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La ‘rueda de libros’, el e-book del renacimiento

La 'rueda de libros' de Agostino Ramelli

La ‘rueda de libros’ de Agostino Ramelli

A veces los inventos del pasado se presentan como precursores mágicos de lo que ahora todos damos por hecho. Que el lector pudiera tener a su disposición varios libros a la vez, abiertos por una página en particular y ordenados de un modo eficiente para su rápida localización era un privilegio que propiciaba el estudio conjunto y la relación de varias disciplinas . La creación facilitaba el proceso de investigación de los humanistas, que —al contrario de lo que nos sucede en el presente— no veían fronteras entre la ciencia, la filosofía y el arte: todo era conocimiento.

En el siglo XVI el ingeniero italiano Agostino Ramelli (1531-1608?) —reconocido en su época como uno de los más brillantes inventores que estuvieron al servicio del ejército— publicó el libro Le Diverse et artificiose machine (1588), ahora una pieza esencial de la historia de la ingeniería. El tomo, ilustrado con 194 grabados, detalla cómo construir todos los proyectos que propone el autor y constituye uno de los primeros testimonios impresos detallados de la técnica del renacimiento.

La rueda de libros es una de las joyas ocultas en el brillante volumen. El ingenio es una especie de noria mecánica con capacidad para almacenar una docena de libros abiertos a conveniencia del usuario. Lo que puede parecer a simple vista una idea naíf, en realidad es un antecesor del hipertexto, una innovadora manera de unir fuentes y relacionar escritos que es tendador comparar con Internet o el libro electrónico.

La rueda 'mejorada' de Nicolas Grollier de Servière

La rueda ‘mejorada’ de Nicolas Grollier de Servière

Ramelli planeaba construir la rueda con un engranaje planetario (compuesto por varios engranajes externos que rotan sobre uno central, ahora muy común en la transmisión de los coches). El sistema, entonces utilizado en los relojes astronómicos, garantizaba que los estantes permanecerían en el mismo ángulo en cualquier posición en la que estuviera la noria.

A pesar del detalle en la descripción de la rueda de libros, parece ser que el italiano nunca la construyó, pero la idea siguió seduciendo a bibliófilos, artistas e ingenieros. El diseño fue copiado en 1611 por el alemán Heinrich Zeising en su manual Theatrum Machinarium (que ahondaba en la relación de las máquinas con los libros) y el inventor francés Nicolas Grollier de Servière (1596-1689) criticó la complejidad de la máquina y la simplificó en una nueva versión.

400 años después de su primera aparición, el arquitecto Daniel Libeskind construyó en 1986 una máquina de leer para la Bienal de Arquitectura de Venecia. En 2012, la artista francesa Léa Lagasse recuperó la creación renacentista en The Awaken Dreamer, una instalación en la que el participante debía seleccionar pasajes de entre las novelas de Vladimir Nabokov almacenadas en la rueda.

Helena Celdrán

Hace música enviando impulsos eléctricos a su cara

Lleno de cables unidos a la cara con esparadrapo blanco, Daito Manabe (Japón, 1976) muestra en un vídeo de Internet sus avances con un sistema de electrodos que convierte en sonido los pequeños impulsos eléctricos emitidos por sensores a los músculos faciales.

En Electric stimulus to face (que se podría traducir por Estímulos eléctricos en la cara) su rostro parece como manejado por alguien que, desde fuera, con un mando a distancia, jugara caprichosamente con los gestos. El ritmo es básico pero constante y se va complicando hasta que Manabe parece poseído por una colección de tics de la que no puede escapar.

'Performance' de Manabe en México

‘Performance’ de Manabe en México

El artista y programador no se limita a utilizar en sus trabajos tecnología moderna, le gusta recuperar viejas técnicas, «combinarlas de diferentes maneras» y encontrar un uso innovador para ellas. Pinchadiscos desde el instituto, cuando estudiaba matemáticas en la universidad sentía que esas dos facetas estaban «profundamente relacionadas de alguna manera» y empezó a buscar el modo de conectarlas.

Interpreta la tecnología como «una fuente de nuevas maneras de comunicación» entre humanos y el de los músculos faciales es sólo uno de los proyectos en los que introduce sensores en aspectos de la vida cotidiana: ha hecho música con zapatillas, con los movimientos de los dedos de las manos… Manabe ha participado en campañas publicitarias, videoclips, coreografías y espectáculos multimedia con su técnica de sensores.

