Sandra Aza, premio Odilo de la Semana de Novela Histórica de Cartagena: «Como abogada de pleitos, siempre me ha atraído el tribunal del Santo Oficio»

Sandra Aza

El próximo sábado 9  de octubre la escritora Sandra Aza recibirá el premio Odilo a la Mejor Autora de la Semana de Novela Histórica de Cartagena. Lo hará gracias a su primera y única, hasta la fecha, novela Libelo de sangre (Nova Casa Editorial, 2020), una ficción que nos traslada al Madrid del Siglo de Oro y a un proceso judicial contra los judíos de la época. Intolerancia, valor, amistad, amor y recreación histórica de una época apasionante se dan cita en la obra.

Aza, abogada de formación que se centra en la actualidad en su carrera literaria, responde a mis preguntas una semana antes del certamen cartagenero en el que recibirá el galardón.

Primera novela histórica y ya va a recibir un galardón a la mejor autora en la Semana de Novela Histórica de Cartagena, ¿eso es entrar por la puerta grande en el género?

Recibir semejante galardón de un certamen con el prestigio nacional e internacional de la Semana de Novela Histórica de Cartagena me supone tan superlativo privilegio que mi sonrisa no amaina. No obstante, la “puerta grande” está reservada a los acreedores de tal excelencia, a los grandes, élite en la que, si bien lucharé por ingresar, mucha tinta y no menos tiempo intuyo en esa lid… aunque admito que algo grande sí hay en Libelo de sangre: su masa corporal, pues 1,2 kg. pesa la criatura.

Por lo demás, me considero soldado raso en el ejército de las letras con un largo noviciado todavía que enfrentar y superar. Sucede, sin embargo, que he cumplido un sueño; o, mejor decir merece, he conquistado un sueño, porque los sueños no se cumplen; se conquistan. Y en ese aspecto ciertamente me siento allende el umbral de una puerta grande. La conquista de nuestros sueños implica la conquista de nosotros mismos, y, conquistarse a uno mismo demanda atravesar una puerta muy grande: la puerta de nuestros límites. Por un sueño llevamos nuestras fuerzas al borde del abismo, presentamos batalla dispuestos a fallecer antes que a desfallecer, resistimos mas nunca desistimos, caemos cien veces para levantarnos ciento una, nos enjugamos lágrimas saladas de frustración decididos a trocarlas en dulces de emoción, evitamos que el sueño expire espirando nosotros hasta mellar los pulmones… Si de veras quieres de veras puedes. No significa que sea fácil; significa que habrás de consagrar denuedo y voluntad, venturoso matrimonio que nos mostrará algo vital cuando nos extraviemos en la senda de una meta: quien tiene un porqué siempre encuentra el cómo.

Abandonó el Derecho para escribir novela, pero en Libelo de Sangre hay algo de Derecho, al menos de los procesos inquisitoriales, ¿fue fortuito o como escritora es difícil cortar con el sitio de dónde se viene?

Aunque en absoluto fue fortuito, supongo que también resulta complicado sustraerse a los orígenes. Adventicio o por ejercicio, yo tenía muy claro que quería escribir una novela de corte histórico con la Inquisición y su procedimiento presentes en la trama. Como abogada de pleitos, siempre me han atraído el tribunal del Santo Oficio y la polémica existente en torno a él. Me preguntaba cuánta historia y cuánta leyenda respiraba lo expuesto sobre esta institución y, cuando descubrí que ni se ha contado toda la verdad ni es verdad todo lo contado, decidí recrear un procedimiento inquisitorial tal cual se cursaba, sin aprecios que armiñen lo negro ni desprecios que enluten lo blanco. No podemos ponderar el ayer con ojos de hoy, y, en no pudiendo, la Inquisición no ha de juzgarse para envolver la verdad en leyenda; ha de estudiarse para quitar leyenda a la verdad.

Madrid en el siglo de Oro, las persecuciones a los judíos… ¿por qué eligió ese momento y ese tema para su primera novela?

Como madrileña de alma y corazón, quería rendir un tributo a esta ciudad mágica repleta de Historia e historias, y, como enamorada del Siglo de Oro, ni siquiera me planteé otra época. Aunque en un principio no tenía definido de qué manera transcurriría la trama, sí sabía algo: la situaría en Madrid, en el reinado de Felipe III y con la Inquisición presente.

