Fernando J. Múñez: «El pensamiento crítico y la empatía son dos de los instrumentos más necesarios para la supervivencia de nuestra especie»

El escritor Fernando J. Muñez FOTO: MIGUEL GARROTE (IMAGENCEDIDA POR PLANETA)

Fernando J. Múñez, el padre del éxito literario y televisivo de La cocinera de Castamar, ha regresado este año a las librerías con una nueva novela. Cambia el escenario y el tono, pero no muchos otros elementos de su debut en la literatura para adultos. Los diez escalones (Planeta, 2021) es un thriller histórico (una «novela de ficción histórica», la define él) que nos adentra en una abadía del reino de Castilla en el siglo XIII, donde seguimos los pasos de un abad y su ayudante en resolver misteriosos crímenes. Misterios, enigmas, símbolos y un afán por hablar desde la Edad Media a los lectores del siglo XXI tecnificado y lleno de fake news parecen las claves de esta intriga medieval.

Misterios y asesinatos en una abadía, ¿la sombra de El nombre de la Rosa es alargada?

A día de hoy, si alguien dice «abadía y medievo» no creo que haya alguien que no piense en Umberto Eco. Para mí, ese imaginario, sublime y magnífico de Eco, así como la película de Jean Jacques Annaud, han sido el punto de partida para contar mi propia historia. Es un homenaje a ambas obras, las dos me conquistaron de joven y las he leído y visto muchas veces. No en vano, mi protagonista Alvar León de Lara tiene su correlato en Guillermo de Baskerville, y Mario en Adso de Melk; si bien los personajes tienen puntos en común, ya las edades son diferentes, pues Alvar está pasados los cuarenta y Mario en los veintitantos, y también sus desarrollos.

Alvar es un cardenal obispo de la curia, acostumbrado a ostentar el poder. Además, es un hombre que tiene el alma atormentada por lo que le ocurrió en Urbión hace veinte años, que le llevó a separarse del amor de su vida, Isabel, para no verla más. Él no deja de ser un sacerdote que se ve abocado a serlo por este hecho. En este sentido, es un hombre que escapa del dolor y se refugia en la fe, su otro consuelo, que le permite estar cerca de su mayor pasión: los libros.

Mario, por su parte, arranca de esa nobleza ingenua que tenía Adso, pero a lo largo de su desarrollo va a encontrarse con la perversión de los hombres crueles, y esto le transformará para siempre, le abocará a tomar sus propias decisiones más allá de Alvar y sus enseñanzas.

Salta del siglo XVIII de La cocinera de Castamar al siglo XIII, ¿le ha supuesto mucho esfuerzo de documentación y estilo cambiar las coordenadas temporales del relato?

En cuanto a la documentación, siempre es más difícil encontrarla cuanto más se bucea hacia el pasado, pues hay menos fuentes a las que consultar. Más allá de esto, el esfuerzo es el mismo. En mi caso, la época de mi historia me la suelen pedir los personajes. Son estos y la idea germinal de la novela la que me lleva a situar la trama en un periodo concreto. Una vez que lo tengo fijado sigo el mismo proceso. Normalmente me hago una panorámica previa de los protagonistas en esa época, su lenguaje, el tipo de moneda y vestimenta, territorios, fronteras, costumbres, pensamiento, etc. Para ello utilizo libros especializados y viajo, si es posible, al lugar donde sitúo la historia. A medida que me voy documentando en los grandes acontecimientos de ese periodo, señalo detalles importantes, más propios de la intrahistoria: detalles de la vida cotidiana, sucesos que den ejemplos de cómo se vivía y a los que puedo recurrir cuando lo necesite, etc. Una vez que tengo este marco histórico muy definido, me preparo todas las fuentes de documentación para poder consultarlas cuando lo necesite, y me pongo a escribir. Es en esta segunda fase cuando voy buceando en todos los detalles que la historia me pida. Es un proceso de fuera a dentro, de lo grande a lo pequeño.