Los experimentos con su cara nacieron por pura curiosidad. «Empecé a pensar en lo extraño que sería si se pudieran reproducir de modo artificial las expresiones humanas», declara en una entrevista. Manabe quería intentar simular una sonrisa verdadera con electrodos, pero no funcionó: «Me di cuenta rápido de que es imposible construir un aparato que copie de modo sintético las expresiones humanas».

Siguiendo la estela de los científicos que en el siglo XIX movían cuerpos inertes con electricidad (la novela Frankenstein de Mary Shelley está inspirada en esos experimentos), el fallo le sirvió al artista para convertir sus intentos en performance y ya ha actuado en festivales y eventos de todo el mundo, incluido el Sónar (el festival de música electrónica de Barcelona) en el año 2011.

 Helena Celdrán

Accesorios de cocina carnosos

'Azucarero perceptivo' - Christine Chin

‘Azucarero perceptivo’ – Christine Chin

En los utensilios de cocina imaginarios de Sentient Kitchen (Cocina sensitiva) los útiles habituales están transformados, mezclados con partes del cuerpo que de algún modo siempre se refieren a la función original del objeto. La jarra de leche está cubierta por pezones, el salero tiene en su parte superior una boca que localiza la sal en la punta de la lengua, las tazas tienen una oreja en lugar de asa.

Christine Chin, la autora de la colección de objetos entre surrealistas y humorísticos (y, por suerte, sólo conceptuales) muestra en sus proyectos un interés por la inteligencia artificial y la modificación genética.

'Salero sensible'

‘Salero sensible’

Los «accesorios de cocina carnosos» son un comentario sobre la tecnología y la biología. La artista declara que las máquinas cada vez son más inteligentes y complejas, pero sus avances son un reflejo de los mecanismos que emplea nuestro cuerpo: » (Estos objetos) son parte de los ingenios naturales más inteligentes. ¿Qué mejor forma de echar sal que a través de un órgano que está altamente desarrollado para saborear? ¿Por qué no aprovecharse de la relación única de la glándula mamaria y la leche?»

Los inventos imaginarios de Chin son clásicos en cualquier hogar y verlos recubiertos de esa especie de silicona color carne resulta desasosegante. Todos tienen pelos —tal vez para que no olvidemos la condición humana del tejido— y algunos cuentan con elementos que se mueven o inician un proceso.

El ojo que observa bajo la tapa del azucarero (unida al recipiente mediante un supuesto nervio óptico) parpadea y se mueve, aunque con «una mirada que no juzga» cuantas cucharadas le echas al café. La artista ha fotografiado y grabado cada creación del proyecto y algunos vídeos están disponibles online, para que el espectador pueda comprobar la actitud del objeto. El vídeo de los cachorros de gato buscando la leche de los pezones de la jarra es especialmente cómico.

Helena Celdrán

'Molinillo-orificios nasales'

‘Molinillo-orificios nasales’

La taza que sabe escuchar

La taza que sabe escuchar

Pinzas dentadas'

Pinzas dentadas’

'Jarra de leche'

‘Jarra de leche’

'Cucharas de degustación'

‘Cucharas de degustación’

Un conversor para la nostalgia: de casete a iPod o iPhone

El conversor de cassette a mp3

El conversor de cassette a mp3

El CD sigue sobreviviendo, los discos de vinilo han vuelto, pero la vieja cinta de casete es un subformato que ya no se aprecia ni en la gasolinera más remota.

La firma neoyorquina Hammacher Schlemmer se jacta de ofrecer «lo mejor, lo único, lo inesperado desde hace 164 años». Vende aparatos que mezclan el diseño, la sorpresa y la dudosa utilidad. En su catálogo, la tienda ofrece un masajeador de manos que parece un híbrido entre sandwichera y guante, el «rejuvenecedor» de pelo con aspecto de caso de bici con orejeras incorporadas, la funda para el iPad con cargador solar

Una cara del aparato muestra el último cacharro estrella de Apple. En el lado contrario, el consumible desfasado que ya nadie quiere: una cinta. Me he permitido traer a la sección de Artefactos el Cassette to iPod Converter (conversor de casete a iPod) por la mezcla de  entusiasmo, melancolía e irritabilidad que produce.

Te hace recordar al walkman que incluso daba la vuelta a la cinta automáticamente, el rebobinado con boli Bic, el espacio que ocupaban las cintas en la maleta cuando te ibas de vacaciones y las querías llevar todas… Y al mismo tiempo tener la certeza de que, a pesar de la imperfección del sistema, no va a haber un iPhone que dure lo mismo que aquella caja negra de botones salientes que demostraba su condición indestructible cuando funcionaba tras caerse de la litera cada noche.

