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Muñecos para sustituir a los vecinos que murieron o se marcharon

Los curiosos se acercan al lugar para hacer fotos, los muñecos se han convertido en una pequeña atracción para un lugar por el que nadie tiene interés. Están diseminados en el paisaje: trabajan en el campo, esperan al autobus sentados en una marquesina, sostienen pacientes una caña esperando a que piquen los peces, algunos sencillamente miran al infinito amarrados a una valla o subidos a un árbol. El pelo es de lana, la boca es un fruncido, los ojos son botones, las cejas y las pestañas están hechas con puntadas.

Im Tal der Puppen (En el valle de los muñecos) —de Fritz Schumann (Berlín, 1987), fotógrafo y periodista alemán residente en Japón— es un vídeo de seis minutos y medio que cuenta la historia de la asombrosa Ayano Tsukimi: una mujer que siembra de muñecos el pueblo semivacío en el que vive. Cada uno, del tamaño de una persona, representa a alguien que murió o se mudó del lugar.

La mujer de 64 años vive en el pueblo de Nagoro, situado en un valle en la isla japonesa de Shikoku: la más pequeña y menos poblada de las cuatro principales del país. Cuenta que cuando era una niña, allí había una presa gestionada por una compañía que daba trabajo a cientos de personas. Tras cerrar el negocio, los habitantes de Nagoro se marcharon poco a poco a las grandes ciudades: ahora sólo viven allí 37.

Ella misma se fue con su marido y su hija para instalarse en Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón. Aunque ellos siguen allí, Tsumiki decidió volver hace 11 años y vive con su padre (de 83) en la casa familiar.

Hace una década que empezó a crear los muñecos. «No tenía mucho que hacer. Planté semillas, pero no germinó ninguna. Pensé que necesitábamos un espantapájaros, así que hice uno que se parecía a mi padre». Admite que nunca planeó comenzar a recrear antiguos habitantes y no se detiene en explicar qué le impulsó a iniciar la serie. No es necesario explicar el dolor que provoca ser testigo de cómo un pueblo se apaga, condenado a dejar de existir.

En la colección abundan las ancianas, que admite que se le dan especialmente bien. Tras hacer 350 representaciones humanas, continúa elaborándolas a mano. «Las expresiones faciales son lo más complicado. Los labios son difíciles, si se tuercen un poco, pueden parecer enfadados». El director, los profesores y los antiguos estudiantes del colegio del pueblo, que cerró hace dos años por falta de alumnos (sólo había dos) están entre los muñecos más recientes.

«Los muñecos no viven tanto como los humanos, tres años como máximo», dice Tsumiki, que también reflexiona sobre la edad avanzada de los habitantes de Nagoro: «Puede que llegue el día en que sobreviva a toda la gente de este pueblo». En el pequeño pero sentido reportaje de Schumann, la mujer japonesa revela que no piensa en la muerte, aunque también es consciente de que desde el valle «se tarda 90 minutos en llegar a un hospital apropiado» y eso significa estar a merced de la suerte si hay una emergencia. Tal vez por eso ya se ha encargado de hacer un muñeco de sí misma.

Helena Celdrán

El fotógrafo no asimilable

Eslovaquia, 1966

Eslovaquia, 1966

Al ingeniero aeronáutico Josef Koudelka (1938), hijo de una aldea diminuta de Moravia, le gustaba bien poco su trabajo. Estudió porque tenía que hacerlo, porque la fortuna era equívoca en el inmenso teatro del comunismo demencial de Europa del Este, porque o eras obediente o el Estado te tiraba de las orejas y te marcaba a fuego el estigma de los incómodos.

Koudelka prefería hacer fotos. De adolescente había retratado a su familia y a los habitantes del micromundo moravio con una cámara de baquelita. En 1961 alguien le prestó una Rolleiflex de segunda mano. La cámara dió el tiro de gracia al título de ingeniero.

Cinco años antes, en las cómodas y bien decoradas salas del Museo de Arte Moderno de Nueva York, Edward Steichen había montado The Family of Man, la exposición fotográfica más ambiciosa jamás organizada: 503 fotografías de 273 fotógrafos de 68 países, profesionales y aficionados, famosos y desconocidos, nueve millones de visitantes, todavía viva (fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 2003)… La lista de participantes en la muestra quita el hipo.

Una pregunta distópica: ¿hubiera participado Koudelka, de estar activo, en la ambiciosa exposición sobre la humanidad?

Durante la primera mitad de los años sesenta el ingeniero aburrido de ser ingeniero se dedicó a retratar a las comunidades gitanas de Eslovaquia. El Estado quería asimilarlos, forma con que todos los Estados se refieren, en aras de la corrección semántica, al aniquilamiento de los débiles.

