Soy vegetariana desde hace varios años. Bien es cierto que soy una vegetariana bastante flexible. Por ejemplo, hay algunos animales marinos que sí que como. Siempre defenderé la flexibilidad; que cada cual pueda acercarse a la opción vegetariana o vegana de la manera que más cómoda le resulte. Me parece estupendo que se sigan las directrices a rajatabla, pero exigir con rigidez a los demás que obren igual no es de recibo.
Cuando la gente descubre que no como carne me suelen preguntar si a mis hijos también les tengo alimentándose con una dieta vegetariana. Imagino que la curiosidad por saberlo responde a distintos motivos.
(GTRES)
Podría hacerlo y de ser así sería una decisión merecedora de respeto, pero lo cierto es que ellos sí comen carne. Menos que la media con toda seguridad porque en casa la que va al mercado y cocina suelo ser yo, y al final eso se nota en que se reducen las cantidades y procuro que lo que entre en casa contemple el bienestar animal siempre que puedo.
No he querido tomar esa decisión por ellos. Julia sabe que yo no la como y los motivos, éticos, medioambientales y de salud. Tiempo tiene por delante para decidir qué hacer. Jaime tiene autismo, un alto grado de dependencia y no podrá decidir, pero no quiero restringir su dieta en esa dirección. No obstante, lo cierto es que mi rubio es mucho más de verduras y pucheros por inclinación natural.
Hoy, 20 de marzo, es el día sin carne. Un día para concienciar sobre la importancia de que reduzcamos nuestro consumo de carne. Y es importante por cuestiones medioambientales, de Salud y también filosóficas y éticas como ya he apuntado antes. Motivos no faltan y cada cual puede alinearse más con uno o con otro. Pero tranquilos, que no voy a echaros la chapa vegetariana. Voy a proponeros simplemente que os planteéis comprobar cuánta carne le dais a vuestros hijos. También qué tipo de carne les dais.
Una buena manera de hacerlo es intentar no ofrecerles nada de carne durante una semana. Vale, huevos y lácteos sin problemas, pero nada de carne en solo siete días. Así es como he comprobado mejor se toma conciencia de la cantidad de carne que compramos, cocinamos e ingerimos. Podéis aplicaros el experimento a vosotros mismos también. Con frecuencia me he encontrado con gente que afirma que come muy poca carne. Lo creen sinceramente. Pero si la intentaran erradicar unos pocos días de su dieta se darían cuenta de que no es así.
Comemos demasiada carne y damos demasiada carne a nuestros hijos. Un estudio de 2014 elaborado por 200 pediatras con 2.000 niños de hasta 36 meses concluía que al 95% se le daba hasta cuatro veces más carne de la recomendada. ¿Y cuánta es la carne recomendada? Buena pregunta. La OMS en sus recomendaciones para una alimentación saludable (un texto que todos, padres o no, deberíamos leer) habla de menos de un 10% de grasas saturadas en la dieta de los adultos:
Las grasas no saturadas (presentes en pescados, aguacates, frutos secos y en los aceites de girasol, soja, canola y oliva) son preferibles a las grasas saturadas (presentes en la carne grasa, la mantequilla, el aceite de palma y de coco, la nata, el queso, la mantequilla clarificada y la manteca de cerdo), y las grasas trans de todos los tipos, en particular las producidas industrialmente (presentes en pizzas congeladas, tartas, galletas, pasteles, obleas, aceites de cocina y pastas untables), y grasas trans de rumiantes (presentes en la carne y los productos lácteos de rumiantes tales como vacas, ovejas, cabras y camellos). Se sugirió reducir la ingesta de grasas saturadas a menos del 10% de la ingesta total de calorías, y la de grasas trans a menos del 1%. En particular, las grasas trans producidas industrialmente no forman parte de una dieta saludable y se deberían evitar.