El aparato, que saldrá a la venta este mes y costará 79,95 dólares (62,50 euros), transforma el contenido de una cinta en un archivo mp3 que se almacena en un iPhone o en un iPod touch. También se pueden pasar los archivos a un ordenador para escapar del monopolio elitista de Apple, que ejerce la dictadura sobre cualquier archivo que se almacene en sus artículos.

No es el primer invento de este tipo que invade nuestra nostalgia. En Internet hay otros modelos menos cool, a mejor precio o más profesionales, que no incluyen la ranura ideal para el iPhone , pero seguro que el diseño del cacharrito hará caer a más de uno.

Sólo hay que bajarse una aplicación gratuita, insertar el cassette y darle al play, un gesto en peligro de extinción, y todos los tesoros (y las aberraciones) del pasado quedarán a salvo.

Helena Celdrán

El museo de los sonidos en peligro de extinción

Cuatro de las reliquias del Museo de sonidos en peligro de extinción

Una tele de tubo, un vídeo, un móvil de los años noventa y un reproductor de CD

¿Alguien se acuerda del ruido que hacía el pretérito módem de 56k al conectarse a la línea telefónica? Tras escuchar las teclas de los números de teléfono, se sucedían una serie de pitidos aderezados con un ruido entre extraterrestre y básico.

A finales de los años noventa, el sonido era parte del ritual previo a conectarse a Internet, para después armarse de paciencia y esperar a que cada página cargara. Tras sólo 15 años, escucharlo provoca una sensación similar a ver el esqueleto de un mamut en un museo.

El estadounidense Brendan Chilcutt es un amante de las viejas tecnologías y se ha propuesto evitar que los sonidos que nos han acompañado en la vida cotidiana caigan en el olvido. En enero de este año inauguró el Museum of Endangered Sounds (Museo de los sonidos en peligro de extinción), una colección virtual que reune entre sus piezas el tono de un indestructible Nokia de finales de los años noventa, el ronroneo de un disquete y el ruido blanco de una televisión analógica.

«Imagina un mundo en el que nunca más volviéramos a escuchar la sinfónica música de comienzo del Windows 95. Imagina generaciones de niños ajenos al parloteo de los ángeles alojados en una vieja televisión de rayos catódicos», escribe en su página web defendiendo su misión nostálgica.

Un teléfono de rueda, un casette, una disquetera y un tamagotchi

Un teléfono de rueda, un casette, una disquetera y un tamagotchi

Chilcutt continuará ampliando el repertorio y confía en terminar la base de datos en el año 2015. Después planea pasar siete años reinterpretando los sonidos, convirtiéndolos en composiciones binarias, para que las grabaciones que él ha realizado no sean la única documentación existente de cada uno.

Pero aún con el esfuerzo, tal vez lo que Chilcutt no ha tenido en cuenta es que la pervivencia de un sonido pasa por haberlo escuchado previamente. La memoria colectiva lo mantiene vivo mientras existen recuerdos unidos a él. Como ocurre con los idiomas, cuando el último usuario de un vídeo VHS haya muerto, nadie sabrá interpretar los matices de una cinta dentro de un reproductor.

El Museo de los sonidos en peligro de extinción me ha recordado un ejemplo curioso que tiene que ver con uno de los archivos que Chilcutt tiene en su web. Korobeiniki (en ruso, Los buhoneros) es una canción popular de la Rusia prerrevolucionaria, de ritmo pegadizo y bailable, basada en un poema de Nikolái Nekrásov (1821-1878) que cuenta el amor entre un vendedor ambulante y una joven. El lenguaje ambiguo del regateo, el precio a pagar y lo pesado de la mercancía hacen que la composición se antoje algo cómica para el lector actual.

En 1989, el japonés Hirokazu Tanaka adaptó la composición a los sonidos electrónicos de la Game Boy de Nintendo y la convirtió en la archiconocida canción del Tetris. Todos sus significados anteriores quedaron sepultados bajo la imagen de las piezas encajando sobre un fondo verdoso. No hay partitura ni grabación que valga. Pero el tiempo pasa para todos y dentro de unas cuantas décadas nadie recordará tampoco la versión metálica de la canción, ni la consola. Tal vez sólo perviva el juego en sus numerosas versiones. El tiempo, por más que nos empeñemos, siempre gana la partida.

Helena Celdrán

Robots de papel que imitan el movimiento blando de los animales

Son un nuevo tipo de robots, suaves, sin circuitos ni chips, sencillos como una manualidad infantil.

