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El Giro de Italia, de Dino Buzzati

Hace ya casi cincuenta años leí El secreto del bosque viejo, mi primer contacto con Dino Buzzati. Creo que me lo regaló mi hermanao José Ramón, mi mejor consejero de lecturas en aquella época. Desde entonces seguí leyendo esporádicamente a Buzzati. Recuerdo la intensa impresión que me causó El desierto de los tártaros, hará ya cerca de treinta años y luego Los siete mensajeros o, hace pocos años, los Setenta relatos.

Aún es más antiguo mi contacto con el ciclismo como deporte: recuerdo haber visto pasar desde el balcón de la casa de mi abuela una etapa de la Vuelta a España del 55, la primera de las que, durante unos cuantos años, organizó El Correo. Aquel desfile multicolor me enganchó para siempre. Desde entonces vi la Vuelta una o más veces cada año; mi padre me llevaba al puerto más interesante de la zona o a ver la llegada de la etapa. Al día siguiente eran los movimientos previos a la salida, los trámites de la firma de los participantes, casi siempre en la Plaza de España.

Siempre me pareció que el ciclismo era un deporte muy literario. Recuerdo las crónicas, en El Correo de mi adolescencia, de Gerardo Olazábal o Alejandro de la Sota, que siempre leí con gusto, no sólo por conocer el desarrollo de la etapa.

Cuando en el año 1995 Javier García Sánchez publicó L’Alpe D’Huez, una gran novela sobre ciclismo, la leí con fruición. Luego la regalé también a algún amigo ciclista.

Así que cuando vi que la Editorial Gallo Nero había publicado El Giro de Italia, de Dino Buzzati no tuve ninguna duda: tenía que leerlo. Esta mañana lo he terminado. No se trata de una novela, sino de la recopilación de las crónicas que Buzzati escribió para Il corriere de la sera durante el Giro de 1949, el año en que Fausto Coppi, il campionissimo, tomó el relevo de Gino Bartali, el fraile volador. (Yo recuerdo haber visto a Coppi, en la Vuelta del 59, cuando abandonó precisamente después de la etapa de Vitoria; poco después murió de una enfermedad que contrajo en África en una cacería).

El libro transmite toda la belleza del ciclismo, los paisajes italianos, las luchas entre los favoritos, el hastío durante las jornadas de transición, la decepción de los aficionados que esperan cada día una batalla decisiva entre los grandes, que sólo en dos ocasiones se produce. Un ciclismo muy diferente del actual, mucho más épico, con diferencias abismales, pero con parecidas tácticas de equipo, con un curioso e interesante juego de bonificaciones…pero sobre todo narrado con una exquisita calidad literaria.

He disfrutado mucho con la lectura de esta pequeña joya.

Tour: amarillo y verde

Hace ya unos cuantos años, el el 95, leí L’Alpe D’Huez, una obsesiva novela del navarro Javier García Sánchez, que relataba una etapa del Tour de Francia en la que un veterano corredor, escapado desde la salida, luchaba por ganar esa mítica etapa, en lo alto del monte de las 21 curvas, numeradas en sentido descendente.

Luego, unas Navidades se lo regalé (otro ejemplar, claro) a Ángel López, entonces un chaval que había trabajado conmigo (también matemático, por cierto), gran ciclista, que de aficionado había corrido con Óscar Freire y que ahora dirige la investigación en Media Contacts.

Si les gusta el ciclismo, se lo recomiendo, aunque supongo que ahora será difícil de encontrar.

Disfruté mucho el miércoles con la ascensión a L’Alpe D’Huez. La subida que realizó Carlos Sastre fue espléndida; puso un ritmo magnífico tras demarrar en la primera rampa y fue ampliando poco a poco la distancia. Su equipo,

el CSC, que ha demostrado ser el mejor del Tour, había hecho antes un gran trabajo.

Yo creo que Carlos Sastre cae bien a todo el mundo. Año tras año se ha clasificado entre los primeros del Tour, sin llegar a completar nunca una gran hazaña, pero siempre cerca de los mejores. Hasta ahora sólo había ganado una etapa.

Ahora ya ha ganado otra, la más simbólica de todas y viste de amarillo.

Sólo falta, y no es poco, confirmar en la contra-reloj de mañana que este año ha sido el mejor.

Para eso tiene que conservar la ventaja, poco más de un minuto, que lleva al australiano Cadel Evans, mucho mejor que él

en esa especialidad, pero que se hace menos simpático: ha corrido todo este Tour a la defensiva.

Mañana no nos lo podemos perder.

Pero este Tour, en el que de nuevo ha fallado Valverde, tiene otro protagonista español. Óscar Freire ganó una etapa, pero además ha ido sumando puntos poco a

poco, como una hormiguita, para hacerse con el maillot verde de la clasificación por puntos. Hasta ahora nunca lo había conseguido un español. Tenía que ser él. Un gran sprinter, el mejor español de todos los tiempos, y con el aguante suficiente para llegar a París.

Es muy difícil, pero hoy todavía podemos soñar con ese domingo en los Campos Elíseos, con Sastre de amarillo como ganador del Tour y Freire de verde con el maillot de los puntos.

Además, puestos a soñar, ya no está Cavendish, ¿por qué no una victoria de Óscar en la última etapa?

No nos lo podemos perder: el domingo hay que ver la tele.