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Otras novelas que también hicieron boom

Seis obras del boom

Seis obras del boom

Las seis novelas cuyas primeras ediciones aparecen en el mosaico de la izquierda justificarían por sí mismas y sin añadidos de mercadotecnia editorial o compadreos de cátedras universitarias cualquier movimiento literario.

Sucede que fueron editadas con pocos años de diferencia —a mediados de los sesenta— y en una misma región del planeta, la América en la que se habla sobre todo español, y sucede también que algunas editoriales de Barcelona vieron en aquel momento, y dada la pésima salud de la literatura española de entonces, la oportunidad de hacer negocio publicando buenos libros —no todas con el mismo buen ojo: el venerado Carlos Barral rechazó en 1966, y se pasó la vida lamentándolo, el manuscrito que le acaba de remitir un joven escritor colombiano de una novela titulada Cien años de soledad que con el paso del tiempo vendería, que sepamos, casi 40 millones de copias—.

A aquellos autores más o menos coetáneos les pusieron con presteza un nombre sonoro, boom, que recordaba, no por casualidad, el todavía fresco (1959) triunfo de los castristas en Cuba. Algunos de los escritores del boom vivían en el exilio, otros malvivían con el periodismo pagado por pieza; unos veneraban a Faulkner y sus territorios míticos, mientras que otros preferían el indigenismo derivado del Popol Vuh y sus muchas encarnaciones; a veces se reunían y bebían mucho whisky pero, pasados unos años, terminaron dándose potentes cuchilladas metafóricas unos a otros, casi siempre por un quítame allá esos misiles o, como es tradición entre los lationamericanos, por la forma de interpretar la palabra revolución.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

Nadie puede precisar cuándo empezó el boom porque nadie lo sabe y la fecha es opinable (unos conjeturan que en 1960, otros dicen que en 1962, otros que en 1963 y otros, a los que humildemente me sumo, pensamos que todo había empezado en los años cincuenta, con Juan Rulfo, Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, sin cuya paternidad la descendencia hubiera sido otra), pero algunos se han empeñado en celebrar este año el 50º aniversario del fenómenos editorial.

Aunque las razones para la celebración del medio siglo son peregrinas —se cita un cierto Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile), celebrado en enero de 1962 y al que no asistieron más que un grupo de escritores de la órbita marxista (el comisario Neruda entre ellos, desde luego) y en el que Carlos Fuentes pronunció una frase de vergüenza ajena que resume el ambiente: «política y literatura son inseparables y Latinoamérica sólo puede mirar hacia Cuba»— y la reseña de los 50 años resulta complaciente y preñada de colegueo o intereses comerciales —no se menciona, por ejemplo, el daño colateral causado por el boom, en cuyos posos se asienta la epidemia perniciosa del realismo mágico de bata y zapatillas de Isabelita Allende y otros tan lánguidos como ella—, no me importa entrar en el juego, sobre todo porque creo que la mejor literatura en español de los siglos XX y XXI, quizá la única que merece ser llamada literatura, procede de las Américas.

Siguiendo el juego que propuso hace unos días Arsenio Escolar con sus diez libros favoritos del boom —y alertando que Arsenio me gana de largo como rata de biblioteca—, les dejo una lista de siete novelas menores que también hicieron boom pese a que los méritos casi siempre fueron para otras. Advierto que llevo años sin leer algunas, de modo que acudo a la cada día más débil memoria para recuperar sentimientos. Una nota, digamos, técnica: las imágenes de las cubiertas son de las primeras ediciones, inencontrables hoy, pero los vínculos en los títulos remiten a la edición más barata de las que todavía están en el mercado.

"Los Premios"

«Los Premios»

El monstruo que engendró Rayuela
Los premios
. Julio Cortázar
, 1960

La primera novela de Cortázar que encontró editor tras el rechazo de sus dos primeros manuscritos, tiene bastante del ambiente opresivo desarrollado en las zonas opacas de la vida cotidiana que encontramos en sus magistrales relatos —ya había publicado tres tomos de cuentos—.

Un grupo muy heterogéneo de personas gana un premio para viajar en un barco. En esa atmósfera cerrada el narrador habla como en astillas y deja que sea el lector quien recomponga la acción, adelantando la fórmula que Cortázar depurará en Rayuela tres años más tarde. No es casualidad que uno de los protagonistas de la ópera prima sea un tal Horacio Oliveira, el personaje central al que Cortázar colocará a la deriva en el París de Rayuela.

