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¿Qué pueden hacer las mujeres con un extra de 25 dólares al mes?

Por Ana Eloisa Molina

En Burundi, dos de cada tres personas viven con menos de 2$ al día. Para las madres, asegurar que sus hijos reciban suficiente comida suele ser una lucha. Estamos acostumbrados a escuchar como las ONG ayudamos a los niños entregándoles comida, medicamentos o lo que necesiten. Sin embargo, muchas veces se nos olvida que detrás de cada familia hay una madre luchando por sacar a sus hijos adelante.

Hablamos con 5 mujeres que forman parte del proyecto “Dinero por Trabajo”, una forma de apoyar dignamente a las mujeres para que ellas mismas puedan luchar por un futuro mejor.

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La dictadura de la operación biquini

Por Roser de Tienda RoserDeTienda

Las mujeres somos expertas en matemáticas, porque nos pasamos el día contando. Empecemos.

El 17 por ciento de la población femenina considera que la principal dificultad para para llevar a cabo un estilo de vida más saludable y llenar la cesta de la compra con alimentos sanos y de buena calidad, es su precio desorbitado.

 

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Olvida la dictadura de la moda/ Imagen de Pexels

Los llamados alimentos sanos, tan de moda aquí y en Hollywood, sólo están al alcance de bolsillos sin crisis. Son biológicos, ecológicos, zumos verdes que están prensados en frío y llenos de antioxidantes y vitaminas que nos dejarán la piel y la celulitis fuera de juego.

Empiezas a contar tu sueldo y tienes que tomar una decisión: o pagas el recibo de la luz o te tomas durante un mes el fantástico zumo verde con un filete de ternera criada en la montaña con música clásica. ¡Tú decides!

Lo cierto – y no mientas- es que la mayoría estaríamos dispuestas a vivir todo el verano con el pack de velas del Ikea, si no fuera, porque sin luz no funciona ni la nevera ni la lavadora.

Sigamos sumando. Al presupuesto de comida, sumémosle el dato de que las mujeres tenemos tres veces más probabilidades de desarrollar ansiedad que los hombres, que fisiológicamente las hormonas nos hacen más vulnerables a sufrir alteraciones emocionales, y que además producimos un cincuenta y dos por ciento menos de serotonina – la hormona de la felicidad- que los hombres.

Además, añádele que hoy has tenido un día fatídico, que estás triste o desanimada. La única salida que nos queda es pillar el bote de helado porque yo lo valgo de Macadamia y porque metabólicamente los alimentos con altas concentraciones de azúcar aumentan la susodicha hormona de la felicidad. Así que están ahí para ayudarnos ¡vaya por dios qué suerte la nuestra!

Y desnuda frente al espejo sigues con las matemáticas y te dices “Estamos a principios de junio, si como 3 batidos de proteínas y 3 platos de verdura al día durante un mes, ¡en agosto llego a poder ponerme el biquini fijo!”

Bien, pero sigamos sumando. Resulta que nosotras acumulamos el doble de grasa porque nuestra masa muscular es menor que la de los hombres. Además de añadir que con la menopausia nuestro metabolismo cambia y aumentamos de peso hasta chupando el hueso de una oliva arbequina.

Así que nos convertimos en expertas en matemáticas. Contamos las calorías, manejamos el presupuesto familiar para ver si podemos comer mejor, compramos cremas anticelulíticas, nos apuntamos al gimnasio, al centro de belleza, a la lipoescultura o la crioterapia.

Pero, aunque parezca increíble, sólo somos expertas en matemáticas las mujeres. Porque en cuanto llega la operación biquini las playas se llenan de hombres con tripita cervecera que se han puesto el bañador que se compraron ayer en el Corte Inglés. Son los llamados fosfisanos.

Es decir, para los hombres la operación biquini se compone de tres sencillos pasos:

  1. Ir a comprarse un bañador.
  2. Ponérselo.
  3. Irse a la playa.

Y con estos datos en la mano, a mí me pasan tres cosas:

  1. Se me pone la piel de gallina pensando que, aunque somos unas matemáticas superdotadas y podríamos manejar los presupuestos del estado, mientras nos ponemos la crema anticelulítica en el cuarto de baño, todavía cobramos menos que los hombres haciendo el mismo trabajo.
  2. Me pongo filosófica en plan Carrie de Sexo en Nueva York y escribo una pregunta que se queda parpadeando sin respuesta en la pantalla de mi ordenador: Vista la tiranía de la operación biquini de cada año ¿Es que a nosotras sólo nos gustan los tipos gordos y a ellos solo les gustamos delgadas?
  3. Que no me cuadran los números. Por muy buena que sea en matemáticas, no se a ti, pero a mí, con tanto porcentaje de suma y resta, siguen sin cuadrarme los números de vivir en el siglo XXI siendo mujer.

Querida hermana: olvida la dictadura de la moda y haz una revolución en la república independiente de tu cuerpo. Vete a la playa así como eres. Así, natural, auténtica y perfecta. Porque como dice la canción “Nena, como tú ninguna”.

Feliz verano a todas.

Roser de Tienda es doctora, life coach y máster en quiropráctica con especialidad en salud de la mujer y niños. Madre de tres hijos y conferenciante, es autora de los libros “Nacer conectado, vivir consciente”, de Ediciones Obelisco, y “Házte la vida fácil” (de próxima publicación).

