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Una joven sureña blanca y de a pie, heroína del antirracismo en los EE UU

Joan Trumpauer - Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer – Fotos policiales de 1961

Joan Trumpauer tenía 19 años cuando, en junio de 1961, la Policía de Jackson, en el estado de Misisipi, en el sur profundo de los EE UU, la fichó y retrató de frente y perfil.

Unos días antes el autobús en el que Joan viajaba junto con otros militantes antisegregacionistas había sido quemado por una turbamulta de arios racistas. La joven escapó de milagro pero fue golpeada, pateada y detenida. Como se negó a pagar la multa por los desórdenes de los que fue acusada o la fianza sustitutoria, la encerraron en la prisión más dura del país, Parchman Farm. La tuvieron en una celda del pabellón de la muerte durante dos meses antes de fijar una fecha para la vista del juicio y dejarla en libertad.

Durante aquel encierro arbitrario y desproporcionado Joan canturreaba con cierta constancia una cancioncilla religiosa que le habían enseñado en la catequesis:

Cristo quiere a los niños
A todos los niños del mundo
Rojos y amarillos, negros y blancos
Todos son preciosos para Él

Además de las convicciones, la muchacha no tenía nada especial que la distinguiera de otras, era una chica de a pie. Había nacido en Georgia, sus abuelos habían sido dueños de esclavos negros y sus padres eran aparceros sin demasiados medios pero que, sin embargo, podían permitirse pagar a una criada, también negra, para que cuidara de los niños. Cuando algo se torcía en la vida de la familia Trumpauer, la madre, racista visceral, solía utilizar siempre la misma fórmula: «Podremos con esto. Pase lo que pase, al menos no somos negros».

Joan abrió los ojos cuando empezaron a proliferar las protestas contra la segregación que permitía el trato diferente según el color de la piel. A los 18 años participó en la primera sentada. La detuvieron y catalogaron como «mentalmente inestable» porque sólo la locura podía explicar que una señorita del sur compartiese ideales y movilizaciones con negros.

Al año siguiente se implicó en los Freedom Riders (Viajeros de la libertad), los centenares de chicos y chicas de ambas razas que se desplazaban en autobuses por las zonas más despiadadas del racismo para organizar protestas no violentas en bares con entradas separadas, colegios que no admitían negros, piscinas en las que sólo la piel blanca tenía derecho de chapoteo en el largo y ardiente verano…

Tres 'viajeros de la libertad' son increpados y atacados por chicos blancos en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi.

Tres ‘viajeros de la libertad’ son increpados y atacados por chicos blancos por entrar en un bar segregado. La muchacha del medio, con moño, es Joan. 28 de mayo de 1963, Jackson-Misisipi (Foto: Fred Blackwell)

Fred Blackwell, reportero del Jackson Daily News, se subió a la barra del Woolworth para poder hacer esta foto. No hay sangre, pero quizá sea una de las imágenes más violentas de la lucha contra la segregación racial en los EE UU por la rabia, burla y odio de los jovencillos que atacan a los tres viajeros de la libertad, desde la izquierda, John Salter, Joan Trumpauer y Anne Moody. Habían entrado en la fuente de soda segregada con una chica negra, la última de las activistas citadas, para hacer una sentada pacífica en la barra sólo para blancos. A Salter le regaron la ropa con sirope y la cabeza con azúcar. A Trumpauer le esperaba la misma humillación. La policía no apareció por el lugar pese a las llamadas del encargado.

Hubo muchos otros sit-in en cafeterías de los estados racistas que se oponían a la abolición de la segregación y la aprobación de una ley de garantía de los derechos civiles. Todos los actos, coordinados por el Congreso por la Igualdad Racial, fueron pacíficos. Este set de Flickr agrupa unas cuantas decenas de fotos de las movilizaciones y en alguna se puede reconocer a Joan con su tranquila prestancia haciendo frente sin un pestañeo a matonzuelos arengados por el Partido Nazi Americano.

