Entradas etiquetadas como ‘refugiadas’

Niñas ante el desastre

Por Eloísa Molina

El Cuerno de África, en el Este del continente,  ha sufrido varios desastres naturales durante los últimos dos años. El año pasado una sequía generalizada afectó a millones de familias en Etiopía, Somalia y Kenia. En 2018, muchas de las mismas áreas, que aún no se habían recuperado, se han visto afectadas por inundaciones devastadoras. Todos estos desastres naturales han obligado a más de 2 millones de personas a abandonar sus hogares en el Este de África.

Para las niñas en particular, las consecuencias de los desastres naturales pueden durar toda la vida, especialmente si no se les brinda asistencia humanitaria específica.

«Las niñas corren mayor riesgo de abandonar la escuela, participar en el trabajo infantil, casarse temprano, ser explotadas sexualmente, quedar embarazadas y encontrar otros mecanismos negativos para sobrellevar la situación. Después de los desastres naturales, es común ver un aumento del número de niños en las calles que abandonaron sus hogares para buscar oportunidades de sustento en pueblos y ciudades»

Esto nos explica Tina Berwa Ojuka, una de las asesoras especializadas en protección y participación infantil en África.

Lochero, de ocho años, presenció cómo 180 de las cabras de su familia murieron de hambre el año pasado después de esperar durante meses la lluvia. Obligada a abandonar su forma de vida, siguió a su madre y a sus dos hermanos pequeños al centro urbano más cercano, pensando que allí encontrarían un futuro mejor.

En Somalia, millones de personas fueron desplazadas por la sequía en 2017. Mujeres y niñas han sido especialmente afectadas. Imagen de World Vision.

En Kakuma, en el norte de Kenia, se reinstalaron en una pequeña cabaña hecha de ramas y barro en las afueras de un campo de refugiados de 180.000 personas. Desde el primer día la madre de Lochero, Mónica, rogó a los refugiados que le cambiaran ramas que habían recogido a cambio de una taza de harina de maíz para alimentar a sus hijos. Así empezó su nueva forma de vida.

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Mujeres migrantes en la frontera sur española

Por Júlia Trias

Ella llegó en patera a España desde Marruecos en 2016. Se fue sola de Costa de Marfil con poco más de veinte años, dejando a medias su carrera en Periodismo y Comunicación, después de que le dijeran que se tenía que casar con un hombre que no había elegido. Pasó un año en Marruecos antes de poder coger una patera, donde se convivió con otras muchas mujeres forzadas a prostituirse durante el tiempo que estuvieron allí. Ella se presenta como Binta pero dice que también podría hacerlo como María, Paula o Marta. ‘Es la historia de esas mujeres que deciden irse, que toman la decisión un día porque ya no pueden más. Son mujeres que tienen ganas de cambiar las cosas y que se han atrevido. Y hoy hablo porque ya basta de tratarnos como si fuéramos débiles’.

No solo el trayecto es mucho más duro y difícil para las mujeres, sino que cuando llegan a territorio español deben seguir afrontando situaciones de discriminación muy graves. El discurso oficial de la victimización de las mujeres migrantes como víctimas inocentes y obligadas a trabajar e incluso a migrar contra su voluntad ha llegado a constituir un mito cultural que tiene un gran impacto hacia ellas. Repercute directamente en su seguridad y en el no reconocimiento de su capacidad de agencia y de sus proyectos emancipadores.

Llegada a Motril. 8 de febrero de 2018. @Fotomovimiento»

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La bolsita de té

Por Charo Mármol

‘Una mujer es como una bolsita de té. Nunca sabes lo fuerte que es hasta que se encuentra en agua caliente’

Eleanor Roosevelt

Hace unos días participé en Segovia en el VII Encuentro Mujeres que transforman el Mundo, y  tuve la suerte de conocer y escuchar a dos excelentes  mujeres, sencillas mujeres, en principio como cualquiera de nosotras, hasta que un día las pusieron en agua hirviendo y dieron todo el sabor que llevaban en su bolsita de té.