Un thriller suele estar ligado a una historia trepidante, veloz, ¿es difícil hacer verosímil una trama de este tipo en épocas con otros ritmos diferentes como la Edad Media?

Es una buena pregunta, porque el reto estaba precisamente en conjugar esos dos tiempos: por un lado el tiempo del medievo (lento) y por otro el tiempo de la trama de la novela(rápido). El tempo de la abadía era lento, sujeto a la regla, y allí todo estaba medido por las horas canónicas. Nada escapaba a esa monotonía de días en sucesión, como una ola tras otra en la playa: constantes y apenas, diferentes salvo por pequeños eventos que marcaban el ritmo de uno u otro día. Por otro lado, el tempo de la aventura que viven Alvar, Mario, Isabel, etc, era mucho más vertiginoso y tenía difícil conjugación con la época. Por eso opté por abordar cada tiempo en su escala. Por un lado, está el tiempo objetivo en el que transcurre toda la novela, unos seis días, que se reparten entre todos los capítulos de forma constante. Por otro lado, está el tiempo medido por los personajes, subjetivo, que está atado a los acontecimientos que ellos viven. Esto se suceden de forma rápida y sin pausa, por lo que en esos seis días suceden muchas cosas. Para conseguir esto, lo mejor fue narrar las historias de Alvar y Mario hora tras hora, decisión a decisión.

¿Por qué convertir a su protagonista en un cardenal? No suele ser la elección más obvia…

No sé si es obvio o no. Tuve dos razones para hacerlo así: la primera, que Alvar tenía que ser una figura de poder, pues me interesaba mostrar cómo los dogmas y el fanatismo no entienden de autoridades. En este sentido, Alvar no solo representa el poder eclesiástico por ser un cardenal obispo, sino que es el poder papal en persona, pues la provincia eclesiástica de Burgos estaba sujeta directamente al papado y él es su delegado. De esta forma, aun siendo Alvar una figura de poder y aun siendo el delegado papal, se ve abocado a una batalla campal intelectual y física contra los fanatismos y aquellos que los practican en pro de la defensa de los dogmas. No deja de ser paradójico, y esto es porque nada hay más amado por el ser humano que estos parásitos. Cuando estos dogmas arraigan, hay padres que se creen deshonrados por una idea de honor y terminan matando a su propia hija, o se mutila a las mujeres en sus genitales en ciertas zonas del mundo, o se castiga la homosexualidad, etc.

Más allá de la época, ¿qué tiene de histórica esta novela?

Más allá de que es ficción lo que se narra, todo. Los diez escalones se adentra en un mundo medieval, y su sentido histórico está en que pretende ser fiel a la hora de construir aquellas atmósferas, aquellas vidas de las que somos herederos, que ese viaje sea un acercamiento verosímil, lo más cercano a esa época determinada. No es una novela de época, si entendemos esta como una obra donde la trama se ubica en un determinado periodo pero cuyo rigor histórico no es prioritario. Tampoco es una novela puramente histórica, donde se describan acontecimientos y biografías noveladas de una persona o varias personas que realmente existieron. A mi particularmente me gusta definirla así por este motivo: «Novela de ficción histórica».

En la novela se habla mucho de pensamiento crítico frente a la intolerancia, a los pensamientos totalitarios… ¿Es una idea que hoy sigue siendo tan necesaria como entonces?

Sin duda. La cocinera de Castamar ya ahondaba en estos temas y ahora Los diez escalones recoge ese testigo para profundizar más. El pensamiento crítico y el desarrollo de la empatía son dos de los instrumentos más necesarios para la supervivencia de nuestra especie y más en estos días donde existe una sobreabundancia de información, una constante manipulación para pensar de una determinada manera y una batería infinita de noticias falsas. Nuestro cerebro se ha adiestrado durante miles de años para adaptarse al medio y esto nos ha llevado a tener procesos mentales muy rápidos, sacar patrones de todo lo que vemos. Por ejemplo: si olemos a humo, pensábamos automáticamente que había fuego. Esto podía valer cuando un incendio en el bosque podía arrasar a la tribu. Hoy en día lo más probable será que el vecino haya encendido la barbacoa.