Novela del absurdo y la búsqueda inútil, porque toda búsqueda conduce a la destrucción, Los premios, que el escritor redactó en París mientras vivía en una aguda penuria material, Cortázar intenta construir una novela híbrida como «un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, mantiene a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico«.

Como dice uno de los angustiados personajes, ya no se trata de entender la realidad, sino de «abrazar la creación desde su verdadera base analógica. Romper el tiempo-espacio que es un nivel plagado de defectos«.

"Crónica de San Gabriel"

«Crónica de San Gabriel»

La falsa arcadia del campo
Crónica de San Gabrie
l. Julio Ramón Ribeyro
, 1960

Julio Ramón Ribeyro, un ser desprendido, una bendita persona, es uno de los escritores que militan con injusticia en la segunda división del boom pese a su amplia producción de cuentos y su papel capital en el realismo urbano latinoamericano.

Crónica de San Gabriel, escrita durante un viaje de juventud por Europa, en el invierno polar de Munich («sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma … comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginaba todo el tiempo que pasaba unas plácidas vacaciones en la sierra peruana»), es una de las mejores novelas de iniciación en español del siglo XX.

La peripecia del adolescente Lucho en una hacienda de montaña le obliga a descubrir que la arcadia del campo es sólo una abstracción y que le han enviado a un lugar donde «el pez más grande se come al chico» y «los débiles no tienen derecho a vivir».

Un descarnado libro fabricado con maña por un escritor que opinaba que «la historia puede ser real o inventada. Si es real ,debe parecer inventada, y si es inventada, real».

"El coronel no tiene quien le escriba"

«El coronel no tiene quien le escriba»

La novela rusa de Gabo
El coronel no tiene quien le escriba
, Gabriel García Márquez
, 1961

Pregunta: Dime, qué comemos. Respuesta (pura, explícita, invencible): Mierda.

El celebre intercambio de palabras que resume episódicamente la gran novela corta que García Márquez publicó seis años antes de Cien años de soledad, es suficiente: estamos ante una voz narrativa de una extraña resonancia, capaz de contener todas las voces de un pueblo.

El coronel no tiene quien le escriba es la dulce y desoladora crónica de una espera sin futuro: la pensión que nunca llega. A partir de la situación dramática, todo está salpicado por el humor explosivo y bravo del Caribe que tan bien sabe explotar el autor.

Contenida y sobria, carente de los excesos de estilo que acaso lastren algunas obras posteriores del colombiano, es, como menciona Caballero Bonald, un «acabado modelo de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal», donde hasta lo complejo se muestra de modo escueto.

La historia de un personaje insular y solo, una bellísima obra de tintes rusos bajo el martirio del sol.

"El lugar sin límites"

«El lugar sin límites»

 Apuesta por los perdedores
El lugar sin límites
. José Donoso
, 1965

Estridente en la esfera privada, de la que solamente supimos  en detalle (homosexualidad reprimida, egocentrismo, neurosis) tras su muerte en 1996, el chileno José Donoso tampoco merece el lugar secundario que algunos le adjudican en el canon del boom.

El lugar sin límites desarrolla la vida miserable en El Olivo, una ciudad ruin y venida a menos, y disecciona la sociedad local, que es un eco de la sociedad chilena, católica, ultranacionalista y muy conservadora en lo social, a través del burdel que gestiona Manuela González, un homosexual travestido.

Con pinceladas que pueden provenir del estilo enfático de Conrad y Graham Greene y una prosa telegráfica que tiene de más una conexión con la de Hemingway, Donoso apuesta por los perdedores y saca pecho ante el dolor. Pese a que es más conocido por la experimental El obsceno pájaro de la noche (1970), yo prefiero la negrura marginal de su novela de burdeles, apariencias y dobleces.

"Los cachorros"

«Los cachorros»

Frenética musicalidad
Los cachorros
. Mario Vargas Llosa
, 1967

Cuando Vargas Llosa escribió Los cachorros tenía 29 años y era el más joven de los escritores del boom. La circunstancia no tiene valor, pero ayuda a explicar por qué la obra es la de mayor calado generacional del grupo y, al tiempo, la de más acelerada narrativa.

De una precisión que aturde y escrita con tanta urgencia que la lectura resulta angustiosa (y tóxica), la vida de Pichula Cuéllar, un distinto —no diré por qué para no incurrir en el spoiler— es presentada con una fluidez desbordante y experimental (diálogos sin marcas, cambios de persona en el habla narrativa), pero nunca trivial ni caprichosa.

