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Sergio Larraín, el fotógrafo vagabundo que lo dejó todo para «rescatar el alma»

Sergio Larrain, 1967 © René Burri / Magnum Photos

Sergio Larraín, 1967 © René Burri / Magnum Photos

El juego es partir a la aventura, como un velero, soltar velas. Ir a Valparaiso, o a Chiloé, por las calles todo el día, vagar y vagar por partes desconocidas, y sentarse cuando uno está cansado bajo un árbol, comprar un plátano o unos panes y así tomar un tren, ir a una parte que a uno le tinque, y mirar, dibujar también, y mirar. Salirse del mundo conocido, entrar en lo que nunca has visto, DEJARSE LLEVAR por el gusto, mucho ir de una parte a otra, por donde te vaya tincando. De a poco vas encontrando cosas y te van viniendo imágenes, como apariciones las tomas.

Sergio Larraín (1931-2012) escribió en 1982 una carta a uno de sus sobrinos, empeñado en que el tío concibiera unos consejos sobre el arte fotográfico. El documento tiene sólo 870 palabras pero una dimensión sideral, como de dibujo cósmico, de lección de un maestro tan dulce como descreído, un gurú que acaso es dulce porque rechaza todo método excepto la divina errancia, la bendita condena que nos aproxima a los animales: vagamos porque el asiento es la muerte.

En el retrato que inicia esta entrada, tomado en París en 1967 por René Burri, compadre de Larraín y colega en la Agencia Magnum, se adivina la belleza casi canalla del autor de la carta. Tenía 36 años y en el porte desenvuelto y la doblez matemática de la bufanda se adivina al pituco, como llaman en Chile a los niños bien. Hijo de un decano de Arquitectura y coleccionista de arte, Larraín había crecido en el barrio más pijo de Santiago, estudiado en liceos privados e intentado el absurdo de licenciarse como ingeniero forestal en Berkeley, en la bella California, donde frecuentó los bares y la marihuana con más ahinco que las aulas.

“Estaba confundido, no entendía nada. Decidí entonces dejar los estudios y tener una profesión de vagabundo para buscar la verdad”, escribiría Larraín sobre aquel tiempo ofuscado, al que puso término aceptando lavar platos por 60 dólares al mes. Encantado de tener dinero ajeno a la fortuna de papá, decidió darse un capricho y fue de tiendas con la idea fija de comprar lo más bello que se le cruzara en el camino. Las leyes de ordenación que rigen el mundo decidieron que el objeto fuese una cámara Leica IIIc de segunda mano. Acordó un sistema de pagos aplazados de cinco dólares al mes.

Sigues viviendo tranquilo, dibujas un poco, sales a pasear y nunca fuerces la salida a tomar fotos, por que se pierde la poesía, la vida que ello tiene se enferma, es como forzar el amor o la amistad, no se puede. Cuando te vuelva a nacer, puede partir en otro viaje, otro vagabundeo: a Puerto Aguirre, puedes bajar el Baker a caballo hasta los ventisqueros desde Aysén; Valparaiso siempre es una maravilla, es perderse en la magia, perderse unos días dándose vueltas por los cerros y calles y durmiendo en el saco de dormir en algún lado en la noche, y muy metido en la realidad, como nadando bajo el agua, que nada te distrae, nada convencional. Te dejas llevar por las alpargatas lentito, como si estuvieras curado por el gusto de mirar, canturreando, y lo que vaya apareciendo lo vas fotografiando.

Un largo viaje por Europa y Oriente Medio educó la mirada del joven, que ya no quiso hacer otra cosa más que fotos cuando regresó a Chile en 1955 para instalarse en Valparaiso, la ciudad que adoraba por sus abismos de adoquines, la niebla y los prostíbulos. Por encargo de dos entidades benéficas retrató a las partidas de niños de la calle de Santiago cuya existencia negaba el poder. Fue el primer gran reportaje de Larraín, una serie donde la violenta realidad no difumina la ternura y la simpatía. El MoMA de Nueva York se fija en la obra del chileno y le compra un par de fotos.

Con la recién ganada fama llegó una beca del British Council para un reportaje sobre Londres en 1959. El resultado es tan hondo y nuevo —la visión quebrada, el horizonte fijado en el suelo, la niebla embalsamando a la ciudad y sus moradores…— que el gran pope Henri Cartier-Bresson invita al chileno a entrar en Magnum, el sancta santórum del documentalismo, pero le propone, con bastante mala uva, una prueba de acceso cargada de veneno: debe ir a Sicilia para localizar y retratar al poderoso capo mafioso Giuseppe Genco Russo, buscado por varios asesinatos por la Interpol, huido de la justicia y de quien no existía ni una sola imagen conocida.

Genco Russo en su casa, Sicilia, 1959 © Sergio Larraín /  Magnum Photos

Genco Russo en su casa, Sicilia, 1959 © Sergio Larraín / Magnum Photos

El fotógrafo regresó a París tres meses después con más de 6.000 fotos sobre Napolés, Calabria y Sicilia, entre ellas medio centenar donde el capo mira a cámara, duerme la siesta y come pasta con la familia. El orgulloso posado frontal de Russo en su casona de Caltanissetta aparece en revistas de medio mundo y Larraín entra como socio en Magnum.

Nada se le niega al reportero en los años sucesivos. Es un tiempo de oro y fama. En París se codea con el escritor Julio Cortázar, a quien cuenta que acaba de hacer una foto callejera que, tras ser revelada, permite ver en segundo plano a una pareja haciendo el amor. De la idea nace el relato Las babas del diablo, que Cortázar inicia con palabras que podrían referirse a Larraín: «Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños, pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier reporter, y atrapar la estúpida silueta del personajón que sale del número 10 de Downing Street, pero de todas maneras cuando se anda con la cámara hay como el deber de estar atento, de no perder ese brusco y delicioso rebote de un rayo de sol en una vieja piedra, o la carrera trenzas al aire de una chiquilla que vuelve con un pan o una botella de leche».