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Joan Trumpauer en la actualidad. Foto: © J.M. Giordano

Trampauer fue coherente con el credo de la canción que había aprendido en la iglesia cuando era cría: se matriculó en un instituto para negros preguntándose cómo respondería la sociedad —lo supo pronto: la tildaron de «puta» en artículos de opinión en la prensa— y fue expulsada de la muy prestigiosa Universidad de Duke por negarse a abandonar el activismo.

Era sureña y blanca, tenía más que perder que nadie y embravecía con más intensidad a los intolerantes.

Se retiró a la honrosa condición de ciudadana digna y coherente cuando la lucha alcanzó los resultados legislativos soñados —concretados en la Civil Rights Act (Ley de los Derechos Civiles, 1964), que tardó lo suyo en servir para algo pero al menos ilegalizó la segregación en el plano teórico—.

Sin salir del anonimato de nuevo Joan trabajó en el Smithsonian, fue funcionaria de los ministerios de Justicia y Comercio y profesora voluntaria de Inglés como segundo idioma en una organización de ayuda a inmigrantes ilegales. Está jubilada, tiene 73 años y cinco hijos.

Cuando en 2013 la trajeron otra vez a la actualidad como protagonista del documental An Ordinary Hero: The True Story of Joan Trumpauer (Una heroína corriente: la verdadera historia de Joan Trumpauer) declaró que volvería a repetir cada paso de su vida porque el racismo convierte a cualquier territorio en «el corazón de las tinieblas».

Jose Ángel González

Esta radiografía craneal es un disco pirata de Elvis de la URSS

Placa de rayos x convertida en disco

Placa de rayos equis convertida en disco

Es la radiografía craneal de un ciudadano sin nombre, pero también, como demuestran la etiqueta, el orifio central y los surcos, se trata de un disco. En la URSS, de donde procede el ejemplar, llamaban a estos artefactos, las grabaciones sonoras sobre placas de rayos equis, discos-costilla o discos-hueso.

Proliferaron en los años cincuenta, cuando en la URSS encontrar vinilo era tan difícil como ejercer la libertad de pensamiento. Si lo que deseabas, además, era una canción de Elvis Presley o de cualquier otro defensor del capitalismo o enemigo de los soviets la cuestión se convertía en un asunto peliagudo que te podía costar una condena de cárcel por secundar y difundir las proclamas del Rey del Rock.

'Disco-costilla' soviético de los años cincuenta

‘Disco-costilla’ soviético de los años cincuenta

Según el excelente y divertido reportaje Cómo las cocinas soviéticas se convirtieron en caldos de cultivo de la disidencia y y la cultura , publicado [sólo en inglés] por la NPR —la organización mediática semipública de los EE UU—, los discos grabados sobre radiografías usadas eran habituales instrumentos de diversión colectiva y oculta en las reuniones que los sometidos habitantes de la URSS celebraban en las khrushchevkas, edificios comunales prefabricados y con servicios comunes donde eran obligados a vivir los desclasados, que eran todos con la excepción de los jerarcas del partido único.

Hasta siete familias compartían una cocina y los aseos. En una bella proyección de la justicia que emana de la injusticia, la política habitacional socializante de los dirigentes de la URSS creó espacios de comunión y debate que eran muy magros en metros cuadrados pero de superficie infinita en sueños.

En los cenáculos de los largos inviernos, los soviéticos hablaban, se tomaban con humor y vodka la vida, leían samizdat —recopilaciones copiadas a máquina de autores prohibidos o letras de canciones del actor y cantante Vladimir Vysotsky (1938-1980), el Bob Dylan de Rusia, quien opinaba que la URSS era «un gran campo de concentración»—, oían las radios extranejras cuando disponían de un prohibido aparato de onda corta o escuchaban magnitizdat, discos clandestinos copiados con alguna de las muy escasas grabadoras de bobinas que lograban entrar en el país, donde tampoco estaban permitidas.

'Disco-costilla' soviético de los años cincuenta

‘Disco-costilla’ soviético de los años cincuenta

Los discos-costilla eran producidos con las máquinas portrátiles de grabación que permitían prensar una postal sonora con un mensaje o una cancioncilla —como las Voice-O-Graph de los EE UU que intentan poner de moda ahora con el último disco de Neil Young en la cabina comercializada por Jack White—. En la URSS eran comunes en los salones de fotografía donde los encargados, a cambio de cierta cantidad de dinero, viandas o licor, hacían un pequeño negocio a espaldas del sistema traficando con música y canciones de los muchos estilos reprimidos por el régimen: desde el jazz hasta el rock and roll.

