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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia…” Roy (Rutger Hauer) ante Deckard (Harrison Ford) en Blade Runner.

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Días contados para las salas de cine

Nacido en enero de 1932, Carlos Saura cuenta 85 años y exhibe una más que envidiable lucidez y vitalidad. No sé si estas cualidades guardan alguna relación con el sentido del humor, pero desde luego, en su caso, le acompañan. En Instagram nos lo recuerda esa criatura adorable, excelente profesional y simpatiquísima presentadora que es Elena Sánchez, a quien si no conociera de trabajar con ella (en Días de cine) y no fuéramos casi paisanos (abulenses, ella de Pedro Bernardo, yo de Arenas de San Pedro) es posible que creyera que no puede ser todo cierto y que algo de impostura debe de haber en su comportamiento. Sería un craso error, créanme, esta mujer es lo que parece, además de inteligente y guapa, puro hechizo y espontaneidad.

Cantar o glosar lo que ha hecho de Saura, uno de los más importantes directores de la historia de nuestro cine me apartaría demasiado de la cuestión que quería comentar. En realidad me he acordado de él porque en su día defendió pública y ardorosamente un modo de consumir películas que está en el corazón de un debate muy actual y no resulta excesivamente popular; vamos que no ganaría muchos votos en una campaña electoral con tales posturas.

El debate ha levantado cierta polémica en la actual edición del Festival de Cannes porque sus regidores han decidido ponerle puertas al campo a propósito de la participación de Netflix, la plataforma norteamericana de exhibición en línea, que según parece ya posee más de cien millones de clientes en todo el mundo. Por cierto, no sólo se ha instalado desde hace poco en España sino que acaba de comenzar la primera serie original producida en nuestro país, Las chicas del cable, protagonizada por Blanca Suárez, Ana Fernández, Maggie Civantos y Nadia de Santiago. Pues bien, Cannes ha decidido cambiar las reglas de participación para 2018 y exigirá que las películas que no se estrenen en las pantallas francesas no podrán competir, cosa que sí ha hecho Netflix este año con dos producciones suyas.

Eso querría decir, si fuera definitivo, que el cable no puede equipararse a la gran pantalla, que según los mandamases del festival más importante del mundo una película debe poder juzgarse previamente en grandes dimensiones antes de ponerse a disposición del público para que sea consumida en todas las variantes de pantallas, pantallitas o micropantallas a través de las que hoy en día se ven los productos audiovisuales. El propio Pedro Almodóvar, presidente este año de un jurado que no verá ninguna película española (como es últimamente costumbre en la cita de la Costa Azul) se alineó con la posición oficial y declaró que la “nueva forma de consumo no puede tratar de sustituir a las ya existentes” y que resultaría paradójico “dar una Palma de Oro y cualquier otro premio a una película que no puede verse en la gran pantalla”.

Y ¿qué defendió Carlos Saura? Pues verán. En la velada de los IV Premios Días de cine celebrada el lunes 16 de enero de este año de Dios, el actor norteamericano Mandy Patinkin declaró a través de un video previamente grabado lo siguiente a propósito de este embrollo: “Lo que más me gusta de las películas es que me gusta ir a verlas al cine. No las veo en el teléfono, en el Ipad o en el ordenador. Mis hijos lo hacen, mucha gente lo hace, es un gran negocio. Los más jóvenes me oirán y pensarán: ¿Qué dice, está loco? Pero creo que es muy importante estar con otra gente. Si ves la película solo te pierdes la mitad de la película. Te pierdes lo que otras personas están oyendo o viendo, cuándo están atentos o cuándo se ríen. Todo esto te ayuda, te enseña, te guía, te sientes parte del público, esa experiencia te guía en el teatro, en el cine o en los conciertos… no estás solo. Creo que es un error ver una película solo”.