El gran Roberto Bolaño, quizá el descendiente más brillante de los escritores del boom, destacó la «musicalidad sustentad en el habla cotidiana» de Los cachorros y añadió: «El descenso a los infiernos, narrado entre grititos y susurros, es de alguna manera el descenso a otro tipo de infierno al que se verán abocados los narradores. De hecho, lo que aterroriza a los narradores es que Pichula Cuéllar es uno de ellos y que empeña, de forma natural, su voluntad en ser uno de ellos (…) Toda anomalía es infernal, aunque tras la destrucción de Cuéllar lo que las voces que arman el relato tienen ante sí es la planicie de la madurez, la tranquila destrucción de sus cuerpos, la resignada y total aceptación de una mediocridad burguesa».

Tras esta magistral novela, publicada por primera vez con fotos de Xavier Miserachs, Vargas Llosa logró el empuje necesario para abordar su obra mejor y más ambiciosa, Conversación en la Catedral (1969).

"De dónde son los cantantes"

«De dónde son los cantantes»

El cubano extranjero
De dónde son los cantantes
. Severo Sarduy
, 1967

Los cubanos citados en todos los elencos del boom son Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier y José Lezama Lima.

Que olviden a Severo Sarduy es inexplicable, aunque quizá algo tenga que ver su proclamada extranjeríase consideraba más europeo que caribeño, renegó del tropicalismo de la patria y de los trabajos como periodista en revistas revolucionarias para embarcarse en la experimentación de la metaficción parisina de Tel Quel y buscó en el budismo una explicación vital—.

De dónde son los cantantes construye una imagen de La Habana, la ciudad a la que nunca regresó desde 1960, con las voces superpuestas de las tres grandes herencias que conformaron la identidad local: lo español, lo africano y lo chino.

Carnavalesca, paródica y y barroca, la novela es, según Sarduy, un «collage hacia adentro», y prefigura la que sería su obra más celebrada, Cobra (1972).

"Cicatrices"

«Cicatrices»

El gran olvidado
Cicatrices
. Juan José Saer
, 1969

Lean: «Hay esa porquería de luz de junio, mala, entrando por la vidriera. Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca —mi bola es la de punto— están del otro lado de la mesa, cerca del rincón. Tengo que golpear suavecito, para que mi bola corra muy despacio, choque primero con la colorada, después con la blanca y pegue después en la baranda entre la colorada y la blanca: la colorada va a golpear contra la baranda lateral, antes de que mi bola choque contra la baranda del fondo, hacia la que tiene que ir en línea oblicua después de chocar contra la blanca».

Ahora intenten responder —yo no sé o no puedo o no quiero—: ¿por qué Juan José Saer, uno de los escritores más deslumbrantes en español no fue reconocido hasta los años ochenta y murió en 2005 sin haber sido apenas publicado en España?

Su ciclo de novelas sobre Santa Fe, la localidad argentina en la que vivió exiliado antes de optar, en 1968, por la migración trasatlántica en París, son equívocas: el lector las sobrevuela con levedad hasta que, bien pronto, se siente dentro de una caverna donde él mismo participa de un rito de memoria colectiva.

Mi favorita es Cicatrices, la historia de un crimen (un obrero del metal mata a su mujer el uno de mayo) contada por cuatro narradores diferentes en un ejercicio sutil de lírica política.

Ricardo Piglia ha dicho que «la prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio, es en realidad una elaboración muy sutil de la gran poesía escrita en lengua española«. Tiene toda la razón.

Ánxel Grove

Bodas de oro de cine para el espía sibarita y seductor 007

James Bond (Sean Connery) con su Aston Martin en 1964

James Bond (Sean Connery) con su Aston Martin en 1964

El escritor Ian Fleming (1908-1964) bautizó a su célebre personaje James Bond con el nombre de un ornitólogo estadounidense. Era observador de aves y admiraba el trabajo del experto en especies del Caribe. A Fleming le pareció un nombre «breve, poco romántico, anglosajón y masculino. Justo lo que necesitaba».

Creó al espía en 1953 para protagonizar Casino Royale, la primera de las 14 novelas que escribiría con el agente 007 como héroe. En su primera misión debía desplumar a un supervillano en el casino Royale-Les-Eaux. Le Chiffre, un malévolo y excelente jugador de bacará, utilizaba su talento para recaudar dinero para los comunistas.