Esta semana traigo a la sección de Artefactos un invento que no está ideado para el arte ni desarrollado por artistas, pero que merece una mención por la creatividad para ponerlo en movimiento, el aspecto marciano y los movimientos animales.

Los llaman robots elastoméricos y los está desarrollando la Darpa, la agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa de Estados Unidos, creada en los años más crudos de la Guerra Fría y dedicada al desarrollo de nuevas tecnologías con fines militares. Sí, lo sé, visto así da un poco de miedo.

Realizados en papel y goma de silicona, todavía son prototipos, pero  adecuadamente moldeados como una figura de origami, para aprovechar de pleno sus capacidades elásticas, han demostrado que pueden levantar hasta 100 veces su peso. La única energía que emplean es el aire y la cantidad que necesitan para funcionar es inferior al de dos espiraciones humanas.

Verlos en movimiento evoca de inmediato imágenes de la naturaleza: una estrella de mar desplazándose bajo el agua, el estiramiento exagerado de un gato, los andares de acordeón de una oruga… Los científicos que han desarrollado los robots reconocen la inspiración animal y confiesan haberse ayudado de la expresión corporal de insectos, pájaros, serpientes, animales acuáticos y perros.

Sus creadores ven estos robots blandos con capacidad para suplir las carencias de sus antecesores metálicos, cuando la flexibilidad es más importante que la habilidad. Entre sus posibles utilizaciones podrían entrar en tubos estrechos, meterse entre escombros y permanecer en lugares poco aconsejables para el metal de un robot corriente.

Helena Celdrán

Diez utopías perversas

George Orwell y la primera edición de '1984'

George Orwell y la primera edición de '1984'

«Estarás hueco. Te vaciaremos y te rellenaremos de… nosotros». Quizá en la frase de 1984, la novela de George Orwell (1903-1950), esté resumido el pavor primario de la distopía, la utopía perversa, uno de los subgéneros literarios que mejor se amolda al angustioso siglo XX y al vacío (por exceso) XXI.

Traducida a casi cien lenguas, del libro emana buena parte de la nomenclatura del pánico que padecemos: la vigilancia que nunca cesa, el doblepensar (creer con determinación en ambos polos de una contradicción: por ejemplo, la guerra como vía hacia la paz), la neolengua de revelación y ocultación de los líderes, la Policía del Pensamiento, la Habitación 101(donde habita el peor de los horrores de cada uno), la reescritura de la historia y, claro, el Big Brother (Gran Hermano), líder, dios pagano y juez supremo.

Jack London y 'Talón de hierro'

Jack London y 'Talón de hierro'

Aunque su pegada ha sido la más intensa, la obra de Orwell, editada en 1932, no fue la primera ficción distópica. El socialista ortodoxo -y algo simplón- Jack London (1876-1916) había narrado en El talón de hierro, publicada 24 años antes, la tiranía sobre los EE UU de un cónclave oligárquico.

En 1921, el ruso Yevgeni Zamyatin (1884-1937) publicó -en inglés, en su país no pasó la censura- Nosotros, novela que anticipa 1984, a la que algunos han llegado a considerar una copia cercana al plagio de la primera: un estado totalitario regido por el Benefactor controla la vida entera de sus ciudadanos -que no tienen nombre, sino unas siglas- y les transmite instrucciones de comportamiento mediante La Mesa, un antecedente claro de las telepantallas del Gran Hermano de Orwell.

La literatura distópica tiene centenares de buenas pesadillas para perderse y temblar. Hoy seleccionamos diez de ellas. No hay ánimo comparativo ni pretensión de establecer un ranking: son solamente una decena de novelas que sueñan futuros peores que nuestro presente, lo cual, tal como están las cosas, tiene bastante mérito.

Alfred Jarry y 'Ubú Rey'

Alfred Jarry y 'Ubú Rey'

1. El proto Berlusconi. No se trata de una distopía al uso, sino de una chanza profética, casí obscena en su acertada predicción de la realidad del porvenir. El patafísico francés -podría ser de Júpiter- Alfred Jarry (1873-1907) publicó en 1986 Ubú Rey, una obra de teatro sobre un tirano  déspota, vulgar, glotón, deshonesto y cobarde. El retrato es hiperrealista dando una pirueta en el tiempo: Silvio Berlusconi es el Ubú soñado por Jarry.