Mandy Patinkin en los IV Premios Días de Cine, 2017

Paréntesis: Mandy Patinkin es un actor de teatro, cine y televisión. En 1980 encarnó al Che Guevara en el musical Evita. Aunque nos cueste trabajo imaginarle con la boina, el hombre ganó un Tony Award, así es que no debía de cantar muy mal, supongo yo. En cine, aparte de que le hemos visto recientemente en La reina de España a las órdenes de Fernando Trueba (de la que hablé en este post) su carrera no ha sido especialmente luminosa. Pero como ha llegado a adquirir verdadera notoriedad es en una serie televisiva producida por Fox 21, Homeland, convertido en Saul Berenson, jefe de la agente de la CIA a la que deba vida Claire Danes y posteriormente, él mismo, Director de esa agencia de espionaje que no goza de demasiadas simpatías en el mundo. ¡Sí, en una serie para la pantalla pequeña! Y aún así dice lo que dice.

Cierro paréntesis y voy a Saura. Primero rememoró con socarronería baturra una anécdota relativa al estreno de su extraordinaria película La caza, cuyo 40 aniversario recordaba y aplaudía Días de cine: “un crítico se me acercó y después de preguntarme si yo era Carlos Saura me dijo: ¡vaya mierda de película que ha hecho usted!”. Y después manifestó su desacuerdo con Patinkin:

“Está muy bien ver las películas, sobre todo las norteamericanas que tiene tanto ruido y tanto follón en un cine estupendo y demás. Desgraciadamente hay un cine íntimo que no vemos en los cines porque no se proyecta, en general. Entonces yo me limito en mi casa a ver el cine en una pantalla estupenda con un sonido maravilloso y en soledad. Y me vais a perdonar que os diga que es un placer maravilloso. Que está muy bien la compañía para ver una película de acción, etc; pero una película íntima, pequeña y secreta, uno tiene que aislarse y no puede tomar ni palomitas, ni escuchar a otros decir, qué coñazo, vaya aburrimiento… ¡Defiendo absolutamente el cine en casa!”.

Carlos Saura en los IV Premios Días de Cine, 2017

 

Vamos, que como se ve el asunto da para ser abordado desde muchos ángulos y no puede despacharse con posturas maximalistas. Y esa es quizás la clave del fallo del Festival de Cannes: no se puede ser totalmente categórico en una cuestión que tiene que ver con el desarrollo imparable de nuevas formas de consumo, consecuencia de las posibilidades antes inimaginables que la tecnología pone a disposición del consumidor. No sabemos lo que deparará el futuro a este respecto, pero sospecho que el concepto de sala cinematográfica está siendo sometido a profunda revisión y ello no es consecuencia del perverso ánimo de los dueños de las plataformas, sino de las transformaciones que la revolución digital está provocando en toda suerte de usos y costumbres.

Terroríficas polémicas religiosas

Hoy es jueves santo. Ateo irreverente como soy, no sé muy bien lo que puede significar que un día sea santo. Tengo que echar mano de la memoria de mi educación cristiana, o por mejor decir, católicoapostólicoromana para ubicar y deglutir una idea tan abstracta e irreal como la de que un día pueda ser santo o santificado. Pero en fin, ya nos entendemos.

El caso es que el jueves santo se inserta en la semana santa, para algunos tiempo de vacaciones y ocio, santa liberación; para otros, intuyo que cada vez menos, tiempo de arrepentimiento de sus pecados, de devociones, de misas y procesiones; para los más, tiempo de viajes y turismo. La semana santa durante los algo alejados años de mi infancia era tiempo de muchas imposiciones y tiempo también de películas obligadas en televisión. Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951) y Ben-Hur (William Wyler, 1959) caían de todas todas en la programación de Televisión Española. En épocas más recientes se suavizaron las ataduras, se añadieron títulos como Gladiator (Ridley Scott, 2000) o algunos más heterodoxos en las cadenas privadas, como La pasión de Cristo (2004), que provocó en su día tanto caudal de polémicas como litros de falsa hemoglobina consumidos durante el rodaje.

La controversia ya se vio venir desde el primer momento porque Mel Gibson, tan dado como director a los excesos como en su vida privada, apostó a fondo por buscarla desde el origen mismo del proyecto. No sabemos si por un afán de armar ruido o por el prurito de atenerse a un rigor muy inusual, La pasión de Cristo no se hablaba en inglés, como mandan los cánones de toda superproducción, sino en hebreo, latín y arameo. Esto le daba un superlativo carácter realista a la acción desarrollada veinte siglos atrás.

