Pedro Ángel Fernández Vega: «Aníbal provocó un cataclismo geopolítico que posibilitó la globalización antigua del Mediterráneo»

La clemencia de Escipión. Cuadro de Sebastiano Ricci en la Royal Art Colection de Londres.

Aníbal fue uno de los enemigos más peligrosos a los que se enfrentó Roma a lo largo de su historia. Su amenaza puso en riesgo la supervivencia de la República Romana y la llevó a generar una serie de liderazgos excepcionales para enfrentarse a él: Escipión, Quinto Fabio Máximo, Flaminio, Catón… Y precisamente ellos son el objeto de estudio de la nueva obra de Pedro Ángel Fernández Vega, profesor de Patrimonio Histórico-Artístico y de Arte Antiguo y Clásico en la UNED y doctor en Historia Antigua por la Universidad de Cantabria, La sombra de Aníbal. Liderazgo político en la República clásica (Siglo XXI).

Tras descubrirnos los entresijos políticos y sociales de la persecución de las Bacanales en su anterior obra, Fernández disecciona los perfiles, ideologías y acciones de aquellos líderes que Roma propuso contra Aníbal. Y en ese análisis, Fernández deja a la vista del lector, sin hacerlos explícitos, los paralelismos con el presente. «Los nombres cambian, los tiempos mutan, pero algunos problemas son análogos a los de aquella Roma de la República Clásica, hace unos dos mil doscientos años», asegura el historiador que también matiza que esta disciplina «ofrece ejemplos, pero no proporciona recetas».

¿Qué claves sobre la República Romana y las Guerras Púnicas nos da analizar los distintos liderazgos que se enfrentaron a Aníbal?

La invasión de Italia por las tropas cartaginesas de Aníbal provocó una situación excepcional a la que hubo que responder con soluciones excepcionales. Esos liderazgos habrían sido imposibles en circunstancias normales pues se trataba de hombres que ya habían culminado sus carreras políticas como cónsules y censores, y destinados a permanecer vitaliciamente en el Senado sin más sobresaltos que los derivados de las sesiones de la Curia. Se trata por tanto de líderes de excepción que reemprendieron su trayectoria sobre la base de su solvencia como generales, ya triunfadores previamente.

¿Aníbal supuso la mayor prueba del sistema republicano romano?

Al menos lo fue para la República Clásica, ese periodo crucial y central de la República Media romana en que el sistema político logra mantenerse con plena fortaleza. Roma había sobrevivido a una invasión de galos en el año 390 a.C., sin embargo, no sobrevivirá a la etapa de guerras civiles y veleidades tiránicas que desembocaron en el nuevo régimen del principado en el año 27 a.C. con Octaviano Augusto.

¿La grandeza del cartaginés se mide en los tan diferentes tipos de líderes que se le tuvieron que contraponer?

Me resisto a reconocer grandeza cuando hablamos en términos militares. Es cierto que nuestra tradición ha generado una épica militarista en torno a Aníbal y a Escipión Africano y es cierto que Aníbal creó una gran crisis geopolítica en el Mediterráneo occidental que además abrió las puertas a las injerencias de Roma en todo el Mediterráneo oriental helenístico ¿Es eso grandeza?. Se trata de un cataclismo geopolítico que posibilita la creación de lo que se ha llamado el estado-mundo, o la globalización antigua en el Mediterráneo. Cuando hablamos de Aníbal en términos de grandeza ensalzamos valores militaristas que no son valores republicanos ni populares. Hecha esta salvedad, es cierto que el desafío anibálico fue formidable.

Dice al comienzo del libro al referirse a estos seis cónsules y sus actos: “no fueron hazañas. Fueron servicios a la República”. En la política y la propaganda que conlleva, entonces y ahora, en demasiadas ocasiones resulta difícil desligar ambas…

Esos liderazgos no se hubieran forjado con la misma talla sin las circunstancias excepcionales que se dieron. Sirvieron a la República en un momento de crisis, cuando sus carreras políticas personales ya estaban amortizadas. Las hazañas –si las hubiera en el caso de Escipión o de Marcelo- emergen de la necesidad de salvar la República. Flaminino sigue la égida imperialista de Escipión contra los macedonios y se alza con la bandera propagandista de la liberación de Grecia antes de detonar la aniquilación final de Aníbal como hombre, pues ya no era general. En cuanto a Catón, representa más bien una suerte de antiliderazgo como abanderado contra la corrupción, que despierta el hartazgo y la movilización del pueblo en su favor. Una vez acuñados en su bagaje personal todos se sirvieron de sus méritos para afianzar su influencia entre los senadores y como propaganda que acrecentara su favor popular. Eran políticos.

De sus seis cónsules analizados, hay dos que han ganado fama eterna y popular (Escipión y Catón) y los otros apenas han pasado a la Historia, ¿es razonable en todos los casos?

La fama eterna de Escipión es de naturaleza militar, pero no hay que olvidar que este hombre finaliza su vida en el retiro, exilado voluntariamente para evadir un juicio por alta traición y por soborno y apropiación indebida. En su favor, sin embargo, ha cristalizado una fama épica. En cuanto a la fama de Catón con un perfil tradicionalista y rigorista, se ha consolidado por su creación literaria imperecedera en un momento aún temprano de las letras latina. En todos los casos se trató de cónsules que revalidaron sus consulados o los alcanzaron con pleno refrendo popular.

De la victoria contra Cartago, la República romana queda herida de muerte, sus grandes líderes a partir de entonces, a falta de un enemigo formidable, ¿acabarán mirando más hacia dentro, hacia la propia Roma conduciendo al Imperio?

