Escribir novela histórica: Historia, novela y personajes de ficción

Fotograma de la serie ‘Yo, Claudio’.

Hoy tenemos una invitada de lujo en XX Siglos, lectores míos, para hablar de cómo se escribe novela histórica y cómo funcionan los personajes en nuestro género favorito. María Antonia de Miquel, durante muchos años editora de novela histórica de autores tan insignes como Graves, Yourcenar o Vidal, es autora de los libros Cómo escribir una novela histórica (2014) y Leer mejor para escribir mejor (2016) y está considerada como una auténtica especialista en ficción histórica. Desde 2012 imparte el curso “La novela histórica y sus claves” en la Escuela de escritura del Ateneo barcelonés, cuya próxima edición se iniciará en enero 2017.

Hace unas semanas hablé con ella y le planteé la posibilidad de escribir algo sobre la tramoya, sobre lo que hay detrás de la novela histórica, algo que creo que os interesará tanto a los lectores como a los que queréis hacer vuestro pinitos en la escritura. Amablemente ella aceptó y ha elegido centrarse en cómo funcionan los personajes en la ficción histórica y su función imprescindible en este tipo de novelas. Que lo disfrutéis.


Historia, novela y personajes de ficción

por María Antonia de Miquel | @mademiquel

Fotograma de la adaptación cinematográfica de ‘Sinuhé’.

El escritor John Banville, Premio Príncipe de Asturias y autor, entre muchas otras obras, de dos novelas históricas que giran en torno a grandes personajes de la ciencia ―Copérnico y Kepler―, solía responder a quienes le felicitaban por la exactitud de su recreación del pasado: «¿Cómo lo sabe? ¡Usted tampoco estuvo allí!».

Lejos de ser una boutade, esta frase resume a la perfección la peculiar posición del novelista que pretende revivir un episodio histórico, obligado a mantener el difícil equilibrio entre veracidad y verosimilitud. Mientras que la única tarea del escritor de ficción es crear un mundo y unos personajes verosímiles ―el lector sabe de antemano que nada de lo que le cuentan es verdad, aunque está dispuesto a creérselo si se lo presentan adecuadamente―, el autor de novela histórica debe combinar en su justa medida los hechos reales, que todo el mundo conoce, con un entramado de ficción en el que estos han de encajar sin fisuras. Pues, no importa cuán bien documentada esté la novela histórica, su ingrediente principal es la ficción. De otro modo, estaríamos hablando de un ensayo o de una biografía. Pero que la novela histórica parezca real no depende tanto de la exactitud del contenido como de los procedimientos narrativos empleados. Entre ellos, el más destacado sin duda es la construcción de los personajes.

Nadie ignora que los verdaderos pilares de una novela son sus personajes: ni la trama mejor construida funciona si los personajes no resultan convincentes. En el caso de la novela histórica, tomar como protagonista a un personaje histórico relevante -sea Cleopatra, Napoleón o Isabel la Católica- es sin duda atractivo; el lector está familiarizado de antemano con ellos y los siente cercanos. Aunque precisamente la abundancia de referencias puede ser contraproducente. Si el lector percibe que la novela se aleja demasiado de lo que ya sabe acerca de ellos, dejará de considerarlos verosímiles. Sin embargo, un excesivo respeto a los documentos históricos desembocará en unos personajes acartonados y, de nuevo, poco creíbles. El lector espera de la novela histórica lo que no encuentra en los libros de historia: sentir que las figuras históricas son seres humanos. Diferentes autores le han dado diferentes soluciones a este problema. Así, por ejemplo, si nos ceñimos a las novelas sobre temas de la Antigüedad clásica, encontramos el Yo, Claudio de Robert Graves y las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Ambas están protagonizadas por un emperador romano. En ambas, es el propio emperador quien narra su vida. Sin embargo, ¡qué resultados tan distintos! El Claudio de Graves nos habla con familiaridad –es capaz de decir de sí mismo que «fui conocido de mis parientes, amigos y colaboradores como “Claudio el Idiota”, o “Claudio el Tartamudo” o “Cla-Cla-Claudio”, o, cuando mucho, como “El pobre tío Claudio»―, airea sin miramientos los trapos sucios de la casa imperial y se contempla a sí mismo con cierto humor socarrón. El Adriano de Yourcenar, en cambio, es un narrador digno y reflexivo, que, al tiempo que desgrana episodios de su vida, induce a meditar sobre temas filosóficos como la fugacidad de la vida, el poder, el amor…

