Maestros de la costura… o de la tortura: el despropósito de La 1 que podría matarte de aburrimiento

Raquel, con la correa de la mochila de tirante apañao.

Antes que nada, quiero dejar claro que estoy perfectamente capacitado para comentar este concurso, no sólo desde un punto de vista televisivo, campo en el que no tengo ni puñetera idea, sino en el ámbito de la alta costura, donde tengo la misma experiencia que Felipe II cosiendo calcetines rotos.

Vaya por delante que si algo nos enseñó Estudio de actores es que no todos los oficios o actividades valen para hacer tele. El marisqueo y la costura son dos ejemplos de ello. Maestros de la tortura… perdón, costura, es ligeramente aburrido. Como para pararte el corazón.

Maestros de la Costura comenzó con un vídeo donde se veía a los concursantes haciendo el canelo con un montón de cosas de mercería, que parecían el típico niño toca huevos que lo llevas al supermercado y no para de tocarlo todo.

Dijo Raquel Sánchez Silva, que iba vestida con una correa de mochila de Dora la Exploradora sujetándole el vestido, porque le debía ir grande, que cada año se mueven 88.000.000.000 euros en la industria textil. Hay días que yo no gano eso.

La moda de España es un referente en el mundo entero, nos informó Raquel. Cojonudo. Lo de ser referentes en educación o ciencia o esas cosas… ya tal. Paletos y con menos tecnología que la carreta del tío Paco, pero a la última del Bersc, Bersk, Burka, Berisk… Zara.

«Llevo muchos años en el mundo del trapo, dijo Lorenzo Caprile. Mira, como los que pasan por mi barrio sacando ropa de los contenedores de las ONG.

Dijo de él Raquel Sánchez Silva que «ha vestido a la casa real durante años«, pues qué vagos, joder, se podían vestir ellos solos. Que tenga que estar este hombre vistiéndoles…

La segunda miembro del jurado era María Escoté, que no llevaba escote. «Las prendas nos deben transmitir un estado de ánimo«, dijo que no sé si hablaba de prendas o de un copazo de Jägermeister, que también transmite ánimos.

Palomo Spain es el tercer miembro del jurado. Iba vestido de macarra de los ochenta. Tal cual lo metes en la Cañada Real y lo nombran patriarca de un clan de drogas. ¿Quién fue el cabrón que le dijo que el primer episodio de Maestros de la Costura era un homenaje a Torrente? Qué pecho lobo tiene Palomo, por el amor de Dios, que su entreteto parecía el cuero cabelludo de un turco.

Palomo, hijo de Torrente y la Amparito.

Acababan de entrar y ya había una muchacha llamada Anna, con complejo de Khalessi, que se puso a llorar. Sólo le faltaba Khal Drogo encendío apretando por detrás para que eso fuera un capítulo de Juego de Tronos.

Una tal Mahi sufrió un accidente con unos productos químicos cuando era pequeña y el pelo se le quedó del color del vómito de Alien. Luego supimos que era una peluca y que ella trabaja en una gasolinera. Ay, los gases del diesel…

Caprile tiene un arte y un gracejo presentando que parece Ramón García anunciando la salida de una vaquilla. Modo ironic off. «Yo soy el abuelito cascarrabias, así que mucho cuidado con petardadas y moderneces, no me vais a impresionar con eso», les dijo.

Bueno, ahí sí, ahí Caprile me ha ganado, que yo soy de cosas tradicionales también, como los pantalones de pana y las boinas con rabo a roscachapa. Mira que el hombre me resultó simpático.

Eduardo, vampirizándose.

Un tal Eduardo casi muere el primer día, cortándose con una cosa para cortar tela que lo mismo te haces un Coco Chanel que te cortas una pizza margarita. Se hizo un tajo en el dedo que casi tiene que usar la máquina de coser para darse puntos.

La madrina del programa era la modelo Eugenia Silva. Sus primas Eugenia Tararea y Eugenia Toca el Himno Nacional con la Mano y el Sobaco no pudieron ir ese día.

Eugenia iba vestida de Del Pozo, como la niña de The Ring, que también vestía del Pozo. Como las salchichas, que también visten de El Pozo. O de Oscar Mayer, claro, que los embutidos no son de atarse a un diseñador.

La primera prueba iba de descolgar unas cortinas como si fuera día de rebajas, arrancándolas, para tener telas para hacer un vestido con un colgajo en un lado.

Lo difícil no es hacer un vestido con las telas de esas cortinas, lo difícil es hacer un vestido con las cortinas de mi abuela, que son tan feas que las usas de mortaja y se queja el muerto.

Entre los concursantes también había unos gemelos que son de una asociación cristiana y les gusta «estar con los niños y educarles en la fe». «Tenemos el mismo wasap y el mismo móvil«, «no somos muy ligones», afirmaron. Me dieron más repelús que chupar un kiwi por fuera.

Una tal Pa es la número 11 de 13 hermanos y tiene seis hijos. Joder que cenas de Nochevieja deben organizar. Esta gente para hacer una reunión familiar tienen que pedir permiso al Ministerio del Interior como los manifestantes.

Pa le probó una chaqueta a su hija en un vídeo y la movía como si fuera un guiñapo. Joder, que Rocky Balboa trataba a los lomos de vaca con más cuidado.

Un tal Shaoran, hijo de Costurán, nieto de Zúrzan, dijo que no le iba bien y a los diez minutos estaba echando pestes porque no le salía el vestido. Tiene el mismo optimismo que una gamba arrocera viendo hacerse una paella. No acabó su vestido. Eso sí, cosió unos trapos para limpiar ventanas de puta madre.

También había una tal Vanessa, que es una señora que da clases de religión en un colegio religioso (no iba a dar clases de religión en un colegio ateo) y se cabreó porque le dijo Caprile que había hecho algo «picante» con su vestido.