Pero lo que resultaba aún más hiperrealista y por tanto escocía como un demonio era la representación de la violencia desatada de una banda de clérigos secundados por el “populacho” contra un individuo que se hacía llamar “hijo de Diós”. Los latigazos resonaban contra la piel de James Caviezel de tal manera que dolían como si uno mismo recibiera alguno de vez en cuando; la sangre  esculpía a chorros el rostro del actor como si la corona de espinas la hubieran comprado en una tienda de todo a un euro, o fuera obra de un enemigo suyo que hubiera aprovechado la ocasión para vengar viejas ofensas.

Jim Caviezel hecho literalmente un cristo

A mí, que no me interesaba nada la supuesta dimensión sacra de la historia, la película me pareció un poderoso y eficaz alegato contra la manipulación salvaje de las masas por parte de los dirigentes religiosos, la capacidad infinita del ser humano para provocar daño y dolor a un semejante, la cara más atroz escondida tras las creencias y doctrinas más bondadosas. Previsible, pues, que a las altas instancias de las Iglesias no les hiciera ninguna gracia. Unos porque veían antisemitismo, a otros porque no les gustaban algunas licencias perversas que se había tomado Gibson. Opiniones para todos los gustos y polémicas que alimentaron el fuego de la campaña publicitaria y convirtieron a la película en un éxito mundial.

Recordando polémicas provocadas por el contacto de lo cinematográfico y cualquier elemento religioso me vienen a la memoria dos muy particulares. Una de ellas, ya remota, es el estreno de un Godard que resultó provocador pero por motivos sorprendentes: Yo te saludo, María (1984). Provocación y Godard son términos casi redundantes, pero en este caso las ofensas que mortificaban a los ultracatólicos que se manifestaban ante las taquillas de los cines Alphaville de Madrid (así se llamaban los hoy conocidos cines Golem) se debían a la muy beatífica visión del mito de la virginidad de María que el director francés ubicaba en esa época moderna.

Recuerdo bien, porque yo vivo al lado, ver a un grupo pequeño de fascistas, acompañado de algunas monjitas belicosas, atosigar a los inocentes espectadores que guardaban cola para ver a la delicada Myriem Roussel convertida en madre sin haber conocido varón. Eso después de que el día del estreno casi un millar de energúmenos consiguiera que se suspendiera una de las sesiones. El cartel, un portento de sensibilidad y sensualidad, presentaba una imagen irresistible para unos y para otros por motivos completamente contrarios y aventuraba sueños o pesadillas según el lado de la calle en que se encontraran.

La otra polémica que tengo a mano es la suscitada en la muy beata ciudad castellana de Palencia, concretamente en el marco de su festival de cortometrajes “Terroríficamente cortos”. Esto data del mes de octubre del año pasado. Resulta que la carencia total del sentido del humor combinada con la tendencia irrefrenable a considerar como patrimonio privado e intocable todo lo que tenga que ver con la iconografía cristiana provocaron un incendio cuya cerilla fue el trofeo que la organización había ideado para el certamen.

El Cristo del Otero es una escultura enorme de Victorio Macho que preside un cerro a las afueras de la capital palentina y la estatuilla, que pretendía homenajearle con ocasión del 50 aniversario de su fallecimiento, convenientemente adaptada por Óscar Aragón a la temática del certamen transforma el corazón del pecho en una cámara de cine. Hasta ahí no parece que hubiera motivos para que nadie pudiera molestarse; lo malo es que el rostro acentúa los rasgos ya de por sí cadavéricos del original y le dan un aire a muerto desenterrado después de pasar varios siglos llamando a las puertas del infierno. O sea, esquelético y dotado de una calavera con melena.

