Francisco Gracia Alonso, autor de ‘Cabezas cortadas’: «Cuando la masa empieza a pedir sangre, no hay quien la pare»

Marine estadounidense, durante la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, bromeando con el cráneo de un japonés (cedida por DESPERTA FERRO)

Las decapitaciones de cadáveres, los ultrajes post mortem o las mutilaciones de los cuerpos de fallecidos para lograr macabros trofeos pueden parecer actos de un pasado remoto. Pero no, después de leer Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados (Desperta Ferro, 2017) de Francisco Gracia Alonso (Barcelona, 1960) uno se da cuenta que no es así, entre asqueado y aterrado, de hasta dónde el ser humano es llegar de capaz.

Este catedrático de Prehistoria de la Universidad de Barcelona ha repasado ejemplos de estas prácticas desde la prehistoria hasta llegar a nuestros días, con ejemplos de Estado Islámico o los cárteles de la droga de Centroamérica.

A pesar del repaso de atrocidades desde el comienzo de los tiempos hasta hoy, su autor asegura que no es un «inventario exhaustivo»: «He intentado ejemplificar que el trato hacia el contrario siempre ha sido sangrante, humillante, pensado a borrar su presencia física, pero también su presencia intelectual post mortem. Seguro que alguien dirá que podría haber puesto otros o más ejemplos, pero no quería que fuera un libro más sangrante de lo que ya es».

«Nuestra perspectiva actual es de repugnancia, claro», me dice cuando le pregunto por el proceso de acercamiento a tan truculento asunto nacido de sus líneas de trabajo sobre la cultura ibérica en el nordeste peninsular, «pero la investigación es la que es: intento distanciarme, pero no siempre es fácil. Cuando te vas acercando hacia el hoy, ves que las salvajadas no disminuyen sino que aumentan. Y nuestro concepto de civilización lo hace todavía más dramático». Gracia Alonso asegura que le sorprendieron algunos casos de violencias salvajes contra los cuerpos de los vencidos, por el supuesto ambiente civilizado de sus autores como la ejecución de los hermanos De Witt en la Holanda de Spínoza o Erasmo, o el trato de los soldados estadounidenses en el Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial, con los cráneos de los japoneses, o los collares de orejas de los soldados estadounidenses en Vietnam... «Entiendes que la razón, que las causas de guerras justas, si las hay, desaparecen rápidamente», explica este catedrático.

En esta obra el autor revela que estos actos tiene parte de comportamiento de turba, pero también dirección política: «Quien asume el poder y humilla, tortura, mata y expone el cadáver del derrotado, para que su figura no pueda ser recordada de forma positiva, porque no ha podido evitar sufrir todo ese tipo de horrores. Muestra hasta que punto se quiere mantener el recuerdo del vencido. Y eso valía para los cráneos iberos, para la antigua Roma o para la exposición de la cabeza de Oliver Cromwell frente al Parlamento británico después de haber sido exhumado y ahoracado post morten. Y es algo que se ha repetido en todos los sitios a lo largo de la historia».

Relieve de la Columna Trajana, en Roma, donde se muestra a un legionario con una cabeza (cedida por Desperta Ferro)

«Las guerras idílicas, con brillantes uniformes y trato humanitario no existen salvo en determinadas películas. La guerra es muerte, miseria, desolación y salvajismo, y más en las guerras coloniales donde además hay un componente racista absoluto. Y las guerras de resistencia al invasor son iguales», asegura.

Medios de comunicación, series y banalización de la violencia extrema

Hace unas semanas, Gracia Alonso escribía en este blog sobre estás prácticas macabras en la actualidad y su impacto en los medios de comunicación. Le pregunto, si en su opinión, los medios deberían mostrar esos vídeos de decapitaciones de Estado Islámico o los cárteles mexicanos. «No deberían», responde, «me parece una muestra de cinismo ese rótulo de televisión de ‘las siguientes imágenes pueden herir su sensibilidad’. Si van herir mi sensibilidad, no las ponga. Además luego saltarán a las redes y serán repetidas y repetidas, logrando el efecto de propaganda y terror deseado».

Este historiador pone el dedo en la llaga en esa imágenes: «Tras ellas se esconde la idea de que el individuo puede asistir a la denigración del contrario y, como no es de los míos, puedo canalizar la frustraciones en él. Es como las tricoteuses que durante la Revolución Francesa tricotaban mientras ejecutaban a la gente en la guillotina. Hoy no hay ejecuciones públicas, pero seguimos igual, los medios hacen lo mismo: ya no se le lleva al reo a la guillotina y se le ejecuta en público; hoy le vemos cómo llega a la Audiencia Nacional, cómo llega a la cárcel… A todo el mundo se le llena la boca con la presunción de inocencia, pero seguimos haciendo un espectáculo público. ¿Cómo se le devuelve el honor a alguien si después de todo este escarnio público se le declara inocente? ¿Cómo se puede un tribunal abstraer de la opinión pública hoy en día? Nos hemos convertido en parte, juez y verdugo. Cuando la masa empieza a pedir sangre, no hay quien la pare».