Como era casi imposible encontrar vinilos o discos de laca vírgenes, pronto dieron con soportes alternativos. Las radiografías usadas, que se podían trocar en los hospitales mediante algún contacto entre los empleados sanitarios, era baratas y perfectas. Adolecían, como los flexidiscos, de falta de rigidez, pero no se escuchaban del todo mal. Hasta la invención del casete, fácil de camuflar y transportar y de coste barato, resultaban una opción posible para driblar a la maquinaria censora estatal.

En el libro Back in the USSR: The True Story of Rock in Russia (1987), Artemy Troitsky explica con sencillez la elección: «Encontrabas radiografías con los pulmones, la médula espinal o fracturas de huesos, redondeadas con tijeras, con un agujero en el centro y los surcos apenas visibles (…) La calidad era horrible, pero el precio era bajo, un rublo o rublo y medio«.

En el polimórfico y con frecuencia absurdo mundo de las grabaciones discográficas —la entrada de la Wikipedia sobre tipos inusuales de discos cita desde un paquete de chow mein sonoro hasta sellos postales de Bután que son a la vez jingles publicitarios sobre el país— no deja de tener sentido que una música de electrochoque como la de Elvis Presley llegue, en forma de grabación pirata, dentro de una radiografía craneal.

Ánxel Grove

El tuareg Bombino firma el mejor disco en lo que va de 2013

"Nomad" - Bambino

«Nomad» – Bambino

El mejor disco editado en lo que va de 2013 es, en mi opinión, Nomad, del músico tuareg Bombino.

No era ningún secreto la potencia lírica y la valentía de estilos del compositor, guitarrista y cantante de Agadez (Níger), que toca con valentía y ardor roquistas, sin miedo a los planeos psicodélicos y las aventuras, pero también es capaz de sondear en la melancolía de su pueblo, un colectivo de 1,2 millones de personas condenadas a sufrir la imposición de fronteras e intereses sobre la patria sin divisiones reales del desierto del norte y el centro de África.

Estamos ante una persona que habla —en idioma tasmasheq, una de las lenguas tuareg— en nombre de muchas y con conocimiento de causa: Bombino ha vivido en el exilio durante años por su condición racial y dos de sus músicos fueron fusilados por los militares nigerianos durante la última de las rebeliones tuareg, cuando la posesión de guitarras eléctricas fue decretada como delito castigado con la pena de muerte por la vinculación de los instrumentos con las demandas de voz y libertad de los hombres del desierto.

Bombino

Bombino

Nacido en 1980 en un campamento tuareg, Bombino asomó al mundo en 2007 cuando el cineasta Hisham Mayet grabó una de sus actuaciones durante los festejos de una boda taureg. El documental subsiguiente, Agadez the Music and the Rebellion, muestra el poder de un músico de una intuición sobrecogedora, condensador de muchos estilos y, al mismo tiempo, hijo de ninguno.

Técnicamente impecable, en su forma de tocar la guitarra hay ecos de sus ídolos Jimi Hendrix y Jimmy Page, de los que no paraba de ver videoclips cuando era niño y vivía en el exilio de Argelia y Libia. Pero, al contrario que estos guitarristas distorsionados, no estamos ante un estilista de turbulencias: la guitarra de Bombino es seca, sin efectos, como él, una hija del desierto.

Mientras el otro gran colectrivo de la música tuareg, Tinariwen, parece haber entrado en un declive creativo, Bombino da la impresión de tener un futuro inmenso por delante.

Nomad, editado por la discográfica independiente estadounidense Nonesuch, está producido por el hiperactivo guitarrista de los Black Keys, Dan Auerbach —que el año pasado también apadrinó uno de los mejores discos de la temporada, Locked Down, de Dr. John—. Es un disco abrasador que deja en evidencia la inmensa tontería de buena parte de la música europea y estadounidense.

