Las botas de charol rojo están huérfanas. Yo también

Red platform boots, 1971 Aladdin Sane tour Courtesy The David Bowie Archives

Red platform boots, 1971 Aladdin Sane tour Courtesy The David Bowie Archives

Es inviable un mundo en el que te saque de la cama la noticia de la muerte de un compañero de travesía. Con una exactitud cronológica de secuenciadorDavid Bowie (8 de enero de 1947 – 10 de enero de 2016) ha dejado la vida a los 69 años y dos días. Esa es hoy la medida de mi orfandad.

Escribo desde Berlín y admito, por vez primera, que el charol rojo de las botas de plataforma no puede esquivar el barro del empedrado de la tosca ciudad donde Bowie, en uno de sus ejercicios de doppelgänger, predijo en 1977 la decadencia de Europa. La nieve sucia y los abetos abandonados de la navidad también han acordado cantar un responso en esta mañana plomiza.

Como la música, real pero inasible, infinita pero evanescente, el muerto ha poblado mi vida desde que yo era un chiquillo.

Cloak decorated with kanji characters, 1973 Designed by Kansai Yamamoto for the Aladdin Sane tour courtesy David Bowie Archive

Cloak decorated with kanji characters, 1973 Designed by Kansai Yamamoto for the Aladdin Sane tour courtesy David Bowie Archive

Como único atributo la música, decía Cioran, «ha de volverte loco». Bowie fue ejemplar como mensajero de esa demencia. No es casualidad que el título de una sus obras mayores, Aladdin Sane (1973), pueda leerse A Lad Insane, un tipo loco. Bowie era el muchacho con la cara truncada por un rayo, el único ser humano sobre la tierra capaz de llevar con justicia la capa de seda con los sinogramas kanji que advierten del peligro de trabar relación con las llamas de la vida: «uno que escupe palabras fieramente».

Llegué a Bowie en las noches de pedregal de la España franquista. Mi trascendencia era humilde —alargar la vigilia con anfetaminas, tapar las ventanas con plástico negro para que la luz y la realidad quedaran fuera de la ecuación— y aquel cuarto, con discos y vicios inocentes, era una nave estelar donde perdíamos la razón.

No rompí el vínculo nunca. Anoche escuchamos a Bowie en una reunión de amigos: calor y ginebra. Las voces de nuestra cháchara superaban en volumen al reproductor, pero la cortina de fuego estaba allí, otorgando sentido a la palabra absoluto. La noche anterior, en otra reunión social, programé una lista de reproducción en la que el tipo de las botas de charol era uno de los cabecillas. Sonó, ahora lo recuerdo como una herida, el mashup de 2009 de Rebel Rebel y Never Gets Old, dos canciones que, enlazadas en esta mañana de luto, duelen hasta el llanto.

Reality Tour shoes 2004 The David Bowie Archive

Reality Tour shoes 2004 The David Bowie Archive

No me considero pedante si otorgó a Bowie una condición que también es uno de los reflejos que el espejo me devuelve con convicción de cuchillada cada vez que me enfrento al autorretrato matinal e insoportable. Pertenecía (pertenezco) al bando de los no realizados, gente de dogmas hundidos, de creencias blandas, de tristezas escépticas, de heridas invisibles en los ritos sociales, de pastillas en el bolsillo para prevenir la muerte, para salvarme a pesar de mí mismo…

El músico muerto —dos palabras que hoy parecen groserías, porque los músicos son primordiales y, por tanto, infinitos, ajenos a la muerte— me llevó a la pista, tentándome hacia el baile en noches de blancura opiácea trastornada por el champán; me doblegó como un papiro en momentos en que comenzaba a resbalar por la pendiente de la complacencia; me sacudió la tontería para hacerme creer que la música fría era la mejor fogata; me convenció de que el hundimiento es necesario; me hizo escuchar el silencio; practicar sobre el cable y sin red el equilibrio del vencido…

Self portrait in pose also adopted for the album cover of Heroes, 1978 The David Bowie Archive 2012 - Image VA Images

Self portrait in pose also adopted for the album cover of Heroes, 1978 The David Bowie Archive 2012 – Image VA Images

Te despiertan en Berlín, el salón de baile está poblado por balas y uno de tus dioses elementales murió ayer —cáncer, dicen: prefiero pensar en una crucifixión, otra más—.

Me siento como si hubiese dejado caer los brazos, olvidado los trucos, perdido las coordenadas de la pista de aterrizaje.

Sabor en la boca a barro, esqueletos y calendario.

No hay neutralidad posible.

No puedo creer que David Bowie haya muerto. No sé cómo demonios lograré regresar a sus canciones y ser héroe just for one day.

Jose Ángel González

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1 comentario

  1. Dice ser Sociólogo Astal

    Cuando muere alguien importante nos sentimos mas solos. sentimos que hemos perdido algo nuestro. una parte de nosotros.

    11 enero 2016 | 23:51

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