La escalofriante aparición de Ortega Cano en ‘Ven a cenar conmigo’, con Ana María Aldón sumisa: «Cuando mi marido habla, yo callo»

Detrás de Ana María no había nadie cuando se hizo la foto. (FOTO: CUATRO)

José Ortega Cano apareció por sorpresa y los comensales casi se cagan de miedo. Creo que este hombre era matador de toros pero los mataba a sustos. Se escondía detrás de una barrera y a la que pasaba el bicho él salía y el toro palmaba del infarto burraco que le daba.

Llevaba una camisa con cuello mao. Maolvidao de abrochármelo.

«Soy un gran admirador suyo», le dijo Jorge Sanz, que después le despreció citando a otros toreros mejores que ni puñetera idea de quienes eran. Si Jorge Sanz os dice un piropo ya sabéis que tiene en mente otras personas mejores que vosotros.

Eso sí, como «sospechaba» que iba a aparecer, Jorge le había llevado un regalo. Jorge Sanz es como los que invocan a los extraterrestres y llevan palomas de la paz por si aparecen. El regalo era una navaja de nácar y plata, ideal para matar seres del inframundo. El año que viene le lleva unas estacas de madera y balas de plata.

«¿Cuántas veces le he molestado a usted llamándole por teléfono para pedirle declaraciones?«, le dijo Avilés, que no lleva la cuenta de las veces que acosa a alguien, él prefiere se sea sorpresa.

Todo el mundo le llamaba «maestro», sin que ese señor enseñara nada. Por intervención de Avilés Ana María y Ortega Cano se vieron obligados a besarse. Si un mero se quedar ciego y fuera por el mar y sin querer chocara con un congrio boca con boca habría más pasión que en el beso del torero y Ana María.

«¡Y va y le da un beso en la boca!», dijo Avilés. No le va a comer todo geranio encima de la mesa, Avilés, hijo. Ni que fuera esto La isla de las tentaciones.

«Es una cocinera auténtica», dijo de su mujer Ortega Cano, como si hubiera cocineras de cartón, que les pides una tortilla francesa y no te responden y luego te das cuenta de que son falsas.

María Jesús Ruiz les pidió que contaran «algo de la intimidad», que es un poco como cuando mi abuela habla con sus amigas y pide detalles de sus operaciones, intervenciones, dolores y demás cosas que nunca deberían salir a la luz.

«Es una mujer que viene de abajo», dijo Ortega Cano, que viene de arriba, de más allá de las estrellas, al parecer.

«CUANDO MI MARIDO HABLA, YO CALLO», dijo Ana María, encogiéndose de hombros como si fuera lo normal. Sí, lo era. En el siglo XV. Ana María no es que esté sometida, es que está so metida ahí a tol fondo de la sala y sin hablar. La sensación que da es que la mayor liberación de la mujer que Ana María es capaz de concebir es la lavadora.

En el fin de fiesta había un cantaor flamenco y un perro canijo dando por saco ladrando. El caso es que Ortega Cano se ponía a palmear pero con delicadeza. Le pones entre las manos un huevo de codorniz con osteoporosis y no lo rompe.

Para acabar, Ana María se puso a bailar flamenco sacando el culo y dando pasitos cortos hacia atrás y hacia los setos, que no sabías si era Sara Baras o Sara Baretas, porque parecía que se estaba cagando.

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