La periodista Pilar Requena y la Premio Nobel de la Paz 2011, Leymah Gbowee en el VII Encuentro de Mujeres que Transforman el Mundo. Imagen: Charo Mármol

Una de ellas, Leymah Gbowee  era una joven de 26 años embarazada, con tres hijos y un marido que la golpeaba. Entonces se encontraba en  un campo de refugiados de Ghana donde había llegado huyendo de la guerra que asolaba a su país, Liberia.  Aguantó los malos tratos hasta que un día su marido la golpeó en público. Sin pensarlo más cogió a sus tres hijos y, embarazada como estaba, regreso a su país haciendo autostop. Pasó por un momento de angustia y depresión sin saber muy bien qué iba a ser de su vida. Hasta que su madre le dijo: ‘tienes que luchar por tus sueños, hacer lo que quieras hacer’. Y decidió cambiar de vida sin imaginar que cambiaría la vida de los demás.

Comenzó a estudiar y formarse. Empezó a trabajar en Sierra Leona con mujeres que habían sido violadas y con niños soldados, a los que en sus comienzos odiaba por lo que habían hecho y con los días y el trabajo trasladó ese odio a los que habían hecho las guerras.

Regresó a Liberia y empezó a trabajar con mujeres, al principio sólo 7. Se dieron cuenta que no podían acabar con la guerra si antes no sanaban ellas el trauma que acarreaban debido a la guerra, las violaciones y el maltrato. . En 2002 congregó a mujeres musulmanas y cristianas para rezar por la paz y realizar protestas pacificas entre las que destacó la huelga de sexo dirigida a forzar a los hombres a deponer las armas, pero sobre todo a llamar la atención de los medios de comunicación y lo cierto es que lo lograron. El número de mujeres fue creciendo y vestidas con sus camisetas blancas se convirtieron en una fuerza política contra la violencia que terminó con la guerra civil que mataba a miles de personas en aquel país africano.

En 2011, junto a Ellen Johnson, Presidenta de Liberia y Tawakkul Karman recibió un merecido Premio Nobel de la Paz. Hoy es presidenta de la Fundación creada por ella para dar educación y liderazgo  a las niñas de su país  y viaja por el mundo con un mensaje de esperanza: hay que luchar por los sueños y si lo hacemos juntas lo podremos lograr

Por la tarde escuchamos a  la australiana Melinda McRostie, quien desde los 7 años vivía con su madre en la isla de Lesbos. Allí en esa preciosa isla regentaba, y aún regenta, un restaurante The Captain’s Table, que hacía las delicias de los miles de turista que llegaban a Lesbos.  Melinda en 2010 vio cómo cambiaba el rostro de las personas que llegaban a su isla: ya no eran los turistas adinerados que viajaban  a disfrutar del sol y de los placeres de las islas griegas, ahora empezaron a llegar miles de personas refugiadas huyendo de la guerra, de la violencia, del hambre y muchas veces de la muerte y no se lo pensó: empezó a darles comida y bebida, a proporcionarles alojamiento hasta que las 100 personas que llegaban a la semana se convirtieron en 1000 al día desbordando toda su capacidad de ayuda. Decidió movilizar y coordinar a un grupo de voluntarios. Pronto fueron más de 1500 personas y creo la Starfish Foundation para alimentar, vestir y proporcionar asistencia médica a más de 200.000 refugiados.

Involucró a sus hijos, a su marido… sin ellos no sería posible su dedicación plena a esta tarea, no siempre comprendida por lo vecinos que en su gran mayoría viven del turismo y que hoy se enfrentan  a la reconstrucción de su economía turística.

Estas son sólo dos historias de otras muchas que escuchamos a lo largo del encuentro, llevadas de la mano de excelentes mujeres profesionales del periodismo como Alicia G. Montano, Rosa Mª Calaf o Marta Gómez entre otras. Un encuentro para visibilizar a aquellas mujeres que sin pensarlo ni buscarlo se vieron de lleno en un recipiente de agua hirviendo e igual que las bolsitas de té, dieron lo mejor de sí mismas.

Charo Mármol es comunicadora, feminista, militante de causas perdidas y autora del blog La mecedora violeta.

Nosotros mismos

Por Barbijaputa

Unas semanas atrás, encontré y compartí en redes sociales este video que me impresionó. Cuenta la historia de una mujer en circunstancias terribles:

El video forma parte de una campaña de Oxfam Intermón en la que diferentes actrices y actores internacionales interpretaban textos escritos por refugiadas y refugiados respectivamente contando sus experiencias para que los demás nos pusiéramos con más facilidad en sus zapatos.

