La mujer en la historia y en la literatura

Fotograma de la película Cleopatra (1963)

Isabel Abenia ha publicado este otoño su novela La última sibila (Ediciones B, 2018), una obra protagonizada por una sibila del Oráculo de Delfos y que se adentra en la época romana, en un tiempo convulso en el cristianismo comenzaba a ser dominante frente a un paganismo en declive. En este artículo, Abenia reflexiona sobre un tema que le interesa y ha tratado en su ficción, el peso y papel de las mujeres en la historia y en la literatura.

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No es sencillo hablar de un asunto en el que probablemente se mezclen lógica y misoginia, y tampoco es fácil saber qué porcentaje hay de una y de otra. La primera reflexión para un posible debate sobre este tema es un hecho indiscutible, y es que, hasta hace pocos años, las mujeres estaban completamente sometidas al varón e injustamente relegadas de toda participación política, económica y artística, una realidad palpable durante siglos que obviamente acarreó que tuviesen menos posibilidades de destacar en la historia de la humanidad. Pero en toda regla general hay excepciones y, a pesar de las dificultades a las que se enfrentaron las mujeres en cualquier época, siempre hubo heroínas que lucharon por desarrollar sus brillantes cualidades logrando ser fundamentales en su tiempo. Todos sabemos de la existencia de personajes históricos femeninos relevantes, de poderosas reinas como Cleopatra, de escritoras profesionales en pleno medievo como Christine de Pizan, de pintoras barrocas de enorme talento como Artemisia Gentileschi y de grandes científicas del revolucionario siglo XIX como Marie Curie, quienes tuvieron que desarrollar sus impagables virtudes a pesar de la adversidad a la que se enfrentaron a diario. Y también existieron muchas otras que no poseyeron fama generalizada, mujeres poco conocidas e incluso anónimas que, en la sombra, movieron los hilos de la historia y cuya importancia es necesario reivindicar. En los últimos años se ha descubierto que una no despreciable cantidad de escritores, pintores, políticos, inventores y científicos debían su notoriedad a las aptitudes de una «colaboradora», compañeras que no podían mostrar sus obras al mundo por ser consideradas incapaces, humanos de segunda categoría, meros apéndices del esposo, padre o jefe; simples «costillas de Adán».

Afortunadamente, hoy en día la situación comienza a cambiar, y este avance debería reflejarse con más fuerza tanto en la novela histórica como en la biografía novelada, porque las vidas de las mujeres, sus actos y sus personalidades interesan cada vez más. No hay que achacar culpas individuales a la relativa escasez de personajes principales femeninos en este tipo de obras, el escritor está libre de pecado, es en la psique colectiva donde ha calado la idea de que resulta aconsejable que ciertos relatos estén protagonizados por un hombre y que ellas sean meras comparsas, reduciéndose sus apariciones a la figura secundaria de la amante, la esposa, la hija o la sierva del protagonista. Y es así, probablemente, porque se considera que una ficción histórica es aburrida o le falta un punto de acción si no relata guerras y batallas en sus páginas, por lo que mientras el conflicto bélico sea un requisito casi fundamental en este género literario, las mujeres no obtendrán el reconocimiento que merecen, a no ser que se las considere el malvado origen del enfrentamiento como a Helena de Troya.

[ A FONDO: ¿La novela histórica está mostrando un “falso empoderamiento” de la mujer en la historia?]

Pero todavía hoy, existe una realidad que me resulta inexplicable, si en el mundo literario las agentes, editoras y lectoras son más abundantes que sus compañeros masculinos, por qué hay más escritores que escritoras en el ámbito de la novela histórica. Y además, cuál es la causa de que algunos lectores piensen que la ficción histórica protagonizada por mujeres sea menos interesante. Probablemente porque desde la infancia estamos acostumbrados a que el rol del héroe invicto sea principalmente masculino, el caballero rescata a la princesa de las terribles garras del dragón en leyendas, mitos y cuentos; y no nos engañemos, por muy avanzados que creamos estar, seguimos con el ideario de la pasividad femenina en la mente. De hecho, muchas sagas literarias juveniles continúan explotando este tipo de argumento.

No trato de modificar gustos ni modas y mucho menos falsear la historia, cada uno debe escribir o leer lo que le venga en gana, faltaría más, pero creo que puede resultar muy interesante el enfoque histórico desde el punto de vista de la mujer. Actualmente, algunas autoras, y también autores, están publicando novelas magníficas que retratan personajes femeninos fuertes y valientes, que siempre los hubo, carentes de ese matiz cursi y ñoño que a veces endosaban a las personalidades de las protagonistas de la literatura de hace apenas un siglo, por no hablar de la ridiculización y desprecio de algunos autores clásicos de la mujer hombruna o viril, que estorbaba metiéndose en asuntos que no eran de su incumbencia. Esta misoginia en la literatura comienza su trayectoria desde que la escritura fue inventada y, por poner algunos ejemplos de entre los miles que hay, citaré la Teogonía de Hesíodo, la Lisistrata de Aristófanes, La Biblia, Las mil y una noches, La perfecta casada de Fray Luis de León o Las preciosas ridículas de Molière. En todas estás, la mujer debe ocuparse exclusivamente de las labores «propias de su sexo»: el telar, los fogones, la crianza de los hijos… y si se sale de esta reducida esfera de actuación se convierte en un estorbo o en una criatura malévola que llevará al desastre a los varones de su entorno.

Con el afán de homenajear a unas de las figuras femeninas que fueron piezas clave en la misógina Grecia, he escrito La última sibila, una obra que retrata un universo claustrofóbico, pero a la vez apasionante y hermoso, donde la pitia, la gran pitonisa de Delfos, ejerció como asesora durante un milenio tanto de aquellos que manejaban la política del mundo mediterráneo, reyes, emperadores y generales, como del hombre corriente que necesitaba conocer qué decisiones tomar en su existencia. Una importantísima institución oracular cuyo origen se remonta a los inicios de la civilización helena, fundada por inspiración de la mismísima Gran Diosa, deidad inicialmente única y todopoderosa, aunque posteriormente relegada a un segundo plano.

Considero que actualmente la literatura no tiene género sexual, tanto el escritor como el lector pueden posicionarse en la perspectiva femenina para disfrutar, tanto escribiendo como leyendo, de las vidas y hechos de las mujeres sin un ápice de infidelidad al valioso rigor histórico. No se trata de inventar, sino de reescribir algunos pasajes de la historia de la humanidad a través de los ojos de ellas, porque también estaban allí, participando de alguna forma en los sucesos históricos, ya que éramos, somos y seremos la mitad de la población en todo momento. Este modo de ver la historia puede ser un recurso que necesite ser desarrollado, exprimido al máximo; una voz nueva que nos relate el pasado de una manera distinta, pero igualmente apasionante.

*Las negritas son del bloguero, no de la autora del texto.

1 comentario

  1. Dice ser MariaJe

    «Pero todavía hoy, existe una realidad que me resulta inexplicable, si en el mundo literario las agentes, editoras y lectoras son más abundantes que sus compañeros masculinos, por qué hay más escritores que escritoras en el ámbito de la novela histórica»

    Posible explicación: porque salvo honrosas excepciones, en lugar de ponerse a trabajar, las escritoras siguen esperando a que la mayoría femenina de agentes, editoras y lectoras las escojan por su sexo.

    11 diciembre 2018 | 08:26

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