Sigue lo que es tu gusto y nada más. No le creas más que a tu gusto, tu eres la vida y la vida es la que se escoge. Lo que no te guste a ti, no lo veas, no sirve. Tu eres el único criterio, pero ve de todos los demás. Vas aprendiendo, cuando tengas una foto realmente buena, las amplias, haces una pequeña exposición o un librito, lo mandas a empastar y con eso vas estableciendo un piso, al mostrarla te ubicas de lo que son, según lo veas frente a los demás, ahí lo sientes. Hacer una exposición es dar algo, como dar de comer, es bueno para los demás que se les muestre algo hecho con trabajo y gusto. No es lucirse uno, hace bien, es sano para todos y a ti te hace bien porque te va chequeando.

En 1968, tras una carrera corta y deslumbrante, Larraín se repliega sobre sí mismo. Las fotos son secundarias, dice, cuando se trata de «rescatar el alma». Se afana en la búsqueda de maestros espirituales —primero sigue al boliviano Óscar Ichazo y después al chileno Claudio Naranjo, chamanes new age a cuyo costado persigue la iluminación—, escribe sobre ecología, practica yoga, consume LSD… Dos años después se despide de Magnum, retira los negativos de los archivos de la agencia y quema buena parte de su obra fotográfica, que podemos disfrutar porque otro fotógrafo existencial y errante, el gran Josef Koudelka, tenía copias de centenares de fotos del chileno, al que adoraba.

Se retira a las montañas, corta con casi todos los amigos y familiares, vive como un ermitaño, escribe pequeños opúsculos que llama textos para el kinder planetario —con frases como «el universo es unidad, está todo junto, al mismo tiempo, ahora»— y sostiene sus escasas necesidades dando clases de yoga una vez por semana en un gimnasio. Le buscan periodistas de todo el mundo. La reportera Verónica Torres logra hablar con él en 2011 y encuentra a una persona alunada. Cuando la despide en el marco de la puerta de la casucha Larraín dice: «Párate en el kath, dobla un poco las rodillas, baja el cuerpo. Así pesadita. Conéctate con la gravedad, cierra los ojos. Estás aquí y ahora, el pasado no existe y lo que viene tampoco».

El fotógrafo a quien Roberto Bolaño definió como «rápido, ágil, joven e inerme» y de mirada similar a un «espejo arborescente», murió en febrero de 2012, a los 81 años, de una enfermedad coronaria. En el remoto pueblo de Ovalle, donde vivía, le llamaban El Queco y casi nada sabían del pasado de uno de los fotógrafos más brillantes y efímeros del siglo XX.

Los Encuentros de Arlés, que se están celebrando, dedican la mejor exposición del certamen a Larraín, cuyo paso por el mundo comparan al movimiento de «un meteorito». De estar vivo, el fotógrafo no hubiera admitido el homenaje.

Ánxel Grove

 

‘Dalston House’, el edificio victoriano que se puede escalar

Hay bebés sujetándose del alféizar de la ventana con sólo un brazo, adultos trepando con tranquilidad la fachada de ladrillos, niños haciéndo el pino en un travesaño… Dalston House reta las leyes de gravedad y ofrece al público la posibilidad de distorsionar la lógica por un momento.

El artista argentino Leandro Erlich, famoso por crear en sus obras ilusiones visuales, recrea en el suelo la fachada de un edificio victoriano y en un ángulo de 45 grados instala un gran espejo en el que se refleja la falsa construcción. El conjunto es sencillo, efectivo «accesible y lúdico»: quienes se colocan en el suelo se ven en el espejo como si estuvieran jugándose la vida.

Erlich explica que la obra es una reflexión sobre «el modo en que entendemos la construcción de la realidad» y a la vez un aliciente para la participación y el juego: «quiero que la gente se de cuenta de que la realidad es lo que construimos. No nos viene dada, sino que nos enfrentamos a ella y es algo de lo que somos responsables», dice el artista en una entrevista a The Guardian.

La iniciativa es un encargo del Barbican Centre de Londres y se puede visitar hasta el 4 de agosto en Hackney, un municipio del noreste de la capital británica. El lugar de la instalación —un descampado vacío de edificios desde que fueron bombardeados en la II Guerra Mundial— es también un homenaje a las construcciones tradicionales de Hackney, que sufrió durante décadas un abandono del que ahora parece estar recuperándose.

Helena Celdrán

Dalston House - © Sidd Khajuria

Dalston House – © Sidd Khajuria

'Dalston House' - © Sidd Khajuria

‘Dalston House’ – © Sidd Khajuria

'Dalston House' - © Gar Powell-Evans

‘Dalston House’ – © Gar Powell-Evans

 

'Dalston House' - © Gar Powell-Evans

‘Dalston House’ – © Gar Powell-Evans

 

‘Micrarium’, el ‘templo’ de la belleza microscópica

Cría de sepia - © UCL, Grant Museum of Zoology/Robert Eagle

Cría de sepia – © UCL, Grant Museum of Zoology/Robert Eagle

«Se suele decir que el 95% de las especies animales conocidas son más pequeñas que el dedo pulgar, pero a pesar de ello la mayoría de los museos de historia natural llenan sus exposiciones de grandes animales», dicen desde el Museo Grant de Zoología, en Londres.

Desde el 7 de febrero el centro —que pertenece al University College de Londres (UCL) y conserva cerca de 67.000 especímenes representativos de todo el reino animal— se atreve a acabar el agravio y mostrar lo invisible. El Micrarium (situado en una antigua oficina del museo) es una sala de reducidas dimensiones, «una cueva iluminada con luz posterior» en la que se agolpan delicadas transparencias y diapositivas que introducen al espectador en el universo de lo minúsculo.