Me dio la triste impresión de que necesitamos ver a rostros conocidos y blancos para empatizar con la situación de las personas que buscan refugio. Es como si al pertenecer a países en conflicto diéramos por hecho que están habituados al horror, a la guerra, a la metralla en sus cuerpos y al sonido de las bombas. Como si a esas personas les doliera menos de lo que nos dolería a nosotros.

Que veamos normal la necesidad esta campaña o que ni nos percatemos de lo horrible del asunto demuestra que donde realmente se ha instalado la insensibilidad es en esta parte del mundo, y sin necesidad de guerras, conflictos o metrallas en nuestros cuerpos. Porque a las heridas, a las pérdidas personales y materiales, al aislamiento, al frío y al miedo no se acostumbra nadie nunca. Y con ello viven miles y miles de personas en estos momentos, sin siquiera la esperanza de que su situación cambie.

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Refugiadas: un grito contra la pasividad

Por Barbijaputa

Somos una ciudadanía cada vez más anestesiada. Las imágenes que nos llegan desde cualquier punto del mundo, por más terribles que sean, cada vez nos conmueven menos. A lo mejor alguna foto consigue que apartemos la mirada un instante -como hacemos en el cine cuando representan una escena especialmente desagradable- para volver a mirar a la pantalla instantes después, esperando el siguiente hilo argumental y olvidando ya lo visto.

bjp Refugiada

‘Mujeres cuyo camino hacia el sitio más cercano con agua potable es un recorrido torturador y eterno, en el cual se juegan la vida’. Imagen de TrasTando.

En este mismo mundo donde tú y yo disponemos de un cuarto de baño al fondo a la derecha; en este mismo mundo donde sólo girando una pequeña manivela conseguimos un chorro de agua; en este mismo mundo, pero unos kilómetros más allá, hay personas como tú y como yo… mujeres, cuyo camino hacia el sitio más cercano con agua potable es un recorrido torturador y eterno, en el cual se juegan la vida. Donde en el trayecto hacia el bosque, que hace las veces de su particular cuarto de baño, pueden arrebatarle la dignidad y la inocencia. Son personas, como tú y como yo… mujeres que han huido con lo puesto de sus tierras para evitar la muerte, porque sus tierras han sido ocupadas por guerras que ellas no han decidido. Porque todos los refugiados están en situación de vulnerabilidad, pero si además son mujeres, el riesgo es doble: pueden matarlas, pero también pueden violarlas.

Una de cada cinco niñas y mujeres refugiadas es víctima de violencia sexual. Muchas de ellas se ven forzadas a tener sexo transaccional. Abusadas para poder conseguir un pasaporte, un sitio en el bote que las cruzará hasta la siguiente orilla. Esto ha pasado y está pasando en este mismo mundo donde tú y yo escribimos y leemos sobre ellas. En este mismo mundo donde apartamos la mirada un segundo, para volver a mirar al instante, esperando el siguiente hilo argumental, porque parece que, como en las películas, hagamos lo que hagamos nada cambiará la trama que contemplamos.

Pero aquí tenemos una opción, aunque pretendan volvernos completamente inmunes a base de la técnica de la gota malaya, con este chorreo lento pero incesante de testimonios, imágenes y hechos abominables que la clase política comenta -cuando comenta- encogiéndose de hombros. Tenemos otra opción, y no es otra que la de tomar partido para intentar guionizar nosotras mismas el hilo argumental que viene a continuación. Empecemos por luchar contra la pasividad que nos inoculan, contra la normalización del horror que está pasando hoy y ahora, en este mismo mundo pero unos kilómetros más allá.

El feminismo, el activismo y la presión social son herramientas que tenemos en nuestras manos para luchar por todas esas personas. Luchar por ellas es luchar por nosotras mismas.

Hoy se celebra en Nueva York la Cumbre Mundial de la ONU sobre Refugio y Migración. Una oportunidad para exigir que los líderes mundiales se comprometan con la vida de las personas que han tenido que huir de los conflictos, la pobreza o las consecuencias del cambio climático. Muchas de ellas son mujeres.

 Barbijaputa colabora con Más de la Mitad para defender los derechos de las mujeres refugiadas y migrantes.

