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Una máquina de escribir para recordar a una aviadora legendaria

Se las llamaba «aviatrices» y eran un fenómeno escaso y singular pero indicador de cambios: mujeres que volaban solas, desafiaban límites y batían records de tiempo y distancia. La inglesa Amy Johnson (1903-1941) era una de ellas. Algo más joven que la legendaria aviadora estadounidense Amelia Earhart, con la cual compartía independencia y audacia.

Hacía unos años que Earhart se había convertido en la primera mujer en cruzar el Atlántico y también en recorrer los EE UU de costa a costa sin paradas, cuando, en 1930, Johnson saltaba a la fama mundial. La inglesa fue la primera aviadora en volar los más de 17.700 kilómetros entre Croydon —en el sur de Londres— y Darwin, en el norte de Australia. Lo hizo en un biplaza ligero De Havilland DH.60 Moth, un modelo de aeronave de los años veinte. Con matrícula G-AAAH y bautizado por su dueña como Jason, el avión se exhibe en la colección permanente del Museo de Ciencias de Londres.

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La máquina de escribir cromática

'The Chromatic Typewriter' - Tyree Callahan

'Chromatic Typewriter' - Tyree Callahan

Se considera «pintor, hojalatero y artífice de la palabra». El estadounidense Tyree Callahan vive en Bellingham (Washington), una pequeña ciudad del noroeste del país que le cautiva por «el juego de la luz sobre el paisaje». Sus óleos están inspirados en la naturaleza y muestran, con cierta abstracción, los matices en las tonalidades -sombrías y luminosas a la vez- de amaneceres y crepúsculos.

Sé que no es la primera vez que las máquinas de escribir son las protagonistas de la sección de Artefactos, pero me sorprende comprobar cómo un aparato supuestamente obsoleto puede esconder tantas posibilidades artísticas. Las piezas son maleables, el propósito puede variar con solo unos cuantos cambios.

El último invento de Callahan sintetiza lo que piensa de sí mismo en un solo objeto. La máquina de escribir cromática une de manera singular la pintura con la letra. «Estoy emocionado. La reacción a esta pieza ha sido especial. Ha iniciado debates sobre la transformación del arte en palabras y de las palabras en arte», dice el artista en su blog personal.

Detalle del teclado

Detalle del teclado

Los tipos están sustituidos por pequeños fragmentos de pastel tiza que con el tecleo impregnan los tonos en el papel. Las teclas en lugar de letras se corresponden con el color que hay al otro extremo de cada varilla. «La gente con sinestesia parece ser la que más disfruta del invento», afirma el artista buscando una utilidad psicológica a su obra.

El modelo elegido por Callahan fue la Underwood Standard del año 1937 no por casualidad: la marca, que comenzó a fabricar en 1895 sus máquinas de escribir, se distinguía de las otras en que por primera vez, gracias a su revolucionario diseño, el texto era visible mientras se redactaba.

Callahan crea nebulosas de colores difuminados que forman bosques tras la lluvia y degradados en el cielo. Incluso se le pasa por la cabeza teclear textos relativos a su arte, con la curiosidad de ver después cuál es el resultado plástico de las palabras que él escribió.

Helena Celdrán

La hermana pobre de la máquina de escribir

La Keaton Music Typewriter

La Keaton Music Typewriter

Se conocen menos de dos docenas de ejemplares en el mundo. Parece un esqueleto feucho, un producto defectuoso, un artilugio al que uno se acerca sin saber muy bien qué hacer. Es la máquina de escribir música, de vida efímera y aspecto extraordinario, la hermana pobre de la máquina de escribir.

El californiano Robert H. Keaton patentó en San Francisco, en el año 1936, la máquina con 14 teclas. Más tarde, en 1953, se mejoró y pasó a tener 33.

La Keaton Music Typewriter imprime las notas sobre una hoja situada bajo el mecanismo y es todo un reto para la mecánica, uno de esos objetos que miramos con un suspiro mientras decimos «esto ya no te lo hacen».

Una parte del teclado está destinada a imprimir el compás y las líneas auxiliares de una partitura. El resto es para notas, silencios, sostenidos y bemoles. En el lateral izquierdo, una especie de palanca se mueve a lo largo de un arco de metal con muescas para cambiar las escalas. Desplaza el punto de impresión de manera milimetral.

Anuncio de los años cincuenta: "Tú también puedes 'Keaton-teclear' tu música así"

Anuncio de los años cincuenta: "Tú también puedes 'Keaton-teclear' tu música así"

Para rematar su aspecto marciano, tiene tres barras espaciadoras que no espacian automáticamente tras imprimir cada caracter, porque el usuario tiene que decidir según quiera teclear notas o acordes

En su presentación al mundo la acogida fue tímida y el mercado resultó ser limitado. Su precio en los años cincuenta era de 225 dólares, una fortuna.

Fue útil para que editores, educadores y músicos pudieran crear muchas copias del mismo documento y se libraran de la tediosa tarea de elaborar litografías para cada partitura.

Sin embargo, la pobre máquina de escribir música no tuvo éxito entre los compositores. La consideraban demasiado lenta y preferían escribir la música a mano, con el arranque de la inspiración plagada de correcciones caóticas.

Helena Celdrán

La nueva vida robótica de una máquina de escribir

'Nude IV (Delilah)' - Jeremy Mayer

'Nude IV (Delilah)' - Jeremy Mayer

La máquina de escribir de su madre era para Jeremy Mayer un enjambre de mecanismos que tenían que ser desenredados. «Desde pequeño quise desmontar esa Underwood, vivir dentro de ella. La miraba y me imaginaba en el interior, como si fuera una ciudad, como en Metrópolis de Fritz Lang».

El pulsar agresivo, las teclas duras, el sonido tamizado de la barra separadora, el cling del timbre marginal que avisa de que la línea ha terminado… Los ruidos sordos que producen las piezas metálicas son una música en peligro de extinción.

En el estudio de Mayer, artista californiano residente en Oakland, se amontonan modelos desfasados de estas víctimas del ordenador. Sobre una superficie iluminada por un austero fluorescente descansan las piezas, que esperan desparramadas a que él las clasifique en pequeñas cajas color gris industrial.

'Penguin I' - Jeremy Mayer

'Penguin I' - Jeremy Mayer

El único fin de esta mesa de operaciones es esculpir seres humanos y animales con las tripas de las máquinas de escribir: una mujer, un cervartillo, un pulpo… Un trabajo que lleva siendo la pasión de Mayer (ya cercano a los 40 años) desde que tenía poco más de 20.

Como todo buen artesano, tiene estrictas reglas que hacen de su trabajo una tarea tan ardua como valiosa: no utiliza piezas que no pertenezcan a máquinas de escribir y no suelda ni pega los componentes. Tan solo se vale del ensamblaje para que  permanezcan unidos.

Admirador de los profetas que imaginan posibles futuros, Mayer tiene claras sus inspiraciones. La ciencia ficción, el diseño industrial, la anatomía, la arquitectura y la escultura figurativa clásica le han ayudado a configurar su estilo.

Puede pasar hasta un año y medio con cada creación. La última es el pinguino de la imagen, un criatura complicada, de cuello de muelle y varillas tipográficas a modo de costillas.

Aunque el afan del artista no es crear autómatas, parece que muchas de sus obras pudiera ponerse a caminar. Como tentado por esa fantasía, Mayer confiesa que en todas las creaciones hay un secreto: «Añado siempre algo ligeramente cinético, como una campana que suena u ojos que se mueven, pero no se lo digo a nadie más que al dueño definitivo de la obra».

Helena Celdrán