Jaque a la novela histórica: sobre ‘El tablero de la reina’, de Luis Zueco

Escribí hace tiempo que Luis Zueco (Borja, Zaragoza, 1979) había llegado al Olimpo de la novela histórica española. Y con cada paso que, da parece reafirmarlo y, aún más, parece incidir que tampoco está dispuesto a abandonar esa posición a la que ha llegado a través de nueve novelas. Pero no solo parece querer el escritor aragonés llegar a lo más alto del género, sino también transformarlo. Y eso se lleva notando desde hace tiempo, pero, más que nunca en su última obra, El tablero de la reina (Ediciones B, 2023).

Tras una cubierta elegante y vistosa, que podríamos calificar como de una de las más efectivas del género histórico español reciente tan acomodaticio habitualmente, Zueco nos regala una historia de aventuras históricas, a ritmo de thriller, que engarza dos brillantes elementos novelescos coetáneos en fechas y cercanos geográficamente como la evolución del ajedrez y el ascenso al trono de Isabel de Castilla. Tan fácil y tan difícil, como si nadie se hubiera percatado antes.

A través de las penurias y aventuras de sus dos protagonistas, un ‘cazador de libros’ llamado Ruy y una conversa de trágica vida llamada Gadea, Zueco propone un juego literario, como a él le gusta, original, arriesgado y que da algo nuevo sobre temas tan trillados como puedan ser el ajedrez y la reina Isabel.

Ahí enlazo con lo que comentaba al principio: sobre el deseo transformador, transgresor del novelista de Borja con el género. Obsesivo en la búsqueda de historias originales, buen conocedor del género literario y de la materia prima de la que bebe (tiene formación como historiador), Zueco absorbe los tópicos de la novela histórica clásica y los transgrede y manipula cuando considera.

No solo mezcla géneros (el misterio, la aventura), si no que busca una mirada poderosamente transversal, para todos los públicos, y rabiosamente moderna. Lo decía en la reciente entrevista que le hice en 20minutos, «está novela puede leerla tanto un griego como un canadiense. Y la protagonista es una joven jugadora de ajedrez con la que cualquier adolescente puede sentirse identificada. Al mismo tiempo, tiene todas las características de una novela para público adulto y mayor».

Pareciera como si se hubiera tatuado aquella idea de Georg Lukacs sobre esas novelas históricas «para anticuarios» que solo quieren recrear el pasado sin más. Las novelas de Zueco, cada vez más, están escritas desde el presente y para el lector del presente y del futuro. Por eso, quizás los más puristas rabien con algunas reflexiones descarnadamente feministas puestas en boca de las históricas Beatriz Galindo ‘La Latina’ o la propia reina Isabel. O levanten la ceja ante pasajes que parecen sacados de una especie de Misión imposible renacentista como una que sucede en los Reales Alcázares de Sevilla.

Elementos así no se pueden achacar ni al desconocimiento del género -que en su versión más clásica ya ha cautivado con éxito con novelas como El castillo– o del pasado. No hay que olvidar que, en su estratégica de novelas de múltiples capas que explicaba en este blog hace tiempo el propio autor, la novela habla de cómo se pueden modificar visiones políticas y sociales a través de algo tan sutil como los libros y un juego. De como elementos tan, en apariencia, nimios pueden provocar un giro en el mundo, y el propio autor parece querer convertir a la novela en un mecanismos más de la historia que cuenta. Gustará o no, pero todo parece medido.

En el exterior, es una novela que se bebe, un page turner de manual con un high concept poderoso, que diría un guionista, que funciona y arrastra. Más allá, una mirada curiosa a la historia del ajedrez y su evolución y a la historia, fascinante, de cómo llegó Isabel al trono de Castilla. Además, cuenta con perlas históricas bien moldeadas, como los propios secundarios reales (La Latina, antes mencionadas, Jorge Manrique…) o una recreación vívida y colorista de un espacio tan desconocido, literariamente, como el Madrid del siglo XV. Y en el centro, un canto de amor al ajedrez que esconde una mirada desafiante al género histórico convencional.

Es cierto que, cuando se tiene unos horizontes grandes -y esta novela los tiene-, la dificultad de salir airoso se multiplica. Zueco lo logra aunque, argumentalmente, no supere, a mi ver, una novela tan redonda, pero más convencional, como El mercader de libros, hasta la fecha su mejor obra.

Además de los puristas antes mencionados, habrá quien hubiera deseado aún más peso de los secundarios históricos tan interesantes que tiene la novela, incluida la propia Isabel en detrimento de la apuesta del autor por la trama del ajedrez, o un final más poderosamente climático, más excitado que podría haber hecho cumbre de tan eléctrica trama. El novelista en cambio, opta por un final más sosegado, más sutil, donde, en consonancia con su mensaje, la victoria llega sin ruido.

La novela histórica es un género vivo, incluso en su versión más popular, más destinada al gran público. Luis Zueco vuelve a demostrar que, de manera sutil y tranquila, está transformando un género con fama de inmovilista. Como en su novela, en los libros empieza el cambio y el jaque transformador.

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