La fantasía y los años 50: un antídoto contra la desolación

Fotograma de la película ‘El laberinto del Fauno’.

Ana B. Nieto (Madrid, 1978), escritora y guionista, autora de la trilogía de novelas sobre la Irlanda celta que arrancó con La huella blanca, regresa a las librerías con El club de las 50 palabras (Roca Editorial, 2019), una hermosa novela ambientada en la España de los años 50, donde la realidad y la fantasía se mezclan y que ha sido recomendada por Elia Barceló. La novela, según ha anunciado la editorial, saldrá publicada en Italia con el sello Salani. En el siguiente artículo, la autora reflexiona sobre la mezcla de fantasía y realidad histórica, centrada en la España de la década de los 50 donde ambienta su ficción.

No es casualidad que Guillermo del Toro decidiera ambientar su película El laberinto del fauno en el tiempo y lugar concretos de la España de 1944.  Lo cierto es que son muy pocos los recursos de que disponen los niños frente a las formas de violencia extrema y el terror que generan. En esos casos la fantasía actúa no solo con la misma eficacia que un narcótico sino que proporciona un refugio dentro de la propia mente: permite resguardarse en un lugar seguro hasta que todo haya pasado, ya que el ser humano no aspira solo a la mera supervivencia, sino a salvarse a sí mismo en todas sus dimensiones.

La inocencia, la ilusión, la confianza en el mundo, el entusiasmo o la alegría son, simplemente, un patrimonio demasiado valioso como para permitir que las circunstancias te lo arrebaten. Es inaceptable pagar dos veces, con tu presente y con tu futuro. Fantasear es el último cartucho en tu bolsillo: un último acto de rebeldía ante una injusticia inadmisible que es, al mismo tiempo, insuperable.

¿Qué sucede cuando nos encontramos frente al erial? La España de los años 50 ya no es la misma que la de la década anterior. Arrastradas por el devenir histórico, sin tiempo para seguir hurgando en sus propias heridas, las generaciones de la época se encuentran con una España en penuria, devastada, yerma, pero que necesita mirar al futuro con urgencia.

Es el momento de llamar a la caballería de la imaginación. En literatura acude la llamada “generación de los niños asombrados” (“en esa época nadie nos indicaba nada y no sabíamos cómo pensar, hacia dónde disparar”), con Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, ambas poderosas soñadoras, al frente.  Tanto la una como la otra tenían 11 años cuando empezó la Guerra Civil. La misma edad que Ofelia, la protagonista de El laberinto del fauno.

Ya con El balneario de 1953, Martín Gaite reflexiona sobre el mismo papel de los sueños y de la fantasía, dándonos dos versiones de la misma historia, una onírica y otra empírica. Al igual que en la época que le toca vivir, nos habla de cómo los mundos paralelos que creamos, guiados por nuestro deseo y desde el inconsciente, ayudan a llenar una existencia vacía y solitaria y a darle un sentido necesario. También se aborda el tema de la locura, ese reverso tenebroso que siempre acompaña a quienes sueñan en exceso.

Por su parte, Ana María Matute hace de este tema el eje fundamental de su obra. Frente a una realidad sórdida, triste, censurada y sin apenas opciones, rígida hasta decir basta, ella se vuelve contestataria al modo en que los poetas lo han sido siempre: contraatacando con la originalidad, el sueño y la magia. La fuga de los personajes, el rico mundo de la subjetividad, la importancia de que la mirada del niño no se pierda en el camino, aunque esté lleno de zarzas.

En su discurso del Premio Cervantes ella misma se declara como un adulta que no pierde la mirada infantil y hace de este elemento la piedra fundamental de todo fabulador. A esta mirada dedicará una sentida elegía con Primera Memoria, ya en 1959: «¿Será verdad que de niños vivimos la vida entera, de un sorbo, para repetirnos después estúpidamente, ciegamente, sin sentido alguno?»

La fantasía acude al rescate desde otro flanco muy potente para dar empuje a las vidas de unos españoles que están empezando a pintar el mundo de nuevo. El cine de barrio, con toda su capacidad de ensueño, contribuye a generar esas imágenes mentales que nos sirven de inspiración y hacia las que caminamos: lo que llamamos ilusiones.

El cine, capaz de colarnos lo ficticio por lo real en la complicidad de la sala oscura, viene ligado a la fantasía desde su misma concepción. Durante los años 50 no faltan en las pantallas españolas películas de terror fantástico como Frankenstein o El hombre lobo y que ofrecían por 2,10 pesetas el tan ansiado transporte a otras realidades. “Una fiesta y un rito pagano para las familias” según nos dice Juan Soto Viñolo en su libro Los años 50.

Mención aparte merece la producción patria Marcelino, pan y vino, de 1954, una película conmovedora y sensible sobre un niño huérfano que crece entre frailes, que guarda comida para la estatua de un Cristo sufriente y a quien este empieza a dirigirse y consolar. Independientemente del credo del espectador y de la interpretación más literal o simbólica que se haga de este cuento, Marcelino es una obra que se adelanta en varias décadas al Steven Spielberg de E.T. El Extraterrestre y que tiene con dicha película muchos puntos de conexión. En esencia viene a decir que lo extraordinario acude allí donde puede ser bien recibido, entre los inocentes, y allí donde más se lo necesita. Ni más ni menos.

Y mientras los hermanos mayores acudían a soñar a los cines públicos, en algunas casas escogidas los pequeños contaban con sus propios proyectores de juguete: el cine NIC, pariente lejano del Cinexin, mostraba en sus rollitos de papel de cebolla los dibujos importados de El gato Félix, Betty Boop, Cenicienta… o permitían crear películas propias, pintando directamente sobre los rollos.

En definitiva, los españoles de los años 50 fueron aquellos que tenían la responsabilidad histórica de dejar atrás el miedo y el dolor, regenerar España a base de mucho trabajo y rigores, arrancar el motor creativo y sembrar las semillas para las décadas posteriores. Ahí es nada.

No es de extrañar que, en este contexto, Carmen Martín Gaite nos dejara palabras como las que siguen y que conservan hoy toda su vigencia:

“De la misma manera que las mujeres y los hombres
tendrían que verse menos como seres enfrentados,
el realismo y la fantasía tendrían que ir más de la mano,
porque la vida es una cantera de surrealismo
y gracias a eso se aguanta la llamada realidad,
esa llamada prosa de la vida.”

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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