‘El reino imposible’, o los riesgos de escribir una novela sobre el 711

El rey don Rodrigo arengando a los jefes de su ejército antes de dar la batalla del Guadalete (1871), de Bernardo Blanco y Pérez (Museo del Prado)

El novelista Yeyo Balbás (Torrelavega, 1972) regresa a las librerías tras sus últimas novelas Pax Romana (2011) y Pan y circo (2013)Escritor, divulgador, traductor, recreador, Balbás ha trabajado como asesor histórico para varias series, películas y videojuegos. En El reino imposible (Ediciones B, 2019), Balbás relata el final del reino visigodo y la conquista islámica de la Península Ibérica. La novela se presenta este viernes, 18 de octubre, en el MUPAC (Museo Arqueológico de Cantabria) a las 20:00 h, con la presencia de Balbás y los también novelistas Pedro Santamaría y Javier Tizón. En este artículo, el autor reflexiona sobre los riesgos de escribir sobre el 711 en este siglo XXI.

En un reciente estudio sobre el mito andalusí, el historiador Eric Calderwood ha señalado una paradoja: «Cuando los textos contemporáneos hablan de al-Ándalus, casi nunca están hablando de al-Ándalus». En el imaginario posmoderno, el medievo hispano encarna una idílica convivencia entre religiones que supondría un ejemplo de la sociedad multicultural que se desea alcanzar. El surgimiento de las taifas y la descomposición del califato omeya, con la subsiguiente hegemonía de los reinos cristianos del norte, aparece en la literatura árabe como un antecedente de un mundo islámico debilitado a causa de su fragmentación política y su atraso respecto a Occidente.

Al escribir una novela histórica uno de los mayores riesgos consiste en caer en los presentismos: proyectar nuestra propia mentalidad sobre los personajes y los hechos históricos haciendo que el pasado se convierta en una recreación del modo en que percibimos el presente. Gran parte de las obras de ficción ambientadas en la España medieval presentan una doble lectura. Aunque formalmente narren unos hechos pasados, muestran un doble plano discursivo en el cual la narración de los sucesos pretéritos genera un subtexto que permite «explicar» el presente y anticipar un posible futuro.

Las recientes atrocidades cometidas por el Estado Islámico, seguidor de una «corriente profética» del Islam con un fuerte carácter historicista, han reavivado el imaginario popular sobre las atrocidades del ŷihad. Recurrir al oxímoron de la «conquista pacífica» para explicar la llegada de los musulmanes a nuestra península, y negar la existencia de una ideología reconquistadora en la expansión de los reinos cristianos, parecen ser la estrategia elegida para luchar contra la creciente «islamofobia». Como cualquier otra negación de la realidad, esto sólo ha acentuado la polarización de la sociedad en torno a unos hechos. La conquista islámica de Hispania se ha convertido en un campo de batalla ideológico que no sólo refleja los conflictos geopolíticos del siglo XXI, sino también los intentos de integrar al-Ándalus en nuestra identidad colectiva. Una disputa que posee un carácter global, al ser España un espacio geográfico y humano donde se yuxtaponen históricamente Occidente y el Dār al-Islam.

El 11 de septiembre de 2001, 19 miembros de Al Qaeda estrellaron cuatro aviones comerciales contra el Pentágono y el World Trade Center. Estos atentados contra la sede del departamento de Defensa y el corazón financiero de los Estados Unidos tuvieron un efecto devastador en todo el mundo occidental. Algunas voces rememoraron el «choque de civilizaciones» que predijo Samuel Huntington en 1996 cuando postuló que, una vez finalizada la guerra fría, la hegemonía occidental sería desafiada por el mundo islámico con el apoyo de China y África; un enfrentamiento que tendría unas profundas raíces históricas: «Durante casi mil años, desde el primer desembarco musulmán en España hasta el segundo asedio turco de Viena, Europa estuvo bajo la amenaza constante del islam».

A estos hechos le sucedieron la invasión estadounidense de Irak y nuevos atentados terroristas, como los del 11 de Marzo de 2004 en Madrid. En septiembre de ese mismo año, José María Aznar pronunció una conferencia en la Universidad de Georgetown en la que defendió la tesis de que, para entender el 11M, debíamos «retroceder al menos 1.300 años, a principios del siglo VIII, cuando España, recientemente invadida por los moros, rehusó convertirse en otra pieza más del mundo islámico». Los acontecimientos actuales quedarían así enclavados dentro de una constante histórica; una auténtica «lucha existencial» entre Occidente y el Islam.

