Para mí el escenario de toda esta historia fue el Beach Hotel. Un edificio de tres plantas, pintado de color rosa y situado frente al mar, que nació con la intención de alojar a los turistas que vinieran a disfrutar de unas vacaciones en la playa, pero que, por el conflicto armado, no ha visto más que habitaciones vacías, mesas sin comensales, y una lenta pero irrefrenable decrepitud.
En su terraza coincidía con Steve Centanni y Olaf Wiig cuando éramos de los pocos periodistas occidentales que quedábamos en Gaza, ya que el resto había partido hacia el norte de Israel para seguir de cerca la guerra en el Líbano.
El mismo lugar donde cenó por primera vez Anita McNaught, la mujer de Olaf Wiig, cuando llegó a Gaza decidida a quedarse hasta que fuera liberado su marido.
O donde pasaba las horas muertas, oscilando entre la angustia y la esperanza, mientras escuchaba las noticias que venían a traerle desde periodistas locales hasta altos jefes policiales o miembros de la Autoridad Palestina.
Y es allí mismo donde hoy ha tenido lugar la rueda de prensa en la que Steve Centanni y Olaf Wiig agradecieron el esfuerzo que se había hecho por los liberarlos, minutos antes de coger el coche y partir, como es lógico tras 13 días de reclusión, a tierras más seguras y confortables.
Una rueda de prensa breve, emotiva, que comenzó con un aplauso de los periodistas palestinos a sus colegas de la Fox. Y en la que me llamó la atención un detalle: el micrófono de Al Manar, la cadena de televisión de Hezbolá, presente en el atrio.
En su discurso, Steve Centanni afirmó que la gente de Gaza es «maravillosa», y que espera que su secuestro no desaliente a otros periodistas extranjeros a venir aquí, pues los palestinos necesitan que su situación sea conocida en el resto del mundo.
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¿Qué se comenta en la calle? Principalmente, que Hamás respira aliviado, que el final del secuestro de los periodistas implica otro obstáculo superado en su deseo de poder cumplir con el mandato de las urnas y comenzar a gobernar sin más zancadillas, seguramente a través de un gobierno de coalición que le permita dejar atrás los enfrentamientos con Fatah y tratar así de convencer a Estados Unidos y la Unión Europa de que levanten el embargo.
Hay gente que afirma que Las Brigadas de la Sagrada Yihad (organización de la que nada se sabía y de la que seguramente nunca más volveremos a escuchar) no es más que la fachada de un grupo de delincuentes comunes.
Pero algunas personas con las que he conversado sostienen otra teoría, mucho más aventurada y difícil de probar. Creen que detrás de todo esto se encuentra Israel, que actúo a traves de colaboradores en Gaza. Y que por eso se difundió un vídeo estilo Al Qaeda, y se obligó a los dos hombres a «convertirse» al Islam. Según me explican, el objetivo es mostrar una imagen de los palestinos ligada a la concepción habitual del terrorismo, que permita legitimar así futuras acciones del Ejército israelí frente a la opinión pública mundial.
«Es ridículo que alguien te pueda convertir al Islam por la fuerza. Ser musulmán es algo que se lleva dentro, una convicción personal», me comenta Hossam. «Y en Palestina no hay lugar para organizaciones como Al Qaeda. Nosotros luchamos contra la ocupación, por nuestra libertad, y condenamos los atentados en Estados Unidos y Europa».
Por parte del equipo de la Fox, la alegría parecía insuperable, ya que la oficina en Estados Unidos llevaba meses presionando para que se cerrara la delegación en Gaza, y había sido una decisión personal del director de la cadena en Jerusalén, Eli Fastman, dejarla abierta.
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Una última observación al margen, que de ninguna manera intenta opacar la importancia de la liberación de los periodistas de la Fox.
En la primera hora de la rueda de prensa, mientras pasaban políticos y miembros de las fuerzas de seguridad para explicar, sin dar datos concretos ni esclarecedores, cómo se había conseguido terminar con el secuestro, justo frente al hotel, como ha sucedido en días anteriores, una patrullera israelí abría fuego contra pescadores palestinos que, desesperados, tras cincuenta días de embargo, se hacen a la mar empujados por el hambre y la falta de recursos.
Si bien un par de camarógrafos se acercaron a las ventanas para captar imágenes de la agresión de la patrullera, la gran mayoría permaneció indiferente.
Esto me hizo reflexionar en primer lugar sobre cómo los periodistas tendemos en general a cubrir la información de forma uniforme, casi sin fisuras o excepciones, dejando poco lugar para hechos que se salen de la agenda establecida.
Después, sobre el distinto valor que damos al sufrimiento de unos y otros, dependiendo del lugar donde hayan nacido o de su condición social. Casi nada se ha escrito de los barcos hundidos en los últimos días, o de los pescadores heridos bajo fuego israelí, cuando lo único que intentan es trabajar.
A todas luces, esto es un error. Si no escuchamos a los que sufren la guerra, el hambre, la marginación, muy difícil nos va a resultar conseguir el estímulo para luchar de forma decidida contra estos problemas. Y el conflicto armado del Líbano podría ser un buen ejemplo. El espacio que se ha dado en las últimos días a retratar el padecer de la población civil es apenas ínfimo en comparación con la avalancha de declaraciones oficiales de presidentes, ministros, y diplomáticos, tantas veces insustanciales y predecibles.
Curiosamente, fue sobre lo que habló Anita McNaught: «Nosotros estamos muy felices en este momento. Pero aquí en Gaza hay gente que está padeciendo enormes sufrimientos. No debemos olvidarnos de ellos».
De más está decir que, cuando terminó la rueda de prensa, todos los periodistas salieron corriendo detrás del coche de la Fox, y luego se fueron a sus oficinas a mandar la información mientras los pescadores continuaban su ignorada lucha en el mar.