Carlos Aurensanz: «Los médicos medievales son el paradigma de la pasión humana por avanzar en el conocimiento»

¡Bienvenidos lecto-viajeros temporales! Hoy tenemos con nosotros a uno de esos autores que debemos tener en cuenta sí o sí, los que disfrutamos leyendo sobre Al-Ándalus y la época islámica de la Península Ibérica: Carlos Aurensanz, autor de la celebrada trilogía de los Banu Qasi. En 2016, Aurensanz ha regresado, tras un coqueteo con el thriller, al género histórico con Hasday. El médico del califa (Ediciones B), en la que traza la vida de un fascinante personaje del siglo X…

¿Por qué llamó tu atención Hasday para escribir una novela?

Hasday ben Shaprut es uno de esos personajes con los que tropiezas (en este caso durante la documentación de la trilogía anterior) y que dejas aparcado sabiendo que volverás a él. Su vida pública, la que conocemos por las crónicas, nos habla de un hombre polifacético, erudito, políglota que, merced a su saber, alcanzó las más altas cotas de poder junto al primer califa de Al Ándalus. Reconstruir su infancia en la ficción (la real permanece en el la penumbra), imaginando a un muchacho ávido de conocimiento, es una golosina para un autor de novela histórica. Además Hasday es judío, un rasgo que buscaba para retratar la sociedad andalusí desde un punto de vista diferente.

Hace poco, Santiago Posteguillo me decía que en su última novela quería hacer una reivindicación de las lenguas y su conocimiento. Hasday bien podría ser una buena prueba, pues conocía hebreo, árabe, latín y romance…

…y griego, y el arameo de las ceremonias religiosas; quizá también algo de siriaco, la lengua intermedia en las grandes traducciones del griego al árabe llevadas a cabo, por ejemplo, en la Casa de la Sabiduría de Bagdad. Precisamente los problemas planteados con esas traducciones y en particular la de un libro, el Tratado de los Simples, del médico griego Dioscórides de Anazarbo, constituyen uno de los ejes de la novela. Fue su don de lenguas uno de los factores que le ayudó a auparse en la corte califal, donde ocupó el cargo de “secretario de cartas latinas” y desempeñó una labor diplomática que por sí sola daría para escribir otra novela.

Los médicos son personajes que han dado buenos éxitos a la novela histórica, ¿qué tiene esta profesión que los hace tan jugosos al género? Como veterinario, ¿sientes alguna conexión?

Quizá los médicos medievales son el paradigma de la pasión humana por avanzar en el conocimiento, y un tipo de conocimiento que se plasma de forma muy visible en el beneficio de sus semejantes. Un matemático, un astrónomo o un cartógrafo andalusí pudieron tener mayor importancia en el avance de la ciencia, pero el trabajo de los médicos es más tangible, también para los lectores de novela histórica. Aquellos tenían que luchar, además, contra la rigidez de las prohibiciones religiosas a la hora de investigar en el interior del cuerpo humano, algo que ahora nos resulta incomprensible, por lo que es sencillo lograr la empatía con personajes así. De hecho, aun hoy en día, las cuestiones morales y religiosas siguen siendo un obstáculo en determinados campos de la investigación médica. Mi profesión, sin duda, ayuda en los aspectos más técnicos de la novela (patología, técnicas quirúrgicas, etc.), además de compartir muchos rasgos comunes con la del protagonista.

21186gLa novela también la podemos entender como un canto hacia el mestizaje social… Hasday es un judío poderoso en un reino musulmán, el califa tiene familia vascona, hay pactos entre desiguales… Si navarros y andalusíes de la época podían pactar, ¿por qué les resulta tan difícil a los políticos de hoy en día?

El mestizaje entre culturas es algo que se produjo de forma muy intensa en aquella época. Recientemente una investigación de la Universidad Pública de Navarra ha confirmado de manera científica a través de estudios genéticos algo que ya sabíamos: que la población autóctona (visigodos, vascones…) se mezcló con los árabes alóctonos de forma generalizada. Musa ibn Musa, caudillo musulmán del Ebro, era hermano de sangre de Iñigo Arista, el primer rey de Pamplona. Y no fue una excepción. Y esta hibridación es siempre positiva. Recuerdo a una vieja profesora de genética que nos hablaba del “vigor híbrido”: la descendencia mejora cuanto más alejados genéticamente están los progenitores; por el contrario la endogamia conduce a la degradación de las especies.

Los políticos actuales se empeñan para nuestro asombro en lo contrario, llevados sin duda por el deseo de conservar su parcela de poder, y no por el interés en el bien de aquellos a quienes dicen defender.

En estos momentos tan delicados y llenos de información negativa sobre lo islámico ¿Resulta difícil escribir sobre ese mundo, aunque sea sobre una época pasada y más esplendorosa y abierta? ¿Te ha afectado lo que ocurre hoy en día a la hora de escribir?

Desde mi conocido escepticismo religioso siempre he dibujado gobernantes que usan la religión para manipular la voluntad de la sociedad y conseguir así sus fines políticos. Abd al Rahman III lo hizo, sin duda: la proclamación del Califato en Córdoba no es sino el exitoso intento de reforzar su dominio frente a los califatos orientales, reuniendo en una única figura el máximo poder político y religioso. Y a la hora de escribir retrato con crudeza el abuso de ese poder. Por desgracia el uso de la religión como instrumento de dominio es tan viejo como el propio fenómeno religioso, todas las confesiones y gobernantes han sucumbido a esa tentación. Y asistimos ahora a un momento en que un nuevo “califato” pretende extender su influencia por la fuerza de la sangre y del terror. Pero constato que el enfrentamiento no es entre credos, sino entre dominadores y dominados. Debemos reparar en que, en realidad, las víctimas no son quienes profesan un credo distinto (la mayor parte de los muertos provocados por el terrorismo de DAESH son musulmanes), sino quienes se oponen a las ansias desbocadas de poder de un determinado grupo étnico-religioso que se ha hecho con el mando, aupado por políticas intervencionistas equivocadas.

(sobre este asunto, el autor ya escribió aquí sobre escribir sobre califatos en tiempos de Estado Islámico)

La novela histórica, a pesar de ser ficción, está claro que pica la curiosidad del lector hacia la Historia y le hace descubrir… ¿Cómo novelista sientes una responsabilidad social en ese asunto o prefieres dejar claro que eres novelista y por lo tanto escribes ficción?

Una novela es ficción y, aunque el autor procure que el rigor sea extremo, el lector no tiene por qué saber qué parte de lo que lee es histórico y qué parte procede de la imaginación del autor. En mis novelas siempre trato de explicarlo en una nota, y en las relaciones de personajes aclaro cuáles existieron realmente y cuáles son ficticios. Aún así pretender que una novela histórica sirva para sustituir a un libro de historia es asumir un riesgo innecesario. Quizá a lo único que podamos aspirar con nuestro trabajo sea a hacer que el lector recorra ese camino hacia el libro de historia porque la novela haya despertado en él ese interés. Pero ni siquiera eso es necesario: mi objetivo fundamental al escribir es entretener.

¡Buenas lecturas!

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1 comentario

  1. Dice ser Heisenberg

    Le agradecería que añadiese al menos el enlace a la investigación de la Universidad Pública de Navarra que cita en el artículo, básicamente porque la abrumadora mayoría de estudios genéticos que se han realizado en la Península Ibérica (incluyendo los de la Eurpedia) muestran todo lo contrario.

    19 junio 2016 | 20:35

Los comentarios están cerrados.