Entradas etiquetadas como ‘cortos’

Una máquina de escribir para recordar a una aviadora legendaria

Se las llamaba «aviatrices» y eran un fenómeno escaso y singular pero indicador de cambios: mujeres que volaban solas, desafiaban límites y batían records de tiempo y distancia. La inglesa Amy Johnson (1903-1941) era una de ellas. Algo más joven que la legendaria aviadora estadounidense Amelia Earhart, con la cual compartía independencia y audacia.

Hacía unos años que Earhart se había convertido en la primera mujer en cruzar el Atlántico y también en recorrer los EE UU de costa a costa sin paradas, cuando, en 1930, Johnson saltaba a la fama mundial. La inglesa fue la primera aviadora en volar los más de 17.700 kilómetros entre Croydon —en el sur de Londres— y Darwin, en el norte de Australia. Lo hizo en un biplaza ligero De Havilland DH.60 Moth, un modelo de aeronave de los años veinte. Con matrícula G-AAAH y bautizado por su dueña como Jason, el avión se exhibe en la colección permanente del Museo de Ciencias de Londres.

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‘Again’: ¿Y si descubrieras por casualidad que eres inmortal?

Lo primero que engancha de la animación son los sonidos, concisos y punzantes, empezando por el viejo recurso del reloj despertador para continuar con una  banda sonora inspirada en los estímulos auditivos de un videojuego arcade.

Again (Otra vez) es un corto animado en 2D que dura poco menos de cinco minutos y se sitúa en un futuro no muy lejano y en otro planeta, aunque presente una situación inicial que se parezca mucho a la rutina tiránica de la vida urbana.

La criatura protagonista es rosa y alargada, con pocos detalles faciales pero expresiva. Vive en una ciudad arcade construida con bloques y los vehículos son tan simples que parecen teclas de ordenador. Tamagotchis, códigos QR, consolas portátiles y otros guiños electrónicos completan un paisaje de colores chillones, nubes sólidas como para saltar sobre ellas y una abundancia de brillos amarillos verdoso.

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‘Laznia’, dos ancianas nadadoras y una piscina mágica

Dos ancianas se encuentran en una piscina interior. Son nadadoras habituales, bajo el agua disfrutan de la agilidad terrestre perdida. Ese es el humilde punto de partida de Łażnia (Baños).

Con un currículum de premios y menciones especiales en festivales de todo el mundo —Reino Unido, Alemania, Finlandia, Nueva York, Brasil, Japón, Egipto…— el cortometraje recuerda que Polonia siempre ha sido un referente en diseño y animación. De aspecto esquemático y a la vez que de belleza detallista, la historia se cuenta a partir de lo que parecen acuarelas que a veces revelan tímidos trazos a lápiz.

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‘Woody’, el muñeco sin dedos que suspira por ser pianista

El maniquí articulado había sido siempre una simple herramienta del artista, hasta que en el siglo XX las vanguardias lo elevaron a obra de arte en sí mismo. El surrealismo le otorgó el estátus de personaje, Giorgio de Chirico lo escogió como símbolo, Man Ray lo fotografió como a un ser humano. Aunque inexpresivo, la frialdad del modelo se adentraba en el subconsciente del espectador, que tenía vía libre para decidir cómo quería interpretar la presencia del muñeco.

«Sus sueños son grandes… Pero están casi fuera del alcance de sus manos», así se podría traducir la frase con que los autores de Woody resumen la historia del protagonista del mismo nombre: un muñeco articulado de dibujo que desde pequeño desea, más que nada en el mundo, ser pianista.

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‘Apetitosos’ balones y guantes de boxeo: la charcutería de mentira de PES

La 'charcutería' de 'Submarine Sandwich'

La ‘charcutería’ de ‘Submarine Sandwich’

En la charcutería añeja y encantadora las vitrinas guardan los productos listos para venderse al peso, con carteles pinchados, en lonchas o en generosos trozos. Aunque la gama de colores rojizos abre el apetito, cuando se muestra de cerca la mano del tendero deslizándose en el interior de los estantes, surge la confusión: lo que parecían salchichones y carnes curadas resultan ser guantes de boxeo, pelotas de fútbol americano y otros objetos incoherentes.