Detalle del 'Micrarium' - © UCL, Grant Museum of Zoology/Robert Eagle

Detalle del ‘Micrarium’ – © UCL, Grant Museum of Zoology/Robert Eagle

En una iniciativa que oscila entre el «experimento», la instalación artística y la divulgación científica, la habitación contiene unas 2000 imágenes que de otra manera estarían condenadas a permanecer en los almacenes por la dificultad de mostrarlas de manera clara y ordenada.

Entre los tesoros del Micrarium, semejante a un templo que venera a deidades microscópicas, se pueden observar con todo lujo de detalles las fuertes patas de una pulga, un calamar de tan solo unos milímetros de largo e imágenes de escarabajos seccionados a lo largo en las que se aprecian con nitidez las antenas, la cabeza, las patas y el cuerpo.

El «espacio de inmersión» — que tiene carácter de sala permanente y se puede visitar gratis— recopila transparencias que muestran todo el organismo o gran parte de él (para que cada imagen sea fácilmente reconocible), pero también detalles de grandes mamíferos. El mosaico iluminado presenta en conjunto imágenes de larvas y huevas con detalles de la cabeza de una lamprea, fósiles de mamut o muestras de ballenas.

El único museo universitario de zoología que queda en la capital del Reino Unido logra con el Micrarium «mostrar la diversidad de la vida invertebrada», rescatar del anonimato un valioso material que, en conjunto, muestra una realidad pasada por alto sólo porque nuestros ojos no son capaces de percibirla.

Helena Celdrán

Winston Churchill retratado en su peor momento

'Winston Churchill' - William Orpen - Lent by the Churchill Chattels Trust -  Image © National Portrait Gallery, LondonLent by the Churchill Chattels Trust -  Image © National Portrait Gallery, London

‘Winston Churchill’ – William Orpen – Lent by the Churchill Chattels Trust – Image © National Portrait Gallery, London

Winston Churchill (1874-1965) es en la memoria colectiva el gran orador, el valeroso estratega, el líder nato, el extraordinario político que además tenía cultura (fue Premio Nobel de Literatura en 1953). En los momentos más oscuros de la amenaza nazi sobre Inglaterra, sus discursos en el Parlamento ayudaban a tomar impulso a los desolados londinenses que aguantaban la pesadilla de los bombardeos diarios: «Defenderemos nuestra isla, sea cual sea el coste. Lucharemos en las playas, lucharemos en los terrenos de desembarque, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas: nunca nos rendiremos«.

Con la imagen imborrable del fumador de puros de mirada desafiante, el aspecto del estadista e intelectual resulta sorprendente en el retrato que acaba de ser cedido a la National Portrait Gallery de Londres. Realizado por el pintor irlandés William Orpen en 1916 cuando Hitler no era todavía más que un soldado raso, el cuadro muestra a Churchill, entonces Ministro de Marina británico (Primer Lord de Almirantazgo, el puesto más alto de la Marina Real Británica), en su peor momento político.

Tenía 42 años y sentía el peso insoportable las muertes de la Batalla de Galípoli. Eran los años de la I Guerra Mundial: en 1915 los aliados franceses y británicos decidieron conquistar Constantinopla (la actual Estambul) para aislar a las potencias centrales del mar. El estrecho de los Dardanelos (en Turquía), centro de la Guerra de Troya y punto estratégico en el siglo XIV cuando los otomanos atacaron al Imperio bizantino, fue el escenario de la masacre.

Churchill en los años de la II Guerra Mundial

Churchill como Primer Ministro durante la II Guerra Mundial

Churchill apostaba por un desembarco masivo, que pillara desprevenido al Imperio otomano, pero el efecto sorpresa no fue tal: una serie de indecisiones de los altos mandos relentizaron la acción y los turcos estaban listos para el ataque en las playas. Murieron 50.000 británicos (entre los que abundaban neozelandeses y australianos), 5.000 franceses y 60.000 turcos. Lo que iba a ser una operación limpia y rápida se convirtió en una agonía sangrienta de francotiradores e historias de supervivencia en cuevas.

El ministro no dudó en dimitir y su reputación sólo fue restituida en parte cuando en la Comisión de los Dardanelos (1916-1917) se demostró que él no era personalmente responsable del fracaso de la operación.

El cuadro muestra a un hombre asediado por el miedo y debilidad, que encorva ligeramente la espalda como buscando cobijo en sí mismo. Tiene el cuello de la camisa mal doblado y la pajarita aflojada; el poco pelo que le queda en la cabeza se rebela, los mechones se alzan puntiagudos. La mirada es de un sufrimiento contenido por el ceño de seriedad. Al ver la obra terminada, Churchill confesó a Orpen que era el mejor retrato que le habían hecho. «No es la representación de un hombre. Es la representación del alma de un hombre».

Desde el 1 de noviembre y por un tiempo indeterminado, el cuadro se puede ver en la National Portrait Gallery. Pertenecía a Winston S. Churchill (nieto del político y fallecido en 2010) y los herederos cumplen su última voluntad mostrándolo al público en el museo.

Helena Celdrán

Roger Mayne: fotógrafo de una sola calle

"A Girl Jiving in Southam Street" - Roger Mayne

"A Girl Jiving in Southam Street" - Roger Mayne

A algunos fotógrafos les basta una calle para mostrar el mundo entero. Es el caso de Roger Mayne (Cambridge-Reino Unido, 1929).

Alguna nota periodística de los años cincuenta apuntaba que la calle Southam —en Kensington, al noroeste de Londres— no era un buen lugar para dejarse caer. «Al menos el 95 por ciento de los vecinos tiene antecendentes penales«, alertaba el gacetillero con más mala intención que realismo.

Lo cierto es que se trataba de una barriada pobre, de casas maltrechas y situación sanitaria discutible (casi ninguna de las 140 construcciones, de dos alturas y  nueve viviendas cada, tenía baño). En 1968 fueron derribadas por las excavadoras en una de las habituales maniobras urbanístico-especulativas que diseñan los gestores urbanos en comandita con los señores del ladrillo y el metro cuadrado.

