La televisión ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Alain Touraine

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Asisto estupefacto al desfile de «expresiones espontáneas de dolor» ante la muerte de un futbolista – Antonio Puerta – en todos los informativos de la noche (Antena3, Tele5, La Primera y Cuatro). Yo, que quería ver lo que decían de Umbral, me encuentro con un despliegue de porno emocional amateur que me deja entre perplejo y aterrado.

No ante la muerte. La Muerte, así, en mayúsculo absoluto. Sino ante esos planos de los telediarios que muestran – impúdicos – a cientos de personas llorando en la calle o en la recepción de un hospital sevillano, a quienes incluso acercan los micrófonos para que le pongan sonido plañidero a esa manifestación.

No voy a entrar a analizar el porqué lloramos ante la muerte de un ídolo. Sería ridículo a estas alturas tratar de diseccionar el vínculo emocional que establecemos con futbolistas, actores, cantantes o personajes de la televisión. Y que sin embargo no se genera con escritores, pintores, científicos u otros personajes menos mediáticos. Lo cual – creo – deja claro que no es tanto la épica de la gesta la que erige iconos, sino la invasiva proximidad que dan los medios.

Unos medios que, en este caso, supieron darle a la agonía un carácter episódico que ha contribuído a elaborar ese éxtasis de emoción popular que anoche mostraban todos los telediarios.

No fue la muerte la noticia. Sino el desconsuelo de cientos de desconocidos ante esa muerte. Un dolor que a alguien le podría parecer superficial, frívolo o ridículo. Eso es igual. Si para algunos el problema de la sociedad reside en que la gente folla poco, para mí tiene más que ver con que la gente llora poco. Y cualquier ocasión es buena para llorar. Nos sobran razones para hacerlo, pero nos faltan oportunidades. Y estas tragedias mediáticas son perfectas para ello.

Y sin embargo había algo terrible en la actitud carroñera de las cámaras de los informativos, que trataban de mostrar cuanto más dolor mejor. Mejor cuantas más lágrimas, mocos y ahogados suspiros. Y me incomodaron tanto esas imágenes que tuve que apagar el televisor. Porque el dolor me parece algo muy íntimo.

Así soy yo de tonto. Pensé.

Porque, en realidad, las personas que lloraban ayer por televisión no lo estaban haciendo en su intimidad, sino que recuperaban la clásica figura de las plañideras, cuya intensidad de llanto y cantidad determinaban, hace años, la categoría social de los muertos en los entierros.

Hoy, la televisión es un entierro de pueblo. Y cuanta más gente aparezca llorando al muerto, mayor legitimidad tendrán los excesos informativos sobre él.

(ADENDA: Sobre la muerte de Umbral lo más desconcertante fue escuchar estas palabras en el informativo de Cuatro: «A su capilla ardiente han acudido numerosos políticos del PP«… ¿eh?)