El autor fue tan acerado con su pluma como radical contra su cuerpo: bebía absenta («mi diosa») con prodigalidad. Murió a los 34 años de una meningitis tuberculosa. Los amigos que le cuidaban reclamaron que formulara un último deseo. «Un mondadientes», pidió desde el lecho de muerte.

Aldous Huxley y 'Un mundo feliz'

Aldous Huxley y 'Un mundo feliz'

2. Un Estado Mundial sin dolor (pero sin amor). El uso perverso de la sicología y las tecnologías de reproducción asistida («cultivos humanos») son avanzados por el inteligente Aldoux Huxley (1894-1963) en Un mundo feliz, una novela de 1932 que dibuja una sociedad sin dolor, injusticia ni guerra, pero también sin amor, lazos afectivos y curiosidad intelectual -los conocimientos son inducidos por hipnopedia-. El Estado Mundial del libro no anda muy lejos de la globalización económica y cultural

Huxley falleció en 1963. En su lecho de muerte, incapaz de hablar (tenía un tumor cancerígeno en la lengua), escribió una nota a su esposa con un último deseo: «LSD, 100 miligramos, intramuscular».

Karel Čapek y 'La guerra de las salamandras'

Karel Čapek y 'La guerra de las salamandras'

3. Hitler era un animal anfibio. El escritor checoslovaco Karel Capek (1890-1938) profetiza las guerras étnicas y aventura el avance de los fanatismos, el nazismo y el ultranacionalismo en la fantástica sátira distópica La guerra de las salamandras (1936).

Sólo los últimos cuatro capítulos de los 26 del libro describen la guerra planetaria entre los humanos y las salamandras. El resto está dedicado al descubrimiento de las salamandras, su explotación  como mano de obra y la rebelión de los animales, una vez han adquirido inteligencia y logran organizarse.

Capek fue un antinazi beligerante y la Gestapo le consideró el «enemigo públigo número dos» de Checoslovaquia. Una neumonía ahorró al escritor, el día de Navidad de 1938, el dolor de ver a su país anexionado a la Alemania de Hitler. La fecha es recordada cada año por los seguidores de Capek colocando en su tumba en Praga pequeños robots (el autor fue el inventor de la palabra).

Ray Bradbury y 'Farenheit 451'

Ray Bradbury y 'Farenheit 451'

4. Bradbury quemaría los e-book. La dictadura del hedonismo -una realidad palpable a día de hoy en Occidente-, la represión de la tristeza y la persecución de la duda, anticipadas por Ray Bradbury (1920) en Fahrenheit 451 (1953) a través del viaje de iniciación del bombero quema-libros Guy Montag y su rebelión progresiva contra una sociedad alienada por las paredes parlantes de la televisión y donde está castigado preguntar por qué.

A Bradbury nos lo entregó a los lectores el Ejército de los EE UU, donde estaba dispuesto a alistarse en la II Guerra Mundial pero fue rechazado por miopía severa.

Se ha mostrado contrario a que sus libros sean publicados en e-book («huelen como gasolina ardiendo»), pero no ha logrado detener a los editores.

Pese a que las novelas de Bradbury están repletas de proféticos anuncios tecnológicos, está seguro de que Internet reduce la capacidad de conversación de las personas. «Tenemos demasiados teléfonos móviles. Tenemos demasiado Internet. Tenemos demasiadas máquinas».

Frederik Pohl y 'Mercaderes del espacio'

Frederik Pohl y 'Mercaderes del espacio'

 5. Un mundo corporativo. En un planeta superpoblado, son las megacorporaciones las que dictan la ley, sustituyen al poder político y estratifican la sociedad en productores, ejecutivos y consumidores, cuentan Frederik Pohl (1919) y Cyril M. Kornbluth (1923-1958) en Mercaderes del espacio, una distopía de 1953 que esquematiza el enorme poder de la publicidad y la tiranía económica que padecemos hoy.

El protagonista es un copy de una agencia encargado de diseñar una campaña para atraer nuevos pobladores a las colonias de Venus.

La novela está llena de palabras nuevas que han devenido en estándares léxicos: soyaburger (hamburguesa de soja), tri-di (tridimensional), R and D (research and development, investigación y desarrollo), muzak (musiquilla ambiental)…

Uno de los mejores y más prolíficos escritores de ciencia ficción del siglo XX, Pohl es también un pensador profundo y un analista con ojo fino sobre la sociedad y sus usos. Dos de sus pensamientos: «Nadie está nunca preparado para nada», «nada es suficientemente bueno como para que exista alguien que no lo odie».

