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Mujeres de Argelia posando bajo coacción militar en 1960

Contra una pared, vigiladas por soldados armados, encerradas en un campo de internamiento y obligadas a descubrirse la cara para ser fotografiadas por primera vez.

Son mujeres de Argelia cuyas viviendas habían sido bombardeadas poco antes hasta los escombros por los militares franceses que reprimían el levantamiento anticolonialista del Frente de Liberación Nacional.

Los retratos, realizados por el soldado y fotógrafo Marc Garanger, que tenía 25 años y había sido enviado a hacer la guerra por las autoridades francesas, fueron realizados en 1960. Los mandos militares, que querían tener fichadas a las mujeres y necesitaban retratos de identificación, ordenaron a Garanger que se encargara del trabajo: durante diez días, ayudado por un intérprete, hizo dos mil fotos para otras tantas cartillas de identidad.

Un par de soldados armados con rifles de asalto trasladaban a las detenidas al set —un muro de adobe encalado—, donde eran obligadas a descubrirse la cara y mirar a cámara, desprotegidas del velo que era su segunda piel y solamente se quitaban en presencia de los maridos y familiares directos, muchos de ellos detenidos por el ejército en los feroces raids represivos para combatir la insurreción argelina y llevados a los calabozos donde los militares utilizaban la tortura como estrategia primaria, aprobada por los responsables políticos y los mandos castrenses franceses, para obtener información.

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«No tenían otra opción [que quitarse el velo]. Su única manera de protestar era a través de la mirada (…) Cuando se descarga un condensador, una chispa brota: para mí, la fotografía consiste en aprovechar ese instante de la descarga. En estas sesiones, sentí una emoción completamente loca. Fue una experiencia abrumadora, con un rayo en cada imagen. Me convertí en un espejo para el mundo, reflejando la iluminación que las mujeres me ofrecieron», comenta Garanger, todavía hoy conmocionado, en unas declaraciones que acaba de publicar Time.

La colección de fotos fue publicada en un libro en 1970 y, desde entonces, ha sido expuesta de manera profusa. Muestra la rebeldía, el orgullo y el imposible mantenimiento de las ocupaciones imperialistas o coloniales. Las mujeres argelinas, más de medio siglo después, siguen siendo contemporáneas, reflejo de otras muchas.

En 2004 Garanger regresó a Argelia con la intención de buscar a las detenidas que habían posado para él en 1960. Todas a las que encontró guardaban las tarjetas de identidad con las fotos tomadas bajo coacción. En casi todos los casos, la imágen era el único retrato que tenían de ellas mismas. No les hacía falta ningún otro.

Ánxel Grove

 

El fotógrafo de los últimos trenes a vapor

© O. Winston Link

O. Winston Link

Un cigarrillo bajo la luna, el canto oxidado de los grillos y la luna como referencia anímica: una cálida noche de verano en un pueblo rural y una locomotora de vapor cruzando el paisaje.

En 1955 O. Winston Link (1914-2001), que estaba de trabajo en una villa agrícola de Virginia, fue testigo de una escena similar. Tuvo el poder de una revelación y decidió dedicarse a narrar la belleza mecánica, la poesía poderosa, de los trenes que surcaban el amplio paisaje estadounidense. Entendió también que en un país de 40 millones de habitantes que compraban cada año una media de ocho millones de automóviles el futuro de los trenes de pasajeros tenía los días contados.

Fotógrafo publicitario, es decir, conocedor de los muchos modos de manejar el corazón interior de las imágenes, compuso el álbum póstumo de los trenes a vapor, condenados no sólo por la llegada de la cultura del automóvil, sino también por las maquinarias ferroviarias alimentadas por combustible diésel que empezaban a ser introducidas en casi todas las líneas.

Durante los cinco años posteriores al momento de iluminación, Link se dedicó a fotografiar los trenes de la Norfolk and Western Railway, la última línea estadounidense de tren que utilizó las maquinarias a vapor. Vendió la idea a la empresa ferroviaria e hizo centenares de fotos de los convoyes, la belleza de las proteicas locomotoras y su intermediación con los paisajes humanos y territoriales que atravesaban dejando tras de sí una columna de denso vapor de agua.

© O. Winston Link

© O. Winston Link

Link, era un publicista, ya lo he apuntado, y preparó algunas de las imágenes con formas de producción discutibles. Casi todas eran fotos nocturnas, iluminadas articial y dramáticamente con focos de todo calibre —la foto de la izquierda muestra al fotógrafo y su ayudante con el equipo—, y abundaba la manipulación: recogía extras para que colaborasen en la creación de coreografías falsas, pagaba diez dólares a una pareja para que cambiasen el coche cubierto por un descapotable  y, en el colmo del falseamiento, hizo un montaje bastante torpe —primera foto de abajo— para que la pantalla de un autocine mostrase la silueta de un avión.

Pese a las trampas, la colección de fotos de trenes de vapor que nos dejó Link detuvo la realidad para que ahora veamos lo que perdimos. No sólo retrató trenes, sino el momento de transición entre el romanticismo y la modernidad, entre la vida como avance y la vida como dispendio.

Ánxel Grove

© O. Winston Link

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