Por el recuerdo de una niña refugiada

Por Winnie Byanyima

Lloraba a mares cuando llegué al Reino Unido como refugiada.

Recuerdo cómo me miraba el policía del puesto de control de inmigración. A mí, una niña africana, pequeña, perdida y desconsolada. Me había pillado con un billete falso de 100 dólares. ‘No sabía que era falso’, traté de explicar. En Uganda, bajo la dictadura de Idi Amin, no teníamos más remedio que cambiar dinero en el mercado negro. Pensé que mi suerte se había acabado y que iba a ir a la cárcel.

Jeanne Berat

Jeanne Berat, de República Centroafricana, tuvo que huir al sur de Chad para salvar su vida y la de sus hijos. Imagen de Pablo Tosco/Oxfam Intermón.

El viaje había sido peligroso. Mi madre y yo tuvimos que marcharnos de repente. Huimos a Kenia de noche. Teníamos miedo porque muchas personas que también habían huido habían muerto, pero estábamos desesperadas. La gente nos ayudó durante nuestro viaje hasta llegar a un país que acogía refugiados: el Reino Unido. .

Pero mi suerte no se había acabado. El policía me dijo unas palabras que nunca olvidaré: ‘Te perdono porque sé que vienes de una situación muy difícil’. ¡Estaba a salvo! Pronto tendría la suerte de recibir una buena educación gracias a una beca para refugiados.

Ese policía, ese día, ese país, cambiaron mi vida. Me trajeron finalmente hacia Oxfam, donde puedo contribuir a la lucha por la justicia social que siempre me ha impulsado.

Mi experiencia no es comparable a las que he escuchado de otras personas que también se han visto obligadas a abandonar sus hogares en todo el mundo. Pero me ayuda a comprender por qué necesitamos encontrar con urgencia las formas más justas y efectivas de apoyar a estos millones de personas vulnerables y traumatizadas.

El mundo se enfrenta a la crisis de desplazamiento más grave de la que existen registros. Más de 65 millones de personas han tenido que dejar sus casas por el conflicto, la violencia o la persecución. Dentro de tres días se celebrará la primera Cumbre de Naciones Unidas por los refugiados y migrantes en Nueva York. No podría haber llegado en un momento más oportuno.

Estoy orgullosa, como persona que una vez fue refugiada, de asistir a este evento. Es una oportunidad para que el mundo se una y acuerde un enfoque común. Al final, por supuesto, la gente que ha tenido que huir es un síntoma de causas de origen como la guerra, la violencia, la persecución, el cambio climático y la pobreza. El mundo tiene que hacer más para resolver estos problemas.

Y necesitamos una respuesta ambiciosa para apoyar a las personas que buscan refugio y asegurarnos de que pueden vivir con paz y seguridad. No es problema ajeno, es nuestro.

Si todos podemos imaginar por un minuto ‘¿Qué pasaría si fuera yo?’, podemos empezar a entender que la suerte y la resiliencia nunca pueden ser suficientes. Necesitamos humanidad, no sólo de las personas corrientes, sino también de nuestros gobiernos, que tienen la obligación de protegernos con buenas leyes.

Todas las personas que se han visto obligadas a huir de los conflictos, la violencia, los desastres o la pobreza o en busca de una vida mejor tienen derecho a ser tratadas con dignidad y respeto. Los refugiados también deben tener acceso a oportunidades para trabajar y estudiar y para cualquier otra cosa que permita a las personas llevar una vida digna y productiva.  ¿De qué otra forma podrían, si no, hacer su contribución al país que les ha acogido?

Generaciones enteras de niños y niñas refugiados se están viendo privadas de una educación, lo que disminuye sus opciones de conseguir empleo, obtener ingresos y pagar impuestos. Los Gobiernos deben garantizar que tanto las niñas como los niños tengan un acceso igualitario a la educación.

Sin embargo, las expectativas de estas cumbres son desalentadoras incluso antes de que hayan comenzado

Me indigna la obstinada negativa de los Gobiernos ricos a acoger más refugiados. Y, por otro lado, no se puede acusar a muchos países en desarrollo de dar la espalda a los millones de personas que ponen en riesgo sus vidas y las de sus hijos al huir en busca de protección.

