Peter H. Wilson: «La historia rara vez es clara y directa, mientras que la gente quiere explicaciones simples»

Saqueo de una aldea, óleo de Pieter Snayers (1592-1666), colección privada.

Peter H. Wilson publica en España su monumental La Guerra de los Treinta Años. Una tragedia europea (en dos volúmenes, en Desperta Ferro): una obra titánica para condensar un complejo y violento conflicto, tanto que en los años 60 del siglo XX muchos alemanes la consideraban peor que las Guerras Mundiales. Entrevistamos a este historiador de la Universidad de Oxford sobre esa guerra, cuyo entendimiento «nos permite comprender mejor los prologados y destructivos conflictos bélicos actuales, como los de Oriente Medio», y acabamos hablando también, y sin perder el hilo, de radicales, fake news, la Historia y el brexit.

Tratar de relatar un conflicto tan complejo, con tantos contendientes y tan largo como la Guerra de los Treinta Años es una labor enciclopédica. En un libro de 1.000 páginas como el de Peter H. Wilson, pero y ¿en un texto corto propio de Internet? El entrevistado de hoy reconoce que es «ardua tarea», pero que se puede intentar: «En esencia, fue una guerra civil sobre el orden constitucional y religioso del Sacro Imperio Romano que se prolongó por la intervención de otros países. Y en 128 caracteres, ¡esto es un tuit!», responde victorioso.

A Peter H. Wilson -premiado historiador británico y Chichele Professor de Historia de la Guerra en el All Souls College de la Universidad de Oxford desde 2015, donde imparte, entre otras la historia del conflicto del que hablamos- quizá se le podría calificar como uno de los hombres que más sabe de la Guerra de los Treinta Años del mundo. H. Wilson ha intentado, por primera vez en casi tres décadas, dar una visión global de un conflicto extremadamente complejo y sangriento. El resultado, es una inmensa, detallada y reveladora obra, que llega a España dividida en dos volúmenes, a punto de cumplirse el tercer centenario de la Defenestración de Praga, hecho que marcó el inicio de la guerra. Acaba de salir el primero: La Guerra de los Treinta Años: una tragedia europea. Volúmen I: 1618-1630 (Desperta Ferro, 2018) y en mayo se publicará el segundo. Un obra destinada a convertirse en la referencia sobre el asunto.

Un editor e historiador español, me contaba hace poco que cada generación necesita leer su propia historia

Sí, es cierto que cada periodo produce su propia historia. Todos tendemos a buscar un «pasado útil», lo cual no es necesariamente malo si reconocemos que la historia no es completamente maleable y que nuestras interpretaciones deben estar basadas en evidencias, y teniendo debidamente en cuenta cómo han visto el pasado las generaciones precedentes.

¿Por qué esa misma audiencia contemporánea y digital debería interesarse por un conflicto del siglo XVII…

Hoy día nos enfrentamos a una miríada de problemas complejos –políticos, económicos, sociales, culturales, etc.– a los que la historia no proporciona fácil respuesta, pero sí nos ayuda a formular mejores preguntas sobre nuestro presente. En este sentido, entender la Guerra de los Treinta Años nos permite comprender mejor los prolongados y destructivos conflictos bélicos actuales, como los que se desarrollan en Oriente Medio.

En el prólogo de la obra explica que este conflicto dejó en las poblaciones alemanas y checas un trauma nacional perecedero, tanto que en los años 60 una encuesta reveló que los alemanes la consideraban el peor desastre de su Historia, más aún que las guerras mundiales y el Holocausto. ¿Por qué esta guerra permaneció de esa manera en la memoria colectiva de esa manera?

Las gentes que vivieron durante la Guerra de los Treinta Años sentían que eran testigos del rostro más depravado y bárbaro del ser humano. Esta percepción estaba alentada en la época por las autoridades, que presentaban la guerra como un castigo divino por los pecados del pueblo. De este modo, la guerra caló en la memoria colectiva como algo verdaderamente horrendo que no debía permitirse que volviera a ocurrir, y serviría como referente con el que se compararían los conflictos posteriores.