En lo que fue la calle levantaron la monstruosa torre Trellick, diseñada por el arquitecto húngaro de la escuela del brutalismo Ernö Goldfinger, de cuya catadura y apellido se sirvió el escritor Ian Fleming para crear a uno de los más cómicos enemigos de James Bond.

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

La torre de hormigón —defendida por algunos prohombres de la britomanía con el particular sentido del gusto de una nación que considera un manjar al pastel de riñones— se convirtió en un nido de traficantes de speed y expertos en el uso de la navaja y el puño americano, pero dicen que la Policía ha limpiado el terreno para los Juegos Olímpicos y el jubileo de su graciosa majestad y los apartamentos brutalistas se han revalorizado entre los jóvenes profesionales.

Al fotógrafo Mayne le gustaba pasear por la calle Southam antes del desastre. Lo hizo a diario entre 1956 y 1961, quizá sospechando que aquel lugar era anacrónico y tenía los días contados, quizá sin sospecharlo, buscando, como ha señalado en alguna entrevista, «un proyecto personal», «una referencia» para seguir haciendo fotos pese al malvivir que conlleva el oficio.

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

En Southam había picardía, balones de fútbol trajinados, sueños, intemperancia, seducción, alguna cerveza, brillantina, zapatos muy viejos pero bien lustrados, tabaco de hebra… De todo excepto dinero. La ecuación era perfecta: con los bolsillos vacíos, inventas, pasas hambre pero sueñas, buscas la forma de eludir la respuesta biológica de matar a alguien o matarte.

Mayne supo entrar en el juego y dejarse llevar. «Había belleza en aquella calle, un cierto tipo de esplendor decadente y siempre un ambiente estupendo. Romántico, en el frío del invierno; frenético, en el verano; cálido y amigable en la primavera… Sigo recordando mi excitación cada vez que doblaba la esquina para entrar en la calle Southam».

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

La colección de fotos —propiedad del Museo Victoria y Alberto, en cuya web pueden verse todas— es una de las más tiernas y venturosas de la fotografía europea de los años cincuenta, década en la que aún retumbaba el horror de los bombardeos nazis pero que también se estremecía por la desvergüenza naciente de los teddyboys y la rebeldía juvenil. El bocazas Morrisey, que tiene bastante buen ojo para la fotografía, ha utilizado unas cuantas de las imágenes de Mayne para las cubiertas de algunos discos.

Mayne siguió haciendo fotos —retratos por encargo, paisajes y documentales por Europa adelante, algunas de ellas en España, como esta y esta otra en Almuñecar o esta en Nerja—, pero nunca alcanzó el latido intenso de las fotografías que hizo en la calle Southam, cuando se simbiotizó con los adoquines y los habitantes con los bolsillos vacíos de una las zonas peligrosas de Londres. Moraleja: camina hacia donde las guías te digan que no camines.

Ánxel Grove

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

"Southam Street, W10" - Roger Mayne

La ‘retronostalgia’ del ‘Swinging London’

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Frank Habicht - "My heart leaps up when I behold"

Propuesta de resumen abreviado del Swinging London.

Primero, un mandamiento de la suma sacerdotisa Mary Quant: «Una mujer es tan joven como sus rodillas». Es inncesario añadir que la señora Quant vendía minifaldas.

Segundo, una canción: Itchycoo Park, de los siempre bien planchados Small Faces. La letra pringa como melaza y tiene el grado exacto de himno para el campo de fútbol: Be nice and have fun in the sun / It’s all too beatiful (Sé amable y disfruta al sol / Todo es tan hermoso).

Tercero: un símbolo femenino. Jean Shrimpton, La Gamba (The Shrimp). Una patada al canon de la voluptuosidad: piernas extralargas, figura delgada, melena con flequillo, pestañas ténues pero extremas, cejas arqueadas y —algunos pecados nunca cambian— labios sensuales.

Cuarto, un símbolo masculino. Mick Jagger, dandy, vicioso, millonario, con agenda social repleta y un Aston Martin en las antiguas caballerizas de la mansión. Tenía ventitantos y ya necesitaba asesores contables.

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Frank Habicht - "Mick Jagger profile"

Quinto, un icono gráfico. La Union Jack. Un símbolo patriotico del siglo XVII para una supuesta revolución. Muy british: vamos a ponernos hasta las cejas, pero el té, ni un minuto después de las 5 de la tarde.

Sexto: ¿vamos esta tarde otra vez a Carnaby Street?.

Séptimo: una película. Modesty Blaise (Joseph Losey, 1966). No compensa ni el tiempo de bajada desde un torrent.

Octavo: una serie de televisión. The Avengers (Los vengadores), cuyos actores tienen gran importancia en los estampados de los bolsos de la fauna modernaria de hoy. Ella llevaba catsuit y él —ya les hablé del té a las cinco, ¿verdad?— bombín y paraguas.

Noveno: gurús. Los Beatles, primera industria nacional en importación de divisas e intocables moralmente pese a que actuaban en países sometidos a dictaduras donde se reprimían las libertades de pensamiento y expresión: la España de Francisco Franco (1965) y la Filipinas de Ferdinand Marcos (1966).

Décimo: una crónica condensada. «Parecía que nadie estaba fuera de la burbuja, observando qué raro, superficial, egocéntrico e incluso horrible era todo«, escribió el periodista Christopher Booker.

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Frank Habicht - "Live it to the hilt!"

Retratándo el elenco al completo —siempre hay excepciones: a los Beatles nunca consiguió hacerles una foto, el manager Brian Epstein filtraba a los fotógrafos segúnlos dictados del capricho personal— estaba Frank Habicht.

Nacido en Hamburgo (Alemania) en 1938, lo tenía todo para triunfar en el Swinging London: gracia, caradura y belleza física, un valor que los ingleses tienen bastante en cuenta, acaso porque en general son de un rojizo que se inclina hacia lo desagradable. Habicht tenía la edad justa (ventitantos, un pasaporte a la gloria entonces), el aspecto justo (pelo ensortijado, labios carnosos, cierta catadura de truhán) y estaba en el lugar justo.

