Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, el no «tan buen vasallo» que quiso ser rey

Charlton Heston como El Cid en la película homónima. (Monogram Pictures / RTVE)

El Cid es, probablemente, uno de los personajes históricos más populares en nuestro país. Uno de los guerreros hispanos más celebrados y uno de los mitos patrios más ensalzados. En el casi milenio que ha transcurrido desde su muerte ha fascinado a intelectuales, al pueblo y a líderes y políticos de todos los colores. Mencionado en el himno de Riego, venerado por los poetas de la Generación del 27 y por el cancionero de Falange, citado por Vox (aquello de Abascal de que era más «del Cid que del CIS»), Aznar se visitó de él para una entrevista y La Sexta comparó al presidente Sánchez con esta figura histórica cuando presentó su Manual de Resistencia. La figura de Rodrigo Díaz de Vivar ha servido y sirve para todo y para todos.

Ahora, mientras la novela sobre el inicio de su leyenda, firmada por Arturo Pérez-Reverte, triunfa en librerías y se espera la serie que rueda Amazon sobre el personaje, acaba de salir publicado El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro, 2019) del medievalista David Porrinas, que lleva veinte años investigando sobre la figura de Rodrigo Díaz de Vivar. En este revelador ensayo, Porrinas presenta al castellano como un ambicioso y pragmático señor de la guerra, como un hombre de frontera con una fina inteligencia militar y política.

Uno de los mitos que rompe Porrinas en su obra es aquel célebre verso del Cantar de Mío Cid que rezaba aquello de «qué buen vasallo, si tuviera buen señor». Este medievalista propone una peripecia vital del Cid que le convierte en un señor de la guerra que compite con los reyes cristianos, incluido su señor, el rey de Castilla Alfonso VI, que incluso pretendía ser monarca y establecer una dinastía en Valencia.  «Es una suposición», explica Porrinas, «pero encaja con lo que hizo y con la dinámica política de su tiempo». La prueba de esa teoría es el «intento de vasallaje» que establece Rodrigo con el papa al ofrecerle la mezquita mayor de Valencia como catedral: «El obispo que se nombra, lo hace el papa y no el arzobispo de Toledo como debería haber sido, el Cid entrega parte de su señorío al obispo y por tanto al papa.» Esta táctica ya la habían utilizado los reyes de Aragón y Castilla, o el propio Guillermo el Conquistador cuando invade Inglaterra, «porque si había un poder supranacional en la época que podía dar protección contra enemigos cristianos a los nuevos señores era el papa».

Porrinas cree que el de Vivar «quiso ser rey pero no le dio tiempo, su deseo se perdió cuando se muere su único heredero«. El Cid, pues, compitió contra su propio rey y le desafió en varias ocasiones: «En una ocasión Rodrigo incumple su obligación de auxilio con el rey e incluso atacó Castilla, realizando una violenta razzia por tierras de La Rioja para apartar a Alfonso de Valencia. Es falso que no se levantara contra su rey». Así pues, ni tan buen vasallo, ni tan mal señor: Alfonso VI no fue un mequetrefe, fue uno de los grandes reyes de Castilla, con una visión diplomática tremenda, que creó una dinastía que duraría hasta mediados del siglo XIV. Ni el rey fue un inútil, ni el Cid un vasallo leal injustamente tratado, fue un señor que iba a lo suyo».

En su trabajo, Porrinas exhibe a un Cid que, en lo militar, fue un guerrero de su época, pero con ideas adelantadas. «Fue comparable a los caballeros normandos que en la época operaban en Sicilia o, más adelante, en las futuras Cruzadas», explica el historiador, pero utilizaba tácticas novedosas como «la guerra psicológica, la difusión de rumores o la insurgencia y la contrainsurgencia«. Otra de los elementos diferenciadoras era su habilidad en las batallas campales: «En la época, esas batallas se intentan evitar porque eran peligrosas y no conquistaban terreno, para lo que se usaban cabalgadas y asedios a plazas. Pero él las plantea, las gana y las sabe utilizar políticamente, de ahí el término Campidoctor, campeador».

