Hispania, Galia y Labieno: las claves de ‘El enemigo de Julio César’ y la trilogía Dictator de Andrea Frediani

Imagen de la serie 'Roma' (HBO).

Imagen de la serie ‘Roma’ (HBO).

El historiador y novelista italiano Andrea Frediani se asoma a XX Siglos para contar de primera mano las claves de El enemigo de Julio César (traducción de Juan Carlos Gentile Vitale, Espasa) la segunda parte de su exitosa trilogía Dictator, que debutó en España con gran éxito con su primera entrega, La sombra de Julio César.

En una trilogía, siempre hay un libro que, más que los demás, caracteriza la saga, le da una impronta y contiene los elementos decisivos para el desarrollo de la historia. Pues bien, en Dictator es sin duda el segundo libro, El enemigo de Julio César, y por varias razones. En primer lugar, porque comienza con el famoso cruce del Rubicón, con el que el futuro dictador decide jugársela y enfrentarse a toda la república romana con una sola legión, la XIII: como todo el mundo sabe, éste es el acontecimiento que marca la inmortalidad de Julio César, porque le pone en condiciones de conquistar el poder absoluto, aunque necesita los cinco años siguientes para consolidarlo. Y también es una oportunidad para que el lector descubra que el gran comandante nunca dijo «Alea iacta est», o «La suerte está echada», frase fruto de un error de transcripción en el texto de Suetonio que, en realidad, había escrito «Alea iacta esto», o «Que la suerte esté echada», lo que significaba una apuesta real.

Así, al igual que el primer libro, La sombra de Julio César, había relatado los acontecimientos de la guerra de las Galias, éste se centra en la primera fase de la guerra civil, la que relatan los propios comentarios de César (Bellum civile) y que se refiere al enfrentamiento con su antiguo suegro Pompeyo. Y es un enfrentamiento entre dos de los más grandes líderes de la historia, ambos pertenecientes a un top ten ideal, aunque uno, César, estaba entonces en ascenso, y el otro, Pompeyo, en la fase declinante de su carrera. Su desafío produjo grandes y famosos episodios militares, como el asedio de Durazzo (o Dirraquio, otra de las grandes apuestas de César, que se permitió, contra todas las reglas tácticas, asediar a un enemigo numéricamente superior) y la batalla de Farsalo (Farsalia), que coinciden con algunos de los momentos más dramáticos del libro.

Por último, este volumen también es decisivo para el desarrollo de la principal subtrama entre las que recorren toda la saga. Quienes hayan leído el primer libro, de hecho, saben que el tema dominante es la relación entre César y Tito Labieno, que lo han compartido todo desde su juventud: el segundo siempre ha estado al lado del primero, y a menudo ha resultado crucial para sus éxitos. Pero al final del libro anterior ocurrió algo que provocó su separación y el comienzo de su histórica rivalidad. Sin embargo, sensacionales revelaciones aguardan al lector al final de este nuevo libro, donde se aclaran las razones del comportamiento de Labieno y la historia da un nuevo giro, que se desarrollará en el tercer volumen, El triunfo de Julio César.

Andrea Frediani, en Roma (LLORENÇ OSA / PLANETA)

Otra subtrama que continúa con giros dramáticos es el triángulo sentimental entre los germanos Ortwin y Veleda y el hijo de Tito Labieno, Quinto, que se adhiere de todo corazón al partido de Pompeyo y se convierte en uno de sus más fieros lugartenientes. Sus aventuras transcurren en paralelo a las de César y a menudo se cruzan con las hazañas del dictador que, mientras tanto, aprovecha los errores de sus adversarios para consolidar su propio poder. Vemos así al gran líder apoderarse del tesoro público con el que pagar a sus tropas y continuar la lucha; crear para sí un senado complaciente; asignarse los cargos institucionales necesarios para ejercer un gobierno absoluto; y, sobre todo, comenzar a atacar territorios en manos enemigas.

Y es precisamente este aspecto el que determina todo el curso de la guerra civil. En el momento en que Julio César, gracias a la huida de Pompeyo a Grecia, consigue apoderarse de Italia, se encuentra literalmente rodeado: todo el resto del mundo romano, de hecho, está en manos de su rival. Al oeste está España, la tierra del mecenazgo de Pompeyo: su antiguo yerno ha guerreado durante mucho tiempo en los territorios hispanos, fundando incluso ciudades como Pamplona, y puede contar con largas filas de adeptos. Al sur, África también es territorio hostil, con el rey númida Juba corrompido por emisarios pompeyanos. Al este, pues, está el propio Pompeyo con la parte del senado que ha huido con él, y todos los reyes clientes que han entrado en la órbita romana gracias a sus conquistas. César sólo puede decir que tiene las espaldas cubiertas en el norte, en la Galia, donde ha operado durante casi una década, dejando tras de sí tierra quemada y unas pocas legiones de guarnición que sólo responden ante él.

De hecho, César está rodeado: ni siquiera puede aventurarse mar adentro sin arriesgarse a ser atacado por las flotas enemigas, que controlan todo el mar Mediterráneo. El objetivo del dictador se convierte, por tanto, en romper este cerco para, finalmente, atacar a Pompeyo por el este después de haberse asegurado las espaldas en todas partes. Envía a uno de sus lugartenientes, Carbone, a África, pero cuando no está al frente de las tropas las cosas van mal y Carbone pierde la vida. Por su parte, César pone sus miras en Hispania, responsabilizándose personalmente de la que será su segunda campaña en la guerra civil, tras la demasiado fácil de Italia.

E Hispania resulta ser un atolladero del que es difícil salir. Porque, como hemos dicho, es la tierra de la clientela de Pompeyo, porque es un tablero de ajedrez traicionero, lleno de montañas y valles que pueden esconder emboscadas, y porque dos de los lugartenientes más capaces de Pompeyo, Petreio y Afranio, operan en la península Ibérica. La batalla de Ilerda, librada contra estos dos generales, resultará ser una de las más arduas de la carrera militar de César, que tendrá que recurrir a todas sus dotes de mando para expulsar a sus adversarios de sus fortalezas.

Por otra parte, Hispania era una tierra que César conocía bien: había desempeñado allí sus primeras funciones militares, como cuestor a la edad de treinta y tres años, y luego como propretor, cuando había hecho la guerra contra los pueblos de Portugal para saldar sus deudas. La campaña de Ilerda fue, pues, la tercera que libró en territorio ibérico, y tampoco sería la última. España, de hecho, sería también el teatro de su última hazaña militar, unos años más tarde: cerca de Montilla, en efecto, tendría lugar el enfrentamiento con los últimos restos de la oposición pompeyana, que se había instalado en la península ibérica tras repetidas derrotas en tres continentes, bajo el mando de los hijos de Pompeyo y, de nuevo, de Tito Labieno. Pero eso es material para el tercer volumen de la saga…

*Las negritas son del blog, no del autor del texto.

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