¿Tan poco valor dan los líderes de los países ricos a las vidas de esos desafortunados niños y niñas que buscan desesperadamente un hogar seguro?

Cerca del 86% de los refugiados y solicitantes de asilo vive desplazado en países de renta media o baja; países cuya ciudadanía ya se ha acostumbrado a compartir sus aulas y hospitales con estas personas. Uno de cada cinco habitantes del Líbano es refugiado sirio. Y la cuarta ‘ciudad’ más grande de Jordania es un campo de refugiados.

Muchos países africanos conocen desde hace tiempo su responsabilidad de proteger a las personas obligadas a huir (a una escala masiva). Y esta responsabilidad prevalece. Un reciente análisis de Oxfam muestra que los países de la Unión Africana acogen a más de una cuarta parte de los 24,5 millones de refugiados y solicitantes de asilo del mundo a pesar de representar tan solo un 2,9% de la economía mundial.

Mi propio país, Uganda, acoge a más de medio millón de refugiados y solicitantes de asilo. Allí, los refugiados tienen garantizado su derecho –como deberían tenerlo en cualquier país– a trabajar, a abrir negocios, a asistir a la escuela, a desplazarse libremente y a tener propiedades. También se les proporciona tierras para el cultivo.

El número de personas desplazadas internas, obligadas a huir dentro de las fronteras de su propio país, es aún mayor. Y resulta escandaloso que se ignore a estas personas en las cumbres. El África subsahariana acoge a casi un 30% de las personas desplazadas internas debido a los conflictos y la violencia, por ejemplo, en Nigeria, donde un violento conflicto que dura ya siete años y que también afecta a Níger, Chad y Camerún ha provocado una crisis humanitaria regional.

Así que debemos rebajar nuestras expectativas: dada la situación actual, no podemos esperar compromisos por parte de los Gobiernos ricos de acoger y dar apoyo a más refugiados. Tampoco podemos esperar que se ofrezca a la población refugiada un mejor acceso al trabajo y los estudios.

Pero aún queda tiempo para que los Gobiernos rectifiquen. Siempre lo hay.

Por ahora, corremos el riesgo de que estas cumbres no sean más que un tímido primer paso para ayudar a los millones de personas que se han visto obligadas a huir. Por el contrario, deberían constituir un punto de inflexión en esta crisis.

Los Gobiernos, y las personas que los conforman, deben recordar su humanidad, la misma que yo encontré cuando me acogieron no hace tanto tiempo.

Winnie Byanyima es Directora Ejecutiva de Oxfam Internacional.

Las invisibles

Julia Serramitjana

Le doy al play y me aparece una silueta humana cubierta con vendas. ‘Nadie quiere ser invisible’, se escucha de fondo. Inquitetante. Poco a poco, veo un personaje indefinido, casi invisible, que se va quitando todas las prendas que lleva encima, una a una, despojándose de todo entre la penumbra. Finalmente, aparece una mujer. Una mujer que parece estar luchando por hacerse visible.

 


La mujer de este vídeo no es real, pero sí lo son las 51 millones de personas en todo el mundo que han tenido que huir de sus hogares para sobrevivir a un conflicto armado. Pero ¿quiénes son las invisibles? Según el ACNUR, cerca de la mitad de estas personas son mujeres. Millones que se han visto despojadas de todo. Ellas son las invisibles.

La cantidad de personas refugiadas en el mundo supera ya la de la Segunda Guerra Mundial. Pero, aún así, esta situación es invisible ante los ojos del mundo. Por esta razón, la Oficina de Acción Humanitaria de la Comisión Europea –ECHO, por sus siglas en inglés- y Oxfam (Oxfam Intermón en España) han unido fuerzas en “EUsaveLIVES- Tú salvas vidas” para visibilizar la frágil situación de millones de personas procedentes de Siria, Sudán del Sur y República Centroafricana, que se encuentran en medio de un exilio forzado y en la mayoría de los casos, olvidado y que, para sobrevivir, todas y cada una de ellas necesitan de la ayuda humanitaria.

Mujeres como Martha, de Sudán del Sur, Jeanne, de la República Centroafricana y Nefel, de Siria, tres de las mujeres que hacemos visibles y a las que damos voz para dar a conocer la dramática situación de tantas personas que sufren. Ellas ponen rostro a las cifras. No es casualidad escoger rostros de mujeres para ilustrar esta situación.