Y ahí es donde el Cid se eleva sobre sus contemporáneos: «Derrotó a un enemigo nuevo y desconocido como los almorávides y conquistó Valencia, algo excepcional porque ni antes ni después, nadie que no fuera un gran noble o un rey conquistó una ciudad de esa importancia, compitiendo por ella con los reyes de Castilla, de Aragón, con el Conde de Barcelona, los almorávides…».

El historiador David Porrinas (Foto: D.Y.)

El Cid también tiene, según este historiador, el mérito de haber hecho historia en su olvidada última batalla: la de Bairén. En la actual y playera Gandía, las tropas del señor de Valencia y las del rey de Aragón se enfrentaron a un ejército almorávide que les cortaba el paso. «El Cid fue el alma táctica de esa batalla, que se decidió por una devastadora carga de caballería pesada, la primera documentada en la Península. Esas cargas habían surgido en Normandía -se pueden ver en el tapiz de Bayeux– y marcarían los campos de batalla europeos en los siguientes años».

Leyendo esta visión del Cid, los lectores del Mío Cid y los que recuerdan la figura del célebre caballero encarnado en los sesenta por Charlton Heston ya pueden ir borrando mitos: ni la Jura de Santa Gadea -«nadie podría humillar de manera tan ceremoniosa a un rey»-, ni muerte violenta con victoria posterior -«se intuye que murió de forma natural y se la relaciona con la tristeza que le supuso la muerte de su hijo»-, ni lances con su suegro… Pero sí un señor de la guerra ambicioso y político, arrojado y cerebral que se elevó frente a su destino y se puso a la altura de reyes musulmanes y cristianos. Fue un hombre de frontera.

Un personaje cuyo mito arrancó casi inmediatamente después de su muerte y que se ha ido adornando y adquiriendo matices hasta hoy. «Debemos recordar al personaje histórico como fue, que ya tenemos herramientas para hacerlo,» explica Porrinas, «pero no dejar la leyenda de lado, porque esas imágenes deformadas es historia de las mentalidades y no podemos renunciar a ello«. Y ejemplifica: «Franco se fijó en él porque veía al gran caudillo militar español, por la idea que tenía de Cruzada, pero obvió que era un levantisco contra su señor, porque no le interesaba», así todos han encontrado algo que usar de la vida y leyenda de Rodrigo de Vivar hasta hoy.

Polémica Reconquista

Y ese personaje, ¿qué nos dice de la tan cacareada polémica sobre la existencia o no de la Reconquista? «La Reconquista, como tal, es una palabra que surge en el siglo XIX, con unas connotaciones imposibles para la Edad Media«, explica Porrinas, «pero en la época sí que existió una noción de recuperar los antiguos territorios donde había existido una estructura eclesiástica, obispados, antes de los musulmanes. En el documento de recuperación de Valencia, se habla de «400 años de oprobio» y se ve al Cid como un instrumento divino de un proceso que siglos después se llamará Reconquista. Y también esa noción está en el papado, que dará lugar a las Cruzadas».

El Cid y la novela histórica

El Cid ha sido retratado en distintas ocasiones por la narrativa histórica. Porrinas confiesa que no ha podido aún leer Sidi, de Pérez-Reverte -«la he comprado y la tengo en el hotel», explica-, pero sí le parece que El Cid, de José Luis Corral, presenta a un personaje muy ceñido a lo que debió ser Rodrigo Díaz: «No hay que ovlidar que Corral es un medievalista y un gran experto conocedor de la época». Sin embargo, confiesa que la mejor versión literaria del Cid para él es la de El puente de Alcántara, de Frank Baer: «Nunca le llaman Cid, pero sabemos quién es; Baer traza un perfil muy cercano a lo que debió ser en realidad: un mercenario, descarnado, ambicioso. Si no lo hubiera sido, nunca podría haber conquistado Valencia. Era un personaje que siempre iba más allá, si había taifas y reinos, ¿por qué no iba él a pretender montar el suyo?».

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2 comentarios

  1. Dice ser Josean

    El Cid era un indepe separata, filoetarra que llamaba a su primo hermano en vascuence..

    20 diciembre 2019 | 08:21

  2. Dice ser cascarla

    ¿pero no era catalán?

    20 diciembre 2019 | 11:06

Los comentarios están cerrados.