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Un micrófono para grabar las ‘ultimas palabras’ antes de la inyección letal

Cámara de ejecuciones de la prisión de Huntsville, Texas

Cámara de ejecuciones de la prisión de Huntsville, Texas

El condenado, atado con cinco correas a lo largo del cuerpo y con los brazos en cruz tambien sujetos por sendos ceñidores, está a minutos de recibir la inyección letal. Sobre la camilla, a la altura de la cabeza del futuro cadáver ejecutado por el Estado, cuelga un micrófono.

Antes de que se consume el acto central de la ceremonia, la aplicación del ojo por ojo, la muerte de alguien que ha cometido la ilegalidad de asesinar y por ello será legalmente asesinado, la persona inmovilizada tiene derecho a pronunciar un breve discurso o alocución. Las palabras postreras son grabadas mediante el micro, quizá el único testigo inocente del indigno ceremonial.

Entre 1982 y hoy el estado de Texas ha ejecutado a 517 personas, más que ningún otro lugar de los EE UU desde que la pena de muerte volvió a ser reinstaurada en 1976. La media es de una persona al mes durante los últimos 32 años.

El escenario de la muerte siempre ha sido el de la foto de arriba, la chamber execution, de la muy histórica prisión de Huntsville, y el método tampoco ha cambiado: inyección letal. Hasta 2011 se componía de un cóctel de dos venenos y un relajantes muscular y, a partir de entonce, sólo lleva un veneno, el barbitúrico pentobarbital, muy usado en dosis no letales contra el insomnio y como sedenate en veterinaria.

Antes del chute final, todos los condenados son invitados a pronunciar sus final words (últimas palabras). El Texas Department of Criminal Justice las guarda con celo. En esta página oficial del departamento que gestiona y administra las penas de muerte pueden leerse todas. Tiene un diseño un pelín arcaico basado en el viejo html primario pero debería ser obligatoria la lectura antes, por ejemplo, de enviar cada tweet, firmar cada estupidez en un blog, hacer cada Instagram…

Ficha carcelaria de Napoleon Beazley

Ficha carcelaria de Napoleon Beazley

He leído bastantes, pero no todas. Algunos presos renuncian al estúpido derecho final y se quiedan callados, sin aceptar el regalo final de quien va a acabar contigo, el cigarrillo al que te invita el verdugo. Otros optan por el laconismo. La mayoría se encomienda a dios y da gracias a sus familiares. Ninguno emplea el odio o la rabia como recurso.

Voy a reproducir las final words de Napoleon Beazley, que tenía 17 años cuando, en 1994, mató de un tiro al padre de un juez durante el robo de un coche, un Mercedes Benz.  Fue el primer delincuente juvenil en ser condenado a muerte en los EE UU. Nunca negó su terrible acto. Se arrepentió y se convirtió en un símbolo. Lo ejecutaron en 2002, a los 25.

Esto dijo en la camilla-cruz, inmóvil y a las puertas de la muerte, con la boca apuntando al micrófono colgante:

El acto que cometí y por el que que estoy aquí no fue sólo atroz: no tenía sentido. Pero la persona que cometió ese acto ya no está aquí : Soy yo. No voy a luchar físicamente, no voy a gritar, usar groserías o hacer amenazas vanas. Entiendo sin embargo que no sólo estoy molesto: estoy triste por lo que está pasando aquí esta noche. Y no sólo estoy triste, sino decepcionado de que un sistema que se supone que debe proteger y defender lo que es justo y recto pueda actuar como yo cuando cometí el mismo error vergonzoso (…) Esta noche le decimos al mundo que no hay segundas oportunidades a los ojos de la justicia… Esta noche le decimos a nuestros hijos que en algunos casos, en algunos casos, matar está bien. Esto nos perjudica a todos, no hay LADOS. Las personas que apoyan este proceso piensan que esto es justicia. Las personas que piensan que yo debería vivir piensan que esa sería la justicia. Por difícil que pueda parecer, se trata de un choque de ideales, con ambas partes comprometidas. Pero, ¿quién es el malo si al final todos somos víctimas? En mi corazón tengo que creer que hay un compromiso pacífico con nuestros ideales. No me importa si no es para mí siempre y cuando lo haya para los que vendrán. Hay un montón de hombres como yo en el corredor de la muerte, hombres buenos que cayeron en las mismas emociones equivocadas (…) Den a esos hombres la oportunidad de hacer lo correcto, la oportunidad de deshacer sus errores. Muchos de ellos quieren arreglar el desastre que empezaron pero no saben cómo. El problema no está en que las personas no estén dispuestas a ayudarlos, sino en el sistema diciéndoles que no importa. Nadie gana esta noche. Nada se cierra. Nadie obtiene la victoria.

El libro Final Words, que busca dinero para llegar a las imprentas mediante una campaña de micromecenazgo, agrupa los testimonios finales de los ejecutados en Texas, uno de los lugares más despiadados y menos cristianos del planeta, un estado donde la venganza parece ser la forma natural de justicia que propone el sistema ante los delitos capitales. El volumen también añade la descripción del crimen que llevó a esas personas a la muerte, las fotos policiales, el nombre completo y el lugar de nacimiento.

El promotor del libro, el fotoperiodista Marc Asnin, opina que es necesario «reconocer este legado de ejecuciones sancionadas por el Estado» y «crear un diálogo acerca de la vida», porque juzgar la pena de muerte sobre la base de todas sus consecuencias es la mejor manera de honrar a la democracia. «Hagamos frente a nuestras creencias con la mente abierta para que podamos escuchar estas voces, oigamos sus palabras finales», dice.

El estado de Texas, que porta con orgullo el directo lema oficial de «Amistad», tiene varias ejecuciones programadas para los próximos meses. Dentro de dos días le ofrecerán el micrófono a Larry Hatten y el día 28 de este mes a Miguel Paredes.

Pese a los delitos que hayan cometido, iré a leer sus declaraciones finales en cuanto las cuelguen los funcionarios del mismo departamento que los matará. Sigo pensando que deberían de redirigirte a las últimas palabras con cada click de tu vida.

Ánxel Grove