Niñas ante el desastre

Por Eloísa Molina

El Cuerno de África, en el Este del continente,  ha sufrido varios desastres naturales durante los últimos dos años. El año pasado una sequía generalizada afectó a millones de familias en Etiopía, Somalia y Kenia. En 2018, muchas de las mismas áreas, que aún no se habían recuperado, se han visto afectadas por inundaciones devastadoras. Todos estos desastres naturales han obligado a más de 2 millones de personas a abandonar sus hogares en el Este de África.

Para las niñas en particular, las consecuencias de los desastres naturales pueden durar toda la vida, especialmente si no se les brinda asistencia humanitaria específica.

«Las niñas corren mayor riesgo de abandonar la escuela, participar en el trabajo infantil, casarse temprano, ser explotadas sexualmente, quedar embarazadas y encontrar otros mecanismos negativos para sobrellevar la situación. Después de los desastres naturales, es común ver un aumento del número de niños en las calles que abandonaron sus hogares para buscar oportunidades de sustento en pueblos y ciudades»

Esto nos explica Tina Berwa Ojuka, una de las asesoras especializadas en protección y participación infantil en África.

Lochero, de ocho años, presenció cómo 180 de las cabras de su familia murieron de hambre el año pasado después de esperar durante meses la lluvia. Obligada a abandonar su forma de vida, siguió a su madre y a sus dos hermanos pequeños al centro urbano más cercano, pensando que allí encontrarían un futuro mejor.

En Somalia, millones de personas fueron desplazadas por la sequía en 2017. Mujeres y niñas han sido especialmente afectadas. Imagen de World Vision.

En Kakuma, en el norte de Kenia, se reinstalaron en una pequeña cabaña hecha de ramas y barro en las afueras de un campo de refugiados de 180.000 personas. Desde el primer día la madre de Lochero, Mónica, rogó a los refugiados que le cambiaran ramas que habían recogido a cambio de una taza de harina de maíz para alimentar a sus hijos. Así empezó su nueva forma de vida.

Todas las mañanas, Lochero se queda al cargo de su hermana de cinco años y su hermano de uno, mientras su madre se marcha para recoger ramas del bosque y llevarlas al campamento de refugiados.

‘Odio la forma en que vivimos como familia. Cuando me levanto temprano me asomo al campamento de refugiados que tenemos al lado. Veo que los niños se arreglan para ir a la escuela. Todos los días le digo a mi madre que quiero ir a la escuela, pero ella me dice «¿quién cuidará de tus hermanos?»‘

En otra parte de Kenia, la vida de niñas como Peninah, de 16 años, se tambaleaba después de que una inundación repentina destruyera decenas de comunidades. ‘Después de 30 minutos, nuestra casa había sido arrastrada por las aguas’, recuerda Peninah. Las cosechas de su familia fueron arrasadas y todas sus pertenencias desaparecieron, dejando a miles de personas preguntándose qué comerían y dónde dormirían. Sin embargo, a ella le preocupaba cómo podrían continuar asistiendo a la escuela en los próximos meses.

La sequía en Somalilandia ha creado dificultades similares para las niñas. Fardawsa, de siete años, y su madre fueron obligadas a abandonar su hogar y mudarse a un asentamiento para personas desplazadas. Consiguieron juntar algunas ramas para crear un refugio improvisado, pero dependían de los alimentos de sus vecinos.

Sin ningún ingreso, Fardawsa nunca sabrá qué es el colegio porque no puede permitirse comenzar su educación. El precio de una sencilla libreta o un uniforme escolar es demasiado caro para una familia que lo ha perdido todo. ‘No hay nada peor que ser una familia desplazada’, dice Hinda, la madre de Fardawsa.

En Etiopía, los cultivos fallidos llevaron a Nejuma, de 15 años, a abandonar la escuela porque su familia ya no tenía ingresos para pagar alimentos, útiles escolares o ropa. ‘Tuve que apoyar a mi madre con algunas tareas domésticas porque mi padre fue en busca de un empleo. Seguir estudiando no estaba entre mis opciones’, dice Nejuma.

Mantener a las niñas alejadas de la escuela o forzarlas a abandonarla antes de que terminen los estudios de primaria aumenta en gran medida las posibilidades de que el ciclo de pobreza se transmita de generación en generación. Lochero, Peninah, Fardawsa o Nejuma son, lamentablemente, ejemplos entre miles de niñas que no podrán desarrollarse plenamente en el futuro por culpa de un desastre natural. La ayuda humanitaria es clave para prevenir y minimizar el impacto de los desastres en las comunidades y por tanto en la vida de los niños.

‘Cuando las niñas van a la escuela y terminan su educación, tienen más confianza en sí mismas. Numerosos estudios han demostrado que las niñas educadas son más productivas desde el punto de vista económico, más sanas y más seguras, lo que interrumpe la transmisión de la pobreza a la próxima generación’, dice Tina.

Eloisa Molina es coordinadora de comunicación de la ong World Vision España

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