El problema de este tipo de pensamientos es que no están basados en datos reales, sino en intuiciones heurísticas. Por ejemplo: «Los chinos no son de fiar», podría ser una frase de alguien como si ese alguien conociera a todos los chinos y supiera, por haber nacido allí, que no son gente de confiable. Y quien dice chinos, dice cualquier otro grupo sustantivo: negro, catalán, español, etc. En este sentido, el protagonista de Los diez escalones, Alvar, representa el ideal de pensador crítico: calla cuando se habla de lo que no sabe, habla de aquello que conoce bien manteniendo la duda razonable de que puede estar equivocado, y mantiene siempre la actitud socrática de declarase ignorante para poder aprender.

¿La Edad Media era una época tan oscura como nos solemos imaginar?

En Los diez escalones muestro tanto las oscuridades como las luces. El medievo tenía ambas caras. Era un período donde la cultura estaba concentrada en los monasterios, donde la mayoría vivía y moría en la más absoluta ignorancia de cómo era el mundo más allá de su comarca, y todo estaba dominado por la idea de Dios. El teocentrismo filtraba toda la realidad de una forma implacable. Sin embargo, en otros sentidos no todo era así. En el bajo medievo, principalmente la época de la segunda escolástica, el desarrollo intelectual es impresionante. Si la Iglesia no hubiera demandado, atesorado, cuidado y transcrito copias de los códices árabes y judíos, hoy Europa no sería la misma. No hay que olvidar que la sabiduría latina y griega, viajó hacia oriente gracias a los traductores sirios, que los tradujeron al árabe, y sus copias terminaron en Bagdad y Alejandría, y de allí al Al-Ándalus para regresar de nuevo a Europa por medio de la traducción en Toledo y las copias de las abadías. Era una época donde se debatía sobre Dios y sobre el mundo, donde se prohibían tesis o se defendían apasionadamente en las universidades. El propio Tomás de Aquino tuvo que defender las suyas para que al final tuvieran su hueco. Alvar representa en la novela precisamente ese conflicto entre filosofía y teología, razón y fe.

Escribir sobre los enigmas del cristianismo, quedando ya lejos el éxito de El código Da Vinci y novelas similares, ¿es un riesgo?

Nunca pienso en eso cuando escribo. Si lo hiciera, seguro que uno podría encontrar muchos argumentos para no escribir lo que desea o necesita. Si es un riesgo, no lo sé. Para mí escribir Los diez escalones era una necesidad que me surgía de dentro.

Publicar después de un gran éxito como La cocinera de Castamar, ¿supone mucha presión?

No mucho, pues yo ya estaba escribiendo Los diez escalones cuando Planeta lanzó Castamar. En ese sentido, no sabía si la primera novela iba a tener éxito o no, y por lo tanto no hubo presión. En cualquier caso, el éxito es algo que no depende de mi, sino de los lectores y de los oyentes (audiolibro). Sin ellos, la literatura no tendría sentido.

¿El nuevo mundo audiovisual, con las múltiples plataformas, no está haciendo que parezca que se escriba ya, en muchas ocasiones, pensando en una posible adaptación?

Es una alegría que esté gustando tanto, que lleve tanto tiempo en el Top Ten de Netflix. Sobre todo cuando vemos la fugacidad de los productos audiovisuales. Aun así, creo que el libro y la serie no son lo mismo ni tienen porque contar lo mismo necesariamente. No escribo pensando en adaptaciones a lo audiovisual. Para mí la novela debe tener su espacio creado por los lectores, es ahí donde encuentra su sentido, al igual que la serie lo tienen en los televidentes y las películas en los espectadores. Es decir, aunque sé que son vasos comunicantes y que en muchas ocasiones una deriva de la otra, en cualquier caso cada obra debe encontrar su propio lugar y crearse en su propio idioma. No creo que el éxito de las novelas sea terminar como obra audiovisual adaptada, sino ser leídas.

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