Según datos del ACNUR el 52’4% de las personas refugiadas a causa del conflicto en la República Centorafricana son mujeres. La cifra es del 55’3% en Sudán del Sur  y del 51’3% en Siria.

Todas ellas comparten una historia que comienza siempre de la misma manera: una huida desesperada con la ropa que llevaban puesta, sus únicas pertenencias. Es en este viaje que se vuelven invisibles y comienza otra historia: llegan a un lugar seguro, dejan de correr y la pregunta que surge es: ¿y ahora qué? A lo largo de 2015 daremos respuesta a esta pregunta a través de la voz de mujeres como ellas.

Júlia Serramitjana es periodista y trabaja en Oxfam Intermón

Mujer tenías que ser: el informe 2015

ana gómez pérez-nievas Por Ana Gómez Pérez-Nievas 

 Violencia sexual, esclavitud, tortura, acoso… El cuerpo de las mujeres no sólo ha sufrido como consecuencia de los combates en los conflictos armados. También su mente: el miedo a las violaciones sigue alejándolas de las escuelas, y la marginación o el ostracismo al que pueden ser sometidas por culpa de esos abusos les impide salir del círculo de violencia. Yara Bader, periodista y activista siria encarcelada por su trabajo en el Centro Sirio de Medios de Comunicación y Libertad de Expresión lo sabe bien, pero asegura, tajante, que esa no es la única realidad. Invitada para el lanzamiento del informe anual de Amnistía Internacional, recuerda que existen ejemplos de mujeres empoderadas y valientes, que van desde la conocida abogada, Razan Zaitouna, hasta Souad Nofal, la maestra de una pequeña escuela de Raqqa que se enfrentó al ISIS llevando un cartel con claras referencias contra el grupo armado y su extremismo. Analizamos cómo los derechos de las mujeres y las niñas siguen siendo los más vulnerados por el hecho de serlo.

Yara (23 años) es una refugiada de Siria y madre sola con cuatro hijos:  Mohieddine (7 años), Miriam (6), Mohammed (3) and Mutanama (2). Su marido fue arrestado en la frontera entre Siria y Líbano y ella pagó 2000 dólares para que lo liberaran © Ina Tin/Amnesty International

Yara (23 años) es una refugiada de Siria y madre sola con cuatro hijos: Mohieddine (7 años), Miriam (6), Mohammed (3) and Mutanama (2). Su marido fue arrestado en la frontera entre Siria y Líbano y ella pagó 2000 dólares para que lo liberaran © Ina Tin/Amnesty International

‘Odié hacer ese informe. Me sentí como cuando en la guerra de Kosovo se decía que los periodistas iban preguntando: ¿dónde hay una mujer violada que hable inglés, por favor?, ¡un testimonio!’. Así hablaba en un encuentro con periodistas Donatella Rovera, investigadora desde hace más de 20 años de Amnistía Internacional, experta en Oriente Medio y Próximo, conocedora de países y conflictos. Su preocupación, la de revictimizar a las personas a las que hace referencia en su informe, se dio de frente con el hecho de que tenía que contar lo que estaba pasando: las mujeres y las niñas, especialmente las de las minorías religiosas como la yazidí, eran las víctimas más vulnerables de los combatientes del Estado Islámico (EI) en Irak y Siria.

‘No paraban de traer posibles compradores. Afortunadamente, ninguno nos eligió porque no éramos bellas, y porque estábamos siempre llorando, y agarradas de la mano. Intentamos suicidarnos, y el hombre que nos vigilaba empezaba a hartarse de nosotras. Menos mal que conseguimos escapar porque sólo era cuestión de tiempo que acabáramos casadas por la fuerza o vendidas con algún hombre, como muchas otras chicas, porque querían deshacerse ya de nosotras’, relata una joven, capturada junto a su hermana.

