Blas Malo: «Napoleón no fue un enano; fueron calumnias de los ingleses»

Blas Malo (cedida)

Blas Malo (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 1977) ha regresado a las librerías como finalista del primer Premio Narrativas Históricas de Edhasa -que ganó Francisco Narla con Laín– con El veneciano (Edhasa, 2018). Una novela histórica de original temática, donde Malo, nos arrastra a ritmo casi de thriller a la turbulenta Venecia del siglo XVIII, asediada por las tropas francesas de Napoleón. Temática inédita en la novela histórica española, traída por un autor de género siempre interesante.

Escribió en XX Siglos, que la idea para esta novela le llegó leyendo la Historia de Venecia de Norwich, ¿cómo fue aquella revelación?

Estaba enfrascado en la lectura de ese ensayo, y de repente, conforme leía, me vi en el Gran Consejo veneciano, donde cientos de consejeros, representantes escogidos de las familias más importantes de la república, gente de edad madura, asentada, que deberían debatir con serenidad y argumentos esos momentos difíciles, en vez de eso se dejaban llevar por el pánico y por los rumores, perdían toda dignidad y compostura en la gran sala, todo se llenaba de voces bronces y saltaban de banco a banco entre gritos a favor y en contra, peleándose entre ellos como en una riña de gatos. Y ahí saltó la chispa. Comparados con ellos, los esperpénticos sucesos de estos días en nuestro Congreso de los Diputados parecerían conversaciones de párvulos tímidos y comedidos.

[FIRMA INVITADA: El Gran Hermano era Venecia]

El veneciano tiene un trama muy novelesca, pero un gran porcentaje de la historia tiene componentes basados en la historia real…

¡Eso es lo extraordinario, esas son las sorpresas de la Historia! Te encuentras con personajes sorprendentes y con los mismos hechos contados con cuatro versiones diferentes, según las actas del Gran Consejo, las cartas de los embajadores venecianos, la biografía de Bonaparte escrita por Bourrienne, los espías franceses, rusos e ingleses, y en esas diferentes visiones de un mismo hecho es donde están los conflictos. Eso es lo que busca un novelista, que haya conflictos, y que además en la historia oficial haya huecos por donde fluya la ficción. Por ejemplo, sabía que tenía que salir Bonaparte, pero comedidamente. Es tan grande y conocido, odiado y admirado, que tenía miedo que si abusaba del personaje devorara mi historia. Otro gran personaje es la ciudad de Venecia. Tenía que estar siempre presente, pero sin convertir la novela en una guía turistica. Y por todas partes hallaba nuevos cabos donde tirar. Ese es un gran peligro para un escritor, saber hasta dónde tirar del hilo y saber centrarse en lo que tiene que contar realmente.

La Venecia del siglo XVIII no es un territorio muy trabajado por la novela histórica española, ¿no le dio vértigo meterse en territorio tan inóspito?

No, porque la he tanteado por años, por su relación de amor y odio con el imperio bizantino a quien tanto debe, y que yo también admiro, gracias otra vez a Norwich. Tenía miedo no por ser territorio desconocido, sino por ser tan rico en historia. Tenía que escoger qué quería contar. Pero fue la historia la que me escogió a mí. Y además es parte del aliciente, dar a los lectores una novela de ambientación diferente, que no fuera una novela sobre la historia de España.

La caída de Venecia en manos francesas, ¿fue realmente un hecho histórico relevante?

Lo fue por su importancia simbólica. Demostró a Europa que Napoleón Bonaparte era capaz de todo si se lo proponía. Inglaterra y Austria esperaban usar Venecia como escudo y como elemento de desgaste contra Francia. Inglaterra quería también el control del Mediterráneo. Eso también lo intuyó Napoleón. La caída de Venecia también suponía poner en manos de los franceses el control de sus imprentas. Y con las imprentas se defienden ideas, eso también era importante.
¿Qué le puede llamar la atención al lector español de la Venecia de la época?
Creo que encontrará resonancias con nuestra propia época. Nos escandalizamos del comportamiento de nuestros políticos, y de sus dobles juegos, cuando siempre ha sucedido así. Se asombrará de cómo en Venecia se intentaba convencer a los ciudadanos que todo se hacía por su bien, que fuera de Venecia todo era un caos y que debían elegir entre libertad y seguridad. Los ciudadanos, subsidiados en el pan, aceite, vino y en el carnaval, eligieron por siglos tener seguridad a costa de perder libertad en su propio país.

¿Algún paralelismo más?

Encontré más de los que esperaba. El control de las gacetas informativos al servicio del poder, la vigilancia sobre los ciudadanos, la modernidad de su sistema bancario, que también sufrió una crisis, y quizás lo más curioso, la pasión de los venecianos por la lotería. Cada sábado la ciudad se volvía loca, esperando que por la tarde los números y el azar hicieran a alguien ganador con una apuesta a su favor de 5000 a 1.
Ya avanzaba que aparece Napoleón y eso son palabras mayores… ¿Qué visión da de ese personaje?
Lo primero es que no era un enano. Eso fueron calumnias de los ingleses. Napoleón tenía una altura de 1,69 metros, que era bastante. Era más alto que el duque de Wellington. Lo que pasa es que se rodeaba con su cuerpo de guardia, que era gigantones de dos metros y a su lado cualquiera parecería un tapón. Debió ser un tirano eficiente, astuto, arrojado y a la vez prudente, con dobles e incluso terceras intenciones. De palabras rápidas y un maestro de la actuación. Temible, siempre.
Blas, ¿cómo valora la novela histórica española a día de hoy?
Estamos asistiendo a una edad de oro, en todas las editoriales hay un buen número de nuevos autores españoles que han publicado estos años. Yo entre ellos. Los escritores españoles han demostrado que ya no tienen complejos de los autores anglosajones que hasta poco dominaban los catálogos por mayoría. Pero por contra, los grandes temas están casi agotados. Cada vez cuesta más hallar una parte de nuestra historia de España no tratada. Así que hay que buscar con más ahínco y también atreverse con otros temas. Como Venecia.

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