Sus protagonistas son una familia sospechosa de un libelo de sangre, un cargo que acusaba a los judíos de sacrificar niños judíos para recolectar su sangre. ¿Cómo dio con estos procesos y qué interés narrativo les encontró?

Me topé con estos procesos durante una visita a la Seo de Zaragoza donde me hablaron de Dominguito de Val, un niño de 7 años asesinado en el verano de 1250 y víctima de lo que se convirtió en el primer libelo de sangre ocurrido en España. El vínculo con mis temas favoritos, judíos e Inquisición, me sedujo de inmediato.

Sin embargo, este tipo de infamias han existido desde tiempos inmemoriales. En fechas anteriores a aquel verano de 1250 en que Dominguito de Val se ganó un capítulo en la Historia, los libelos de sangre se sucedían bastante a menudo allende nuestras fronteras, pues parecía normal, incluso imperativo, culpar a los judíos de casi cualquier mal acontecido en el mundo. Desgraciadamente, la costumbre se perpetuó en los siglos y los judíos continuaron sufriendo atroces arbitrariedades libelos de sangre mediante. Sin ir más lejos, los libelos de sangre alimentaron el nazismo; aún hoy siguen proliferando y, lo que es peor, arraigando en el acervo popular con excesiva ligereza.

El interés narrativo de la temática judía a nadie escapa. Los pogromos perpetrados en Europa contra este colectivo, la marginación social, la herejía, la Inquisición, las expulsiones, el holocausto… Todo lo relativo a los fieles de Moisés ofrece tramas harto literarias.

Ese cargo parece una enésima prueba de que incluso las fantasías más retorcidas pueden servir para justificar y espolear el fanatismo…

Del fatalismo al fanatismo media un paso y, cuando se incendia el fatalismo atizando las ascuas de la desconfianza con chasca de miedo, la razón fenece y el fanatismo florece. En España, judíos, cristianos y moros convivieron durante mucho tiempo. Aunque esa convivencia no transcurrió de manera ni tranquila ni querida, los judíos disfrutaban de una relativa paz en estas tierras. Los problemas empezaron a mediados del siglo XIV. Aquella centuria colmada de penurias económicas, hambre, guerras y cruentas epidemias de peste aniquiló la tolerancia y multiplicó la necesidad de achacar a alguien tanta calamidad. Cuando ciertos interesados señalaron a los judíos, la semilla antisemita anidó al instante en el sentir general y, poco a poco, trocó la concordia en discordia y la cordura en locura.

En particular, el fanatismo inherente a los libelos de sangre peca de absoluta incoherencia. A modo de ejemplo: los judíos consideran impuro cualquier fluido humano, incluida la sangre; no pueden, pues, tocarla ni, mucho menos, ingerirla. El rechazo alcanza tal envergadura que, si un huevo muestra el más imperceptible hilillo sanguinolento en la yema, se desestima. En consecuencia, acusar a un judío de consumir sangre párvula y de hacerlo, además, en nombre de Yahvé cae en tierra absurda, porque transgrediría la Torah (ley judía), y no resulta lógico imaginar a nadie capaz de matar por su dios vulnerando los decretos de este. Sin embargo, pedir al fanatismo que siga razones es como pedir al gato que no persiga ratones.

¿Por qué dejar el peso de la trama en un adolescente? ¿Qué le daba Alonso que no le pudiera dar un protagonista adulto?

En realidad, el protagonismo de Alonso surgió a medida que iba escribiendo la novela, porque, inicialmente, el peso de la historia recayó en Sebastián Castro, el padre de Alonso. Prefiero no estragar el relato explayándome; solo diré que el germen de Libelo de sangre reside en las aventuras de Sebastián. Las de Alonso llegaron después y con tales bríos lo hicieron que terminaron asumiendo parte del protagonismo… aunque solo parte, porque, de un lado, la tensión argumental en torno a Sebastián y su esposa Margarita en ningún momento descincha el suspense, y, de otro lado, el periplo de Alonso en todo momento cincha el corazón. Así, entre la fatigosa lucha de los padres y las temerarias hombradas del hijo, el lector se mantiene en vilo hasta el final.