[Francisco Gracia Alonso, autor de ‘Cabezas cortadas’: “Cuando la masa empieza a pedir sangre, no hay quien la pare”]

Peter H. Wilson (cedida por Desperta Ferro)

Aunque no disminuyes la importancia de las diferencias religiosas en el conflicto, insistes que, en esencia, esta guerra no fue un conflicto religioso. ¿Fueron estas creencias y la fe una excusa para mobilizar a los pueblos a la guerra?

No, no creo que la religión fuera una simple excusa para la guerra. Para entender el papel de la religión en este conflicto, primero tenemos que despojarnos de nuestras ideas del siglo XXI sobre el lugar que tiene la fe en los asuntos humanos. Hoy día estamos habituados a diferenciar entre lo religioso y lo secular, distinción impensable en el siglo XVII, cuando nadie podía concebir un universo sin Dios. En su lugar, la diferencia estaría entre los que hoy podríamos considerar «moderados», y los «militantes». Todos eran religiosos, y todos querían promover su propia versión de la cristiandad. Sin embargo, los militantes eran más propensos a creer en la doctrina del providencialismo y de sentirse personalmente emplazados por Dios para actuar, y tendían a creer que sus objetivos estaban a su alcance de su mano y que cualquier problema o revés no eran más que prueba de su fe. Por contra, los moderados veían los objetivos religiosos (como la reunificación de todos los cristianos) más distantes y eran más pragmáticos en la elección de los métodos para la consecución de los mismos. Los militantes eran una minoría y, generalmente, no ocupaban posiciones con poder político y rara vez influían directamente en los acontecimientos. Sin embargo, muchos de ellos eran clérigos y sus comentarios y críticas a los actores políticos solía tener gran repercusión, por lo que han dejado una huella desproporcionadamente profunda en las fuentes de que disponemos los historiadores.

Dice en un momento que “la influencia de los radicales fue, en ocasiones, desproporcionada si tenemos en cuenta su número”. Es una frase que, sin matiz alguno podría, valer para hoy: Trump, distintos partidos de ultraderecha y populistas por todo Europa, ciertos líderes religiosos extremistas…

Esta comparación es válida hasta cierto punto. Los radicales fueron capaces de dar forma a los acontecimientos, especialmente al alentar una sensación de crisis en el seno del Imperio a partir de 1600 manipulando el temor hacia una constitución imperial que ya no ofrecería suficiente salvaguarda a los derechos políticos y religiosos. Los políticos de hoy día operan en condiciones diferentes. Tienen acceso a medios de comunicación mucho más potentes pero, al menos en teoría, son democráticamente responsables y la población en su conjunto tiene los medios para poner límites a su influencia, siempre y cuando ejerciten sus derechos democráticos de forma responsable.

Siempre he asociado la Guerra de los Treinta Años al uso masivo de mercenarios. ¿Fue realmente así? ¿Qué otras innovaciones trajo el conflicto en el aspecto militar?

Sí, los que combatieron en la Guerra de los Treinta Años fueron en gran medida «mercenarios», si entendemos por ello soldados que se suponían profesionales a sueldo. Algunos estados –especialmente Suecia, Dinamarca y en menor medida otros como Baviera– también recurrieron al reclutamiento o a la selección de efectivos provenientes de las unidades de milicia. Todo esto muestra los intentos de los contemporáneos de librar una guerra convencional, y no ningún tipo de guerra de religión que levantara en armas al conjunto de la población. La mayoría de los mercenarios no eran los aventureros desarraigados del imaginario popular, sino en general súbditos del señor al que servían u hombres que concebían servir a un príncipe extranjero como algo honorable y personalmente ventajoso.

