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El cine antinazi británico ensalzaba el cricket y el fútbol de patada a seguir

El corto que preside la entrada, engolado como todo producto british que se precie —los Smiths, los sonetos de Shakespeare, el pastel de riñones…—, es un arma de contrapropaganda antinazi. Fue realizado en 1940 y pagado por el British Council, la organización oficial creada en 1934 para defender, promover y vender la cultura británica en el mundo antes de los Beatles.

Con el nazismo afilando su ideología supremacista desde Centroeuropa, la administración británica necesitaba un argumentario para defenderse. Hitler, con quien el Reino Unido estaba en guerra desde la invasión de Polonia (otoño de 1939), machacaba a la opinión pública con la acusación de que el estado insular era una nación añeja y regida por tradiciones igual de arcaicas.

La idea fue utilizar el cine para exportar un ideal de futuro sin caer en la dialéctica discursiva de los nazis. Las 120 películas que produjo el British Council no mostraban la forma de ser del Reino Unido, sino la manera en que el país, pensaban sus dirigentes, deseaba ser visto por el resto del mundo.

Tratándose de británicos, la presunción de que su forma de vida es la única que vale la pena es acertada. Los cortos son panegíricos —con frecuencia muy naíf— sobre la  british life y sus supuestos logros: maternidades modélicas, seguro de desempleo, diversión sana (aunque acaso un poco bruta) y cerveza superior. Desde luego, ni un atisbo de crítica.

La colección completa acaba de ser colgada en Internet en la web del British Council Film Collection. El trabajo de digitalización y clasificación ha sido financiado por Google y apadrinado por New Deal of the Mind, una coalición de empresarios, creadores y artistas que quieren empaquetar y comerciar el «talento británico». Una alianza que mete miedo.

En el divertido archivo —el adjetivo de cultural no es aplicable, quizá sí el de costumbrista— que ahora se puede ver online hay cortos donde el fútbol inglés se presenta como lo que allá en las islas siguen creyendo que es (el único válido: prolongación del patada-a-seguir del rugby), escenas de Shakespeare (¿quién más?), detalles sobre la producción de lana escocesa, una defensa de las leyes penales inglesas realizada con maneras de Alfred Hitchcock, las pruebas de por qué resulta irrefutable la afirmación de que Inglaterra es un «país de jardineros» y el revelador corto que inserto para terminar, donde intentan explicarnos la grandeza y gracilidad de ese juego racial, ridículo e inexplicable que llaman cricket, el único deporte del mundo que se juega con jersey de pico.

Ánxel Grove