Las fotos que hizo como freelance durante los años en que la capital inglesa era el lugar más dinámico del mundo —sobre todo según los editores de moda, entre ellos la gran manejadora Diana Vreeland, boss de Vogue— son hoy un agradable pasatiempo para ejercer la retronostalgia, eso que Simon Reynolds llama el «melancólico languidecer por un tiempo idílico perdido de la propia vida» y que queda tan adecuado colgado de la pared del vestidor.

Una falsa motorista sostiene un cigarrillo en la comisura de los labios como una falsa fumadora, una chica desnuda avanza hacia un señor —¡bingo!, con bombín— montado en un caballo, los asistentes a un marriage a la mode —que viene a ser una boda pero en ropa interior— posan con descuidado cuidado…

Frank Habicht - "Bare essentials"

Frank Habicht - "Bare essentials"

El gran Paul Strand opinaba que la fotografía debe ser un «registro de tu vida». Según esa acertada y simple máxima, la vida de Habicht fue una pose.

En su página web —una de ésas que están escritas en tercera persona, lo cual nos otorga la visión de fantaciencia del fotógrafo tratándose a sí mismo de él, como siendo capaz de desgajarse en dos entes diferenciados—, Habicht afirma que sus imágenes capturan el «espíritu deshinbido» de un tiempo arcádico y «documentan socialmente a la juventud de Londres». Aprovecha para intentar vender el par de libros que ha publicado con el mismo mensaje.

Ni un mohín de disgusto, ni un atisbo de angustia, ni una sola expresión de la náusea de la existencia y el terrario de insectos de la vida… Esto no es un inventario, es un álbum de vacaciones, un flashback manipulado. Excepción —siempre las hay, nada es rígido—: la foto de la manifestación pacifista con la actriz troskista Vanessa Redgrave al frente.

No me sorprende saber que el autor de estas fotos frías de un tiempo en apariencia caliente vive desde los años ochenta en una remota isla de Nueva Zelanda y se dedica a retratar paisajes y arrecifes de coral. Quizá en esa labor no necesite mentir: un atardecer no se desnuda aunque el fotógrafo se lo ordene.

Ánxel Grove

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habitch - "Peace Message (Vanessa Redgrave)"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Marriage a la mode"

Frank Habicht - "Amazed to be"

Frank Habicht - "Amazed to be"

Bodas de oro de cine para el espía sibarita y seductor 007

James Bond (Sean Connery) con su Aston Martin en 1964

James Bond (Sean Connery) con su Aston Martin en 1964

El escritor Ian Fleming (1908-1964) bautizó a su célebre personaje James Bond con el nombre de un ornitólogo estadounidense. Era observador de aves y admiraba el trabajo del experto en especies del Caribe. A Fleming le pareció un nombre «breve, poco romántico, anglosajón y masculino. Justo lo que necesitaba».

Creó al espía en 1953 para protagonizar Casino Royale, la primera de las 14 novelas que escribiría con el agente 007 como héroe. En su primera misión debía desplumar a un supervillano en el casino Royale-Les-Eaux. Le Chiffre, un malévolo y excelente jugador de bacará, utilizaba su talento para recaudar dinero para los comunistas.

Fleming se crió en un ambiente de riqueza. Su abuelo había amasado una fortuna invirtiendo en el extranjero. El futuro escritor acudió al prestigioso colegio de Eton, pasó por la Real Academia de Sandhurst para llegar a oficial británico, intentó ser corredor de Bolsa, periodista… Su paso por el Servicio de Inteligencia Británico (MI6) en la II Guerra Mundial fue clave para crear a James Bond, el agente 007 con licencia para matar, con una capacidad sobrehumana para la supervivencia que le no hace descuidar la elegancia, el encantador descaro y la exquisitez de maneras.

Ian Fleming con uno de sus 70 cigarrillos diarios

Ian Fleming con uno de sus 70 cigarrillos diarios

Sibarita, seductor y aficionado al golf, Fleming se decidió a probar suerte con una novela de espías y un personaje que tenía mucho de él, aunque el punto excesivo del autor difería de la templanza de Bond: Fleming fumaba unos 70 cigarrillos al día y cada tarde se bebía media botella de cualquier licor. Sufrió dos infartos y siguió jugando a esa ruleta rusa hasta que en 1964 una hemorragia coronaria puso fin a su vida. Tenía 56 años.

Interpretado por Sean Connery, el efímero George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y ahora Daniel Craig, dedicamos el Cotilleando a… de esta semana a James Bond, un símbolo del refinamiento británico, para celebrar los 50 años de Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962) la primera película que protagonizó el espía, con Sean Connery interpretándolo y Ursula Andress saliendo del mar, como la primera del elenco de chicas Bond. Inglaterra también se prepara este año para los homenajes: el Barbican Centre de Londres prepara para julio una gran exposición sobre el medio siglo del estilo Bond, buscando seducir a los espectadores con el universo de sofisticación nostálgica de la saga.

Roger Moore, el Bond más longevo

Roger Moore, el Bond más longevo

1. Siempre maduro, nunca viejo. Con treinta y muchos años, Bond se mantiene siempre en plenitud física, pero es lo suficientemente mayor para tener experiencia. Su año de nacimiento va cambiando conforme pasan los años, para que el personaje permanezca siempre en esa horquilla temporal. En la biografía ficticia del espía que escribió John Pearson (escritor y asistente de Fleming), la fecha de nacimiento de Bond es el 11 de noviembre de 1920; el que interpreta Daniel Craig en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) nació el 13 de abril de 1968.

Tal vez la excepción a esta eterna juventud sea Roger Moore, el actor que relevó a Sean Connery en el papel con 45 años y permaneció 12 interpretando a Bond en siete películas seguidas. Se retiró con 58 años, en 1985.