Respecto a la principal novedad militar de la Guerra de los Treinta Años, esta fue sin duda la enorme escala del conflicto. Durante la primera década, la guerra rugió en una de cada tres regiones del Imperio al mismo tiempo. Tras la intervención de Suecia en 1630, el conflicto se generalizó por todo el Imperio, donde las coaliciones rivales emplearon varios ejércitos de considerable tamaño simultáneamente. Además, desde 1635 España y Francia estaban librando su propia guerra particular en múltiples frentes, aumentando aún más la escala del conflicto y añadiendo más presión a las instituciones de los estados y a las sociedades.

También dedica espacio a la rivalidad entre el cardenal Richelieu y el Conde Duque de Olivares, describiendo, entre otras cosas, la pompa del primero y la imagen de burócrata del segundo. ¿Eran tan diferentes en todo?¿Cuál es su valoración del papel del valido español en el conflicto?

Había contrastes obvios, empezando porque Richelieu era cardenal, mientras que Olivares era un aristócrata secular, y sus estilos personales eran muy distintos. Sin embargo, había importantes similitudes entre ambos, sin ir más lejos su posición de «favoritos» al servicio de reyes con profundas carencias que permanecieron considerablemente ajenos a la gobernanza efectiva. Tanto Richelieu como Olivares debían mantener el equilibrio entre los intereses de los grupos de la corte y del país en general, y ambos se enfrentaron a una constante oposición y crítica interna.

Olivares era ambicioso, pero también trabajador y dedicado. Comprendió que la victoria total ya no era posible por lo que trató de emplear los aún considerables recursos militares y económicos de España para derrotar a los holandeses mientras mantenía la amenaza francesa a raya. Sin embargo, fracasó por su incapacidad de encontrar el modo de llegar a una paz satisfactoria con los holandeses sin sacrificar la reputación de España. De hecho, esto se hizo cada vez más difícil según avanzaba la guerra y los problemas de España se multiplicaban.

Esta guerra fue un acicate para el nacimiento del periodismo moderno, y la Paz de Westfalia fue un best-seller internacional…

El estallido de la guerra en 1618 sirvió de estímulo directo para la propagación de los periódicos y otros medios impresos como las gacetas ilustradas. La gente estaba hambrienta de información y el número de periódicos de periodicidad regular se multiplicó por más de tres durante el conflicto. Los habitantes de otros países, como Inglaterra, también querían saber más sobre lo que estaba pasando. En general Suecia y los países protestantes hicieron un uso de la propaganda impresa de largo más efectivo que sus oponentes, lo cual ha tenido su influencia en cómo los historiadores han interpretado la guerra.

La Historia siempre ha sido un campo de batalla para la manipulación política. En este momento, al calor de la tormenta de las fake news y en una era donde se ha perdido la confianza en lo que una vez se consideró autoridades intelectuales, ¿cómo queda el papel del historiador? ¿Cómo puede competir contra los influencers de Internet, los tertulianos populistas y todos aquellos especialistas en captar mejor la atención pública?

La tarea del historiador es interpretar el pasado de la forma más honesta y exacta posible. El desafío es que rara vez la historia es clara y directa, mientras que la gente quiere explicaciones simples y respuestas sencillas a sus problemas. Los historiadores debemos tratar de conectar de forma eficaz con todo tipo de públicos, sin duda adaptando la forma en que presentamos el mensaje, pero siempre alentando al lector a pensar de forma crítica e independiente y a cuestionar las explicaciones simplistas.

¿Cómo vive la actual situación post-brexit de su país? ¿Cómo cree que los historiadores futuros juzgarán esa decisión?

¡Qué arriesgado es hacer predicciones! Sin embargo, sobre esta cuestión me temo que es probable que los historiadores arrojen luz sobre en qué medida el oportunismo político influyó a la hora de convocar el referéndum, y cómo se disputó la campaña. Asimismo, también quedará patente cómo el recurso al sentimiento y a la nostalgia se impuso al racionalismo del argumento político y económico. Sin embargo, está por ver cuán profundo e irreparable será el daño económico, cultural y político.

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