Se armó la Dios es Cristo, en afortunada expresión que me viene como anillo al dedo. Recogida de firmas para que se retirara el trofeo; recogida de firmas para que no se retirara el trofeo; el obispado que clama al cielo por la irreverencia… Luis Miguel Esteban, uno de los organizadores del Festival, recordó que el propio Victorio Macho tiene dibujos de un Cristo Crucificado en los huesos. Y  que Abbé Nozal, otro artista palentino, tiene más de 20 versiones del Cristo del Otero en sus cuadros: con paraguas, descolgando el teléfono, con capirote, o convertido en Super Cristo, y no tenía por qué haber ningún escándalo.

El SuperCristo, obra de Abbé Nozal, 1994

Total, que una idea que pretendía dar a conocer internacionalmente a uno de los monumentos más significativos de la ciudad se convirtió en un arma arrojadiza. Supongo que Ángel Gómez, autor del cortometraje Behind, que logró el Premio del Jurado de la 5ª edición del Festival Terroríficamente Cortos lo guardará con la secreta satisfacción de quien tiene un objeto con una historia muy sabrosa detrás. Pero las polémicas provocadas por el espíritu censor de los guardianes de la fe (de cualquier fe) que aquí he relatado son peccata minuta. En los tiempos que corren, en otros lugares cuestan la vida.

¿Quién dice que el cine es cultura?

El gobierno español ha decidido bajar el IVA cultural en el proyecto de ley de presupuestos para 2017. Será una rebaja del 21 al 10%. Buena noticia, corrección del despropósito que perpetró en octubre de 2012. Pero, ay, los titiriteros del cine se quedan como están, para ellos esto no rige. Haber elegido muerte cuando se lanzaron como locos a hacerle la oposición al partido de la corrupción, a pronunciarse contra la guerra de Irak, a dar el cante en las galas de los Goya, como en la de 2003. Don Vito no perdona y tiene muy buena memoria cuando quiere.

Gala de los Goya, 2003. Willy toledo y Alberto San Juan

La tauromaquia, ése noble arte de torturar animales a golpe de paso de ballet, el santo y seña de la España cañí, eso hay que protegerlo y estimularlo y por tanto se beneficia de la mayor reducción; antes de la subida tenía un 18% de IVA y ahora tendrá el mismo tipo que, pongamos por caso la ópera o los conciertos en directo. Para el PP y sus acólitos de Ciudadanos con los que lo ha pactado, la música en las corridas de toros eleva el espíritu de los espectadores al mismo nivel que Norma o Turandot, dejando a un lado los chorros de sangre del animal, claro.

Los cines pequeños resisten para no cerrar

Que una entrada de cine sea un artículo de lujo con su 21% de gravamen mientras que un libro soporte un IVA superreducido del 4% demuestra cuál es la mentalidad de nuestros gobernantes respecto a lo que es cultura y lo que no. ¿Buñuel? Un ateo irredento que en el infierno arda. ¿Almodóvar? Mejor que se calle después de la bromita de su aparición en los papeles de Panamá (buen ejemplo goebelsiano de manipulación para mezclarle con la chusma evasora de impuestos). ¿Julio Medem? Ya le dimos lo suyo cuando sacó los pies del tiesto con el documental La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003). Recordemos que incluso le montaron una manifestación en la gala de los Goya de 2004 porque estaba nominado. Y así, suma y sigue tú que yo me canso.

¿Acaso vamos a “subvencionar” a rojos bolivarianos como Willy Toledo? Sólo faltaría… La subvención, esa piedra arrojadiza que siempre tienen a mano los que lo odian cuando hablan de nuestro cine, olvidando o en el mejor de los casos desconociendo que es una industria raquítica pero muy rentable para el estado, pues aporta vía impuestos mucho más que lo que recibe en concepto de ayudas.

En septiembre de 2013 Enrique González Macho, presidente a la sazón de la Academia de Cine, afirmaba rotundamente que por cada euro que aportaba el Estado al cine recibía de él 3,5 euros.  Debió de hacer más enemigos de los deseables este hombre. Toda una trayectoria como empresario que apostó por el cine español durante más de tres décadas en los terrenos de la distribución, exhibición y producción, quedó empañada cuando se publicó a principios de marzo de este año que la fiscalía del estado pedía para él dos años de cárcel y una multa de un millón de euros porque le acusaba de haber manipulado el número de espectadores para obtener la correspondiente subvención.