¿Cuánto lío, verdad? ¿Cómo calcular porcentajes? ¿Cuánto como al día de todo? ¿Cuántas grasas saturadas tiene el filete de ternera que tengo en el plato? El problema con frecuencia para los padres que quieren hacer bien las cosas es que las recomendaciones no se han bajado a tierra, son difícilmente interpretables y requieren de unos conocimientos básicos previos.
También pasa que hay demasiadas indicaciones, a, veces contradictorias.
Cuando se busca en Google «¿Cuánta carne debe comer un niño?», el primer resultado (seguido de otros muchos de fiabilidad discutible) es un comunicado de 2015 de la Asociación Española de Pediatría con las siguientes recomendaciones:
La dieta debe estar basada sobre todo en el consumo diario de alimentos a base de cereales u otro tipo de granos, junto con fruta, verdura y hortalizas en cantidad suficiente. Además, debe incluir alrededor de 400 ml de leche u otros derivados lácteos y 2 raciones diarias de carne magra, pescado, huevo o legumbres (una ración equivale aproximadamente a 100 gramos de carne o 125 gramos de pescado o un huevo mediano), como desde este Comité y desde la Asociación Española de Pediatría se aconseja.
Las carnes –pero también los pescados y los huevos– son fuente de proteínas de alto valor biológico, y también de fósforo, hierro y vitaminas del grupo B. Generalmente se aconseja que los niños tomen sobre todo carnes blancas, por su menor contenido en grasas. No es necesario que todos los días el menú de los niños contenga carne, pues puede alternarse con los otros grupos de alimentos proteicos ya comentados. Por ejemplo, en el patrón tradicional de la dieta mediterránea, las carnes casi forman parte de la «guarnición» del plato principal, a base de pasta, arroz o legumbres. Tan importante como la carne en sí es su forma de cocinarla, siendo aconsejable limitar su consumo en forma de fritos; y, por supuesto, usando aceites de calidad –el de oliva es un buen ejemplo-, sin reutilizarlos para otros días.
Me consta que hay nutricionistas fiables y expertos (de hecho, sin individualizar, los nutricionistas son los verdaderos expertos en la alimentación, no los pediatras) que puntualizarían estas afirmaciones, desde la obligatoriedad de los 400 mililitros de leche o lácteos a las dos raciones de proteínas diarias.
No, definitivamente no nos lo ponen fácil a los padres.
Pero asumamos que es cierto ese mantra en el que todos los expertos coinciden y que es que damos demasiada carne a los niños (y tomamos demasiada nosotros) aunque no tengamos claro cuánta debemos darles. ¿Por qué? Por un lado porque hay determinada carne que resulta muy accesible, que es muy barata. Por otra parte, tal vez la más importante, porque es rápido y fácil. Toca cenar. ¿Qué haces? Pues ese filete vuelta y vuelta, ese pollito empanado, esas chuletillas o esas salchichas les gustan y están en un pispás.
Y lo rápido y fácil no siempre es el mejor camino. Ir al mercado, cocinar, tener como base de la dieta verduras, legumbres y frutas, reducir todo lo posible los alimentos procesados y olvidarse de súperalimentos es lo que recomiendan absolutamente todos los nutricionistas de bien como Boticaria García, Juan REvenga o Julio Basulto, cuyos blogs, redes sociales y libros os recomiendo (nada más lejos de mi intención con este humilde post que querer entrar en su terreno). Y lo hacen pensando sobre todo en nuestra salud y la de nuestros niños.
De hecho desde aquí les lanzo un reto (que es también una petición pensando en la tranquilidad mental de muchos padres): contestar por la vía que prefieran y de forma clara a esa pregunta de cuánta carne debe comer un niño.
Termino recordando que aquí, como en todo, la mejor manera de enseñar a comer es dando ejemplo. Que nos vean alimentarnos de manera saludable, que les ofrezcamos de todo, sin forzar, con paciencia y respetando sus gustos.