Daniel Craig, el último 007

Daniel Craig, el último 007

2. «Agitado, no mezclado». 007 tiene una razón para todo. Su bebida preferida es el martini, con la particularidad de que se agite y no se mezcle en el proceso de preparado de la copa. Parece que no es un capricho. El Departamento de Bioquímica de la Universidad de Western Ontario de Canadá realizó un estudio en 1999 sobre las propiedades antioxidantes de la bebida, que son el doble de efectivas si se agita en lugar de mezclarla.

Andrew Lycett, periodista inglés y biógrafo de Ian Flemming, da otra explicación menos científica: a Fleming le gustaban los martinis tras pasar por la coctelera porque consideraba que removerlos les quitaba sabor.

Sean Connery en una sastrería de Savile Row, dejando que le tomen medidas para el traje de Bond

Connery en una sastrería de Savile Row

3. My tailor is rich. La diseñadora galesa Lindy Hemming, que hace los trajes de James Bond desde GoldenEye (Martin Campbell, 1995), teoriza con acierto sobre el vestuario impoluto del espía: «Cuando Bond entra en una estancia, tiene que transmitir estátus, poder entrar en cualquier habitación del mundo y estar perfectamente vestido para cualquier ocasión, pero tampoco destacar de manera que se convierta en objeto de sospecha. Es una especie de camaleón elegante».

Las novelas de Fleming describen con detalle el vestuario de su protagonista y el cine trasladó esa particularidad con trajes de sastre hechos a medida para Sean Connery.

La actitud es la clave de Bond para llevar con elegancia lo que le echen. El veraniego conjunto azul celeste de camisa y pantalones cortos de Goldfinger (Guy Hamilton, 1964) o las camisas rosas de Diamantes para la eternidad (Guy Hamilton, 1971) van acompañados de una aplastante seguridad que no permite el ridículo.

George Lazenby, el Bond de una sola película

George Lazenby, el Bond de una sola película

4. «Bond, James Bond». Sean Connery es para muchos fans el actor que mejor encarnó al agente 007, dándole al personaje la gracia, la templanza y el magnetismo que transmitía el actor escocés en seis películas, de 1962 a 1971, con un fugaz regreso no oficial en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Nacido en Edimburgo (Escocia) en 1930, de origen obrero, ganador con 20 años de una medalla de bronce en el concurso de Míster Universo, Connery había pulido su elegancia con esmero en el momento de presentarse a las pruebas para ser James Bond. El productor Albert R. Broccoli, el coproductor Harry Saltzman y uno de los altos cargos de United Artists, Bud Ornstein, lo observaron cuando se marchaba de la audición cruzando la calle a zancadas. «Se movía como un gran felino en la jungla», recuerda Saltzman. Los andares seguros y suaves de Connery le dieron el papel con el que se hizo mundialmente famoso.

Ernst Stavro Blofeld y su gato persa

Ernst Stavro Blofeld y su gato persa

5. Los malos. El acento soviético de Auric Goldfinger y sus ansias por hacerse con el oro occidental ilustran el tipo de supervillanos de los comienzos de la saga, cercanos al cómic y muy acordes con los tiempos de Guerra Fría en los que Fleming creó a su héroe.

Ernst Stavro Blofeld, de origen polaco, fue el enemigo al que Bond se enfrentó en más ocasiones, apareciendo en seis películas. El gato persa blanco que acaricia se muestra indiferente a la maldad del fundador de la organización terrorista SPECTRE, que tuvo en su poder varias bombas de hidrógeno, fabricó dos armas espaciales y desarrolló una poderosa arma biológica. Las películas de Austin Powers, en su continua parodia a las películas de James Bond, caricaturizan a Blofeld con la figura del Dr. Maligno.

Además de los malvados principales, también destaca la presencia de otros excéntricos que sirven al gran líder, como el coreano Oddjob y su letal sombrero-guillotina o Tiburón, una especie de frankenstein de dientes metalizados que ataca a Bond en La espía que me amó (Lewis Gilbert, 1977) y en Moonraker (Lewis Gilbert, 1979). Con los años los enemigos se tornaron algo más complejos, como el magnate de las comunicaciones Elliot Carver de El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997), que quiere provocar una guerra entre Estados Unidos y China, o el coronel norcoreano Tan-Gun Moon, el villano de Muere otro día (Lee Tamahori, 2002) que quiere invadir Corea del Sur.

Honey Rider, la 'Chica Bond' interpretada por Ursula Andress

Honey Rider

6. Ellas. Amantes, espías, asesinas, la emblemática Honey Ryder (Ursula Andress) del Dr. No, Jinx (Halle Berry) en Muere otro día (Lee Tamahori, 2002)… Las chicas de las películas de James Bond son sofisticadas y hermosas.

El espía las utiliza sin escrúpulos, a veces ellas tienen las mismas intenciones, también son espías y se acuestan con Bond con fines estratégicos, como sucede con Anya Amasova, la agente de la KGB que interpreta la actriz Barbara Bach (actual mujer del exbeatle Ringo Starr) en la película La espía que me amó.

La ingenuidad tontorrona y el papel de mujer objeto de algunas de las primeras chicas Bond se ha ido mitigando con el tiempo: la doctora Christmas Jones es una eminente científica, la villana Elektra King, que juega con los sentimientos de Bond llegando a traumatizarlo, es una ambiciosa y astuta empresaria, hija de un magnate del petroleo, que quiere asesinar a su padre para ampliar su poder.

Q, el inventor a disposición de 007, encarnado en la imagen por Timothy Dalton

Q, el inventor de 007

7. Del Aston Martin al minisubmarino-cocodrilo. El Aston Martin DB5, aerodinámico y atractivo, es el más deseado de los exclusivos coches de James Bond. Sólo se fabricaron 1.023 ejemplares entre 1963 y 1965. Maravilloso de por sí, el vehículo tenía múltiples modificaciones como un proto-GPS de pantalla verde y circular, un botón en el cambio de marchas que eyectaba el asiento del copiloto y palancas que accionaban humaredas y derrames de líquidos deslizantes por el tubo de escape.