Ante la creciente hostilidad de la opinión pública y el paulatino fracaso del modelo multicultural, surgió la necesidad de hallar un paradigma histórico que permitiera demostrar el carácter tolerante de la religión musulmana. Bajo la sombra de los «estudios postcoloniales» de Edward Said, en Norteamérica se publicó una oleada de ensayos, como los de María Rosa Menocal y Chris Lowney, para demostrar que «la España medieval podría mostrarnos el camino». Estos argumentos no cayeron en saco roto. En su discurso en El Cairo del 4 de junio de 2009, Barack Obama afirmó que el Islam posee una hermosa tradición de tolerancia que se vería reflejada «en la historia de Andalucía y Córdoba en tiempos de la Inquisición». Reciclar los tópicos de la leyenda negra y apelar a anacronismos flagrantes para que la civilización islámica salga bien parada de la escabechina han convertido a la historia española en una víctima propiciatoria en el altar de la corrección política.

Esta pugna ideológica ha exacerbado las dos visiones antagónicas que ya existían sobre la conquista musulmana de Hispania. En su momento las crónicas árabes la presentaron como una acción civilizadora sobre un territorio yermo, una visión que ha pervivido casi sin fisuras hasta el presente. Para el poeta y diplomático sirio Nizār Qabbānī, «los árabes no vinieron a Córdoba como conquistadores sino como enamorados». En su novela Naissance à l’aube, el escritor marroquí Driss Chraïbi evoca el momento en que Tāriq ibn Ziyād decidió construir Córdoba sobre un desolado erial. La Corduba de Séneca, Lucano y Osio no habría existido antes de la llegada del Islam.

Los hispanogodos vieron a la conquista musulmana como «la ruina de España». Escritos en pleno siglo VIII, la Crónica Mozárabe de 754 y el himno litúrgico Tempore Belli describen a unos «bárbaros invasores» incendiando ciudades, saqueando iglesias, crucificando a hombres y tomando a jóvenes como esclavas sexuales hasta crear un «terror indescriptible». Esta visión catastrofista fue heredada por los reinos cristianos. Cuando comienza a conformarse el relato nacional español en el siglo XVIII, la Reconquista se convirtió en un proceso de construcción nacional en el que el Islam constituye el antagonista. Por oposición al esencialismo nacionalcatólico, en el pensamiento progresista al-Ándalus pasó a ser una «España alternativa» que encarnaba unos valores liberales totalmente ajenos a la realidad histórica. Las identidades periféricas no tardaron en avalar esta narrativa y, para ello, el carácter violento de la invasión musulmana fue negado; Blas Infante imaginó a los andaluces solicitando la ayuda de Tāriq en 711 para liberarse del yugo español. Paradójicamente la formulación del «negacionismo» vino de la mano de un paleontólogo vinculado al fascismo, Ignacio Olagüe, quien achacó la islamización de la península a la obra de misioneros y negó cualquier invasión; un contorsionismo ideológico que le permitió «españolizar» al-Ándalus. Hoy en día estas tesis de historia-ficción gozan de una enorme popularidad dentro del andalucismo, los colectivos islámicos y ciertos sectores de la Izquierda.

Estas visiones antagónicas ha dejado su huella en la narrativa histórica. Las tesis de Olagüe, un militante de las JONS, han tenido su eco en las novelas Zawi de José Luís Serrano, Ziryab de Jesús Creus y en los escritos de Juan Goytisolo, autor de la freudiana Reivindicación del conde don Julián, demostrando así el carácter versátil de cualquier mito histórico, capaz de desempeñar funciones distintas dentro de ideologías muy diferentes.

A lo largo de las dos últimas décadas el conocimiento científico sobre el fin del reino visigodo y el surgimiento de al-Ándalus se ha incrementado de un modo considerable gracias a un buen número de obras académicas, al estudio de los precintos de plomo y las acuñaciones asociadas a la conquista, además de la luz aportada por el registro arqueológico. A pesar de constituir uno de los hechos de mayores consecuencias para nuestra historia, en el imaginario popular los sucesos de 711 aún siguen perdidos en las brumas de la leyenda. Pocos saben que la «batalla de Guadalete» no tuvo lugar en Guadalete, o que el rey Rodrigo no violó a ninguna doncella. Describir estos sucesos, aunque suponga atravesar un terreno minado, resulta más necesario que nunca. Tal vez El reino imposible sirva para divulgar una parte de ese conocimiento científico entre un público más amplio…, salvando las limitaciones impuestas por su carácter de obra de ficción.

1 comentario

  1. Dice ser asd

    Estimado amigo, magnífico artículo, solo hay que escribir en google aplotype europe map y saber lo que es un aplotipo (de forma grosera, conjunto de población con un mismo conjunto de caracteres genéticos), para darse cuenta que la tan cacareada convivencia de civilizaciones, jamás tuvo lugar.

    15 octubre 2019 | 11:57

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