‘Metrópolis’, el primer y el último Bernie Gunther

Policía quitando una barricada en el Berlín de 1929 (Bundesarchiv, Bild 102-07707 )

Llegó Metrópolis como un último regalo tras la noticia de la muerte de su autor Philip Kerr, que dejó al gran Bernie Gunther, huérfano, pero al menos narrativamente apañado. Y ese regalo, ese bonus, fue como debía ser: un final, que en realidad es un principio. Porque al bueno de Bernie, ese detective de alma chandleriana al que habíamos visto en el Berlín nazi, en la Segunda Guerra Mundial, en Cuba, Argentina, Viena, Grecia de las décadas de los 40 y 50, le vemos en su decimocuarta y última novela mucho más joven y en un escenario, sino nuevo, diferente: el Berlín de la República de Weimar, el Berlín de 1928. Similar, pero diferente.

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Es verdad que, probablemente, Metrópolis no será recordada como una de las mejores novelas de la serie, pero su condición casi de prólogo, de precuela, le da un delicioso aire de nostalgia de, como decía, regalo al lector fiel, que hará que guste. Kerr no defrauda y, aunque el arranque sea algo inocuo, regala un policíaco con todos los sellos de la serie: una ambientación detallista y vívida, con antológicos detalles históricos (el hedor en el gigantesco refugio para indigentes, los cameos cinematográficos y artísticos, el cabaret con una silla eléctrica de verdad, ¡hasta la aparición de los tours de Thomas Cook! etc); algunas reflexiones filosóficas y vitales de enjundia y acción y misterio a raudales. Con el joven Bernie, recién abandonada la unidad antivicio para ir a la de Homicidios, pasearemos por un Berlín convulso y libertino, plagado de veteranos vagabundos, de prostitutas, de nazis y de asesinos. 

La ambientación recuerda inevitablemente a las novelas del alemán Volker Kutscher sobre el detective Gereon Rath (que adapta la serie Berlín Babylon, en España se puede ver en Movistar), aunque los personajes y desarrollos son ciertamente diferentes. Kerr es Kerr, y Bernie es Bernie. Entre líos políticos y mediáticos, entre gángsters y nazis, el joven, pero ya cascado por la vida, Gunther tendrá que enfrentarse a los dilemas clásicos y éticos, a la pregunta de hasta dónde puede llegar para impartir una cierta justicia. Ese Berlín decadente, a punto de caer en manos de los monstruos que lo acechan, es un escenario ideal.

Como decía antes no es su mejor novela (¿podemos pensar que quizá la enfermedad, o que quizá no la pudo pulir todo lo que quiso?), pero gustará. Es más de lo mismo, pero algo diferente. En su cacería de dos implacables asesinos en serie (uno de prostitutas, otro de veteranos de la Gran Guerra mendigos), Gunther se adentrará en un mundo oscuro y morboso, que le hará adentrarse en el lado tenebroso más de lo deseado. A pesar de empezar de un modo algo soso, Metrópolis crece y crece hasta un final notable. El personaje, la habilidad del escritor y el espléndido contexto histórico lo hacen posible.

Un final que es, a la vez, un principio. Y Bernie Gunther siempre con nosotros.

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