Al convertirlos en lonchas se produce la magia: de la cortadora surgen tapetes rosas de papel, parches de tela… En el caso de un ajado guante de béisbol, salen pequeños y estilizados guantes de cuero.

En Submarine Sandwich (Sandwich submarino) el director de cortometrajes y animador PES —que sigue sin revelar su nombre real— vuelve a conseguir que salivemos con lo que no se puede comer, jugando con la percepción y descontextualizando objetos de un modo deliciosamente infantil.

El autor (al que ya me había referido antes en este blog) continúa así ampliando las posibilidades de un universo culinario de mentira iniciado con Western Spaghetti (Espaguetis del Oeste) —un plato de gomas elásticas de colores con un sofrito de cubo de Rubik, un billete de un dólar y algunos dados— y Fresh Guacamole (Guacamole Fresco), que ostenta el título de ser el cortometraje de menor duración que ha sido nominado a los Oscar.

PES consiguió la financiación para este último proyecto de animación stop motion en noviembre, con una campaña de Kickstarter en la que recaudó casi 49.000 dólares (aproximadamente 41.500 euros). Esta vez para abrir el apetito de los donantes, ha grabado también un cómo se hizo en el que habla de Submarine Sandwich como de su proyecto más ambicioso, el primero para el que ha tenido que construir un escenario completo.

«Lo que realmente me gusta de la animación stop motion es que todo lo que hay ante la cámara es real, no hay trucos digitales, todo es 100% creíble porque se trata de objetos y de un medio fotográfico», cuenta en la grabación, que desvela cómo él y un ayudante juegan con cada elemento para «domarlo» y hacer que se comporte como ellos desean.

Helena Celdrán

‘Arrópame’, el corto de terror que sólo dura un minuto y ya es viral

Fotograma de 'Tuck me in', el cortometraje de Ignacio F. Rodó - (Filminute)

Fotograma de ‘Tuck me in’, el cortometraje de Ignacio F. Rodó – (Filminute)

La historia pone a prueba al espectador con uno de los miedos más clásicos de la infancia: imaginar que el dormitorio, que de día parece el lugar más seguro del mundo, se transforma por la noche en un escenario oscuro en el que se esconde lo desconocido. Tuck me in (Arrópame) es un cortometraje de Ignacio F. Rodó (Barcelona, 1986), que sólo necesita 60 segundos para que el público adulto justifique el terror infantil.

Tal vez para hacerla más universal, Rodó escoge el inglés como idioma y no sitúa la escena en ningún lugar reconocible. La microhistoria del padre que da las buenas noches a su hijo es perfecta para durar un minuto, tiene un final difícil de continuar, no es posible sacar conclusiones y el adorable niño protagonista ya no es quien parece ser.

Desde que el siete de octubre el jurado del festival de cortometrajes Filminute lo nombrara ganador de su novena edición y los organizadores lo colgaran el día 11 en YouTube, el espeluznante trabajo del barcelonés se ha convertido en viral con casi un millón y medio de visionados sólo en este canal de vídeos. También disponible en Vimeo, la página web del certamen y la del autor, las respuestas de los internautas oscila entre las felicitaciones por lograr ponerles los pelos de punta, el intento de buscar explicaciones lógicas a la historia (por ejemplo, que el padre tiene una enfermedad mental) y la dificultad de ser padre o madre.

El festival internacional Filminute reta a «directores, guionistas, animadores, artistas, diseñadores y productores creativos» a desarrollar una gran historia con la única premisa de que tenga un minuto de duración, «ni más ni menos». Los organizadores del certamen independiente creen en el poder de la brevedad y defienden que un gran cortometraje es aquel que, a pesar de ser extremadamente conciso, «sigue resonando» en la cabeza del espectador.

