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Del plato al Congreso: el difícil empeño de alimentar al Perú

Por Belén de la Banda @bdelabanda

Sucedió en 1995, en una universidad de Estados Unidos. Se entregaban unos importantes premios a Noam Chomsky, Gustavo Gutiérrez (dos personalidades que no necesitan presentación) y Benedicta Serrano, la primera Presidenta de los comedores populares de Lima y el Callao, en Perú. Hubo acto solemne, discursos, grandes palabras. Pero cuando llegó el momento del debate universitario, todas las preguntas fueron dirigidas a Benedicta. Y esas mismas preguntas, muchos años después, todavía están vigentes y producen respuestas admirables.

Leandra Condori, fundadora del comedor Los Condoritos, en Yanama (Cusco), recibe el premio Rocoto de Oro en la feria Mistura 2011. Foto: Oxfam

Leandra Condori, fundadora del comedor Los Condoritos, en Yanama (Cusco), recibe el premio Rocoto de Oro en la feria Mistura 2012. Foto: Oxfam

¿Cómo conseguían estas mujeres sin estudios, generalmente sin empleo, que formaban parte de familias donde a duras penas entraba un salario inestable, alimentar cada día a miles de personas? ¿Cómo organizaban ese aprovisionamiento que requería una logística tan delicada (alimentos perecederos, dieta variada, distribución diaria, grandes distancias…) ¿Cómo conseguían ser uno de los interlocutores más difíciles para el gobierno de su país? ¿Cómo consiguieron cambiar leyes, pero sobre todo, salvar las vidas de millones de personas?

Estas mujeres sencillas, sin pretensiones, pero con una coherencia a prueba de bombas, han salvado muchas veces al Perú en su historia. Muchas veces, en todo el país, simplemente sacando lo que tenían en casa para cocinarlo en común, como en el cuento de la sopa de piedra. Como en 1990, cuando nada más llegar llegar al poder, Fujimori realizó un ajuste económico brutal que subió los precios hasta hacer inaccesible un paquete de arroz o de fideos. La estrategia de las mujeres par enfrentar el terrible impacto fue sacar las ollas a la calle, y cocinar en común con lo que había en casa. Y así miles de familias sobrevivieron.

Y de ahí, con una inteligencia social impresionante, empezaron a organizarse más allá. Con sus modestos ingresos, se asociaban pagando pequeñas cuotas por las raciones familiares, y cuidando de atender a las familias del grupo que no podían pagar las raciones por estar pasando un mal momento. Todas las decisiones, y los precios de lo que se compraba, se ponían en común, se anotaban con grandes letras y números en un gran papel en la pared del comedor.  Para todo había que echar cuentas muy ajustadas, pero la cuenta principal era ésta: si dos mujeres cocinaban por turno diariamente para 20 familias, liberaban muchas horas semanales para que las otras 18 pudieran trabajar, formarse, reunirse, exigir ayudas. Si varios comedores compraban en común, conseguirían precios al por mayor. Si conseguían un local donde acopiar la comida no perecedera y distribuir a los comedores del barrio, ese mismo local serviría para reunirse, y para instalar una consulta psicológica que les ayudara a salir del maltrato, o una consulta jurídica para defender sus derechos. Siempre pensando en el bien común, siempre empezando por un plato en la mesa.

Pronto las mujeres de los comedores, como tantas otras en Perú, empezaron a ser referencia moral y autoridad informal en sus barrios, sus pueblos. Ahí está el ejemplo de María Elena Moyano, un símbolo mundial tras su dramático asesinato por Sendero Luminoso. Su historia, una parte de la cual cuenta magistralmente Carmen Lora en su libro ‘Creciendo en dignidad‘, va de la ignorancia y el desprecio institucional, pasando por la amenaza terrorista, a las ofertas para participar en listas electorales de todos los partidos y colores. Y en muchos casos a la presencia en municipalidades, gobiernos o el Congreso de la República. Pero todo ello sin dejar de cocinar y servir cada día miles y miles de raciones de alimentos, de sencillas comidas. El apoyo del Estado con alimentos sólo llega al 10% aproximado de lo que estas mujeres hacen.

Durante los 5 años que viví en Perú con mi familia, visité y comí en una enorme cantidad y variedad de comedores populares. También tuve la suerte de apoyarlas como voluntaria. Siempre me admiró su forma sencilla y contundente de resolver problemas sencillos y complejos sin despegarse de su realidad, de la necesidad de comer cada día, pero también de la necesidad de expresarse, de conseguir un empleo y un salario dignos, una vida libre de maltrato, un respeto y reconocimiento.

No sé por qué escribo todo esto en pasado, porque todo esto es historia, pero no es pasado sino presente y futuro. En 2012 Leandra Condori, fundadora del comedor de Los Condoritos en su pequeña población cusqueña era galardonada como un gran ejemplo en la feria gastronómica Mistura, que organiza cada año Gastón Acurio en Lima. Por esos mismos días, Ana María Cárdenas, la actual Presidenta de CONAMOVIDI,  que engloba los comedores populares del Perú nos visitó para presentar su trabajo. Muchas personas que la escuchaban no se daban cuenta de que ella no hablaba de comedores asistenciales donde van las personas necesitadas a que les den de comer. Son personas que gestionan el alimento para otros miles, conscientes de que un plato en la mesa hace posible todo lo demás (salud, educación, trabajo, progreso). Por eso se llaman a sí mismas mujeres organizadas para la vida.

 

Belén de la Banda es periodista y trabaja en Oxfam Intermón