Una niña acogida en el campo de refugiados de Khakhe que fue víctima de abuso por el Estado Islámico. © Amnesty International

Una niña acogida en el campo de refugiados de Khakhe que fue víctima de abuso por el Estado Islámico. © Amnesty International

Los terribles episodios que narran dan cuenta de la crueldad de la que el EI es capaz. Pero también de la valentía de unas cuantas mujeres y niñas, que tratan de escapar de la violencia sexual y los matrimonios forzosos, de las vejaciones, los insultos y las amenazas. Las que logran escapar, las que no se suicidan para evitar ser violadas o vendidas, también tienen que enfrentarse a la soledad, no sólo porque muchos de sus familiares han sido secuestrados o ejecutados por combatientes, sino por las consecuencias sociales que su cautiverio puede tener para su futuro. Muchas tienen que hacer frente al estigma y al temor de no poder casarse, incluso aquellas que no han sido violadas, por la creencia generalizada de que todas las secuestradas han sido víctimas de violencia sexual.

La escalada de conflictos ha tenido como consecuencia el creciente número de personas refugiadas y desplazadas en el mundo, especialmente en la región de Oriente Medio y el Norte de África. Miles de personas han tenido que huir de sus hogares. También las mujeres refugiadas o desplazadas se enfrentan a más obstáculos por su condición de género. La discriminación, el acoso y los abusos por ser mujeres se unen a su vulnerabilidad por su condición de refugiada, en muchas ocasiones estando solas al cargo de una familia. Es el caso de Yara, refugiada siria en Líbano, que descubrió por Youtube que su marido, detenido por las autoridades sirias, estaba muerto. Vive sola con sus cuatro hijos, uno de los cuales con una enfermedad que requiere constantes cuidados, en un país donde no se siente segura ni para ir a inscribir a su hijo a la escuela. ‘Todo es difícil siendo una mujer refugiada. Mucha gente me dice cosas malas y me acosa. Solía trabajar en una librería. Pero un día un taxista, en lugar de llevarme a donde le pedí, me llevó a otra calle, y empezó a acosarme y a decirme que fuera su compañera. Estaba a punto de tirarme del coche cuando llegamos a un checkpoint‘. Yara y sus hijos, apenas salen de casa, y tienen dificultades para pagar el alquiler. Como ella, casi 380.000 personas necesitan ser reasentados en países europeos debido a vulnerabilidades específicas, como necesidades médicas, su condición sexual o su identidad de género o su discapacidad. Excepto Alemania, los 27 países de la Unión Europea restantes sólo han ofrecido 9.114 plazas, lo que supone apenas el 0,24% de los refugiados sirios que se encuentran en los principales países de acogida: Turquía, Líbano, Jordania, Irak y Egipto.

La violencia sexual no sólo es ejercida contra las mujeres en el contexto de un conflicto. En países como Egipto, ONU Mujeres ha denunciado que el 99% de las mujeres han sufrido algún tipo de acoso sexual. Una violencia que se ejerce tanto en el propio hogar como en los espacios públicos,  como se vio en las manifestaciones de la plaza Tahrir, donde muchas egipcias fueron atacadas y violadas por multitudes violentas en plenas calles llenas de gente. Y es que en todo el mundo los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, como el derecho a vivir sin ningún tipo de violencia ni coacción, se han visto reprimidos. También el derecho a tomar decisiones sobre cuándo tener hijos. En muchos países, las mujeres no tienen acceso a métodos anticonceptivos, y un total de 28 Estados prohiben el aborto en todas sus formas, incluso cuando la vida de la madre corre peligro o el embarazo ha sido producto de una violación.

A pesar de los retrocesos, las mujeres y las niñas también han visto algunos avances en este 2014 tan convulso. En enero de 2014, Marruecos eliminó de su legislación la laguna jurídica que permitía a los hombres que mantienen relaciones sexuales con niñas menores de 18 eludir el correspondiente castigo comprometiéndose a casarse con sus víctimas. En mayo, la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos adoptó una resolución para proteger los derechos de todas las personas, con independencia de su orientación sexual o identidad de género reales o percibidas. En julio, se retiró del proyecto del Código Penal de Mozambique un artículo que habría permitido a los violadores eludir el enjuiciamiento casándose con sus víctimas. Chile dio un paso importante hacia la despenalización del aborto al anunciarse en junio reformas sobre la ley para algunos casos, y España retiró un anteproyecto de Ley que ponía tantos obstáculos en el acceso a servicios de aborto legales y seguro que arriesgaba las vidas de mujeres y niñas.

En este 2014 han pasado por la sede de Amnistía Internacional mujeres activistas que luchan por los derechos humanos. Mujeres como Fouzia Yassine, que asiste a víctimas de violencia de género en Marruecos, un país con una media de 100 violaciones al día. O como Farida Aarrass, que se ha erigido la portavoz y líder de la causa por su hermano, Ali, torturado por las autoridades marroquíes. O como Alejandra Burgos, salvadoreña que lucha por la despenalización del aborto en un país donde las mujeres que sufren abortos espontáneos pueden ser condenadas hasta a 50 años de cárcel por homicidio agravado. También nos ha visitado Aminetou Mint El Moctar, activista mauritana contra la esclavitud y la violencia a las mujeres, después de recibir una fatua por defender un juicio justo para un hombre acusado de apostasía en la que se decía, literalmente: ‘Quien la mate o le saque los ojos será recompensado por Alá‘. Y ahora Yara Bader, periodista encarcelada por su trabajo en el SCM. Son mujeres que han combatido y combaten una guerra sin armas pero muy arriesgada para lograr la igualdad en sus derechos.

Ana Gómez Pérez-Nievas es periodista de Amnistía Internacional España

Huir de Siria hacia un callejón sin salida

Por Júlia SerramitjanaJulia Serramitjana

“Caminamos de noche para alcanzar la frontera con Jordania. Yo llevaba en brazos a mi hijo de dos meses. El corazón me palpitaba de miedo. Al llegar al paso fronterizo, no encontraba a mi marido ni a mis cuatro hijas. Empecé a oír disparos a mi alrededor. Creía que les había perdido. Fueron los minutos más angustiosos de mi vida.”

Ghossoun de 38 años, maestra, recuerda así la huida de su familia de Siria hace año y medio, cuando fueron a buscar refugio en Jordania. Tiene seis hijos, de entre 2 y 12 años. Llegó a Amman con su documento de identidad, una sillita de bebé y algo de ropa de los niños. Al llegar, alquiló un piso desvalijado de dos habitaciones por 150 dinares jordanos (unos 200 euros) al mes y sobrevivieron con los jornales que su marido Samer conseguía ganar de vez en cuando.

Mujeres refugiadas sirias que viven en un asentamiento informal al lado de una carretera esperan para salir a trabajar a los campos de tomates en el valle de Bekaa en el Líbano.

Mujeres refugiadas sirias que viven en un asentamiento informal al lado de una carretera esperan para salir a trabajar a los campos de tomates en el valle de Bekaa en el Líbano. Imagen:  Bekki Frost

Para las refugiadas como Ghousson es prácticamente imposible conseguir un permiso de trabajo debido a la estricta legislación laboral jordana. Al no poder obtener unos ingresos estables, se ve obligada a gastar todos sus ahorros y depender de la ayuda humanitaria. Mujeres como ella se encuentran en un callejón sin salida. Pero es que además, la falta de fondos ha obligado a las organizaciones humanitarias a recortar sus programas. Los ahorros con los que contaba Ghousson están prácticamente agotados. ¿Qué futuro le espera?

Hace poco más de un año escribía en este mismo blog, sobre Sawthan Alshami, una mujer que también emprendió una dolorosa huida desde Siria y recuerdo que en ese momento pensé que ese conflicto no podía alargarse más. Ni la violencia ni el sufrimiento de todas estas mujeres.

Un año más tarde me entristece enormemente saber que siguen existiendo historias como la de Ghousson. Y mientras, el goteo de personas muertas, desplazadas o en situación de necesidad urgente como consecuencia del conflicto sigue aumentando. El coste humano es escalofriante: 190.000 personas han perdido la vida y 6,5 millones han tenido que desplazarse en Siria. Y con tres millones de refugiados, se trata de una de las peores crisis  desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy leía el informe publicado por Oxfam Intermón: Un trato más justo para la población siria, en el que se advierte que combinación de agotamiento de los ahorros y menor ayuda no dibuja un panorama muy alentador y advierte que muchas mujeres tendrán que recurrir cada vez más a mecanismos de subsistencia negativos y arriesgados, como trabajo infantil, prostitución, matrimonios tempranos y mendicidad.

Júlia Serramitjana es periodista y trabaja en Oxfam Intermón