En ese sentido, le pregunto por el ejercicio de la violencia extrema que la ficción audiovisual actual hace y pienso en Juego de Tronos, Breaking Bad o el cine de Tarantino. «El público cree que al verlo a través de la pantalla puede disfrutar de ese concepto de la violencia», explica, «pero en realidad hace que nos distanciemos, y que ya seamos incapaces de distinguir, si luego vemos algo parecido en los informativos, si es ficción o no. Los informativos ya los vemos como ejercicio de ficción. Fíjate en la conceptuación que vemos de forma reiterada en Juego de Tronos del cuerpo sin vida del contrario. Esas series tienen impacto por su combinación de sexo y violencia. Cuando se rebaja la cantidad de sexo y violencia, los seguidores se quejan. Y fíjate que al final siempre se rebaja más el sexo que la violencia. Para los guionistas, es preferible ocultar un pecho que una decpaticación. La violencia es absolutamente banal. Ponemos a la audiencia, da igual su estatus o edad, ante una sucesión de crímenes violentos».

Decapitaciones y cadáveres ultrajados…

Estampa de la Revolución Francesa con cabezas ensartadas exhibidas (cedida por Desperta Ferro)

Brutalización y racismo… «En la Segunda Guerra Mundial la propaganda llevaba a la brutalización y la canalización de los miedos hacia el enemigo. El elemento racista fue especialmente clave en este conflicto: no fue igual hacia el enemigo italiano o alemán que hacia el japonés. Hace que los soldados no vean al enemigo como un ser humano, sino como un ser inferior. Por eso cortaban cabezas y las exhibían, por eso las listas de bajas fueron tan altas, porque se produjeron ejecuciones sistemáticas de prisioneros. Fue la versión racista del mando aliado, que alentaba a las tribus de Borneo a matar japoneses y cortar sus cabezas».

Guerras españolas…  «Las guerras del protectorado Marroquí fueron unas salvajadas, por dos los bandos. Detallo muchos ejemplos en el libro de nuestra Guerra de Independencia. Las animaladas de aquella fueron difíciles de superar. Goya se queda corto en sus aguafuertes. El concepto de construcción de la guerra se tiende a idealizar, a construir un nuevo relato. Piensa el cuadro de La rendición de Bailén, de construcción caballeresca a imitación de Las Lanzas, no tiene nada que ver con lo ocurrido: los franceses habían masacrado lo que habían querido en esa zona y después de la rendición, los prisioneros franceses son maltratados camino a Cádiz, y luego internados en penosas condiciones en la isla de Cabrera. La población español canalizó su frustración y odio el que podía matar -el francés- en sustitución del que no podían -nobleza y clero española-«.

Factor religioso… «La represión cátara es una salvajada y las cruzadas igual. Ricardo Corazón de León masacra a los prisioneros en Acre, niños y mujeres incluidos, sin ningún tipo de problema. Y la historiografía no se lo tiene en cuenta. Las guerras de religión del siglo XVI y XVII son otra colección de salvajadas, como la Noche de San Bartolomé en Francia… Se busca masacrar. El «dios lo quiere» es una forma clarísima de justificar moralmente estas actuaciones.

Tecnología vs barbarie «La tecnología precisamente nos lleva a esta idea de que facilita por un lado la muerte, pero tiene menos impacto. Tiene más impacto para crear terror hacia el enemigo presente o futuro una decapitación de un individuo y emitido por la red que un ataque con drones que mata a varias personas. No se ve el muerto, los cadáveres destrozados, no vas al sitio a verlo. No hay reporteros sobre el terreno, como ocurría en Vietnam que veían los cadáveres en los arrozales.  ¿Qué impactó más en EE UU, las muchas bajas durante la ocupación en Irak o las imágenes de los cinco contratistas militares destrozados y arrastrados por una turba? Desde el punto de vista del impacto, la muerte por arma blanca impacta más: al tener contacto con cuchillos en las cocinas, todos empatizamos más con esa sensación de dolor, porque todos nos hemos cortado. Eso nos impacta: la bomba no impacta, salvo que caiga en nuestra casa; la decapitación, además que se repite, crea poso en la memoria física del individuo. Temes sentir eso».

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