Richard Matheson y 'Soy leyenda'

Richard Matheson y 'Soy leyenda'

6. La caza del distinto. Las pandemias virales y la persecución del enfermo y el diferente son los temas centrales de la imprescindible Soy leyenda (1954), de Richard Matheson.

El protagonista, aparentemente el último ser humano normal, vive aislado en una casa-fortaleza de Los Ángeles que de noche es asediada por el resto de los habitantes de la ciudad, que se han convertido en vampiros a consecuencia de una infección.

No se trata sólo del primer libro moderno sobre chupasangres, sino de una reflexión profunda en torno a la soledad humana y la desesperación del distinto en una sociedad basada en las reglas de la caza del hombre y que no está dispuesta a escuchar ningún argumento.

Matheson, hijo de inmigrantes noruegos en los EE UU, es un escritor bregado en los guiones de la serie de televisión The Twilight Zone. Es también el autor de El increible hombre menguante (1957).

Anthony Burgess y 'La naranja mecánica'

Anthony Burgess y 'La naranja mecánica'

7. Rehabilitación postcorrectiva del carácter. El escritor inglés Anthony Burgess (1917-1993) avisa sobre la rehabilitación de los violentos mediante técnicas invasivas de remodelación del carácter en La naranja mecánica (1962).

Aunque la novela no es, ni por asomo, la mejor del prolífico Burgess, la obra fue muy polémica por la descripción explícita de la ultraviolencia de una pandilla de jóvenes drugos, activados por el consumo de leche plus, un combinado con drogas psicoactivas.

Las técnicas postcorrectivas a las que es sometido el protagonista anticipan el uso perverso de las terapias conductistas del comportamiento.

El libro está inspirado en un suceso real ocurrido en 1944, cuando la esposa de Burgess fue atacada y violada en Londres por cuatro soldados estadounidenses. Estaba embarazada y abortó tras el suceso.

Philip K. Dick y '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?'

Philip K. Dick y '¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?'

8. Cuando los andy empiezan a sentir. ¿Qué distingue a los humanos de las máquinas?, se pregunta Philip K. Dick (1928-1982) en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), la novela en la que está basada la película Blade Runner (1982).

Tras la guerra nuclear Terminus, el mundo es un erial y las Naciones Unidas invitan a los supervivientes a establecerse en colonias en otros planetas con el incentivo de dar a cada viajero un andy, un androide. La rebelión de los más avanzados tecnológicamente, hasta el punto de sentir, es la trama del libro.

La novela, mucho más compleja que la famosísima película, es una indagación en la identidad personal, lo equívoco del concepto de realidad y la fuerza del inconsciente colectivo en las decisiones de los humanos.

Dick, un escritor que vivió al límite y tuvo experiencias extrasensoriales, construyó una de las obras literarias más complejas y extraordinarias del siglo XX. Otra de sus distopías, El hombre en el castillo (1962), juega con la idea de que los nazis ganaron la II Guerra Mundial.

JG Ballard y 'Rascacielos'

JG Ballard y 'Rascacielos'

9. Los pequeños Hitler de las sociedades tecnificadas. El gran JG Ballard (1930-2009), quizá el más distópico de los escritores, habla en Rascacielos (1975) de un edificio inteligente, diseñado y habitado por la élite acaudalada, que termina por condicionar la forma de pensar y actuar de sus vecinos.

La comunidad de esnobs y yuppies se enfrenta por defender sus derechos al uso de las piscinas o el gimnasio. La consiguiente estratificación en clases divide al rascacielos en repúblicas de pisos malos y pisos buenos.

Como en otras novelas de su extensa producción, Ballard concluye que la sociedad tecnificada convierte a sus siervos en personas de comportamiento hitleriano.

El escritor fue el más prolífico (y certero) diseñador de utopías negras: en Vermilion Sands (1971) habla sobre la vida articial en los resorts de lujo, en Crash (1973) desarrolla el tema del fetichismo sexual provocado por los automóviles, en Millenium People (2003) avanza el clima de violencia implosiva de las sociedades occidentales…

William Gibson y 'Neuromante'

William Gibson y 'Neuromante'

10. Las puertas de la nueva percepción. La novela Neuromante (1984), de William Gibson (1948), proclama la virtualización de la vida, el sexo y los sentimientos.

Antesala del cyberpunk, la obra predice la anulación de las tendencias incómodas mediante la administración de drogas y está protagonizada por un hacker.

El libro, que popularizó, entre otro glosario, los términos ciberespacio y matrix, convirtió a Gibson en un personaje de enorme influencia en el arte y el pensamiento presentes.

