David B. Gil: «Narrar una batalla en una novela es como el sexo, todos sabemos cómo se hace pero hay que dar algo más»

El escritor David B. Gil (foto (c) Antonio Perea)

Jesuitas, samuráis, shinobis (los por, llamarlo de alguna manera, ninjas históricos), asesinatos en serie, conspiraciones políticas y comerciales, batallas contra monjes fanáticos… Tras la celebrada El guerrero a la sombra del cerezo, regresó David B. Gil con su tercera novela, Ocho millones de dioses (Suma de Letras, 2019) y vuelve a poner el tatami patas arriba. Porque pocos autores como Gil pueden demostrar un poder tan transversal como el de sus novelas: pueden fascinar al lector más exigente de género histórico o los interesados en la cultura japonesa, las novelas de aventuras o de misterio. Todos tienen cabida en su imaginario y las buenas cifras de ventas (dos meses seguidos, mayo y junio, entre las novelas históricas más vendidas con su última obra y las seis ediciones en edición papel de la anterior), así lo prueban.

Tras El guerrero a la sombra del cerezo las expectativas con su nueva obra estaban altas, muy altas, quizá demasiadas. Y si bien es verdad que quizá Ocho millones de dioses no tenga esa magia del descubrimiento y sea seguramente menos ambiciosa argumentalmente («ingenuamente ambiciosa», me dice), lo que sí tiene es una redondez  y una solidez mayor, una mejor construcción narrativa y demuestra más oficio. Así que sí, puede que sea menos colosal, pero es mejor novela.

«No quería convertirme en un escritor de fórmula», me confiesa este escritor gaditano (nacido en 1979) y por eso esta nueva novela posee elementos diferenciadores, siendo sí, claro, una novela histórica ambientada en el Japón de los samuráis. En este caso, la historia la coprotagoniza un español, un jesuita que regresa al Japón para investigar una serie de crímenes. «Incluir a Martín Ayala me ha venido bien porque al lector español le sirve de asidero. Pero no es una decisión tomada para suavizar mi tono japonés. No, Ayala no me sirve para recurrir a la típica mirada fascinada del extranjero, que no me interesa nada; él es un auténtico experto, casi un antropólogo, aprendió el idioma y a conocer a los japoneses para evangelizar. Narro el choque cultural, pero también desde el punto de vista japonés, porque ellos también miraban a los bárbaros del sur, como los llamaban, desde su etnocentrismo».

Y sobre el choque cultural, añade: «Pensamos siempre en el choque cultural que surgió de la llegada de los españoles a América. Pues imaginemos cómo debió ser eso mismo en Japón, cuya civilización era más compleja. Si hay shock cultural hoy, imagínate en el siglo XVI».

Lo que tiene claro Gil es que Ocho millones de dioses es su novela más histórica hasta la fecha. No solo porque el relato «ayuda a conocer el Japón del momento», sino que, sin resultar historia novelada o poner los hechos históricos en primera fila, la historia política y religiosa del país está entrelazada en la trama de una manera hábil y sutil.

Por ejemplo, Oda Nobunaga, uno de los tres grandes unificadores de Japón, aunque aparece poco, está presente en toda la novela. Gil no esconde su fascinación por el personaje: «Era hijo de un daimio (señor feudal) menor y por su talento militar y su talante explosivo llegó a ser lo que es, un personaje donde se mezcla la leyenda y la historia. Usar en esta historia a Oda era toda una responsabilidad», asegura.

«La novela está cargada de referencias históricas de Japón, que creo que el 90% de los lectores no entenderán o no captarán», explica este autor, un auténtico artesano de la documentación, minucioso y detallista. «No pretendo que lo comprenda todo», asegura, «si logro transmitir el espíritu de la época, habré hecho mi trabajo: que se entretenga y comprenda cómo funcionaba la política, las misiones jesuitas, los shinobis, etc.»

En la novela se muestra no solo el choque cultural, sino también el religioso (ya saben, los dioses del título) y para ello se sirve mucho de la atmósfera y el componente de investigación y misterio -«todas mis novelas poseen este componente»-. Y sin embargo ambas culturas acaban teniendo algo en común: sonríe el escritor y se encoge de hombros, «no hay nada mejor que el dinero para entenderse«.

Otro de los elementos que destacaban de su anterior ficción y que en esta resulta deslumbrante es el dominio de la acción, del combate y las batallas. «Son escenas complicadas de escribir, al menos para mi», confiesa. «Me gustan que sean rápidas porque los duelos con katana eran vertiginosos. Por eso selecciono muy bien las palabras y uso puntos claves de la narración. Pero sobre todo, tienes que meter una pequeña historia, porque si no, esas escenas de acción no tienen sentido. Intento convertirlas en pequeñas tramas», explica.

«Y con las batallas hago lo mismo», detalla, «no me gustan las batallas narradas como si las mirara un halcón, donde se detallan los movimientos de tropas, me parece que son de manual de wargame. Pretendo contarlas desde el punto de vista de un personaje y hacer que el lector procese la batalla por los ojos de ese personaje y se preocupe. Todas estas escenas necesitan implicación emocional. Así que si esto fuera una receta, te diría que la mía consiste en verlas a través de personajes, construir un relato dentro y no contarlo todo. Al final, es como el sexo, que todos sabemos cómo se hace pero hay que dar algo más».

¿Tras el éxito anterior sentía presión? «Sí, todas las semanas me llegan mensajes pidiendo la continuación de El guerrero a la sombra del cerezo; conozco gente que se ha tatuado frases o tengo seguidores como la karateca Sandra Sánchez que dice que es su novela favorita», rememora. «El público casi se ha convertido en apóstol de la obra«, asegura. «Tenía presión, pero te tienes que abstraer, yo no quería hacer lo mismo, no quiero convertirme en un escritor de fórmula, así que opté por una historia tan diferente como esta, aunque en el mismo periodo histórico». «No dejé que esos mensajes tan entusiastas, y que tanto agradezco, me influyeran», afirma.

¿Y cómo lleva las inevitables comparaciones entre ambas novelas? «Me parece mal que se comparen, sinceramente», me contesta, «es como ver Titanic y decir que no te gusta porque no aparecen terminators. Una obra se tiene que valorar por sí sola».

Sea como fuera, con Ocho millones de dioses, David B. Gil se alza como el sensei de la novela histórica japonesa escrita en español (y aunque él no termine de sentirse cómodo, uno de los de la novela histórica a secas), con permiso de sus colegas Carlos Bassas y Sergio Vega.

¡Buenas lecturas!

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