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‘¿Me dejas dormir en tu casa?’, pregunta a desconocidos la fotógrafa Bieke Depoorter

© Bieke Depoorter

© Bieke Depoorter

Distancia entre una y otra imagen: varios miles de kilómetros y unas 15 horas. A la derecha, un dormitorio de algún lugar de Siberia (Rusia). A la izquierda otro, pero de los EE UU.

La fotógrafa es la misma, Bieke Depoorter, belga de 1968, una intrusa en ambas casas.

En 2009, se embarcó en el Transiberiano: hizo el trayecto de ida y vuelta tres veces, bajando al azar en la parada del ferrocarril que coincidiese con el final de cada día. No sabía ruso, pero abordaba a alguien dejándose llevar por el instinto y le mostraba una nota que una amiga le había traducido:

Busco un sitio para pasar la noche. ¿Sabe de alguien con una cama o un sofá libres? Tengo saco de dormir. No quiero meterme en un hotel porque no tengo dinero y quiero saber cómo viven los rusos. ¿Me dejas dormir en tu casa?

Así nació Ou Menya —en ruso, Contigo—, un reportaje que ganó varios premios. La fotógrafa sacude de sus pretensiones cualquier propósito sociológico: no se trata de una historia sobre «cómo vive la gente», sino sobre la «intimidad» y la relación entre los anfitriones y el fotógrafo.

Sin posibilidad de comunicación oral —o con la ayuda mínima de media docena de palabras universales—, Depoorter pasó una noche en cada casa y retrató lo que sucedía. «Una sola noche puede parecer poco tiempo, pero es mucho cuando la vives», explica en una entrevista en Fader.

Ahora la valiente reportera ha culminado el yang de aquel ying con I’m About to Call It a Dayexpresión inglesa que podría traducirse como «se acabó lo que se daba» en referencia al fin de la jornada laboral o un trabajo—, una travesía de varios meses por la no menos extensa geografía de los EE UU, en una deriva al azar en la que Depoorteer evitó las grandes ciudades y buscó el latido casi nada difundido del interior del país, la siberia del otro lado del Atlántico.

La táctica que empleó fue la misma: dejarse llevar por el pálpito personal para abordar a alguien y pedirle alojamiento por una noche. Esta vez la verbalización fue más fluida porque la fotógrafa habla inglés, pero la intención intrusiva se mantuvo: no me conoces, no te conozco, pero quiero dormir en tu casa y hacer fotos a lo que pasa allí dentro.

La vulnerabilidad de doble dirección de las fotos —tú confías en mí, yo confío en ti, pero no es una confianza plena, contrastada, de manera que quizá algo puede salir mal— multiplica la fugacidad de los retratos y les confiere un carácter no del todo terrenal.

En el ensayo introductorio a I’m About to Call It a Day Marteen Dings escribe sobre la extraña condición del espectador:

Estamos inmersos en la oscuridad. Apenas podemos arañar la superficie de estas imágenes sin pulir ni barnizar. Una brisa surrealista se desplaza a través de los retratos y los paisajes a pesar de su carácter documental (…) Tal vez estas imágenes no están destinados a ser sondeadas.

Depoorter se ha quedado con toda la información, sólo ella sabe qué desean los desconocidos, a qué intercambio están dispuestos cuando la invitan a dormir en sus casas: confidencias, anécdotas, secretos, sentimientos…

¿Nunca se han preguntado, al enfilar la calle desconocida de una no menos desconocida barriada, quién vive detrás de las ventanas repetidas? La fotógrafa de estos dos luminosos proyectos ha logrado reunir algunas respuestas.

Jose Ángel González