Fleming se crió en un ambiente de riqueza. Su abuelo había amasado una fortuna invirtiendo en el extranjero. El futuro escritor acudió al prestigioso colegio de Eton, pasó por la Real Academia de Sandhurst para llegar a oficial británico, intentó ser corredor de Bolsa, periodista… Su paso por el Servicio de Inteligencia Británico (MI6) en la II Guerra Mundial fue clave para crear a James Bond, el agente 007 con licencia para matar, con una capacidad sobrehumana para la supervivencia que le no hace descuidar la elegancia, el encantador descaro y la exquisitez de maneras.

Ian Fleming con uno de sus 70 cigarrillos diarios

Ian Fleming con uno de sus 70 cigarrillos diarios

Sibarita, seductor y aficionado al golf, Fleming se decidió a probar suerte con una novela de espías y un personaje que tenía mucho de él, aunque el punto excesivo del autor difería de la templanza de Bond: Fleming fumaba unos 70 cigarrillos al día y cada tarde se bebía media botella de cualquier licor. Sufrió dos infartos y siguió jugando a esa ruleta rusa hasta que en 1964 una hemorragia coronaria puso fin a su vida. Tenía 56 años.

Interpretado por Sean Connery, el efímero George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y ahora Daniel Craig, dedicamos el Cotilleando a… de esta semana a James Bond, un símbolo del refinamiento británico, para celebrar los 50 años de Agente 007 contra el Dr. No (Terence Young, 1962) la primera película que protagonizó el espía, con Sean Connery interpretándolo y Ursula Andress saliendo del mar, como la primera del elenco de chicas Bond. Inglaterra también se prepara este año para los homenajes: el Barbican Centre de Londres prepara para julio una gran exposición sobre el medio siglo del estilo Bond, buscando seducir a los espectadores con el universo de sofisticación nostálgica de la saga.

Roger Moore, el Bond más longevo

Roger Moore, el Bond más longevo

1. Siempre maduro, nunca viejo. Con treinta y muchos años, Bond se mantiene siempre en plenitud física, pero es lo suficientemente mayor para tener experiencia. Su año de nacimiento va cambiando conforme pasan los años, para que el personaje permanezca siempre en esa horquilla temporal. En la biografía ficticia del espía que escribió John Pearson (escritor y asistente de Fleming), la fecha de nacimiento de Bond es el 11 de noviembre de 1920; el que interpreta Daniel Craig en Casino Royale (Martin Campbell, 2006) nació el 13 de abril de 1968.

Tal vez la excepción a esta eterna juventud sea Roger Moore, el actor que relevó a Sean Connery en el papel con 45 años y permaneció 12 interpretando a Bond en siete películas seguidas. Se retiró con 58 años, en 1985.

Daniel Craig, el último 007

Daniel Craig, el último 007

2. «Agitado, no mezclado». 007 tiene una razón para todo. Su bebida preferida es el martini, con la particularidad de que se agite y no se mezcle en el proceso de preparado de la copa. Parece que no es un capricho. El Departamento de Bioquímica de la Universidad de Western Ontario de Canadá realizó un estudio en 1999 sobre las propiedades antioxidantes de la bebida, que son el doble de efectivas si se agita en lugar de mezclarla.

Andrew Lycett, periodista inglés y biógrafo de Ian Flemming, da otra explicación menos científica: a Fleming le gustaban los martinis tras pasar por la coctelera porque consideraba que removerlos les quitaba sabor.

Sean Connery en una sastrería de Savile Row, dejando que le tomen medidas para el traje de Bond

Connery en una sastrería de Savile Row

3. My tailor is rich. La diseñadora galesa Lindy Hemming, que hace los trajes de James Bond desde GoldenEye (Martin Campbell, 1995), teoriza con acierto sobre el vestuario impoluto del espía: «Cuando Bond entra en una estancia, tiene que transmitir estátus, poder entrar en cualquier habitación del mundo y estar perfectamente vestido para cualquier ocasión, pero tampoco destacar de manera que se convierta en objeto de sospecha. Es una especie de camaleón elegante».

Las novelas de Fleming describen con detalle el vestuario de su protagonista y el cine trasladó esa particularidad con trajes de sastre hechos a medida para Sean Connery.

La actitud es la clave de Bond para llevar con elegancia lo que le echen. El veraniego conjunto azul celeste de camisa y pantalones cortos de Goldfinger (Guy Hamilton, 1964) o las camisas rosas de Diamantes para la eternidad (Guy Hamilton, 1971) van acompañados de una aplastante seguridad que no permite el ridículo.