Bohemia, 1966

Bohemia, 1966

Expuso las fotos en Praga en 1967. Tuvieron éxito. Los comisarios políticos rotularon al autor como incómodo. Koudelka respondió abordando un tren hacia Rumanía, donde había un montón de gitanos esperando.

Al año siguiente los tanques rusos entraron en Checoslovaquia para abortar la Primavera de Praga. Las mejores fotos de la revolución aplastada las hizo Koudelka. Sacó las imágenes del país con métodos de contrabandista, sin pretender cobrar por su publicación.

En 1970 se fue de su patria y el Estado le quitó la nacionalidad. Le admitieron como refugiado en Inglaterra, le invitaron a entrar en la agencia Magnum. Aceptó el halago pero impuso condiciones: nada de encargos periodísticos. Prefería vagar por Europa, por los límites, a su propio ritmo.

A Koudelka no le gusta rendir cuentas. «Muchas de mis fotografías», ha declarado, «las hago sin mirar el objetivo. Es como si no existiera la cámara, un acto sumamente mecánico». Si no miras, no te pagan. Si no miras y no te explicas, te patean.

"Gypsies"

"Gypsies"

Acaban de reeditar Gypsies en una versión ampliada (30 fotos inéditas) con respecto a la original de 1975. Los gitanos -gracias al cielo nunca asimilados– son de Bohemia, Moravia, Eslovaquia, Rumanía, Hungría, Francia y España.

Era un libro tan difícil de encontrar como necesario. Uno de los foto-ensayos más bellos de la historia.

He leído en algún lugar que Koudelka, que tiene 73 años, vive en un humilde apartamento de Praga y se dedica, sobre todo, a ordenar sus negativos.

Teniendo en cuenta que se trata de uno de los mejores reporteros del siglo XX -ojo: reportero-emocional, no de staff, no de acreditación en el bolsillo y chaleco de Coronel Tapioca-, la situación admite seguir ejerciendo la esperanza: no todos somos asimilables.

¿Hubiera participado Koudelka en The Family of Man junto a los muy asimilables (y cojonudos) Richard Avedon, Robert Doisneau o Garry Winogrand, por citar a tres sin más ánimo que establecer extremos?

"Bohemia, 1966"

"Bohemia, 1966"

Me atrevo a soñar que, como en el caso de Magnum, se sentiría halagado pero diría que los deadline no van con él, que le gustaría dar una vuelta por alguna zona tan despoblada como olvidada antes de decidirse, que quizá pero más tarde, que por qué no nos vamos a tomar café y fumar cigarrillos…

Acaso en su fuero interno pensase que la idea de compendiar a la humanidad y su interés humano sólo podría ser aceptada viniendo de una deidad celestial, jamás de un hombre tan doliente como cualquiera.

Acaso Koudelka intentaría, con los ojos cerrados, hacer otra foto inmensa, definitiva, ciega de tan luminosa, como ésta de la izquierda. Una foto no asimilable.

Ánxel Grove

 

¿Impedir la bofetada o hacer la foto?

"Living with the enemy" (Donna Ferrato, 2005)

"Living with the Enemy" (Donna Ferrato, 1991)

Living with the Enemy es uno de los libros de fotografía documental más conocidos y aplaudidos de los últimos veinte años. Acaban de reeditarlo.

Su autora, Donna Ferrato, pasó más de seis mil horas con unidades policiales dedicadas a casos de violencia y maltratos contra mujeres. Retrató el lado pavoroso de la intimidad enferma, de la dominación silenciosa: acuchillamientos, moratones, miedo, apaleamientos, hogares convertidos en tumbas, escenarios de sucesos, prólogos de partes de defunción…

El libro es una de las escasas publicaciones fotográficas que ha conseguido algo más que la notoriedad artística o formal para su autora y el aplauso de la crítica y las ventas: ha alcanzado el grado de manual de ayuda y bandera de una causa, la lucha contra la pesadilla de la violencia machista.

La organización Abuse Aware recomienda Living with the Enemy como lectura obligada y Ferrato organiza talleres para formar a nuevos reporteros que se mantengan ojo avizor contra el maltrato y los maltratadores.

Donna Ferrato

Donna Ferrato

El libro, la necesidad imperiosa de afrontar y enfrentar un camino azaroso, complejo y peligroso, nació de una bofetada, de una agresión. También de una inicial cobardía, de la respuesta a la pregunta que todo reportero debe hacerse en algún momento: ¿hago la foto o detengo, o al menos intento detener, la barbarie de la que estoy siendo testigo, es decir, cómplice por omisión?

Ferrato, acaso por miedo, acaso por la certeza de que se trataba de una de esas fotos que justifican toda una obra, acaso porque con una cámara en la mano dejamos de ser humanos, permitió que el hombre golpeara a su pareja.