Cuando hablamos de cónsules, pensamos en su condición política de acceso a la magistratura y olvidamos que se convierten de inmediato en generales -imperatores- que ambicionan un frente donde combatir y del que retornar con una victoria, un botín y la expectativa de celebrar un triunfo tras haber aniquilado no menos de cinco mil enemigos. Se trata de hombres que ambicionan la gloria del triunfo a cualquier precio. Y esto ocurre en una República que no es involucionista, pero que se resiste a evolucionar, pues se halla en manos de una aristocracia patricio-plebeya –la nobilitas- que la rige con sus valores militaristas. De ella proceden sus políticos-militares. La República entonces -a fines del siglo III a.C.- se sostuvo perfectamente y despejó el camino para la expansión mediterránea. Los problemas que ocasionaron el final de la República se empezaron a desencadenar a continuación, cuando no se socializaron hacia el pueblo romano los grandes beneficios de esa expansión militar, sino que fueron acaparados por esa nobleza política. Así se despertaron la dualidad política entre optimates y populares, los problemas de reclutamiento porque no había ciudadanos con propiedades en número suficiente, la proletarización de la plebe, las carestías de grano y se preparó la entrada en el periodo inestable de la República Tardía .

En las distintas ideologías de estos seis líderes (populismos, filohelenos, cesaristas…) se pueden ver las grandes tendencias que marcarán la Roma posterior. Las guerras púnicas, ¿aceleraron la evolución política de la ciudad?

La Segunda Guerra Púnica fue un activo catalizador de los factores de inestabilidad: reactivó las diferencias sociales, hizo entrar en efervescencia el descontento social, quebró el erario público, generó una crisis religiosa y activó la penetración de cultos extranjeros -entre otros, la propagación de las bacanales-, estableció nuevos horizontes militares de conquistas, provocó una crisis demográfica incalculable, emancipó a decenas de miles de viudas… Los efectos de la guerra desestabilizaron y alteraron los equilibrios tradicionales que regían Roma.

Las grandes crisis devoran líderes… Parece que eso es así en el siglo III a.c y en el siglo XXI de la covid…

Las grandes crisis crean inauditas oportunidades en circunstancias desacostumbradas. Hacerlas frente pone a prueba la pericia de los líderes, pero no hay que olvidar algo más importante aún que los propios líderes: la fortaleza de las bases. Esos líderes acceden al poder tras ganar unos comicios en un régimen de ejercicio democrático anual y directo. En Roma no se elegían representantes, sino que se votaban los magistrados de la Urbe cada año, y entre ellos dos cónsules, uno patricio y uno plebeyo. Es cierto que solo votaban los ciudadanos romanos, pero no es menos cierto que la base del régimen es el pueblo romano. Los líderes de los que hablamos los ha votado el pueblo y durante la guerra anibálica se hizo legalmente posible algo que no lo había sido y que, terminada la guerra, volvería a dejar de serlo: la reelección inmediata de los mismos cónsules en aras de dejar la República en manos de generales experimentados. Así se forjaron los grandes líderes, con apoyos populares sostenidos a cónsules ya triunfadores o a políticos carismáticos como Escipión.

¿Qué pueden aprender los líderes de hoy de estos seis cónsules?

El historiador llega al presente desde el pasado, pero no es finalidad de la historia a priori la creación de relatos edificantes. Dicho esto, en el estudio de la historia podemos apreciar la divergencia y el debate políticos como necesarios, como un motor de cambio y progreso, pero también se reconoce que, en un Estado, se hace ineludible anteponer la concordia política ante circunstancias extremas, en las que la división debe ser postergada. Si nos empeñamos en reconocer la Historia como magistra vitae y extraer enseñanzas, esta podría ser una de ellas. Pero creo que la historia no es exactamente maestra de la vida, sino testimonio, memoria y juicio. Ofrece ejemplos, pero no proporciona recetas.

¿Cree que hay algún líder actual al que se pueda comparar de alguna manera con esos cónsules?

«¿Tenemos líderes?» me preguntaría yo. Empezaría recordando que en su pregunta nos estamos refiriendo a líderes de partidos y no de líderes de la República o, en su caso, de nuestra democracia. El liderazgo que hemos estudiado corresponde a unos nombres decantados por la tradición histórica, que superaron la normalidad de haber sido uno de los dos cónsules anuales de Roma y destacaron de manera eminente.

Con esa primera acotación, que es relevante, pues no hablamos de la misma talla política ni histórica, podríamos recordar algunas analogías. Podemos recorder como Escipión Africano, el salvador de la patria, el hombre que la libró de sucumbir ante Cartago, marchó camino del exilio perseguido por la sombra de la corrupción y falleció sin poder retornar; cómo la segunda ciudad de Italia, Capua, desató el desafío secesionista y cómo Quinto Fabio Máximo, el consul más influyente, impuso su doctrina de no hacer nada, de dejar que el tiempo pasara porque correría en contra de Aníbal, y resolviera por sí solo la situación en favor de Roma; cómo Flaminio, hacía populismo promoviendo obras públicas y repartiendo tierras a costa de los más ricos, y cómo promovió una ley de incompatibilidad en asuntos económicos para la clase política senatorial; cómo Catón acusó a la clase política de corrupción generalizada, de connivencia con las grandes fortunas, y prometió en elecciones acabar con ello si llegaba al poder. Con estos ejemplo, que el lector establezca comparaciones. Los nombres cambian, los tiempos mutan, pero algunos problemas son análogos a los de aquella Roma de la República Clásica, hace unos dos mil doscientos años.

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