Dejo abajo el primer videoclip del álbum, la afiebrada y festiva Azamane Tiliade y una grabación desenchufada e improvisada de Bombino. Ambas componen las dos facetas de este músico pasmoso, eléctrico y sin complejos, poético y puro.

Ánxel Grove

Fotos en las que siempre hace frío

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Una pantalla, muchos hijos, nicotina, dos trapos en la pared, parches demasiado leves contra las grietas en el yeso.

La geografía no es necesaria para entender lo que sucede en la foto. Tampoco las fronteras exteriores de la foto importan. Con algunas fotos sucede: como los ojos de los perros, tienen un tapetum lucidum, son reflectantes, se han quedado sin márgenes y se disuelven con el background.

¿Qué sabemos? Lo suficiente para entender: la casa está acordonada por el barro y el frío, el pan está negro, los niños imitarán al padre.

La foto la hizo un profesor destinado en la zona. Quizá así se explique que los niños se desentiendan y miren a la pantalla. Al profesor ya lo ven demasiado.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Más críos en la segunda imagen. Uno de ellos, quizá una niña, quiere beber la cerveza brava que bebe la madre.

El hombre tiene mucho frío. La chaquetilla es una mala broma contra el gris del cielo.

Los árboles también sufren.

Nicotina, niebla, tierra yerma… Nadie mira al maestro de escuela.

A veces todas las fotos son la misma foto.

El profesor-fotógrafo se llama Jindřich Štreit. Nació en 1946 en la región de Moravia-Silesia, que entonces pertenecía a la Checoslovaquia comunista y ahora a la República Checa. Es una de esas tierras con márgenes disueltos, como mapas rotos. Muchos la han pisado pero pocos se han quedado. Demasiado barro.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

En las fotos de Štreit siempre hace frío. Un frío medular, literario, insufrible. El frío que sólo sienten los desgraciados.

Al profesor-fotógrafo le han castigado por ser quien es, un amigo de los desgraciados. En 1982 le detuvo la policía secreta. Le incautaron la cámara y todos los negativos. Le condenaron a diez meses de cárcel por difamar al país.

Llegaron a esa conclusión tras interpretar las fotos. En una encontraron a varios hombres durmiendo durante un acto del Partido Comunista. En otra, un mapa desmembrado. En una tercera, un perro triste.

Tras la sesión de análisis fotográfico, los comisarios políticos firmaron la sentencia y bajaron a tomar unas copas de aguardiente. Tenían mucho frío.

A Štreit le cambió la vida el destino de su primer trabajo como profesor de Arte. Le enviaron, en 1971, a las regiones de Olamouc y Bruntál. Se estableció en la aldea de Sovinec. Es difícil encontrarla en los mapas.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Los estrategas que manejan la cartografía convinieron que Sovinec fuese alemán. Tras la II Guerra Mundial y el despiece del lomo europeo entre los triperos, lo resituaron dentro de los límites de Checoslovaquia, es decir, bajo la bota de piel de oso soviético.

Los campesinos alemanes se largaron y otros campesinos ocuparon su lugar. Unos y otros tenían el pasaporte de la nación sin patria de los desgraciados.

Los nuevos repobladores llegaron empujados por las tácticas del estado. Procedían de aquí y de allá y nada tenían en Sovinec además de un incierto futuro.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

¿Qué puedes sentir por la tierra si no no conoces el nombre de los arroyos, no recuerdas quién descansó en esa piedra, no tienes difuntos en el cementerio…?.

Caminas casi tumbado, te encorvas. Tienes frío.

Štreit daba clases en la escuela. Tenía tiempo libre y, a veces, hacía fotos. Mariconadas compositivas, escenas pastorales que envíaba a concursos patrocinados por hermandades sindicales, agrupaciones vecinales, cofradías culturales y otras formas bastardas de la metaestructura del poder.

Todos merecemos el accidente de la revelación. Para Štreit llegó en 1978, en una conferencia del fotógrafo Ján Šmok. En una reunión con otros aficionados posterior a la charla, les dijo que el ojo debe residir en el mismo mundo en que reside el fotógrafo, que cualquier universo contiene a todo el universo, que desgraciados somos todos. Štreit no envió fotos a concursos nunca más.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Desde entonces, con una pureza metódica, el profesor terminaba la jornada escolar y recorría la comarca en su viejo Lada para hacer fotos de barro y frío.