Y ella no, ojo, ella no. El del tajo en el dedo le dijo que se la llevaba un día a ver un cabaret y ella dijo que no quería «entrar en ese rollo y ese mundillo». Claro, es que eso es como darse a las drogas y vas al infierno. La gente enseña las tetas en esos antros, por el amor de Dios, deberían arder en una hoguera.

Caprile intenta ponerse serio en el programa y echar broncas, pero tiene pinta de ser más blando que un cuscurro de pan mojado en leche de torrijas.

Después de la primera prueba se les puntuaba del 1 al 12, siendo el 12 el peor valorado, o sea, al que no le dejarías ni un tanga para que le cogiera los bajos. Este último fue Shaoran, hijo de Pespuntan y de Pétipuan.

Pa se llevó del número 2 y el ganador de la primera prueba fue un tal Antonio, que parecía una persona normal.

En la segunda prueba se fueron a una sala de exposiciones donde había trajes de Pertegaz, que era muy pertinaz. Era una prueba por equipos.

Llegados a este punto la emoción a mí ya me estaba matando. Casi de infarto estaba. Es que es un programa trepidante, chispeante, como tocar dos cables pelados de estimulante. Madre de Dios, qué coñazo de programa. Este formato lo metes en botellas pequeñas y lo puedes vender como somnífero.

Costunidil 200, el mejor remedio para el insomnio.

Mi estado de ánimo viendo Maestros de la Costura:

El caso es que tenían que hacer una réplica exacta de un abrigo de 1954. El abrigo, que me perdonen las musas del diseño, pero como mono y bonico no sé, pero como abrigo eso te lo pones en León o Vitoria para salir un sábado de enero y te encuentran el domingo por la mañana tieso en la calle más frío que el iceberg que hundió el Titanic.

El abrigo al parecer llevaba ocho metros de tela. Joder. Ocho metros de tela, con eso se hacen bragas para llenar seis puestos de mercadillo.

Otra concursante: Alicia. Alicia es modelo y está para ponerle un piso en Alcorcón. Lo malo es que lo llenaría de ropa porque cose desde los ocho años y debe tener más prendas ya que el almacén del Primark.

Cuando entraron en el taller los concursantes parecían llevarse bien, se daban ánimos, se piropeaban… pero llegó la prueba de equipo y menos mal que las tijeras no tenían punta, porque acaban todos sacándose los ojos y remendándose los párpados con hilo gordo.

«¡¡¡VAMOS, VAMOS, VAMOS, QUE LLEVÁIS 40 MINUTOS Y OS QUEDAN SÓLO 80, QUE LA TRANQUILIDAD ES MALA AMIGA!!!», les chillaba Raquel Sánchez Silva con el ánimo claro de ponerles histéricos. Si eso no funcionaba creo que lo siguiente era darles en la oreja con una bocina de aire comprimido.

Eduardo, que lleva el pelo en un moño arriba de la cabeza como con la esperanza de que le anide un abejaruco, se llevó una reprimenda (no, eso no se podía llamar bronca) de Caprile porque iba de graciosillo del grupo y hacía guasas con todo. Se le quitó la risa rápido.

Total, que como los abrigos de los dos equipos eran una mierda que no se la pone ni un mendigo del siglo XII, Caprile les mandó a todos a la prueba de eliminación.

A todo esto Palomo se cambió de ropa tres veces. Y las tres iba de extra de película italiana sobre la mafia en los 70. ¿Cuántas camisas de cuello de pico masivo tiene este hombre? Para este hombre si el pico del cuello de la camisa no basta para matar por asfixia a un oso pardo, no es suficientemente grande.

Para la última prueba les asesoró Ana Locking, que se pone a coser y se vuelve locking. Locking me estaba volviendo yo con los pantalones de Palomo, que eran de estampado de leopardo. Pero con un realismo que lo ve un leopardo y le copula las piernas.

La última prueba consistía en reconvertir una sudadera de algodón gris en otra cosa. Claro, se habían gastado tela a cascoporro en la prueba del vestido y había que recortar presupuesto. Se hicieron con unas sudaderas de rebajas y hala, a hacer el apaño. Bueno, el a-paño. Paño, ¿lo cogéis? JA JA JA.

Sí, soy monguer, lo sé.

El caso es que se pasaron el programa poniendo infografías y explicando la terminología que estaban usando los jueces y los concursantes. Yo creo que la mitad de las palabras se las inventaban para darse importancia, como Ana Botella hablando inglés.

Yo ya estaba tal que así:

 Raquel Sánchez Silva en esta prueba sacó ya su lado sádico metiéndole prisa y nervios a los concursantes. Os juro que esta mujer pilla al Dalai Lama cagando y es capaz de hacer que se estrese que acaba el hombre vaciándose como con diarrea burra.

Vanessa, la profe de religión, se dedica a coser cosas atrevidas que no se pondría ni Miley Cyrus para estar sola en casa, pero luego dice que no, que ella eso no, que no se le ocurriría llevarlo.

Anna y Shaoran fueron los primeros en ser puestos en la picota y después fue Alicia, que se pensó que le iban a leer la cartilla, pero no, la piropearon y le cambió la cara, porque cuando pensaba que la iban a poner a parir llevaba un jeto de agria que los humanos comemos endivias con roquefort y las endivias comen Alicias con hiel.

Y se fue a la calle Shaoran, hijo de Escotan, primo de Tirantan, vecino de Cínturon. Que oye, le expulsaron, pero no he visto en mi vida una persona con la barba más tupida. Parecía una alfombra persa de doble trenzado.

Y así acabó la cosa, con más aburrimiento que ver crecer césped de plástico.

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