El Siglo de Oro español tiene una ambigüedad tremenda, podemos encontrar lo mejor y lo peor de nuestra historia, y algo de todo eso parece estar en su novela…

El Siglo de Oro es al barroco lo que los peces al mar, y una palabra define el barroco: apariencia. De ahí la ambigüedad que usted menciona, porque toda apariencia tiene dos caras: la falsa mostrada y la real tapada. La era barroca gestó el gran teatro del mundo, aquel tan refulgente que no permitía ver tras los destellos; aquel que no prestaba mientes a quién eras, sino a quién parecías ser. No importaba ser donnadie si eras nadie pero parecías don; mondadientes entre labios indicativos de recios condumios previos enmascaraban rutinas de ajo y cebolla; el lujo imponía carruaje aunque su coste implicase renunciar a una manta que templase el frío; el crédito social exigía disponer de criados y un buen número de falsos aterciopelados los alquilaban solo por el tiempo de un paseo para lucirlos y lucirse… Y así, entre arrobas de ambigüedad y no menos de genialidad, transcurrió el Siglo de Oro en España y, en particular, en Madrid, pues, si bien albergar la Corte la convirtió en un lugar con mucho humo y poco zumo, no olvidemos que también le procuró un brillo eterno congregando y, en múltiples casos, apadrinando a una extraordinaria camarilla de prodigios en literatura, arte y ciencia.

Libelo de sangre nos sitúa en plena Corte y efervescente barroco: Madrid de 1620; en consecuencia, el lector encontrará la impostura típica de la época en cada escenario, sea este un escenario potentado o despanado, religioso o belicoso, de suelo empedrado o alfombrado…. Mil escenarios diferentes concurren en Libelo de sangre, pero todos destilan ese barroco teatral que permitía flotar en nirvanas aunque se estuviesen sufriendo infiernos.

¿Tiene esta novela algún mensaje para el lector del siglo XXI sobre el mundo en el que vive?

Esta historia lanza múltiples mensajes al mundo actual, porque, aunque los tiempos han cambiado, los sentimientos se mantienen incólumes al decaer del calendario. Hoy como ayer, los humanos seguimos sintiendo amor, odio, pena, alegría, enojo, compasión, celos… hambre, sed, frío, miedo… Seguimos hallando diversión en un chiste, satisfacción en un chisme, curiosidad ante un rumor, inquietud ante un temor o admiración ante el valor; seguimos deseando buenos días al vecino, buenas tardes al maestro y buenas noches al patrón; seguimos viviendo por la familia y muriendo por un amigo; seguimos derritiéndonos con un abrazo, enamorándonos con un beso e ilusionándonos con un sueño.

Por eso, porque, pese a los siglos, continuamos siendo pieles sentidas, la historia de amor y amistad contenida en Libelo de sangre planta bandera en las emociones. Muchos de los mensajes de la novela se encuentran en los diálogos entre personajes y no creo caer en hipérboles garantizando al lector un buen puñado de ellos. No obstante, de destacar uno, destacaría aquel que la “Comunidad del Libelo” (maravillosa cofradía formada y así bautizada por los lectores de Libelo de sangre) ha convertido en el blasón de la novela: “Jamás permitas que el rey muera, porque entonces la partida termina. El ajedrez es la vida y el rey son los sueños; si abandonas la lucha de los sueños, los sueños morirán y, si los sueños mueren, la vida termina”.

¿Qué le parece esa batalla cultural en torno a la Leyenda Negra española que se pelea en los últimos años?

Me parece magnífico. La imagen exterior de España lleva siglos lastrada merced a la telaraña propagandística que contra ella tejieron sus enemigos, y al fin voces eruditas ahincadas durante años en denunciarlo empiezan a recabar oídos prestos a escuchar. España arrastra muchas mentiras contadas, no pocas verdades calladas, demasiadas vilezas engordadas y no menos glorias adelgazadas. Ni la Inquisición Española prendió más hogueras de las que prendieron otras inquisiciones europeas, ni América sufrió el genocidio que nos achacan ni los españoles somos el pueblo grotesco, fanático, intolerante, atrasado e iletrado dibujado por aquellos que, incapaces de vencernos ni en tierra ni en mar, se sirvieron de la imprenta para crear inmensas cortinas de humo que, vilipendiando nuestras grandezas, encumbrasen las suyas. Hora es, pues, de que nuestra Historia recupere la verdad; España, su identidad, y los españoles, la dignidad.