No es una gran novela, pero abrió las puertas de la percepción del siglo XXI.

Ánxel Grove

¿Un bodegón interactivo?

El cuadro muestra un bodegón simple: un jarrón de porcelana, dos platos con unas cuantas piezas de fruta, un cuchillo… De cada objeto emana una luz inusual que recuerda al brillo de la pantalla de un ordenador.

Las sospechas de que aquello no es pintura se confirman cuando alguien inclina el cuadro y todos los elementos caen.

¿Lo que echo en falta? Que en lugar de rebotar como la goma en los límites del marco, el jarrón y los platos se rompan, las frutas escapen rodando bajo la mesa… Tal vez me puedan en exceso las convenciones analógicas.

«Es una obra interactiva que lleva el género tradicional de las naturalezas muertas a la cuarta dimensión«, dice su creador Scott Garner, artista del estudio Süperfad. Still Life (Naturaleza Muerta) es un nuevo proyecto del colectivo de diseñadores, animadores, directores y artistas con sede en Seattle (EE UU) que, además de publicidad, también desarrolla ideas creativas personales.

El monitor enmarcado tiene un sensor espacial, el software es una simple aplicación que comunica al sensor los datos del escenario en 3D. La imagen del bodegón está en una cámara unida al sensor y cada objeto obedece al movimiento rotando en conjunto.

Helena Celdrán

¿Música electrónica con peces de colores?

Quintetto es una instalación algo extravagante, pero agradable a la vista y al oído. Los instrumentos de esta orquesta creada por Quite Ensemble, un estudio italiano que explora la relación entre arte, tecnología y música, son cinco tanques alargados de PVC, en cada de los cuales hay  un carpín (el clásico pez anaranjado de acuario).

La imagen de los peces se captura con una videocámara que transmite los movimientos verticales a un software de ordenador, que convierte los bailes acuáticos en señales de sonido digital.

Hoy traigo a la sección de Artefactos este experimento, cuyo resultado es un «concierto inesperado» que se alarga hasta la eternidad. Cada animal dibuja inconscientemente una capa de sonido tan aleatoria como la trayectoria.

Dicen que su obetivo es revelar «los ‘conciertos invisibles’ de la vida diaria». Aunque etéreo y romántico, tengo que confesar que me resulta complicado saber a qué pez corresponde uno u otro sonido. Lo más fácil es captar la señal contínua del que se ha quedado quieto, pegado a una de las paredes o al suelo de la pecera. A ver si ustedes tienen más suerte.

Helena Celdrán

Fotomatón: nostalgia por el espejo automático

Walker Evans en un fotomatón, 1929

El fotógrafo Walker Evans en un fotomatón (1929)

Ningún artilugio construyó tanta memoria, guardó tanta micro historia, atesoró tanto autorretrato, es decir, fue tan espejo.

Todos hemos entrado en una de esas grandes cajas que instalaban en las calles, en las entradas de sórdidos aparcamientos o las esquinas inútiles nacidas del desorden urbano.

Podría dibujar un mapa con sus ubicaciones en las ciudades de mi infancia. Los fotomatones ennoblecían con una carga de promesa radiante cualquier territorio.

La cortina te exiliaba del mundo; la banqueta se adaptaba a tu altura (esa gran flecha con el sentido del giro era un paradigma de destino y entrega: «ven, yo te conduciré, conozco del camino»); el espejo lateral consentía el ensayo, el acicalamiento antes del encuentro, la última prueba de ti mismo antes de entregarte y ser otro…

Plantabas la mirada a la altura indicada (otra instrucción epifánica: los ojos siluetados frente a ti, en el lugar exacto: «ven, es aquí donde debes mirar, este eres tú»); dejabas caer unas pocas monedas en la ranura; esperabas durante la mínima cuenta atrás, con la sensación de que un nudo corredizo se adaptaba a tu alma; la luz, el flash violento, un fuego que abrasa los puentes que te unían al mundo…

Anatole Josepho, inventor del fotomatón, con una de sus máquinas, a finales de los años veinte

Anatole Josepho, inventor del fotomatón, con una de sus máquinas (finales de los años veinte)

Eres historia.

Hoy traigo a Xpo, la sección de fotografía de este blog, el libro Photobooth. The Art of the Automatic Portrait (Raynal Pellicer. Abrams Books, 285 páginas, Nueva York, 2010).

Mi consejo para los interesados es el de siempre: no lo intenten comprar en España, donde el holding de distribuidores y libreros entiende que los aficionados a los libros de fotografía pertenecemos al consejo de administración de Iberdrola.

