Escribir sobre califatos en tiempos de Estado Islámico

Medina Azahara (WIKIPEDIA)

Medina Azahara (WIKIPEDIA)

¡Bienvenidos lecto-viajeros temporales! Hoy, en XXSiglos, cuento con una firma invitada de excepción: el escritor Caros Aurensanz. Uno de los autores de novela histórica española que, con sólo cinco novelas, ya está en boca de muchos como un autor al que hay que seguir. Seguro que a muchos aficionados os suena su trilogía sobre los Banu Qasi, ¿verdad?

En los últimos meses, Carlos ha regresado a las librerías con otra novedad ambientada en el mundo de Al Ándalus, Hasday. El médico del califa (Ediciones B), la historia de un personaje real, médico y diplomático, que llegó a ser primer ministro del todopoderoso califato de Córdoba.

Cuando vi la novedad, no pude preguntarme, en estos diálogos entre historia y presente de los que tanto hablamos en este blog, cómo se sentiría un escritor que narrara el califato de Córdoba, en estos tiempos donde todas las informaciones que vemos en la televisión en las que sale la palabra califato son de muerte, destrucción y fanatismo. Le expuse esa misma pregunta a Carlos y, aquí tenéis la respuesta… No os la perdáis.


Escribir sobre califatos en tiempos del DAESH

Por Carlos Aurensanz | Escritor @CarlosAurensanz

Escribir una novela sobre el califato cordobés puede parecer arriesgado en estos tiempos en que el término «califato» tiene tantas connotaciones negativas. Casi a diario nos topamos en los medios de comunicación con noticias referidas al DAESH (parece que existe consenso en la conveniencia de llamarlos así, y no ISIS o Estado Islámico) que nos hablan de muerte, exclusión, odio racial, fanatismo religioso, destrucción de patrimonio artístico, absurdas prohibiciones y aniquilación de derechos, incluido el derecho a la vida. Tanto es así, que en la editorial nos planteamos la conveniencia de publicar esta novela con el título de Hasday, el médico del califa.

Si se decidió incluir la palabra «califa» fue porque este libro habla de una realidad muy diferente. No desvelo nada si recuerdo que el protagonista alcanzó junto a Abd al Rahman III las más altas cotas del poder en aquel Estado pujante. Pues bien, el hombre que llegó a convertirse en mano derecha del soberano omeya y que asumió una responsabilidad equivalente a la de un Primer Ministro actual… era judío. Este simple detalle da cuenta de una forma de actuar por parte del primer califa andalusí muy alejada del fanatismo religioso que ahora nos aturde. Es cierto que no era lo habitual, que la aristocracia árabe dominante recelaba de este tipo de personajes y reclamaba su derecho a ocupar los más altos cargos de la administración, pero también es cierto que el de Hasday ben Shaprut no fue un caso aislado. Hubo muchos otros judíos, cristianos y muladíes que ocuparon puestos de responsabilidad ya desde los primeros tiempos del emirato de Córdoba. Tampoco podemos olvidar que por las venas de Abd al Rahman III corrían tres cuartas partes de sangre vascona.

Hasday era un hombre de ciencia, y posiblemente fueron sus conocimientos médicos y farmacéuticos los que le abrieron la puerta del alcázar real, donde gobernaba un hombre que sufría aversión a los venenos. Pero entre aquellos muros encontró un ambiente propicio a su afán de conocimiento, abierto a la llegada de eruditos procedentes de Oriente, a la incorporación en su fastuosa biblioteca de nuevos volúmenes recién traducidos al árabe a partir de las obras de los clásicos griegos y latinos, o de copias de tratados de los hombres de ciencia que en aquel momento desarrollaban su labor en lugares como la Casa de la Sabiduría de Bagdad.

Es el momento también de la construcción de Madinat al Zahra, el trasunto del Paraíso en la tierra, donde se incorporan las últimas innovaciones arquitectónicas y las últimas tendencias artísticas, imitación en muchos casos de las que asombraban a los embajadores andalusíes durante sus misiones en lugares como Bizancio. Probemos a retener en la mente la visión de la ciudad palatina, de su Salón Rico, de sus albercas y jardines, de su fastuosa decoración. Podemos compararla ahora con las recientes imágenes de la destrucción de Palmira, y comprobaremos que no pueden ser más contrapuestas.

21186gNo podemos caer, sin embargo, en la idealización del pasado. El Califato de Córdoba fue una dictadura férrea, donde el soberano ostentaba todo el poder, tanto el político como el religioso y disponía a su antojo de la existencia y de los bienes de sus súbditos. La vida de aquellos que no pertenecían a la élite no tenía ningún valor, el comercio de esclavos era una estampa cotidiana en los zocos de las principales ciudades, y los jóvenes eran reclutados para ser enviados a la frontera, donde perecían por miles en las batallas campales contra las tropas cristianas. Las mujeres eran consideradas seres inferiores y vivían sojuzgadas por los varones. La única diferencia con la actualidad es que en aquella época tal condición era compartida por musulmanas, cristianas y judías. Conocidos son los episodios en los que el califa ordenó la decapitación de una concubina que se había negado a yacer con él, y la ejecución por el verdugo de la sentencia en aquella misma dependencia; o aquel en que hizo quemar el rostro de una esclava que le había dirigido una mala mirada.