¿Cómo se define Sandra Aza como escritora?

Soy una soñadora dueña de un sueño que, como se le antojó inviable, lo aparcó y continuó disfrutando de su tranquila vida. Sin embargo, el sueño, reacio a morar en predios de quimeras acariciadas mas nunca intentadas, no nos concedía tranquilidad ni a mi vida ni a mí. Un día alguien me dijo: si puedes soñarlo, puedes obrarlo. Andando sobrada de poder soñador, me apresté a acopiar poder obrador… y heme aquí hoy: con una obra soñada y un sueño obrado. No sé si estas líneas me definen como escritora, pero sí me definen como alguien que leía muchos libros y un día decidió escribir uno. Me acojo, pues, a la definición que de sí mismo hace mi admirado Pérez-Reverte: “soy un lector que escribe libros”.

¿Cuál es la mirada que tiene sobre el género histórico? ¿Qué obras o qué autores le han marcado el camino en este género?

El género histórico ha madurado cual puente entre dos mares hostiles: el mar de quienes lo rechazan, porque lo consideran inferior a otros géneros de mayor predicamento como el ensayo o las biografías, y el mar de quienes lo bostezan porque las tramas de época les aburren. Sin embargo, el puente, que quizá empezó penando estrecheces, ha ido expandiéndose y ahora alberga una nutrida liga de adeptos que, lejos de rechazarlo o bostezarlo, lo abrazan entusiasmados, pues no solo buscan aprender leyendo; también quieren leer viviendo; gustan de sumergirse en la Historia, experimentarla a través de los personajes y, a la postre, atesorar saber utilizando más la vivencia que la docencia.

De otro lado, el género histórico congrega a gente de cualidades casi gemelas: extremadamente cultivados, auténticos eruditos en incontables períodos del ayer, muy exigentes en lo relativo al rigor histórico, siempre deseosos de ahondar en datos reales ajenos a la ficción, dueños de una capacidad asombrosa para adaptarse a una época distinta a la suya hasta lograr empatizar con el héroe o el villano riendo, llorando y vibrando junto a ellos, activos reseñadores cuyas letras nada tienen que envidiar a las de la obra reseñada, y algo crucial: otorgan sincero valor al enorme trabajo de documentación existente tras toda novela histórica (gentileza, dicho sea en añadidura, asaz agradecida por los autores). Este cúmulo de características ha vigorizado tanto el género que aquel puente entre mares hostiles ya no es puente; es puerto; un puerto donde han recalado muchos que, pese a denostarlo por inferior, han terminado rindiéndose a él y no pocos a quienes aburría pero un día alguna novela histórica cautivó y su ánimo lector robó.

En cuanto a qué obras o autores han marcado mi camino en este género, diré que mi mayor influencia reside en la literatura de nuestro Siglo de Oro. Sin embargo, considerando que, tal y como explica de magistral suerte Ramón Villa en su artículo Buenos tiempos para la novela histórica publicado en la revista Zenda, el género histórico nació en el siglo XIX (ya extinta, por tanto, la dorada centuria), me ceñiré al marco temporal y destacaré siete que me gustan de manera especial: tres del siglo XIX y cuatro del XX. Sir Walter Scott y su Ivanhoe, Tolstoi con Guerra y paz, y nuestro canario más madrileño, Galdós, de quien no puedo acentuar ninguna obra, porque todas me fascinan. Los autores del siglo XX son Arturo Pérez-Reverte, cuya literatura sigo de modo incondicional desde El maestro de esgrima y La tabla de Flandes, pues, en mi opinión, escribe con tanto arte que de seguro su menú semanal meritaría algún premio; Jorge Molist (me rendí a sus letras cuando devoré Prométeme que serás libre y Tiempo de cenizas); Gonzalo Giner y, en particular, El Sanador de Caballos, y Noah Gordon con su trilogía El médico, Chamán y La doctora Cole.

¿Cree que la novela histórica sirve para que el público lector aprenda historia?

Si la historia respeta la Historia, sin duda.

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1 comentario

  1. Dice ser Ber Conde

    Qué estilo tan directo y sencillo. Qué poco rebuscadas las respuestas. Qué concisión y qué capacidad de síntesis.

    29 septiembre 2021 | 23:34

Los comentarios están cerrados.