Del plato al Congreso: el difícil empeño de alimentar al Perú

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Sucedió en 1995, en una universidad de Estados Unidos. Se entregaban unos importantes premios a Noam Chomsky, Gustavo Gutiérrez (dos personalidades que no necesitan presentación) y Benedicta Serrano, la primera Presidenta de los comedores populares de Lima y el Callao, en Perú. Hubo acto solemne, discursos, grandes palabras. Pero cuando llegó el momento del debate universitario, todas las preguntas fueron dirigidas a Benedicta. Y esas mismas preguntas, muchos años después, todavía están vigentes y producen respuestas admirables.

Leandra Condori, fundadora del comedor Los Condoritos, en Yanama (Cusco), recibe el premio Rocoto de Oro en la feria Mistura 2011. Foto: Oxfam

Leandra Condori, fundadora del comedor Los Condoritos, en Yanama (Cusco), recibe el premio Rocoto de Oro en la feria Mistura 2012. Foto: Oxfam

¿Cómo conseguían estas mujeres sin estudios, generalmente sin empleo, que formaban parte de familias donde a duras penas entraba un salario inestable, alimentar cada día a miles de personas? ¿Cómo organizaban ese aprovisionamiento que requería una logística tan delicada (alimentos perecederos, dieta variada, distribución diaria, grandes distancias…) ¿Cómo conseguían ser uno de los interlocutores más difíciles para el gobierno de su país? ¿Cómo consiguieron cambiar leyes, pero sobre todo, salvar las vidas de millones de personas?

Estas mujeres sencillas, sin pretensiones, pero con una coherencia a prueba de bombas, han salvado muchas veces al Perú en su historia. Muchas veces, en todo el país, simplemente sacando lo que tenían en casa para cocinarlo en común, como en el cuento de la sopa de piedra. Como en 1990, cuando nada más llegar llegar al poder, Fujimori realizó un ajuste económico brutal que subió los precios hasta hacer inaccesible un paquete de arroz o de fideos. La estrategia de las mujeres par enfrentar el terrible impacto fue sacar las ollas a la calle, y cocinar en común con lo que había en casa. Y así miles de familias sobrevivieron.

Y de ahí, con una inteligencia social impresionante, empezaron a organizarse más allá. Con sus modestos ingresos, se asociaban pagando pequeñas cuotas por las raciones familiares, y cuidando de atender a las familias del grupo que no podían pagar las raciones por estar pasando un mal momento. Todas las decisiones, y los precios de lo que se compraba, se ponían en común, se anotaban con grandes letras y números en un gran papel en la pared del comedor.  Para todo había que echar cuentas muy ajustadas, pero la cuenta principal era ésta: si dos mujeres cocinaban por turno diariamente para 20 familias, liberaban muchas horas semanales para que las otras 18 pudieran trabajar, formarse, reunirse, exigir ayudas. Si varios comedores compraban en común, conseguirían precios al por mayor. Si conseguían un local donde acopiar la comida no perecedera y distribuir a los comedores del barrio, ese mismo local serviría para reunirse, y para instalar una consulta psicológica que les ayudara a salir del maltrato, o una consulta jurídica para defender sus derechos. Siempre pensando en el bien común, siempre empezando por un plato en la mesa.

Pronto las mujeres de los comedores, como tantas otras en Perú, empezaron a ser referencia moral y autoridad informal en sus barrios, sus pueblos. Ahí está el ejemplo de María Elena Moyano, un símbolo mundial tras su dramático asesinato por Sendero Luminoso. Su historia, una parte de la cual cuenta magistralmente Carmen Lora en su libro ‘Creciendo en dignidad‘, va de la ignorancia y el desprecio institucional, pasando por la amenaza terrorista, a las ofertas para participar en listas electorales de todos los partidos y colores. Y en muchos casos a la presencia en municipalidades, gobiernos o el Congreso de la República. Pero todo ello sin dejar de cocinar y servir cada día miles y miles de raciones de alimentos, de sencillas comidas. El apoyo del Estado con alimentos sólo llega al 10% aproximado de lo que estas mujeres hacen.

Durante los 5 años que viví en Perú con mi familia, visité y comí en una enorme cantidad y variedad de comedores populares. También tuve la suerte de apoyarlas como voluntaria. Siempre me admiró su forma sencilla y contundente de resolver problemas sencillos y complejos sin despegarse de su realidad, de la necesidad de comer cada día, pero también de la necesidad de expresarse, de conseguir un empleo y un salario dignos, una vida libre de maltrato, un respeto y reconocimiento.

No sé por qué escribo todo esto en pasado, porque todo esto es historia, pero no es pasado sino presente y futuro. En 2012 Leandra Condori, fundadora del comedor de Los Condoritos en su pequeña población cusqueña era galardonada como un gran ejemplo en la feria gastronómica Mistura, que organiza cada año Gastón Acurio en Lima. Por esos mismos días, Ana María Cárdenas, la actual Presidenta de CONAMOVIDI,  que engloba los comedores populares del Perú nos visitó para presentar su trabajo. Muchas personas que la escuchaban no se daban cuenta de que ella no hablaba de comedores asistenciales donde van las personas necesitadas a que les den de comer. Son personas que gestionan el alimento para otros miles, conscientes de que un plato en la mesa hace posible todo lo demás (salud, educación, trabajo, progreso). Por eso se llaman a sí mismas mujeres organizadas para la vida.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón