Archivo de la categoría ‘maternidad’

Las casas están para vivirlas y los niños para jugarlas

casaMi madre, cuando se casó, decoró su hogar blanco y moderno. No por nada el negocio familiar era una tienda de muebles. Aún recuerdo el sofá, blanco y como de peluche. En ese sofá dormía, leía, jugaba y saltaba. Si tengo que identificar un mueble con mi infancia, sin duda era ese refugio claro y blandito.

Un refugio que hubo que jubilar antes de que cumpliera los diez años.

«Las casas son para vivirlas», ha dicho siempre mi madre. Yo, mientras, colocaba un mantel sobre una silla del comedor, servilletas a modo de orejas y cola, y cabalgaba sobre el parqué , acompañando a Gary Cooper, John Wayne o Gregory Peck en las películas vaqueros de la sobremesa de los fines de semana.

Mi madre nunca entendió que en pisos urbanos de metros contados se reservase un comedor solo para las ocasiones señaladas. Ella movió tabiques y nuestro hogar de menos de setenta metros cuadrados se quedó en dos dormitorios y un salón enorme en el que disfrutar en familia sin miedo a manchar y romper. O a dejar pequeñas muescas de mis cabalgadas en el parqué que era visibles aún muchos años después.

Y tiene razón. Le gusta tener la casa recogida, su umbral de tolerancia al desorden es mucho menor que el mío («claro, es que es Capricornio como mi padre», diría una amiga que tira mucho de los horóscopos y a la vez se ríe de ellos), pero sus nietos ahora revuelven en su casa igual que lo hacía yo de niña.

casa5En mi casa revuelven mucho más. A veces tenemos el sofá despiezado por el suelo, Jaime coge el papel higiénico con el entusiasmo del perrito de Scottex y organiza una que ni en la final de la champions, se traen cuentos y juguetes al salón… Y nosotros no somos distintos. Los juegos de mesa rebosan la estantería del salón de un modo muy poco minimalista, mis libros nos invaden y se desperdigan, a veces llegamos tan cansados que nos tiramos al sofá, nos descalzamos y no caemos en dónde estaban los zapatos hasta que nos tenemos que poner en marcha al día siguiente.

Las casas están para vivirlas. También están para jugarlas.

De los tres dormitorios que hay, el más grande es el de los niños, en el que Julia duerme y están los juguetes de todos, los cuentos, los disfraces, la cocinita y la pizarra… Mi decisión adjudicando habitaciones extrañó a algunos en su día. «Los adultos con una cama y los armarios tenemos bastante», les decía yo, «los niños necesitan más espacio y para los adolescentes, su cuarto es su refugio».

Y es una habitación que alegra ver, cuando vienen amigos con niños a casa, te asomas y están cinco o seis niños disfrazados e inventándose una obra de teatro con todo revuelto mi reacción es sonreír, no poner el grito en el cielo.

Entonces me acuerdo de las redes sociales en las que me muevo como la madre reciente que soy, sobre todo en Instagram y las madres que allí triunfan con fotos perfectas, salones y dormitorios impolutos y ordenados, niños siempre bien peinados, vestidos sin manchas ni arrugas.

No, tampoco es lo mío lo de tenerles bien peinados y con ropa como de catálogo de Benetton.

Veo esas fotos perfectas, en casas perfectas y me pregunto si es que para esa gente las casas no están para vivirlas ni jugarlas, sino para fotografiarlas y subirlas a Instagram.

«Están para que la interna filipina la recoja mientras la au-pair entretiene a los niños», diría otra amiga que no es andaluza pero tiene gracia gaditana.

No sé, seré rara, pero a mí me gustan otras cosas: risas, cotidianidad, manchas de helado y chocolate, juguetes desperdigados, trenzas deshechas de tanto saltar, momentos capturados sin preparar… niños que juegan en casas que en unos años echarán de menos sus risas y su desorden.

«No existe recién nacido guapo, sino padres enajenados»

Jaime fue un recién nacido guapo. Siempre he estado convencida de ello. Nació muy limpio, gordito, en una cesárea que le ahorró el trabajo de pasar por el canal del parto por venir grande y de nalgas, aunque ojalá hubiera sido un parto como su hermana.

Es curioso (y hermoso) ese primer instante en el que una madre ve a su hijo. Es un momento de reconocimiento, coges sus deditos, te miras en sus ojos, absorbes todos sus rasgos… Pero no te paras a analizar si es guapo o es feo. Es tu cachorro y eso es más que suficiente.

Eso es en el primer momento. Más adelante ya es otra historia. Ahí ya te fijas de manera más o menos objetiva en si es un bebé bonito o no. Que oye, que sigue sin importar, que como sea de recién nacido no tiene que ver con cómo será de mayor, que sigue siendo tu cachorro y te importa un bledo, pero te fijas y sacas tus conclusiones. Conclusiones poco objetivas, es probable, aunque todos conocemos a padres que han confesado abiertamente que sus hijos nacieron feos.

Mi conclusión es que Jaime fue un recién nacido precioso. Por lo que yo veía y por lo que me decían los demás. Alguna amiga aún recuerda hoy, diez años después, lo bonito que era en su primer día de vida. Y no soy de esas personas que ven a todos los bebés guapos, os lo aseguro. Por mucho que todos despierten dulzura e instinto protector, me he encontrado bebés muy feítos.

Ahí le tenéis:

217079038_e58b32fd06_b

Y sigue siendo guapo a rabiar. A veces bromeo con que será el primer top model con autismo, y que su discapacidad tal vez sea una ventaja si trabajas en ese mundillo.

Pero volvamos al tema. Convencida como estoy de que mi hijo era guapísimo tras nacer (Julia también salió mona, pero no tanto), tuve que saltar y enviar fotos cuando escuché decir a mi lado: «No existe recién nacido guapo. Incluso los mejores, son todos raros».

Pues no, no convencí con las fotos a los que sostenían que no hay bebe guapo, que lo que hay son padres enajenados.

A ver, no se puede pretender que un recién nacido sea como un adulto. Lo bonito que sea no sigue las mismas reglas de los rostros de niños y mayores. Incluso los más guapos nacen un poquito achinados, un poquito aliens, con rasgos sin definir…

En fin. Voy a parar porque si sigo por ese camino al final voy a darles la razón a los que me decían que no hay recién nacido guapo.

¿Y vosotros qué opináis?

Salir de la negación (porque tu hijo con autismo te necesita)

jaimeEste blog arrancó hace ocho años. Jaime era un bebé de un año que aún no sabíamos que tenía autismo y Julia no era más que una declaración de intenciones. Un blog en el que había mucha lactancia y embarazo, muchos contenidos que me cuesta identificar como míos, otros tantos que ni siquiera recuerdo, bastantes que hoy no hubiera escrito, incluso reflexiones que ahora me discutiría a mí misma.

El blog ha ido evolucionando y yo también. Se ha convertido en un interesante viaje al pasado de una misma. También en la mejor forma de dejar constancia de lo que hicieron mis hijos, cuándo comenzaron a andar, a dormir solos, a mostrar los primeros dientes. Crear un blog de maternidad no fue idea mía, me animó la dirección editorial de 20minutos. Y me alegra que lo hicieran, ya forma parte de mí.

En los últimos meses estoy revisando los primeros posts que escribí, aquellos que a veces no siento como míos. Hay unos meses que me entristece recordar. Los meses previos al diagnóstico de autismo de Jaime. Los meses entre el año y medio y los dos años y poco de Jaime, en los dejó de pronunciar las pocas palabras que ya manejaba, aquellos en los que viví en la negación.

No, a mi precioso niño dorado no podía pasarle nada malo. Ya habló y volverá a hablar, es que su carácter es algo despegado, mi amigo X y el hermano de mi amiga C no hablaron hasta los cuatro años, hay que respetar los ritmos de cada niño…

Lee el resto de la entrada »

‘Lucía y el cofre mágico de la familia’, la donación de óvulos explicada a los niños

imageAyer fue portada de 20minutos un reportaje de mi compañera Susana Gozalo la mar de interesante que os animo a leer, con testimonios de mujeres que, en su deseo por ser madres, se han autoinseminado.

Desde 2008, el banco de semen danés Cryos vende en España muestras de esperma que ‘vadean’ la Ley de Técnicas de Reproducción Asistida de 2006 y permiten a la mujer no solo elegir al donante –que puede ser o no anónimo– sino proceder a inseminarse en su propia casa –es decir, sin necesidad de acudir a una clínica de fertilidad– y a un precio mucho más asequible. El resultado: 1.500 bebés nacidos por autoembarazo en España desde esa fecha.

Su lectura me recuerda que hay un cuento del que hace tiempo que quiero hablaros. Se llama Lucía y el cofre mágico de la familia, escrito por Rosa Maestro e ilustrado por Barbara Guillén Feltrer, es un instrumento muy útil para explicar a niños de a partir de cinco o seis años que hay mamás que deseaban mucho serlo pero no podían con sus propios óvulos, que tal vez se hayan agotado o quedado viejecitos, que hay muchos niños que nacen gracias a la donación de óvulos de otras mujeres.

Lee el resto de la entrada »

No, no fui capaz de resistirme a usar la saliva de madre. ¿Alguien habrá podido?

30 de diciembre de 2007, Jaime era un bebé de apenas un año y cuatro meses y este blog llevaba solo una estación de andadura. Y aquí mismo conté que iba a intentar evitar hacer una cochinada que siempre me había sentado a cuerno quemado cuando era niña y que estaba harta de ver hacer a muchas madres.

Esto era:

¿Angelina Jolie también habrá tirado de babas para limpiar a Shiloh, Vivienne y K? (GTRES)

¿Angelina Jolie también habrá tirado de babas para limpiar a Shiloh, Vivienne y Knox? (GTRES)

Recuerdo perfectamente cuando no era una Madre Reciente, sino una Niña Muy Pequeña, y mi madre me limpiaba amorosamente algún churretón en la cara mojando un pañuelo o directamente los dedos en su saliva.

¡PUAJ!

Siempre me pareció una práctica repugnante.

Juré que nunca lo haría y ya he caído. Lo confieso.

Mi peque tenía una mancha de potito y cuando me quise dar cuenta ya le estaba frotando la barbilla con el método de limpieza menos higiénico y más viejo que existe.

He jurado no reincidir. Pero estoy viendo que tendré que hacer grandes esfuerzos.

Y no dejar el piloto automático de madre puesto.

¿Seré capaz? Os iré informando.

Juré no reincidir, prometí seguir informando. Pues bien, algo más de nueve años después y otra niña má, va tocando confesar que fallé estrepitosamente.

No, no fui capaz de resistirme a usar ese limpiador universal que es la saliva de madre. Han sido pocas veces, muy pocas, pero he caído. Nunca con pañuelito, eso es cierto.

¿Alguien habrá podido evitarlo?

 

 

Entiendo por lo que estás pasando, pero si sospechas que tu hijo tiene autismo no esperes más, corre

jaimeCon cierta regularidad me escriben, ya sea por el formulario de contacto de este blog, por facebook o twitter, madres (siempre han sido madres hasta la fecha) preocupadas por si sus hijos pequeños tendrán autismo. Cada una me cuenta las diferentes razones por las que está preocupada: si no habla, si no juega como el resto de niños, si es muy huraño. Normalmente todos nos centramos muchos en si habla o no, pero hay otros indicativos más importantes en los que también fijarse y que suelo preguntar: si señala con el dedo, si tiene sonrisa social, si tiene juego simbólico…

Con frecuencia las notas solas frente al mundo, no queriendo creer lo que creen ver, haciendo caso a otras personas que las tranquilizan «yo no hablé hasta los cuatro años», «es muy listo, no te preocupes»… pese a que su instinto de madres les dice que algo no va como debería ir.  Yo las escucho, las leo, y recuerdo que yo también he estado ahí, queriendo creer que a mi precioso niño dorado no pasaba nada pero intuyendo que no era así.

Con cada uno de esas llamadas de auxilio, porque no dejan de ser eso, revivo en parte lo que fueron mis meses de incertidumbre, ya embarazada de Julia, cuando Jaime tenía año y medio y dejó de decir las pocas palabras que ya manejaba, dejó de entretenerse con sus cuentos y sus juguetes. Probablemente es la peor época. No saber, no querer saber, no saber si quieres saber… leer en Internet buscando y no queriendo encontrar.

Al final tener a un profesional delante que te diga que tu hijo tiene autismo, o trastorno generalizado del desarrollo, o retraso madurativo, o Trastorno específico del lenguaje, o algo indeterminado a lo que aún no se le puede poner una etiqueta… lo que sea, es un baño helado que te rompe la foto de familia que habías creado en tu mente, pero también es un descanso enorme. Ya sé que no estoy loca, que no son imaginaciones mías, que a mi hijo le pasa algo. Y ya sabes que puedes ponerte a trabajar para estimularle, para ayudarle a alcanzar todo su potencial. A veces reaccionamos como un resorte y nos ponemos a leer libros y buscar buenos profesionales en el primer momento, en otros casos requiere algo más de tiempo para asimilarlo, pero siempre es un paso adelante muy importante. Por eso no entiendo que haya pediatras que quiten importancia a las preocupaciones de los padres, que retrasen innecesariamente ese momento.

Lee el resto de la entrada »

Tenemos hijos cuando nos da la gana o podemos, no necesitamos la aprobación de nadie

En un post de 2007 (ha llovido bastante, otra hija entre muchas otras cosas), me preguntaba si a los 30 eras joven o vieja para tener hijos. Yo me quedé embarazada a los 29 años de Jaime y lo tuve a los 30, Julia nació un día antes de que cumpliera 33. Recordaba entonces que el ginecólogo mostró claramente su aprobación cuando escuchó mi edad, y que era de las más jóvenes en las clases de preparación al parto, pero reflexionaba sobre la edad a las que nos tenían nuestras madres. Comparada con ellas, yo sería una madre mayor. Comparada con muchos otros países, también. Y luego está ese término que dedican a las primerizas de más de 35 años, primípara añosa, que no suena nada bien.

GTRES.

GTRES.

Recuperé el viejo post en mi muro de facebook, como parte de un ejercicio que estoy haciendo de releer lo que he escrito (os aseguro que mucho se me había olvidado e incluso, en algunos casos, no estoy del todo de acuerdo conmigo misma) y compartirlo, ya que entonces no había Twitter y Facebook estaba en un estado incipiente.

Por lo que decían bastantes madres en mi muro y en muchos comentarios de aquel entonces en el post, la mayoría habían (hemos) sido juzgadas al menos en alguna ocasión por la edad con la que tuvieron hijos. Daba igual si fueron (fuimos) madres con 43 años, con 20 o con 30.

«¡Qué prisa tienes! Si aún eres muy joven», «Has esperado mucho, te va a costar tirarte al suelo a jugar con ellos», «hubiera sido mejor hace unos añitos, pero es que no tenías ni novio», «Es la mejor edad, sí, has hecho muy bien»…

Lee el resto de la entrada »

¿Las compresas, tampones y pañales deberían tener un IVA reducido del 4%?

a00469647 3141Me llega una petición existente en Change que lleva más de 100.000 firmas y que pide reducir el IVA de estos productos, que parece que no se consideran de primera necesidad y tienen un IVA del 10% (subió desde el 8% el verano de 2012). El mismo IVA que la importación de antigüedades y objetos de arte. Me resulta absurdo.

Indagando, descubro que no es la única petición al respecto en esa plataforma. Indagando un poco más, averiguo que los pañales tienen un IVA del 21%. De hecho, la pasada primavera diferentes asociaciones de Familias Numerosas de toda Europa iniciaron una campaña para pedir a la Unión Europea (UE) la rebaja del IVA de los pañales, que «soportan el tipo máximo de este impuesto, el 21%». También hay peticiones al respecto en Change.

No sé vosotros, pero yo considero que, efectivamente, estos productos sí que son de primera necesidad. ¿Sabríais vivir sin pañales, compresas y/o tampones? Yo desde luego no.
image
Los pañales no se precisan durante muchos años, a menos que estemos hablando de niños o adultos con problemas de salud o retrasos en el desarrollo. Pero desde luego cuando se necesitan son imprescindibles.

Respecto a tampones y compresas, espero que me queden bastantes años por delante necesitándolos, que mi madre tuvo la menopausia con menos de cuarenta años y no es nada recomendable. Y Julia también los necesitará durante mucho tiempo. En un hogar con varias mujeres en edad de menstruar, el gasto anual supone un buen piquito.

Lee el resto de la entrada »

Sí, la maternidad (y la paternidad) da superpoderes

Una obsesión de los que tenemos niños con una discapacidad que les resta recursos y capacidad de medir el peligro es que no se pierdan. Os aseguro que en estos últimos años he desarrollado los instintos de un perro pastor para saber dónde están mis hijos en cualquier momento y reagruparlos si considero que andan lejos.

En ocasiones me he descubierto sorprendida por algunos padres que permiten un radio de acción bastante amplio a sus hijos y que incluso los pierden de vista o no saben exactamente donde están en un momento dado. No los estoy criticando, lo suyo es lo normal, que estamos hablando de niños de entre cinco y siete años. Soy yo la que aplicó en Julia unas precauciones tal vez excesivas al estar acostumbrada a ser el perro guardián de su hermano mayor.

En estos años también he desarrollado el súperpoder de hacer casi de todo sin soltar a Jaime de la mano. De todo. Podéis imaginar casi cualquier circunstancia que se pueda dar en la calle. Es similar a la capacidad que crece en las madres muy recientes de hacer de todo en casa con un niño en brazos.

Y los reflejos se multiplican. Si Jaime pega un tirón andando para tocar un coche que pasa raudo y cerca, o para soltarse y salir corriendo, o coge lo que no debe… La velocidad de reacción a veces es digna de catwoman.

Precognición. En ocasiones creo que también es algo que aparece teniendo hijos. Llega un momento que adivinas antes que él lo piense y decida obrar en consecuencia que puede ser muy divertido usar esa fuente pública como piscina, arrebatarle las patatas fritas a ese niño desconocido o lanzar la serpiente de goma desde el tercero para ver cómo cae.
gtres_a00705389_012
Velocidad de vértigo
, en pies para alcanzarle y para manos cogerle (aún recuerdo el placaje que le hice cuando creí que le perdía dentro del laberinto de Alicia de Disneyland Paris). Ojo de halcón para derectar ventanas abiertas en pisos altos, puertas mal cerradas o cables tentadores.

Sí, la maternidad da superpoderes. La maternidad de un niño con discapacidad aun mas. ¡Y no solo la maternidad eh! También es aplicable a los padres, solo que yo aquí hablo por mí.

Pero esos superpoderes no son infalibles por desgracia. Jaime alguna vez ha logrado tirar un juguete al patio, bañarse donde no debía o robar unas patatas fritas.

Lo que nunca ha hecho es perderse. Y esperemos que no suceda jamás. El peligro de que la cosa acabara muy mal es muy elevado con un niño que no habla, aparentemente es normal y no comprende el peligro.

Ahí tenemos la ayuda de un artefacto prodigioso, el más útil que conozco para niños como mi hijo y para niños muy pequeños. Ni Q, ni Ironman ni Batman podrían haber ideado uno mejor. Aquí lo tenéis:edding3000_c

image10-225x300Escribir nuestro móvil en sus manitas es mucho mejor que pulseras, que al final Jaime siempre se quita, o cualquier otro archiperre semejante, más o menos tecnológico. Hay una versión en forma de tatuaje temporal personalizado que también me parece muy buena idea. Más resistente a lavados.

Pero nada debe relajar los súperpoderes vigilantes de los padres.

Y ojalá nos duren…

Hijos, madres, padres (personas)

En El estado mental hay tres reflexiones que es interesante recorrer (gracias por descubrírmelas Noemí). La primera en llegar se llamó Hijos y es obra de Purificació Mascarell, filóloga y profesora universitaria de treinta años. Pronto llegó una respuesta llamada Madres, escrita por la periodista Bárbara Celis. La tercera aportación, con la que yo más comulgo, es Padres, del escritor Sergio del Molino.

Os voy a dejar aquí un párrafo de cada una de ellas, pero os recomiendo leerlas enteras:

HIJOS

Últimamente, cuando vuelvo a mi pueblo, mis compañeras del colegio me enseñan a sus bebés, algunas también muestran ecografías en su móvil, y las demás hablan y hablan sin cesar de eso, de la maternidad. Ahora bien, nunca dicen “cuando tenga un hijo le enseñaré a dar besos sonoros a los ancianos; le pondré una capa azul y roja como la del Principito para que corra por el campo; le explicaré las atrocidades del siglo XX porque —aunque seguro que en el XXI las superaremos— debe conocerlas para tomar conciencia cuanto antes”. Nunca dicen “intentaré que sea mejor persona que yo, que no sea mezquino —como su padre— ni cobarde —como su madre—, que sea empático y luchador y, sobre todo, bueno, en el buen sentido de la palabra, que diría Machado”. Tampoco dicen “creo que voy a educarle lejos de los roles de género, jugaremos con muñecas y coches por igual, le daré la máxima libertad, le haré respetar la diferencia y la igualdad”. En realidad, no sé muy bien de qué hablan estas madres jóvenes. Bueno, creo que comentan cosas sobre unos análisis para saber si pueden comer o no jamón serrano durante el embarazo, sobre la pertinencia de asistir a los cursos de lactancia, sobre las guarderías con mejores prestaciones. Yo no entiendo nada de nada, pero sonrío y asiento mucho. Y me siento muy lejos de esas chicas con las que compartí un pupitre verde lleno de garabatos y un banco del parque en lejanos veranos de scooter y futbolín que tengo fotografiados en carretes que ya nunca revelaré.

MADRES

Tú tienes 30 años y yo 42. Entre ambas hay un abismo y no lo crea la década que nos separa sino el que yo sea madre y tú no. Entre tus conclusiones sobre la maternidad hay una que me ha dejado perpleja: “La gente que tiene hijos se atonta y se amuerma, se vuelve prosaica y gris, envilece su mente y estanca su intelecto”. Me abstendré de valorar cómo alguien puede barrer de un plumazo la capacidad intelectual de más de media humanidad simplemente porque traemos hijos al mundo. Cuando yo tenía treinta años también miraba a los padres como a extraterrestres y a sus hijos como a alienígenas, pero era más humilde: cuando no comprendía algo evitaba los juicios absolutistas. Mi vida también estaba llena de emociones fuertes, de comida basura, de gente superinteresante y de viajes al fin del mundo. Ahora también, aunque confieso que cocino más y me emborracho menos.

PADRES

Cambio al vocativo para dirigirme a Purificació, pues nada tengo que apostillar al artículo de Barbara más allá de darle la razón. Mira, soy padre, y esa condición se ha convertido en parte nuclear de mi identidad. Si me tengo que definir, me defino antes como padre que como escritor o como señor con barba. Tengo treinta y seis años. Fui padre por primera vez a los treinta. Por desgracia, sólo puedo cuidar a uno de los dos hijos que he tenido. La paternidad me ha transformado. No sé si me ha vuelto más prosaico y gris, tonto y muermo, con la mente envilecida y el intelecto estancado, como tú crees que son los padres. Eso lo tendrán que juzgar los demás. Yo me gusto más. Me parezco mejor de lo que era antes de ser padre. Muchas de las cosas que era y hacía antes me parecen hoy propias de un gilipollas. Como creo que soy mejor, creo también que la gente que me rodea está mejor conmigo. Soy escritor con un sesgo muy sentimental, y mi visión de la literatura y de mi trabajo está teñida también por esas epifanías que vivo con mi hijo. La paternidad es un leitmotiv y un asunto central de mi trabajo, así como una preocupación que va mucho más allá mi habilidad para envolver almuerzos y llegar puntual al colegio.

Cuando leí Hijos pensé «no sabes nada Jon Nieve», cuando leí Madres pensé «la maternidad tampoco es un drama de tal calibre», cuando leí Padres pensé «mira que te entiendo, yo también me gusto más ahora».
Maternity,-1928-large
Padres, madres, hijos. Simplemente personas, individuos complejos y distintos a los que categorizar por haber tenido o no hijos me parece de una burda simplicidad.

Habrá seres humanos atontados, prosaicos y grises, o psicóticos y ególatras, que han tenido hijos. Y habrá seres atontados, prosaicos y grises, o psicopatías y ególatras, que no los han tenido. También hay seres humanos que te pueden parecer atontados prosaicos o grises, o psicópatas y ególatras, pero no tienen porqué serlo. ¿Cómo atrevernos a juzgar a alguien de semejante manera sin habernos tomado la molestia de profundizar en su interior? Y de profundizar sacudiéndonos los prejuicios, los tópicos y la autojustificacion, abrir el corazón además de los oídos, comprender que no todo es comprensible.

¿Qué es lo que te hace atontado, prosaico y gris o psicótico y ególatra? Desde luego no creo que sea hablar de lactancia cuando acabas de ser madre o no contar que el brillo de los ojos de tu bebé cuando te mira y sonríe es como un ronroneo en el corazón a alguien al que notas que te escucha con hastío.

¿Quién decide qué personas son atontadas, prosaicas y grises? ¿De verdad alguien puede asumir la responsabilidad de juzgar el secreto interior ajeno?

Lo que sí hay es gente que a ti no te interesa, que a ti no te aporta. Nos pasa a todos. Pero de ahí a juzgarlos, clasificarlos e intentar explicarlos sin atenerse mas que a pequeños fragmentos de superficie hay un trecho de desconocimiento importante.

No, no sabes nada Purificació. Y lo digo con una sonrisa, sin enfados, desde el aprecio, desde la asunción de que yo tal vez pude estar ahí hace quince años.

Por eso voy a contestar a una de tus preguntas. ¿Por qué he tenido hijos? Difícil saber porqué lo hice antes, pero, tras tenerlos, aquí está una de las respuestas que yo he encontrado.

El infierno de los vivos no es algo que será: existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos.
Dos formas hay de no sufrirlo.
La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles

Hay padres, hay madres y hay personas que no son lo uno ni lo otro que, en medio del infierno, no son infierno.