En la sucursal inglesa de Amazon lo pueden encontrar desde 13,8 euros más gastos de envío (unos cinco euros más por correo ordinario).

Photobooth. The Art of the Automatic Portrait es un canto a la gloria del fotomatón, un recorrido por la historia de las máquinas de retratos automáticos, una antología de sus posibilidades foto-artísticas y, sobre todo, un suspiro de nostalgia por lo que seguimos arrinconando en el trastero mientras avanzamos por el camino nerdo que nos conduce a la pérdida de la emoción.

Sí, tenemos en el bolsillo un mini fotomatón de Nokia, Apple, Samsung o cualquier otro usurero tecnológico (el iPhone 4 de 16 GB tiene un precio de fábrica de 128 euros y ya ven ustedes lo que cuesta al consumidor a pie de calle), pero nos hemos quedado sin la sorpresa de la puerta abierta.

Photomatic coloreada (1940)

Photomatic coloreada (1940)

Nos han dejado sin las cajas mágicas en las que entrábamos, posábamos haciendo el ganso o intentando ser quienes deseábamos ser y, gracias a los prodigios escondidos de la mecánica y la química, nos convertíamos en crónica.

Como los sin papeles, los descuideros y los malotes, los últimos fotomatones -la palabreja tiene algo del orgullo del fuera de la ley- residen en las comisarias de Policía, esperando a los despistados que siempre dejamos para el último momento la foto del pasaporte. Han dejado de ser instrumental de juego y ensueño para convertirse en apéndices administrativos del Estado vigilante.

El libro de Pellicer -quizá la antología final de fotos automáticas antes de que los fotomatones dejen de existir- relata la historia del invento, patentado en la forma en que lo conocemos  en 1926 por Anatol Josepho, un emigrante ruso establecido en Nueva York. Instaló en la calle Brodway una primera máquina (ocho fotos en ocho minutos por 25 céntimos) y, dado el éxito, vendió el invento a un grupo de inversores por un millón de dólares.

Fotomatones de Elvis Presley tomados en 1954 y 1955 en una máquina en Memphis

Fotomatones de Elvis Presley tomados en 1954 y 1955 en una máquina en Memphis

Las capacidades expansivas de la máquina quedan patentes en los retratos de Elvis Presley, todavía un naciente intérprete de country acelerado en espera de poder escapar del trabajo de mala muerte como camionero y ganar suficiente dinero para comprarle una casa a mamá Gladys.

En el terreno de los sueños de la cabina, Elvis, un chico tímido y de pocas luces, se convierte en fiera: ensaya la mirada lúbrica, el gesto de raptor emocional, la exacta arquitectura del cuello de la camisa…

En la segunda foto, la mejor, la definitiva (quizá porque es la única sin pose, la única en la cual la máquina toma las riendas de la sesión), Elvis reside en el futuro, podría estar cantando la mejor canción de todos los tiempos, Heartbreak Hotel, obligando al mundo entero a abrir los ojos y tragar saliva.

No es el único notable que aparece en Photobooth. The Art of the Automatic Portrait.

El embrujo del fotomatón también fascinó a los surrealistas, que lo utilizaron como extensión fotográfica del automatismo abierto al que pretendían reducir la literatura, y a creadores mucho más inflexibles, como el pintor-carnicero Francis Bacon, subyugado por las metamorfosis del cuerpo como representaciones de los tormentos del espíritu.

Bacon se hizo centenares de fotos automáticas. También obligó a sus amantes y amigos a entrar en la cabina y dejarse sorprender por las mutaciones.

El pintor usaba las fotos como apuntes previos para sus cuadros. La presencia humana en el estudio le inhibía, no era capaz de desollar a sus modelos si estaban presentes.

Fotomatones de Francis Bacon (izquierda) y dos de sus amigos (1966-1967)

Fotomatones de Francis Bacon (izquierda) y dos de sus amigos (1966-1967)

La máquina hacía el trabajo sucio por Bacon. También por cualquiera que entrase en aquel sagrario equipado para convertirte, revelarte, exponerte.

El cineasta Jean-Luc Godard se equivocaba cuando afirmaba que la fotografía «es la verdad».

Tenía bastante más razón el fotógrafo Walker Evans (amigo de los fotomatones) al señalar que el fotógrafo es un «sensualista del gozo» porque «trafica con sentimientos, no con pensamientos».

Tiene bastante gracia (y dice bastante de nuestra condición) que una máquina sea capaz de traficar con tanta sensibilidad con el mismo material.

Ánxel Grove