thich Quang Duc) se echó gasolina por encima (con ayuda de otros dos monjes) y acto seguido se prendió fuego, tras haberse sentado sobre el asfalto realizando la conocida como postura del loto.

Mientras ardía, Malcolm Browne tomó una impactante fotografía con su cámara (que ilustra este post) que dio la vuelta al mundo y que se hizo mundialmente famosa y que dio origen para que desde entonces se utilizara la expresión ‘quemarse a lo bonzo’ y sus variantes.

 

 

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Fuente de la imagen: Wikimedia commons

Atroces experimentos médicos realizados en Estados Unidos

Durante el siglo XX se hicieron grandes avances en el campo de la medicina, realizándose miles de experimentos para encontrar vacunas y remedios para combatir enfermedades y pandemias. Lo más aterrador del asunto es que muchos de esos experimentos se llevaron a cabo con seres humanos. No se tuvo ningún tipo de escrúpulo ante las atrocidades que se llegaron a hacer en nombre de la ciencia.

Uno de los casos que más conmocionó a la opinión pública fue el «Experimento Tuskegee» un estudio clínico llevado a cabo entre 1932 y 1972 en Tuskegee (estado de Alabama), en el que los servicios públicos de salud americanos utilizaron a 399 hombres de raza negra a los que tuvieron en observación para ver la progresión de la sífilis, si ésta no era tratada.

Durante 40 años esas personas infectadas por la sífilis fueron estudiadas, pero en ningún momento tratadas para curarles dicha infección. Fueron muriendo y muchos contagiaron a sus esposas e hijos que nacieron con la enfermedad.

A pesar de que se había demostrado que la penicilina era un antibiótico eficaz contra la sífilis, jamás se les proporcionó dosis alguna.

El experimento Tuskegee fue citado como «posiblemente la más infame investigación biomédica de la historia de los Estados Unidos».

Pero este no fue el único caso de investigación biomédica realizada por los Estados Unidos y en los que se utilizó a personas inocentes para experimentar impunemente con ellas.

Recientemente, la Associated Press ha hecho público un informe en el que revela una serie de experimentos que se podrían equiparar con los realizados por los nazis en los campos de exterminio. Gran parte de esos experimentos se llevaron a cabo tras la implantación en 1947 del ‘Código de Nuremberg’, una serie de normas que se aprobaron para proteger a los seres humanos de cualquier clase de experimento éticamente intolerable. Pero los científicos estadounidenses no se dieron por aludidos por el código, ya que argumentaban que éste había sido aprobado para evitar las atrocidades nazis y no sus estudios.

Impugnes a todo esto y libre de cualquier carga moral de conciencia, se realizaron innumerables experimentos y muchos con los colectivos más desfavorecidos y/o desprotegidos de la sociedad que se convirtieron en conejillos de indias para realizar todo tipo de investigaciones biomédicas, algunas de lamentables consecuencias.

No tuvieron reparo en experimentar con discapacitados, ancianos, presos o enfermos mentales. En manos de científicos sin escrúpulos fueron auténticas cobayas humanas con unas consecuencias devastadoras.

La malaria, la gripe asiática, el paludismo, sífilis o la gonorrea, entre otras muchas, eran enfermedades muy comúnmente estudiadas a través del contagio a personas sin el consentimiento de éstas o sin ser conocedoras a lo que se les estaba exponiendo.

En la prisión de San Quintín, un médico allí residente, el Dr. Ll. Stanley experimentó con los presos más ancianos. Quería demostrar que se les podía devolver el vigor sexual y para ello realizaba trasplantes de testículos provenientes de ganado o de presos más jóvenes recientemente ejecutados. Sobre este caso, The Washington Post publicó en noviembre de 1919 un informe alabando los progresos realizados en el que destacaba como a través del bisturí se “(…)restaura la juventud primaveral, el rejuvenecimiento del cerebro, el vigor de los músculos y la ambición del espíritu(…)”.

En otros estamentos penitenciarios, durante la Segunda Guerra Mundial se reclutaron voluntarios para que probaran medicamentos que, de funcionar, podrían ayudar a los soldados combatientes en el Pacífico.

Algunos casos de experimentos médicos se realizaban con personas sin recursos económicos, las cuales se prestaban a ello a cambio de pequeños pagos. A destacar el caso de un preso que aceptó que le desollaran la espalda y le aplicaran productos químicos a cambio de unas cuantas monedas para comprar cigarrillos.

En 1942 a varios enfermos ingresados en una institución mental de Michigan se les inyectaron vacunas contra la gripe que estaba en fase de experimentación. Después fueron expuestos al virus durante varios meses, con consecuencias nefastas para sus vidas.

En otras instituciones mentales los pacientes fueron expuestos al virus de la hepatitis. Dicho estudio no sirvió absolutamente para nada y no se pudo saber sobre la enfermedad más de lo que ya se sabía por entonces.

En 1963, en el Jewish Chronic Disease Hospital de Brooklyn se les inyectó a 19 debilitados y ancianos pacientes células de cáncer. Con ello querían investigar si eran rechazadas por sus cuerpos. La dirección del hospital reconoció que dichos pacientes no habían sido informados de que estaban siendo inyectados con células cancerígenas, ya que éstas eran consideradas ‘inofensivas’.

Otro de los casos que llamó la atención es el ocurrido en la Willowbrook State School para niños con retraso mental, en Staten Island. Entre los años 1963 y 1966 varios niños fueron ‘infectados’ oralmente y a través de inyecciones de hepatitis. Este experimento se realizó para ver si los infectados se curaban con gamma globulina.

Tras destaparse, el ya mencionado caso del «Experimento Tuskegee«, algún funcionario de la industria farmacéutica de Estados Unidos reconoció que se habían estado utilizando presos para la realización de estudios y experimentos biomédicos porque “los presos eran más baratos que los chimpancés”.

A mediados de los años 70, el gobierno de los Estados Unidos excluyó a los presos y enfermos mentales de cualquier experimento médico, lo que llevó a los investigadores a buscar cobayas humanas en otros países.

Uganda y Nigeria, entre otros países africanos fueron convertidos en laboratorios clínicos donde realizar nuevas pruebas. La fragilidad de las leyes locales los hacía idóneos para experimentar con parte de la población.

Mujeres embarazadas infectadas con el virus del VIH a las que no se les aplicó el fármaco AZT contra el SIDA o como a niños con meningitis se les hacía probar un antibiótico llamado Trovan y del cual no se tenía conocimientos de su eficacia. Fallecieron 11 niños.

Por este último caso, la farmacéutica Pfizer Inc. tuvo que indemnizar al gobierno de Nigeria con 75 millones de dólares, pero en ningún momento reconoció haber cometido irregularidad alguna.

 

 

Fuentes de la información e imágenes: news.yahoo.com / Associated Press / Wikipedia / LiveScience