Enrique González Macho en la Seminci. EFE/NACHO

Una de las más significativas anécdotas que figuraría en la inagotable Biblia del cine que González Macho podría escribir, si encuentra fuerzas y ganas algún día, dice que en 1990, cuando contaba con el apoyo ministerial se decidió a alquilar el cine Judogestveni de Moscú, a 800 metros del Kremlin, en el que en 1926 se había estrenado nada menos que El acorazado Potemkin, para que los soviéticos de entonces pudieran paladear productos hispanos como Padre nuestro, Átame, La vaquilla, Remando el viento o El bosque animado, así, a modo de muestra, jamón ibérico y de bellota.

Premio Nacional de Cinematografía en 1998, Caballero de las Artes y las Letras de Francia, ¿por qué me parece a mí que ahora Enrique González Macho está siendo utilizado de cabeza de turco? ¿por qué se le somete sólo a él a escarnio público cuando la situación que sirve de base a las acusaciones, una legislación equivocada que permitía el uso –seguramente también equivocado, pero tal vez forzado- y el abuso generalizados. Para mí que lo de la Fiscalía huele a vendetta, no sé por parte de quién. Esperemos que algún día se aclare todo.

Pero retomo el hilo; la comparación de la situación en España en lo tocante a las ayudas al cine con países de nuestro entorno es para echarse a llorar. Mientras que aquí se reducían durante la crisis hasta un 63% en la Unión Europea aumentaban un 13%. En Francia, donde todo el espectro político considera esto una cuestión de Estado, se aportan más de 1000 millones de euros a su cinematografía y marcan un impuesto cultural del 5,5%. Lo mismo que aquí: se queda en unos boyantes 70 millones más o menos, pese al aumento presupuestario de 10 millones de euros respecto al año pasado (pero 30 millones corresponden a la amortización de largometrajes de 2015) con el reseñado 21% de IVA. Cuando llegó Rajoy al Gobierno el presupuesto público incluía 71 millones para el cine. Ahí seguimos.

El lobo de Wall Street, o las ayudas al cine en EE.UU.

“En Estados Unidos no hay subvenciones y su cine tiene colonizado todo el planeta”. Una de las grandes mentiras que se esgrimen frecuentemente con la pretensión de desacreditar a nuestros cineastas. Los planes de deducciones fiscales que aplican los estados a su industria dejan al nuestro en el miserable lugar que le corresponde. Sólo un ejemplo: El lobo de Wall Street, dirigida en 2013 por Martin Scorsese, que no se caracterizaba precisamente por ser muy condescendiente con las altas esferas,  recibió del Estado 30 millones de dólares por haberse rodado en Nueva York. Tenía un presupuesto de 100 millones.

¿Pero qué estoy haciendo, acaso es necesario demostrar que el cine es parte de nuestra cultura y merece ser tratado como tal?

Ricos y pobres en el cine español

Tres instantáneas para recordar los claroscuros de la industria cinematográfica española.

1.   En 2016, por tercer año consecutivo una película española, Un monstruo viene a verme,  fue la más taquillera, por encima del todopoderoso Hollywood, 26 millones de euros que se dejaron los cuatro millones y medio de personas que pagaron por verla en salas. Y otras cuatro (Cien años de perdón, Cuerpo de élite, Kiki el amor se hace y Villaviciosa de al lado) superaron el millón de espectadores. Todo un éxito. Se superaron los 106 millones de euros de recaudación, con lo que se alcanzó un 20 % de cuota de mercado (lejos del 25,5 de 2014). El monto global sin distinción de nacionalidad sobrepasó los 600 millones de euros. Alegría, sí, pero tampoco exageremos. El balance nos dejaba titulares de prensa visiblemente pasados de euforia.