Claro que no es necesario darle la palabra al personaje central para recrear su vida: una de las técnicas más útiles para la ficción histórica es el narrador-testigo. Se trata de alguien que, de un modo u otro, se encuentra muy próximo al protagonista pero que, al tener cierta distancia respecto a este, es capaz de verlo con perspectiva, de señalar sus virtudes y defectos. Sucede así en la novela de Mary Renault sobre Alejandro Magno, El muchacho persa, en la que el narrador es un joven esclavo y ocasional amante de Alejandro. El narrador-testigo es también el artificio elegido por Umberto Eco en El nombre de la rosa. Adso, un novicio inocente, nos cuenta cómo acompañó a Guillermo de Baskerville a la abadía en la que ocurrirán una serie de muertes violentas que este intentará desentrañar. Un personaje como Adso puede tener una función suplementaria: dado que ignora muchas cosas, tanto del funcionamiento de la abadía como de la vida en general, es lógico que haga preguntas, que a su vez sirven para explicarle al lector las características de la época y del entorno sin lastrar la narración. El propio Eco reconoce que Adso fue posiblemente una de las claves del éxito de la novela. Los lectores «se identificaron con la inocencia del narrador, se sintieron justificados aunque a veces no lo entendieran todo». Es decir, determinados personajes, bien elegidos, son una ayuda para recrear el momento histórico. De hecho, cualquier personaje que no pertenece a la cultura donde se sitúa la acción puede servir para poner de relieve los rasgos más relevantes de esta. Por ejemplo, un cristiano cautivo de los sarracenos durante las Cruzadas actuará de vehículo para mostrarle al lector cómo era el mundo musulmán medieval; Patrick O’Brian, por su parte, se sirve de la ignorancia en cuanto a asuntos náuticos de Stephen Maturin -el médico de a bordo y fiel compañero de su héroe, el capitán Jack Aubrey- para explicarle al lector detalles relativos a la navegación en un barco de vela de principios del XIX.  Incluso los personajes secundarios pueden convertirse en herramientas útiles para esto, desde la anciana que urge a los jóvenes a respetar las costumbres -informando de paso al lector de ciertos usos peculiares de la época- hasta el maestro de futuros sacerdotes que, en Sinuhé el egipcio, explica al protagonista cómo embalsamar a un difunto.

De la habilidad del escritor para seleccionar y dar vida a sus personajes depende en gran medida el que la novela se sostenga y que el lector crea, por unas horas, haber retrocedido en el tiempo. Algo que solo está al alcance de la buena ficción. Pura magia.

*Las negritas son del bloguero y no de la autora del texto.

Puedes seguirme en Facebook, Twitter y Goodreads.

Si te ha gustado esta entrada, quizá te interese…

 

 

1 comentario

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Me ha gustado mucho este post y lo considero una lección ya que estoy siempre intentando aprender de los que más saben, sin embargo he escrito una novela cuyo borrador está en mi página web y la pueden leer gratis quien lo desee y me siento orgulloso de ella porque he recibido muchos elogios de lectores que han leído tal borrador que francamente es una sombra del original que no he publicado porque estoy esperando que algún editor me lo pida. Bueno no quiero extenderme más .la novela se titula EL EVANGELIO DEL CENTURION

    Clica sobre mi nombre

    20 diciembre 2016 | 16:33

Los comentarios están cerrados.