George Lazenby, el Bond de una sola película

George Lazenby, el Bond de una sola película

4. «Bond, James Bond». Sean Connery es para muchos fans el actor que mejor encarnó al agente 007, dándole al personaje la gracia, la templanza y el magnetismo que transmitía el actor escocés en seis películas, de 1962 a 1971, con un fugaz regreso no oficial en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Nacido en Edimburgo (Escocia) en 1930, de origen obrero, ganador con 20 años de una medalla de bronce en el concurso de Míster Universo, Connery había pulido su elegancia con esmero en el momento de presentarse a las pruebas para ser James Bond. El productor Albert R. Broccoli, el coproductor Harry Saltzman y uno de los altos cargos de United Artists, Bud Ornstein, lo observaron cuando se marchaba de la audición cruzando la calle a zancadas. «Se movía como un gran felino en la jungla», recuerda Saltzman. Los andares seguros y suaves de Connery le dieron el papel con el que se hizo mundialmente famoso.

Ernst Stavro Blofeld y su gato persa

Ernst Stavro Blofeld y su gato persa

5. Los malos. El acento soviético de Auric Goldfinger y sus ansias por hacerse con el oro occidental ilustran el tipo de supervillanos de los comienzos de la saga, cercanos al cómic y muy acordes con los tiempos de Guerra Fría en los que Fleming creó a su héroe.

Ernst Stavro Blofeld, de origen polaco, fue el enemigo al que Bond se enfrentó en más ocasiones, apareciendo en seis películas. El gato persa blanco que acaricia se muestra indiferente a la maldad del fundador de la organización terrorista SPECTRE, que tuvo en su poder varias bombas de hidrógeno, fabricó dos armas espaciales y desarrolló una poderosa arma biológica. Las películas de Austin Powers, en su continua parodia a las películas de James Bond, caricaturizan a Blofeld con la figura del Dr. Maligno.

Además de los malvados principales, también destaca la presencia de otros excéntricos que sirven al gran líder, como el coreano Oddjob y su letal sombrero-guillotina o Tiburón, una especie de frankenstein de dientes metalizados que ataca a Bond en La espía que me amó (Lewis Gilbert, 1977) y en Moonraker (Lewis Gilbert, 1979). Con los años los enemigos se tornaron algo más complejos, como el magnate de las comunicaciones Elliot Carver de El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997), que quiere provocar una guerra entre Estados Unidos y China, o el coronel norcoreano Tan-Gun Moon, el villano de Muere otro día (Lee Tamahori, 2002) que quiere invadir Corea del Sur.

Honey Rider, la 'Chica Bond' interpretada por Ursula Andress

Honey Rider

6. Ellas. Amantes, espías, asesinas, la emblemática Honey Ryder (Ursula Andress) del Dr. No, Jinx (Halle Berry) en Muere otro día (Lee Tamahori, 2002)… Las chicas de las películas de James Bond son sofisticadas y hermosas.

El espía las utiliza sin escrúpulos, a veces ellas tienen las mismas intenciones, también son espías y se acuestan con Bond con fines estratégicos, como sucede con Anya Amasova, la agente de la KGB que interpreta la actriz Barbara Bach (actual mujer del exbeatle Ringo Starr) en la película La espía que me amó.

La ingenuidad tontorrona y el papel de mujer objeto de algunas de las primeras chicas Bond se ha ido mitigando con el tiempo: la doctora Christmas Jones es una eminente científica, la villana Elektra King, que juega con los sentimientos de Bond llegando a traumatizarlo, es una ambiciosa y astuta empresaria, hija de un magnate del petroleo, que quiere asesinar a su padre para ampliar su poder.

Q, el inventor a disposición de 007, encarnado en la imagen por Timothy Dalton

Q, el inventor de 007

7. Del Aston Martin al minisubmarino-cocodrilo. El Aston Martin DB5, aerodinámico y atractivo, es el más deseado de los exclusivos coches de James Bond. Sólo se fabricaron 1.023 ejemplares entre 1963 y 1965. Maravilloso de por sí, el vehículo tenía múltiples modificaciones como un proto-GPS de pantalla verde y circular, un botón en el cambio de marchas que eyectaba el asiento del copiloto y palancas que accionaban humaredas y derrames de líquidos deslizantes por el tubo de escape.

Tan emblemático como M (el jefe de Bond que más tarde cambiaron por la jefa Judi Dench) o la adorable secretaria Monypenny, Q, un señor serio que trabaja sin descanso para idear nuevos ingenios, es el responsable de las mágicas reformas de los vehículos y de inventos como el reloj que mide la radiación, el minisubmarino cocodrilo, una escoba-radio, el detonador-cajetilla de tabaco o las huellas dactilares falsas.

Helena Celdrán