Fascinado, como inaugurando ojos nuevos, documentó durante 13 años la vida en la zona: los animales, la tristeza del tabaco negro, la borrachera diaria para que pueda llegar otro día de borrachera, la franca brutalidad, la alegría inesperada de un buen chiste, las casas como aguafuertes de un pintor tenebrista…

Trabajó en soledad y sin referentes. Sabía, claro, de su gran paisano, el también moravio Josef Koudelka,  pero Štreit no frecuentaba a sus contemporáneos, no pertenecía a gremios o clubes. Era un profesor de primaria vecino de Sovinec con una cámara en la mano.

Tras la caída de los totalitarismos comunistas su obra empezó a trascender. En 1989 expuso en Newcastle (Reino Unido) y dejó al mundo con la boca abierta. ¿De dónde sale esto?, se preguntaba la crítica.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Con la libertad de moverse y el reconocimiento, llegaron los trabajos por encargo, las comisiones.

Štreit hizo reportajes sobre mineros y trabajadores agrícolas de otras latitudes. En una de sus series más conocidas, Cesta ke svobodě (El camino hacia la libertad, 1996-1999), retrató las toxicomanías en el medio rural.

El profesor-fotógrafo confirmó la pasmosa obviedad que había escuchado de labios de Ján Šmok: el mundo entero es una infinita repetición de la misma aldea. Savinec está en todas partes.

Jindřich Štreit

Jindřich Štreit

Quiero terminar esta entrega de Xpo, la sección fotográfica del blog, con una de las fotos que elegiría si me obligasen a escoger, digamos, diez de entre todas las que conozco. Una foto que condensa la fuerza primaria de Štreit, su capacidad para retratar cada ladrillo de la cárcel que edificamos con nuestras manos.

La foto podría titularse, es mi capricho, En el Barranco del Trasmundo.

La inexplicable sombra del perro es el Señor Muerte, siempre tras la ventana, salivando el hocico.

La mano del yonqui es la última orquesta.

Una orquesta de desgraciados para que todos bailemos el vals del barro y el frío.

Ánxel Grove

Cash se pone cherokee

"Bitter Tears (Ballads of the American Indian)" - Johnny Cash, 1964

"Bitter Tears (Ballads of the American Indian)" - Johnny Cash, 1964

En 1964 la banda sonora es de complacencia y olvido.

Los hit parade son una factoría de sirope de arce: los Beatles engatusan al mundo con pop-rock adolescente (Love Me Do, I Want to Hold Your Hand , Can’t Buy Me Love); las Supremes (Where Did Our Love Go) demuestran que los negros pueden hacer algo más en los cócteles que ser contratados como camareros: cantar; los Beach Boys salen de la playa y se quedan varados en el asfalto (I Get Around)…

La extraordinaria rabia del rock and roll original ha sido licuada por la turbo mix del sistema. Ninguna jovencita blanca va a mojar nunca más la ropa interior soñando con negros lascivos como Chuck Berry, Bo Diddley o Little Richard o blancos incorrectos y sexo adictos como Jerry Lee Lewis. Las bridas del poder han domado al potro salvaje.

En 1964 la música traga mientras el mundo arde (Vietnam, Black Power, el África colonial explota en naciones independientes, el Che Guevara habla en la ONU…). El rock se peina la melenita, se mira en el espejo y decide que la noche es joven.

Johnny Cash (1932-2003)

Johnny Cash (1932-2003)

El 22 de agosto, una página entera de la revista Billboard -portavoz oficioso de la industria musical- está ocupada por una carta abierta firmada por Johnny Cash, que ha pagado la inserción publicitaria de su bolsillo.

«DJ’s, directores de emisoras de radio, propietarios… ¿Dónde están vuestro cojones?«.

El hombre de negro había roto las listas de ventas sólo unos meses antes con Ring of Fire (¡esas trompetas mariachi son marxismo aplicado!), pero el éxito no le ha desbravado:

«Podéis clasificarme, categorizarme, reprimirme, pero no funcionará. No estoy peleando por ninguna causa concreta. Si lo hiciera me convertiría en un holgazán. Los tiempos cambian, yo cambio».

