Las trobairitz medievales: las mujeres y su papel en la historia

Claudia Casanova, es escritora (autora de La perla negra, La dama y el león -recientemente recuperada por B-, y La tierra de Dios) y editora de Ático de los Libros. En este artículo reivindica el papel de la mujer en la historia, la novela histórica y la olvidada figura de las trobairitz medievales.


Las trobairitz: las mujeres y su papel en la historia

Por Claudia Casanova@Lallum35

En la novela histórica hay un gran debate: el que opone la veracidad rigurosa y académica frente al embellecimiento de la narración histórica (debate del que se ha hablado anteriormente en esta página). Me he pronunciado ya al respecto: creo que un buen ensayo, escrito para que el gran público pueda disfrutarlo y no sufrirlo, es una puerta para el aprendizaje de la historia y también creo que una buena novela histórica es otra manera igual de respetable de adentrarse en el pasado. Nótese que en ambos casos, las dos puertas comparten un adjetivo: han de ser buenas. No hay más secretos. Es así de fácil y así de complicado.

En ese debate, me interesa mucho más un aspecto que suele pasarse por alto, pero que es de crucial importancia y más aún en el presente convulso que vivimos con respecto a la situación de las mujeres: y es el papel de la mujer en la historia, y por lo tanto su reflejo en la novela histórica. Desde que publiqué mi primera novela, en muchas entrevistas se sorprendían de que mis protagonistas fueran mujeres fuertes en una Edad Media que a menudo se asocia a los Dark Ages, la época oscura como se le solía llamar en la historiografía inglesa. Afortunadamente, la llegada de la escuela de historiadores de las mentalidades, con Jacques Le Goff o Georges Duby a la cabeza, cambió esa visión reduccionista del periodo que, muy aproximadamente, abarca desde el año 1000 hasta el 1500. La sorpresa venía acompañada de un cierto escepticismo, como si al escoger una mujer como protagonista amplificara indebidamente la importancia que tuvieron en el pasado. Es urgente, en mi opinión, rectificar el desconocimiento que existe acerca de la importancia histórica de las mujeres, porque las hubo, vaya que sí. Mujeres fuertes y protagonistas de su propia vida, más allá de las grandes reinas como Leonor de Aquitania, o la abadesa Hildegarda de Bingen, o la exquisita escritora Christine de Pizan. Que las crónicas que nos legaron monjes, historiadores y cortesanos (es decir, por hombres, los únicos que en esa época disponían del poder de fijar la historia) las mencionasen escasamente (o con virulencia crítica, en el caso de Leonor) no quiere decir que no existieran, y afortunadamente la investigación histórica y la arqueología moderna va poniendo las cosas en su sitio. Sin ir más lejos, devolviendo a una guerrera vikinga su lugar en la historia.

Es una realidad que veremos aflorar cada vez más, a medida que se dediquen más recursos y energía a rescatar a las mujeres del olvido al que han sido empujadas. Así, algún día se acabarán las preguntas y las sorpresa acerca de mujeres fuertes, viajeras, mecenas, poetas y valientes en la Edad Media. Por ejemplo, será sabido por todo el mundo que en el siglo XII, en el sur de Francia surgió un puñado deslumbrante de mujeres poetisas que componían y cantaban sus propias creaciones, llamadas las trobairitz. Fueron estrellas fugaces, cierto, porque su impronta duró apenas un siglo y medio, desde principios del siglo X hasta mediados del siglo XIII. Pero Azalais de Porcaraigues, Maria de Ventadorn, Tibors de Sarenom, Garsenda de Provença, y la condesa Beatriz de Dia, entre otras, escribieron versos tanto o más bellos que los de sus compañeros trovadores, repletos de deseo, amor y anhelo, y junto a ellos contribuyeron a construir el ideal del amor cortés, el fin’amor que marca la concepción moderna del amor romántico. Y si nos dejamos llevar por esta nueva historia, la que incluye a las mujeres y no las convierte en notas a pie de página, y tiramos del hilo de las trobairitz, veremos que entre sus antecedentes está la poesía árabe del siglo X, con el magnífico El collar de la paloma a la cabeza, y que al lado de Ibn Hazm y de los poetas de Al-Ándalus despunta la princesa Wallada, hija de uno de los últimos califas de Córdoba. También poeta, y protectora de poetas, orgullosa y libre, culta y fundadora de una escuela para muchachas. Vivió una gran pasión y escribió sobre el amor que sintió por el poeta Ibn Zaydún con una franqueza que le costó no pocas reprobaciones. Sus palabras poseen la misma fuerza que las de las trobairitz del siglo XII, porque la pasión no sabe de sexo. Igual que Madame de La Fayette, siglos después, describirá la atracción que la princesa de Cléveris siente por el duque de Nemours, en lo que se considera hoy la primera novela psicológica moderna, e igual que la condesa Beatriz de Dia exclama, dirigiéndose a su amado:

Bello amigo, amable y bueno,

¿cuándo os tendré en mi poder?

Podría yacer a vuestro lado un atardecer

Y daros un beso apasionado.

Sabed que tengo gran deseo

De teneros en lugar de un marido

Con la condición de que me concedierais

Hacer todo lo que yo quisiera.

En su magnífica obra Los trovadores el historiador Martín de Riquer incluye a varias trobairitz, y entre ellas probablemente la más conocida sea la condesa Beatriz de Día. Eran sus chansó las que escuchaba cuando escribí mi última novela La perla negra, y su poesía y la de otras trobairitiz aparece en mi libro. Le debo mucho a la condesa Beatriz: su figura fue la inspiración que me impulsó a crear el personaje de Isabeau de Fuòc.

Las trobairitz son un eslabón más en la cadena silenciosa de mujeres que forman parte de nuestro pasado común, literario e histórico. Son mujeres de carne y hueso, que nos dejaron escritas unas preciadas y escasas palabras, poetisas que se movían a placer de corte en corte, y cuyos versos han llegado hasta nosotros. Es un milagro y un legado que no debemos dejar que se olvide. Más allá del debate de cómo transmitir el conocimiento histórico, creo que es más urgente restaurar el lugar debido a las mujeres en esa historia, o seguiremos prisioneros de la ignorancia y de una versión del pasado que niega una realidad incontestable: que las mujeres somos y fuimos la mitad de esa historia.

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1 comentario

  1. Dice ser André el Gigante

    El principal problema son las ideas desquiciadas del feminaZismo moderno, que en vez de destacar el papel de la mujer, intenta apropiarse de manera ridícula y torticera de los logros e iconos masculinos para así intentar lograr la igualdad. En el séptimo arte, en vez de destacar obras de culto como Alien o Kill Bill (las protagonistas son mujeres fuertes y guerreras), algunas intentan «feminizar» iconos como «Mad Max», «Los Cazafantasmas» o «X-Men», provocando un evidente rechazo. En historia y en novela histórica ya estoy viendo a las «feminaZis tipo», escribiendo sobre «Julia César», «La Cid» o sobre «Alejandra Magna» en vez de apostar por personajes importantes, queridas y admiradas como María Pita, Inés de Suárez o Juana de Arco. El principal error es que la gran mayoría (especialmente grave para las mujeres con las inquietudes de la autora), como ignora el papel de las heroínas de nuestra historia, o se las inventan, o destrozan las dos o tres obras «masculinas» que conocen por puro complejo. ¡Fuera complejos! Algunos queremos obras de calidad, no vomitorios de acomplejadas. Que el protagonista sea hombre, mujer, orco, negro o judío, no debería ser lo importante.
    Si la autora hace una obra y la crítica se centra en que «la protagonista chirría por ser mujer…», quizás debería preguntarse por qué cuando los críticos leyeron/vieron a «Xena», a «Sarah Connor», a «Trinity» (Matrix) o a la Teniente Ripley, a nadie le importó que la protagonista fuera una fiera y tuviera ovarios.

    12 diciembre 2017 | 18:41

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