El espejo muestra al agresor, a la agredida y también a la fotógrafa, testigo que admite el mal menor de los golpes para poder documentar el instante irrepetible de la barbarie.

Donna Ferrato

Donna Ferrato

Las fotos no son una simulación. El suceso ocurrió en el cuarto de baño de una mansión de Nueva Jersey (EE UU) y los protagonistas se llaman Garth y Lisa. La fotógrafa los seguía porque estaba trabajando en un reportaje sobre el mundo del intercambio de parejas que rodeaba a finales de los años setenta y principios de los ochenta al templo neoyorquino del swinging, el club Plato’s Retreat.

En una entrevista publicada ayer por Lens, el excelente blog de fotografía del New York Times, Ferrato dice que hizo el par de fotos («cerré los ojos», suelta en una pobre justificación; «era muy joven», añade en otra) y luego intentó detener la agresión: «Le dije: ‘¿Qué estás haciendo? Vas a hacerle daño’. Él me apartó y respondió: ‘No voy a hacerle daño, es mi esposa. Conozco el límite de mi fuerza y tengo que enseñarle que no puede mentirme».

Donna Ferrato

Donna Ferrato

Las fotos cambiaron la vida de la reportera, que se consagró en cuerpo y alma a ayudar, educar y convivir con las mujeres maltratadas. A la primera, Lisa, no fue capaz de ayudarla.

Sin poner en duda el compromiso manifiesto de Ferrato, la pregunta sigue siendo la misma: ¿debió la fotógrafa hacer las fotos o intentar desde el primer momento enfrentarse al maltratador?

El dilema es moral, personal y, sólo en último término, fotográfico. Se han enfrentado a él, casi siempre en décimas de segundo y en un ambiente cargado de adrenalina, los reporteros de guerra. ¿Consentir el balazo en la sien o bajar la cámara y tratar, de cualquier modo, de ayudar a la víctima?

No deseo verme nunca en la necesidad de responder. Temo mi respuesta más que la pregunta.

Ánxel Grove

Slab City, un campamento de vagabundos en el desierto

Claire Martin

Claire Martin

Es uno de esos lugares a donde nunca llegarán un turista, un médico, un político, un informático, un abogado, un arquitecto, un hijo de papá…

A Slab City sólo vas cuando te quedan la piel, tres o cuatro dientes, un par de pantalones y, si eres un privilegiado, el talón mensual del salario social para mayores de 65, ciegos o lisiados.

La reportera australiana Claire Martin tiene cara de niña pero voluntad perseverante. Con menos de treinta años se ha convertido en una fotoperiodista valiente.

Claire Martin sí fue a Slab City, la base militar abandonada del Desierto de Colorado, en el sudoeste de California (EE UU), donde reside una población flotante -de varios cientos a poco más de cincuenta- de olvidados. Son migratorios: bajan al desierto en invierno y suben al norte en verano, cuando la temperatura en Slab es inaguantable.

El lugar carece de normas. El verbo haber se conjuga en negativo: no hay luz, no hay agua… Sólo quedan arena, desechos y la Salvation Mountain, una loma con mensajes de amor a Dios que ha construido Leonard Knight, un residente con afanes redentoristas.

Claire Martin

Claire Martin

Martin retrató la vida en Slab City el año pasado. Encontró, dice, la pobreza extrema y «quizá las peores condiciones» de todos los EE UU. También residentes que defienden la opción de llevar un deliberado estilo de vida que es la más radical oposición al modelo social imperante y vagabundos, toxicómanos y ex delincuentes que optan por «una comunidad que no les juzga».

La fotógrafa tiene poca experiencia -empezó a hacer reportajes hace cuatro años-, pero se mueve con un coraje antiguo.

En 2007 firmó un reportaje sobre los residentes del Downtonw East Side de Vancouver (Canadá), un barrio-miseria de yonquis abandonados. El año pasado firmó algunas de las mejores fotos de los disturbios en Haití, país al que acaba de regresar para mostrar a una población exhausta un año después del terremoto.

La agencia Magnum Photos le concedió en 2010 el premio Inge Morath a fotógrafas jóvenes por su «incansable trabajo de documentación de comunidades marginadas en países prósperos».

Claire Martin

Claire Martin

Aunque es absurdo (y puede parecer cínico) decantarse por una u otra colección de fotos cuando todas ellas muestran la miseria de la condición humana, la serie sobre Slab City es la que más me llega.

¿Por qué? Las razones son difíciles de verbalizar y tienen que ver con mi esfera personal.

El Desierto de Colorado forma parte del enorme Desierto de Sonora, a cuya mortífera y seca soledad se enfrentan cada día cientos de inmigrantes, sólo armados con coraje y sueños, para intentar colarse en los EE UU. En Slab City viven los inmigrantes de sí mismos.

Ánxel Grove