En la balsa de aceite de la música pop de 1964, Cash, libérrimo, pone sobre la mismísima mesa de juego de los manipuladores (Billboard) una carta sobre asuntos nada pop: censura, coacción, cobardía y, sin señalar a ninguno de sus compañeros de profesión (no es un chivato), de sometimiento.

«¿Dónde están vuestro cojones?».

El rebote está fundamentado en el silencio de la maquinaria, el ostracismo (una forma pusilánime, pero igulamente perversa, de censura) al que fue condenado el disco que el músico editó en octubre de 1964, Bitter Tears (Ballads of the American Indians), anatemizado por incómodo y todavía hoy reducido a un casi completo grado de anonimato: Sony, la macro corporación propietaria de la grabación se niega a reeditar el álbum pese a las campañas que han pedido la resurreción del disco perdido de Cash, una obra que merece un Top Secret.

Ira Hayes (1923-1955)

Ira Hayes (1923-1955)

Bitter Tears (Ballads of the American Indians), el undécimo disco de estudio de Cash, es uno de los primeros álbumes conceptuales de los que se tiene constancia. El tema está enunciado en el título: el exterminio de los pueblos nativos que poblaban los Estados Unidos antes de la colonización y conquista europeas y el olvido intencionado del genocidio.

No es, ni de lejos, una de las mejores grabaciones del prolífico músico: el sonido es demasiado abierto, sinfónico, los arreglos tienden a enfatizar la tragedia con argucias melodramáticas y las letras de algunos temas sonrojan por su puerilidad.

Pero la redención no necesita más que una entrega.

En Bitter Tears la epifanía redentora es The Ballad of Ira Hayes, la canción-crónica sobre la vida del Jefe Nube Caída, un indio de la tribu de los Pima que combatió como marine en la batalla de Iwo Jima de la II Guerra Mundial, aparece en la foto teatralizada (es el primero por la izquierda) del izado de la bandera en el monte Suribachi, fue utilizado por el Gobierno como héroe en una campaña para recaudar fondos bélicos, abandonado a su suerte cuando cayó en la depresión post-traumática y el alcoholismo, contratado por Dean Martin como chófer e indio bueno y muerto de frío, en coma etílico, en un aparcamiento de camiones en 1955.

Le llaman el borracho Ira Hayes
Él no va a responder
Ni el indio bebedor de whisky
Ni el marine que fue a la guerra

La canción silenciada, como escribe Cash en su carta abierta en Billboard, no habla de un héroe anónimo, sino de un capitán de los marines que aparece en los sellos de Correos del país, fue recibido en la Casa Blanca y paseado por las ciudades de la nación como símbolo de patriotismo (la historia la narra de forma directa la película de Clint Eastwood Banderas de nuestros padres).

«A pesar de las listas de venta comerciales -las categorías, clasificaciones y restricciones que deciden lo que se debe promocionar-, esta no es una canción country, no tal como se entiende el género. Es un buen motivo para que rechacemos a los cobardes (…) Tengo que pelear cuando me doy cuenta de que tantas emisoras de radio tienen miedo de Ira Hayes. Sólo una pergunta: ¿Por qué? Creo que sé la respuesta: Ira Hayes es una medicina demasiado fuerte«.

"On the Warpath" - Peter La Farge (1965)

"On the Warpath" - Peter La Farge (1965)

La canción a la que tanto temían no era de Cash. Había sido compuesta por Peter La Farge, un cantautor de fuste con un tristísimo devenir y una producción musical injustamente olvidada. Tenía sangre india.

Cash sostenía, aunque nunca pudo comprobarlo, que entre sus ancestros había cherokees.

Cuando los niños cherokees cumplían 14 años eran llevados al bosque por sus padres. Les vendaban los ojos y les decían: «Hijo, debes permanacer toda la noche aquí, en el bosque, sin quitarte la venda, sin llamar a nadie, sin pedir ayuda, sin quejarte. Cuando sientas el sol del amanecer sobre tu piel, quítate la venda de los ojos y regresa a casa».