Helena Celdrán

Un corto de animación hecho de corcho blanco, inseguridades y humor ácido

Fue necesario un año para grabar los seis minutos de la pieza de animación. Todas las figuras que aparecen en él están esculpidas en poliestireno expandido (porexpan, corcho blanco) y los efectos de la luz son producto de largas exposiciones. Un breve vídeo del cómo se hizo da una idea de la complejidad del procedimiento, pero eso es sólo parte del atractivo del cortometraje.

Mike Please y Daniel Ojari (del estudio londinense Parabella Studios), animadores y directores de Marilyn Myller, no caen en el error de ofrecer un asombroso espectáculo técnico vacío de significado, por suerte también desarrollan una trama inteligente en torno a la creación y la destrucción, una historia de crisis creativa con un inesperado toque final de humor ácido.

El universo blanco y animado representa la mente de una joven artista británica. En su imaginación interpreta que el poder que ejerce sobre sus figuras la acerca al implacable Dios bíblico, ella crea y ella destruye, por accidente, por rabia o por motivos que ni siquiera ella puede explicar. En realidad, las imágenes cósmicas son un modo de sentirse poderosa en medio de la inseguridad: enfrascada durante horas en un trabajo minucioso, en la soledad de su estudio y sentada en una vulgar banqueta que cruje, Myller es en realidad insignificante para el mundo, una creadora sin demasiado reconocimiento.

Todo cambia cuando un cazatalentos esnob da con ella en el preciso momento en que la artista sufre una crisis. El giro que da la trama es tan cómico como frustrante, una referencia a lo estúpido que puede llegar a ser el arte cuando se emborracha con el dinero.

Helena Celdrán

'Marilyn Myller' - Parabella Animation Studio

Un sencillo corto de terror que ya es un fenómeno de Internet

En las menciones especiales del concurso de cortometrajes de terror Who’s there? (¿Quién anda ahí?), que acaba de celebrar su primera edición, premiado como el mejor director aparece David F. Sandberg (Suecia, 1981) con Lights Out (Luces fuera). El autor confía en la efectividad de la situación cotidiana —una mujer, antes de acostarse, apaga progresivamente las luces de su casa— y utiliza con habilidad uno de los temores más primarios del ser humano, el miedo a la oscuridad, para grabar sin apenas presupuesto una historia que en 2 minutos y 41 segundos aterra al espectador.

La productora de cine británica Bloody Cuts ha animado a cineastas de todo el mundo a participar en el concurso. Las condiciones de los organizadores eran pocas, pero claras: el corto no podía durar más de 3 minutos, el presupuesto no debía exceder los 1.000 dólares (725 euros) y tenía que ser una obra original producida expresamente para el certamen y que guardara relación con la frase «¿quién anda ahí?». Formaron parte del jurado el director de cine Joe Dante, el guionista y director Marcus Dunstan, el guionista Patrick Melton, la productora y coguionista de Terminator (James Cameron, 1984) Gale Anne Hurd

David Sandberg y su mujer Lota Losten en el "misterioso" pasillo de su casa, donde se grabó el corto

David Sandberg y su mujer Lota Losten en el «misterioso» pasillo de su casa, donde se grabó el corto

Los tres grandes premios fueron para Play Time, de Ryan Thompson (una pesadilla que comienza con una tele encendiéndose sola y mostrando imágenes perturbadoras en blanco y negro); A…, de Peter Czikrai (de toque lynchiano y con trasfondo satánico) e Invectum de Adam-Gabriel Belley y Francis Fortin, un corto que apuesta más por la ciencia ficción que por el terror clásico.