En el mismo terreno de la idealización podría caer una descripción edulcorada de la pacífica convivencia entre culturas. Judíos y mozárabes disfrutaban de cierta libertad de culto dentro de sus barrios y disponían de libertad de organización en sus comunidades, pero vivían sometidos al pago de tributos en muchos casos abusivos, casi confiscatorios. Esto había provocado repetidas revueltas durante el emirato, hasta el punto de llevarlo a un estado de auténtica guerra civil durante el reinado del emir Abd Allah, abuelo del califa.

Sin embargo, en medio de esta dura realidad social, durante el califato de Abd al Rahman III y después en el de su hijo Al Hakam II, se produjo en Al Ándalus un florecimiento científico y cultural que hizo de Córdoba un foco de atracción, no solo para el occidente europeo, sino también desde el lado opuesto del Mediterráneo. Quizá la labor de Hasday, convertido en «nasí» de los judíos y mecenas, está en el origen de la seducción que Al Ándalus ejerció entre los maestros y eruditos hebreos, en una época de crisis de las grandes academias rabínicas orientales de Sura y Pumbedita. No parece casual el espectacular desarrollo que la cultura hebrea y la ciencia practicada por judíos experimentó en la Península en las generaciones posteriores.

De esta forma, escribir sobre el Califato de Córdoba es también escribir sobre medicina, literatura, música; sobre bibliotecas, traducciones, innovaciones técnicas; sobre arte, arquitectura, urbanismo, embajadas, intercambios, gastronomía; sobre agricultura, sobre el uso del agua en las ciudades, y una lista inacabable de asuntos que, lo puedo asegurar, hacen las delicias de cualquier autor de novela histórica.

Leer este tipo de novelas puede ser una buena forma de evasión de la cruda realidad que nos pintan las noticias sobre el califato de los noticiarios, para sumergirnos en la ficción de otro califato cuyas aristas, limadas por el paso de los siglos, ya no producen daño. Lo que parece cierto es que los seres humanos no acabamos de aprender de nuestros errores y, lejos de enmendarlos, somos capaces de repetirlos y de agravarlos.

*Las negritas no son del autor del texto, sino del bloguero.

 

1 comentario

  1. Dice ser RayoxXx

    Bueno, Córdoba, Granada y Málaga eran califatos de gran tolerancia religiosa para la época, pero una tolerancia que se pagaba: los judíos y cristianos podían vivir, pero tenían que pagar más impuestos y tener permisos especiales para construir sinagogas e iglesias.
    Es curioso como aún hoy, persiste mucha tolerancia religiosa y un buen reconocimeinto de la cultura musulmana en la zona, lo malo es que mucha gente utiliza todo ello para ir o en contra o a favor del terrorismo islámico.
    En fin, Cordoba es una ciudad preciosa, bien mora aún hoy todavía, a pesar de la modernización actual y de la ya muy antigua presencia musulmana que con la inquisición cristiana se convirtiese posteriormente en terrorismo de estado a partir de la famosa toma de granada el día 2 de enero (creo, que igual era el 3), que supuso la caída total de los califatos…

    Estoy totalmente de acuerdo de que parece que sólo los amantes dela historia aprenden de ella, porque los políticos y la sociedad en general parecen olvidarse de ella, con lo cual se siguen cometienda una y otra vez los mismos errores… muestra de que no hemos aprendido nada… en fín, confío que algún día si se aprenda la suficiente historia como para aplicar su experiencia a los problemas de hoy, e intentar conseguir soluciones alternativas a las tradicionales, que hasta no han sido capaces de ayudar en nada práctico, no-violento y original…

    Con respecto a las mujeres, en aquélla época, las mujeres judías no podían poseer propiedades privadas (la dote pertenecía al marido cuando se casaban), y mucho menos la tierra, las cristianas no valían casi nada, aunque al menos podían ser monjas, y eran las musulmanas quienes curiosamente teían mayor libertad, pues podían incluso poseer bienes inmuebles. Aunque las mujeres que más libertad tenían eran las musulmanas que eran prostitutas, que eran un poco como las geishas japonesas en el sentido de que podían incluso hablar de ciencia y política. Claro que todo ello cambió pronto con el tiempo, y al final las 3 religiones seguían machacando a las mujeres sin justificación alguna para hacerlo… Y claro, aunque el islam fuera muy moderno para las mujeres en aquéllos tiempos, lo cierto es que en la actualidad ello está totalmente desfasado…
    Y ya se sabe el dicho: renovarse o morir….
    ¿se renovarán las viejas religiones?

    02 mayo 2016 | 02:17

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