Tan emblemático como M (el jefe de Bond que más tarde cambiaron por la jefa Judi Dench) o la adorable secretaria Monypenny, Q, un señor serio que trabaja sin descanso para idear nuevos ingenios, es el responsable de las mágicas reformas de los vehículos y de inventos como el reloj que mide la radiación, el minisubmarino cocodrilo, una escoba-radio, el detonador-cajetilla de tabaco o las huellas dactilares falsas.

Helena Celdrán

Peces de colores que no son reales


Parecen peces congelados en el agua en la que nadaban. El carpín dorado que Riusuke Fukahori (Aichi-Japón, 1973) tenía como mascota inspiró al artista para cambiar el rumbo de sus obras y ya lleva 10 años perfeccionando el lenguaje corporal de los peces.

'Qudara' -  Riusuke Fukahori

'Qudara' - Riusuke Fukahori

En la galería londinense ICN acaba de finalizar Goldfish Salvation una exposición dedicada al japonés, que pinta con trazos ligeros y delicados, pero precisos y expertos.

Lo que más desconcierta es la viveza de los animales, pintados en el fondo de un vaso, de una construcción de baldosas blancas, de un bol plano de madera de cerezo utilizado para enfriar el arroz del sushi…

Aunque el realismo podría confundirse con la taxidermia, Fukahori sólo se vale del ingenio técnico. Hace sus dibujos con pintura acrílica y por capas: pinta las sedosas y delicadas aletas, vierte resina espera a que se  solidifique e inicia en la nueva superficie un dibujo de otra parte del cuerpo que añade detalles al anterior.

Los bancos de peces dorados quedan como detenidos, con el cuerpo brillante y húmedo, a punto de asomar la cabeza a la superficie o en un movimiento sinuoso.

Helena Celdrán

Cómo fotografiar Londres desierto

'Trafalgar Square' - Ian Mansfield

'Trafalgar Square' - Ian Mansfield

Es el tercer año que el británico Ian Mansfield sigue con su ritual personal: el día 25 de diciembre, por la mañana temprano, recorre pedaleando las calles de Londres y se para a fotografiar las calles más conocidas, pero vacías de gente y coches.

La película apocalíptica  28 días después (Danny Boyle 2002) fue la inspiración para retratar la ciudad desierta. La entrada del British Museum, Trafalgar Square, Oxford Street antes de la riada de personas que la invaden al comienzo de las rebajas… La oportunidad es única en una ciudad de viandantes acelerados que milagrosamente no se chocan entre ellos y que parecen unidos a su punto de destino por una invisible cuerda tensada que no pueden romper.

'Houses of Parliament' - Ian Mansfield

'Houses of Parliament' - Ian Mansfield

«Además del vacío de la ciudad, es el silencio lo que hace la expreriencia tan adictiva para mí«, dice Mansfield. En su recorrido en bicicleta se fija en la ausencia del zumbido de los aviones llegando al aeropuerto de Heathrow y disfruta de la falta del rumor de los neumáticos sobre el asfalto. Encuentra pocos peatones, que presencian junto a él la extraña situación de Londres en calma.

Le gusta examinar la capital inglesa desde la curiosidad. Desarrollador de aplicaciones, Mansfield escribe en IanVisits -su blog personal- sobre actividades y vivencias personales en la ciudad. Recientemente creó Toilet Map, una web pensada para el móvil que tiene localizados en un mapa todos los baños públicos de Londres. Un alivio para los más apurados…

En su cuenta de Flickr cuelga todas las fotos fantasmagóricas de sus excursiones navideñas, imágenes sencillas, sin pretensiones, con el único afán de documentar el pequeño milagro.

Helena Celdrán

La tragedia de ser Isadora Duncan

Isadora Duncan fotografiada por Arnold Genthe

Isadora Duncan fotografiada por Arnold Genthe

«La vida la rompió, pero nunca la redujo», dice Fredrika Blair en el prefacio de su biografía sobre la bailarina y coreógrafa Isadora Duncan (San Francisco – EE UU, 1877 – Niza – Francia, 1927). «Sus nociones, metas y esfuerzos siempre mantuvieron un carácter heróico«.

En sus coreografías, con movimientos semejantes al vaivén de las olas del mar (su primera inspiración), imprimía el esfuerzo supremo sin que le importaran las consecuencias. Se mostraba ante los demás como el reflejo de lo que todos hemos sido antes de cortarnos las alas con el veneno de la razón.

Sólo se conservan unos segundos de película de cine en la que se puede ver a Duncan bailando, pero hay grabaciones de alumnas que recrean de manera fiel las coreografías.

Inventora del baile moderno, odiaba el ballet y consideraba anti-natura lo estricto de sus posturas y la deformación que las bailarinas se provocaban en los pies.

Esta semana la sección Cotilleando a… es para Isadora Duncan, revolucionaria de la expresión corporal, una mente libre en la sociedad victoriana.

1. Joseph Charles Duncan, banquero y empresario, una figura pública de San Francisco, abandonó a su mujer Dora -30 años más joven- y a sus cuatro hijos cuando Isadora (la menor) contaba con cinco meses. Fue acusado de fraude bancario y más  tarde encarcelado. La familia quedó en la ruina y Dora -amante de la música y la literatura- tuvo que ponerse a dar clases de piano, saliendo de casa al amanecer y volviendo tarde por la noche, para malvivir junto a sus niños. La madre de Isadora, de familia profundamente católica, se hizo un atea convencida.

Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick en 1912, un año antes del accidente

Isadora con sus hijos Deirdre y Patrick en 1912, un año antes del accidente

2. La niña que imitaba a las olas del océano Pacífico también era una ávida lectora. Su madre leía para ella y sus hermanos obras de notables escritores y filósofos. Abandonó el colegio en la preadolescencia, convencida de que no servía de nada memorizar el contenido de las asignaturas y sintiéndose la más pobre de la clase. Para llevar dinero a casa, comenzó a dar clases de baile a niños del barrio junto a su hermana Elizabeth.

3. Comenzó a bailar en Chicago haciendo contactos, pero ganando poco dinero. «No puedo ver las calles de Chicago sin experimentar un sentimiento enfermizo de hambre», escribiría más tarde. Después le ofrecieron un pequeño papel en una pantomima de Nueva York: Mme. Pygmalion. Tuvo que pedir dinero para el billete de tren y durante más de un mes ensayó sin cobrar. En el descanso de mediodía Isadora no tenía dinero para comer y se escondía en las instalaciones para dormir y seguir ensayando después.

4. El éxito en el mundo del baile pasaba por plegarse a las exigencias del ballet, que Duncan rechazaba: «Lo considero falso y absurdo. Bajo los maillots bailan músculos deformes, bajo los músculos hay huesos deformes«. Sus intentos de triunfar ante el gran público terminaban en incomprensión por parte de los críticos, que consideraban un escándalo que bailara con vestidos vaporosos que dejaban los brazos y las piernas al descubierto con cada movimiento. Ante el rechazo, Duncan reunió dinero convenció a su familia para partir a Europa en 1899. En Londres y en París alcalzó la fama.

En 1896 como la primera hada de 'Sueño de una noche de verano' de Shakespeare, uno de sus primeros trabajos

En 1896 como la primera hada de 'Sueño de una noche de verano' de Shakespeare, uno de sus primeros trabajos

5. Siempre enseñó danza, pero nunca siguiendo el estandar académico. No creía en las posturas mecánicas lejanos, en su opinión, del sentimiento. «Recordad siempre empezar los movimientos desde dentro. El deseo de hacer el gesto es lo primero», decía a sus alumnos. Los pasos de Duncan eran sumamente sencillos, pero alcanzaban una tensión emocional que incluso hacía llorar a la audiencia. El escultor impresionista Auguste Rodin dijo de ella: «Su baile es simple y bello como la antigüedad».

6. Uno de los pilares de su manera de bailar fue el arte clásico griego: imitaba las posturas de las heroínas y diosas de los bajos relieves y las esculturas. Incluso hizo un viaje de peregrinación a Grecia en 1903. Creía en la moira, los hechos que escapan a nuestro control, el destino fatal que marca con sucesos terribles la vida de los protagonistas de las tragedias griegas. Duncan en sus memorias comparaba sus desgracias a las de la familia de los Atridas, los descendientes de Atreo (rey de Micenas), que según la mitología griega fueron castigados por los dioses y destinados de manera inevitable a cometer crímenes dentro de su familia.

7. Fundó varias escuelas de baile, pero la de Grünewald (Alemania) fue la más ambiciosa. Era para niños que provenían de familias con apuros económicos. Vivían en el centro y recibían clases de todas las asignaturas que pudiera ofrecer un colegio. Las clases de baile las impartía Elizabeth, la hermana de Isadora. De las seis chicas con más talento del centro salió un selecto grupo que actuó con la artista entre 1905 y 1909. Anna, Irma, Lisa, Theresa, Erica y Gretel  fueron bautizadas como las Isadorables por el poeta francés Fernand Divoire. En 1917 las seis chicas adoptaron el apellido Duncan.

Isadora con las seis 'Isadorables'

Isadora con las seis 'Isadorables'

8. Quiso ser madre soltera y tuvo dos hijos. Deirdre (1906) era hija del escenógrafo inglés Gordon Craig. Patrick (1910) era hijo de Paris Singer, hijo del magnate de las máquinas de coser Singer. Los dos murieron en un accidente de coche camino de Versalles junto con su niñera, cuando el vehículo se precipitó al Sena. El chofer se olvidó de poner el freno de mano cuando revisaba un problema mecánico en el motor.

9. Era bisexual. Se rumorea que tuvo un romance con la actriz Eleonora Duse, pero la poeta hispano-estadounidense Mercedes de Acosta, que también fue amante de Greta Garbo y Marlene Dietrich, fue uno de sus grandes amores.

10. Se casó a los 45 años, en 1922, con el poeta ruso Sergei Esenin, casi 20 años más joven que ella. El matrimonio duró más o menos un año: él no soportaba parecer «una posesión» de su mujer. Celoso de cualquier hombre que la mirara, protagonizó escenas violentas, cometió agresiones y destrozó habitaciones de hotel en un estado de ebriedad que comenzó a ser habitual. Esenin volvió a Moscú tras la separación y fue internado en un hospital psiquiátrico. Se suicidó en 1925, a los 30 años.

Un Amilcar como el que provocó la muerte de Duncan

Un Amilcar como el que provocó la muerte de Duncan

11. En los últimos años de su vida sufrió graves problemas económicos. Con el suicidio de Esenin (del que no se había divorciado) le llegó una herencia que, aunque necesitaba, rechazó: no quería su dinero. Se sentía sola y olvidada por su familia y cargaba con el sufrimiento que le provocaba la pérdida de sus hijos. Durante muchos años le era dificil ver niños, sobre todo si eran muy pequeños. Duncan comenzó a beber y las juergas y la vida privada empezaron a llamar más la atención que su creatividad.

12. La muerte de Isadora Duncan fue propia del último acto de una tragedia griega de Eurípides, con la excepción del elemento moderno del automóvil. Llevaba uno de los grandes chales de seda con los que envolvía su cuerpo y parte del cuello. El final del hermoso pañuelo ondeaba al viento en el Amilcar francés en el que viajaba junto al conductor por la costa de Niza. El chal se enredó en el eje de una de las ruedas traseras del coche aplastando la laringe y rompiendo el cuello de la bailarina.

Helena Celdrán