Más visto que las tres propuestas ganadoras, la de Sandberg (que no recibió más que una mención) tiene 1.414.630 vistas en YouTube y en Vimeo ha llegado ya a los 5.300.000. Incluso hay una lista de reproducción de vídeos en YouTube que recopila las reacciones de quienes la ven por primera vez. El autor admite estar «estupefacto por la respuesta» de los internautas ante el humilde corto protagonizado por su mujer Lotta Losten.

El germen de Lights Out se ve con claridad en obras anteriores de Sandberg, en particular en Cam Closer, protagonizada también por Losten y grabado en la misma casa, una historia de poco más de dos minutos en la que buena parte del desarrollo tiene que ver con la pantalla de un smartphone. Esta última pieza sin embargo se ha convertido en viral, ha despertado el deseo de los internautas de compartir el vídeo y lo que han experimentado al verlo.

En su página web personal, Losten (ante el aluvión de visionados del corto) decidió hace unos días recopilar algunos de los comentarios que más le han llamado la atención en las redes sociales. Del «yo hubiera dejado la casa después de ver eso en mi pasillo» al «lo he parado a los 56 segundos hace ya media hora y no sé qué hacer» pasando por el que opina que Lights Out es la película más terrorífica del concurso; la colección de opiniones reafirma la teoría de que el miedo más profundo es el que nos transporta a la intimidad de la situación cotidiana, de repente alterada por un suceso que no tiene explicación.

Helena Celdrán

El cine antinazi británico ensalzaba el cricket y el fútbol de patada a seguir

El corto que preside la entrada, engolado como todo producto british que se precie —los Smiths, los sonetos de Shakespeare, el pastel de riñones…—, es un arma de contrapropaganda antinazi. Fue realizado en 1940 y pagado por el British Council, la organización oficial creada en 1934 para defender, promover y vender la cultura británica en el mundo antes de los Beatles.

Con el nazismo afilando su ideología supremacista desde Centroeuropa, la administración británica necesitaba un argumentario para defenderse. Hitler, con quien el Reino Unido estaba en guerra desde la invasión de Polonia (otoño de 1939), machacaba a la opinión pública con la acusación de que el estado insular era una nación añeja y regida por tradiciones igual de arcaicas.

La idea fue utilizar el cine para exportar un ideal de futuro sin caer en la dialéctica discursiva de los nazis. Las 120 películas que produjo el British Council no mostraban la forma de ser del Reino Unido, sino la manera en que el país, pensaban sus dirigentes, deseaba ser visto por el resto del mundo.

Tratándose de británicos, la presunción de que su forma de vida es la única que vale la pena es acertada. Los cortos son panegíricos —con frecuencia muy naíf— sobre la  british life y sus supuestos logros: maternidades modélicas, seguro de desempleo, diversión sana (aunque acaso un poco bruta) y cerveza superior. Desde luego, ni un atisbo de crítica.

La colección completa acaba de ser colgada en Internet en la web del British Council Film Collection. El trabajo de digitalización y clasificación ha sido financiado por Google y apadrinado por New Deal of the Mind, una coalición de empresarios, creadores y artistas que quieren empaquetar y comerciar el «talento británico». Una alianza que mete miedo.

En el divertido archivo —el adjetivo de cultural no es aplicable, quizá sí el de costumbrista— que ahora se puede ver online hay cortos donde el fútbol inglés se presenta como lo que allá en las islas siguen creyendo que es (el único válido: prolongación del patada-a-seguir del rugby), escenas de Shakespeare (¿quién más?), detalles sobre la producción de lana escocesa, una defensa de las leyes penales inglesas realizada con maneras de Alfred Hitchcock, las pruebas de por qué resulta irrefutable la afirmación de que Inglaterra es un «país de jardineros» y el revelador corto que inserto para terminar, donde intentan explicarnos la grandeza y gracilidad de ese juego racial, ridículo e inexplicable que llaman cricket, el único deporte del mundo que se juega con jersey de pico.

Ánxel Grove