Por supuesto, el reparto fue muy desigual, porque el número de producciones sobrepasó las 240. De ellas, pásmense, 21 no reunieron ni a 100 espectadores en las salas de cine (no es errata, sólo hay dos ceros) nada menos que el 13% del total de las estrenadas, algunas ni siquiera recaudaron 50 euros y encima deben dar gracias a que al menos pudieron estrenarse.

Según las fuentes oficiales, una película obtuvo el récord más lamentable: el documental Manolo Tena, un extraño en el paraíso, solo reunió a cuatro espectadores, con una recaudación total en cines de 14 euros. Lo que significa que ni el equipo ni sus familiares hicieron el esfuerzo de comprar alguna entrada siquiera fuera para maquillar un poquito el desastre. El documental Contra la impunidad se vio agraciado con 6 espectadores en la sala, o en las salas,  y obtuvo 29 euros de recaudación en total.

2.   Un cineasta independiente publica una carta abierta dirigida al directo del ICAA, Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales, adscrito a la Secretaría de Estado de Cultura.

La extravagancia que caracteriza el caso de Miguel Llansó, uno más de los aventureros que salieron de España a buscarse la vida durante la crisis, es que se queja habiendo dirigido una película de nacionalidad ¡etíope!, Crumbs, con la que afirma haber realizado 45 viajes en dos años, más de cien proyecciones en todo el mundo, estrenado en Nueva York y en otras ciudades del imperio, evento del que dieron cuenta The New York Times, L.A. Weekly, Hollywood Reporter o Variety… No parece mal curriculum, si hemos de creerlo todo.

La cosa es que este hombre protesta porque el presupuesto dedicado por el gobierno, que con tanto acierto y sentido común pilota el gran capitán don Mariano Rajoy, a las ayudas a la producción de cine independiente se ha reducido en un 18% y queda en unos exiguos 5 millones, que no deben de dar ni para los decorados, dejando fuera los bocadillos de rodaje.

Y por si fuera poco, el enrevesado intríngulis legal -que pormenoriza en su misiva- imposibilita de todo punto cubrir el presupuesto aflojando el bolsillo de los abnegados cineastas como él, pues les exige que alcance el 60% del total de la producción. Cuando, según dice, el 90% de los países europeos cubren con sus ayudas hasta el 70% de la financiación.  Pues ¿qué pretende? ¿Acaso que don Mariano vaya al cine a ver películas independientes? ¡Pero si no tiene tiempo ni para ver la Gala de los Goya! Para más detalles y precisiones, léase “Hasta luego, amigo”. Carta abierta de un cineasta independiente al director del ICAA .

3.   En vista de las dificultades para la producción de según qué tipo de películas, al cineasta Pau Teixidor se le ha ocurrido poner en marcha un proyecto de financiación, mediante la fórmula de micromecenazgo, de un cortometraje ambientado en la Guerra Civil española cuyo tema central gira alrededor de los desaparecidos del franquismo. “A ratos terror, a ratos acción y western crepuscular, y a ratos una seca y contundente película de venganzas”. Ahí es nada.

No sé si los responsables de la iniciativa, amigos y familiares de Teixidor, supongo, han tomado nota de las cifras señaladas más arriba y por eso se curan en salud con los sistemas de créditos que proponen en su web de Cunetas, que así se titula de momento el cortometraje, pero toda aportación por mínima que sea es bien recibida desde 5 euros en adelante.

Cuando escribo este post figuran 325 mecenas que han aportado más de 11.000 euros. Un empujoncito no les vendría nada mal porque los objetivos de la película bien lo merecen, “su auténtica razón de ser: aportar su pequeño grano de arena para que las nuevas generaciones sigan valorando la importancia de preservar la memoria de aquellos que otros quisieron enterrar a balazos”.

¿Conocemos, además de a Pau Teixidor (en 2014 dirigió a la nieta de Chaplin en su primer largometraje, Purgatorio)  a alguien más de los participantes en esta idealista empresa? Pues sí, nada menos que los siguientes intérpretes figuran en el reparto: Pedro Casablanc, Oona Chaplin y Zoe Stein, además de un solvente equipo en el área técnica. Vamos, que la cosa parece seria y merece ser apoyada.