Cuando llegaba la mañana y el crío se desprendía de la venda su padre seguía allí. El secreto de la ceremonia no era transmitido.

Acaso la ausencia de ceremonias en ciertas culturas explique dónde están los cojones de algunos.

Ánxel Grove

Vivir con Ochs

Phil Ochs (1940-1976)

Phil Ochs (1940-1976)

Leo en el diario con más circulación de la ciudad en la que vivo (la supuestamente liberal San Francisco) una reseña sobre el documental del que hablaré más tarde.

Tuve que repasar varias veces la pieza para darme cuenta de que la última línea, destacada en negritas, no era una broma:

Advisory: Tea Party members may take exception to the opinions offered in this movie.

O sea:

Advertencia: los simpatizantes del Tea Party pueden ofenderse con las opiniones expresadas en esta película.

Luego, preparando esta entrada, encuentro un largo artículo sobre el mismo documental en la web del World Socialist Party de los Estados Unidos.

El mensaje es menos grotesco que el consejo para que los ultramontanos no se acerquen, pero el protagonista del documental no se libra de los varapalos.

Le acusan de «reformista», el más terrible adjetivo que se puede aplicar desde el marxismo, y de «irrelevante». Los adjetivos son munición de grueso calibre entre la ortodoxia del materialismo dialéctico: Stalin no necesitaba otra cosa que la acusación de reformismo para, como poco, enviarte de por vida al gulag.

El hombre que recibe golpes en las dos mejillas -en la derecha por peligroso y agitador, en la izquierda por burgués y aliado de la explotación- es el cantante y compositor Phil Ochs.

Cartel de "Phil Ochs: There But For Fortune" (Kenneth Bowser)

Cartel de "Phil Ochs: There But For Fortune" (Kenneth Bowser)

Acaban de estrenar un documental que le hace justicia. Se titula Phil Ochs: There But for Fortune. Lo dirige Kenneth Bowser.

Participan amigos, familiares, músicos, alguna celebrity (el actor Sean Penn, que durante años intentó buscar dinero para producir, dirigir en interpretar una película sobre la vida de Ochs). Se recuperan momentos notables de la vida del cantautor y se reproducen por primera vez grabaciones nunca vistas de actuaciones.

Como advierten los diarios conservadores: absténgase si comulga con la derechona. Como advierten los apostólicos marxistas: absténgase si cree que la socialdemocracia implica revolución.

Ochs nació en 1940 en El Paso (Texas – EE UU) y se ahorcó en 1976 en Far Rockaway (New York – EE UU).

Durante los 36 años que permaneció en el mundo dio fe de su carácter único de variadas maneras.

Cantó canciónes de protesta en la misma época que Bob Dylan. Casi en los mismos lugares. Algunas de las de Ochs (como I Ain’t Marching Anymore y The Ring of the Revolution) eran tan buenas como las de Dylan.

Acudió a cuanto mitin, manifestación o acto de protesta le invitaron. Fue el primer músico en firmar una declaración contra la guerra de Vietnam.

Dylan y Ochs fueron amigos y ejercieron una rivalidad que, a principios y mediados de los años sesenta, tuvo un espíritu de fair play. Tras un tiempo la camaradería se fue al garete: Dylan era una superestrella egomaníaca y no admitía la cercanía de tipos tan directos como Ochs. Cuando éste criticó la imaginería surreal de las letras de Dylan, éste le expulsó a gritos de la limusina en la que se desplazaban: «Sal del coche, Ochs. No eres un cantante folk, ¡eres un maldito periodista!«, le reprochó.

En 1968, Ochs sufre una profunda crisis de fe. Los asesinatos del senador Robert Kennedy y Martin Luther King, la brutal represión policial contra los manifestantes –entre los que estaba Ochs– en la Convención del Partido Demócrata en Chicago y la victoria del ultra conservador Richard Nixon en las presidenciales le hicieron descreer de su país y su generación. Nunca fue el mismo. Se sentía «muerto espiritualmente».

"Rehearsals For Retirement" (Phil Ochs, 1969)

"Rehearsals For Retirement" (Phil Ochs, 1969)

En 1969 edita un disco titulado Rehearsals For Retirement (Ensayos para la jubilación). En la portada, una foto de su propia tumba. La lápida dice: «Phil Ochs (estadounidense). Nacido en El Paso, Texas, 1940, Muerto en Chicago, Illinois, 1968».

En 1970 declara que ha encontrado una nueva luz: «Seré mitad Elvis Presley, mitad Che Guevara«. Actua con un traje de lamé dorado y acompañado por un grupo eléctrico. Interpreta arreglos rockeros de sus viejos éxitos y versiones de Buddy Holly. Su público le abuchea.

Empieza a beber hasta caerse borracho. Consume Valium de forma compulsiva. Se siente bloqueado.

En 1971 visita Chile, donde Salvador Allende había sido elegido presidente el año anterior. Ochs conoce al cantante y compositor Víctor Jara. Intiman y se hacen amigos. Hablan de grabar juntos.

Ochs se desplaza a Uruguay, donde canta en un acto político izquierdista. Le detienen y le expulsan a Argentina. La policía le espera en el aeropuerto para ingresarlo en prisión durante varios días. Cuando le sueltan, regresa a los EE UU.

Tras el golpe de estado militar de Pinochet contra Allende y la cruel muerte de Jara, Ochs organiza en el Madison Square Garden de Nueva York el concierto benéfico An Evening with Salvador Allende (Una tarde con Salvador Allende). Participan Pete Seeger, Dennis Wilson (The Beach Boys) y el viejo rival Bob Dylan, que atiende la llamada de Ochs en el último momento y logra que el Madison Square Garden se llene.

En 1973 Ochs viaja a Etiopía, Kenya, Malawi, Sudáfrica y Tanzania. En este país es atracado y le intentan estrangular. Las heridas causan daños irreparables en las cuerdas vocales. A la depresión se suma la paranoia. Afirma que el ataque fue organizado por la CIA.

Phil Ochs, a lo Presley

Phil Ochs, a lo Presley

En mayo de 1975, para celebrar el final de la guerra de Vietnam, Ochs organiza un concierto en Central Park. Acuden 100.000 personas para escuchar a Harry Belafonte, Odetta, Pete Seeger y Joan Baez, que acompaña a Ochs en las últimas canciones. Nunca volvió a cantar en público.

Cada vez bebe más. Sigue imaginando conspiraciones en su contra del FBI y la CIA. Asegura que la única salida para su carrera es contratar al agente de Elvis, el Coronel Tom Parker o, como segunda opción, al Coronel Sanders del Kentucky Fried Chicken.

En 1975 asegura que se llama John Butler Train y que éste ha asesinado a Phil Ochs. Cree que alguien desea matar ahora a Train como venganza. Va siempre armado con un cuchillo y un martillo. No tiene un céntimo y empieza a dormir en la calle.

Sus amigos le ingresan en un sanatorio. Le diagnostican trastorno bipolar y depresión. Al parecer, genéticas. Su padre las había padecido.

En enero de 1976 se va a vivir con su hermana. El 9 de abril se ahorca.

Años después de su muerte se desclasificaron informes del FBI sobre Ochs: quinientas páginas en las que aparece como una persona «subversiva» y «peligrosa» para la seguridad nacional. El nombre de Ochs aparece varias veces mal escrito (Oakes) y hay informes datados tras su muerte en los que sigue etiquetado como «potencialmente peligroso».

El documental Phil Ochs: There But for Fortune quizá no se estrene nunca en España, donde la figura de Ochs es poco menos que secundaria. Esa es la razón por la que ocupa la primera entrega de la sección Top Secret -donde recuperaremos a personajes u obras en la sombra-. Sus discos siempre fueron difíciles de encontrar hasta la eclosión globalizante. Casi nadie demostró demasiado interés por un tipo incómodo, radical, arbitario y de comportamiento incomprensible en la última mitad de su carrera. Además, hace pensar demasiado.

Un apunte final que acaso convenza a alguien, por vía indirecta, de la necesidad de vivir con Ochs. Cuando le preguntaron a Neil Young en quién se inspiraba contestó: «En Phil Ochs y Bob Dylan. Por ese orden».

Ánxel Grove