Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Entradas etiquetadas como ‘Europa’

El fútbol europeo: la otra crisis continental

El escaparate de una tienda de cigarrillos electrónicos por la que ayer pasé de camino a la redacción vende su humo falso con la etiqueta «calidad europea». Un aviso subliminal de que me ha llegado el fatídico momento de escribir sobre fútbol, la pena máxima. Así me está pidiendo la afición —tan escasa como fiel— y así se lo he hecho saber Raúl, que me ha dado su docto permiso y prometido, como si estuviéramos mercadeando con la emisión de gases de efecto invernadero, el trasvase de 10.000 visitas de su blog al mío. Usuarios al contragolpe.

Ni la crisis de la deuda soberana ni el déficit democrático. El verdadero drama europeo es la crisis de su modelo futbolístico y su déficit de goles. Una tras otra, las selecciones nacionales van siendo eliminadas del Mundial de Brasil con el mismo inexorable y fatal ritmo que la Unión Europea pierde peso geoestratégico en el concierto internacional. Primero fue la abúlica España, luego la melancólica Inglaterra, más tarde la anémica Portugal (que aún puede obrar el milagro) y ayer la inesperada Italia. Tres PIGs y un país con un pie fuera del charco de la UE: ¿lo tenemos merecido?

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Nuestro envidiado ‘poder blando’ se derrite al otro lado del Atlántico: solo Francia y Alemania (también Holanda, Grecia, Bélgica y quizás Suiza, pero bah) parecen aguantar el tipo, lo que lejos de ser un alivio es una nueva fuente de problemas. ¿A quién apoyar? ¿A los súbditos de Frau Merkel, implacable el castigo a los países del Mediterráneo, o a los frívolos gabachos, que un día animan a Benzema y otro votan al Frente Nacional? Un homenaje oportuno, en el aniversario de la Gran Guerra, a la jugosa y antigua querella entre germanófilos y aliadófilos.

La decadencia europea reflejada en el deporte que ella misma inventó —ya ocurrió en la primera fase de Sudáfrica, hace cuatro años, pero entonces España se encargó de rescatar el orgullo continental—. Da la impresión que celebramos los pocos triunfos con hastío y nos entristecemos de las muchas derrotas con fatalidad. Los aficionados latinoamericanos, por el contrario, aclaman a sus héroes con una exultación casi evangélica, como si acabaran de abrirse a los misterios de un nuevo culto mesiánico. Si todos buscan la gloria en Brasil, los europeos lo hacen con borceguíes de plomo, con mentalidad cerebral: de la soberbia del etnocentrismo a la mala conciencia del occidentalismo.

Y en la prórroga: los europeos somos unos traidores infames. Analicemos nuestro caso. Primero vamos con España —por el mito del ‘tica-taca’, por nacionalismo o por tradición familiar, lo mismo da—. Pero en cuanto nos eliminan, tardamos segundos en invocar plagas contra las selecciones vecinas y apoyar de corazón, infartados, a los combinados que representan a países lejanos. No hay un demos europeo, como no hay un sentimiento futbolístico europeo. Adoramos a los Pirlo e Iniesta, pero como átomos solitarios, como genios en formol del Renacimiento… y entonces, ay, enseguida volvemos a nuestro habitual centrocampismo (cainismo).

Una lectura europea del discurso del rey: «Unidos y diversos», como el lema de la UE

Tiempo habrá para situar en su contexto histórico y su dimensión hermenéutica las primeras palabras de Felipe VI como rey. Si su discurso de proclamación –inteligente para algunos, superficial y disipado para otros– logra su propósito amalgamador o acaba por ser traicionado en los años que dure su reinado.

Una primera lectura europea, inevitablemente superficial, se refiere al número de veces que se ha mencionado a la Unión en un discurso: tres veces, y en un mismo párrafo. En comparación, su padre –en 1975– solo pronunció la palabra Europa en una ocasión.

Pero la diferencia entre ambos está menos en el número de veces que en el contenido. Mientras Juan Carlos aseguró que «Europa deberá contar con España y los españoles somos europeos», Felipe ha matizado «Europa no es un proyecto de política exterior, es uno de los principales proyectos para el Reino de España, para el Estado y para la sociedad».

El rey Felipe VI, durante su proclamación (FOTO: EFE)

El rey Felipe VI, durante su proclamación (FOTO: EFE)

Un contraste fundamental. Mientras en 1975 España aún no había entrado en la UE, tardaría 11 años en hacerlo aún, en 2014 los españoles no conciben su vida diaria, sus alegrías, algunas, y sus penalidades, bastantes, sin la UE. La aserción de Juan Carlos –los españoles somos europeos– sería una obviedad hoy (entonces, salvo para una élite, no lo era). En cambio, las palabras del nuevo monarca –no es un proyecto de política exterior– son un reto todavía por cumplirse (y asumirse) para la mayoría.

Una de los conceptos claves de su discurso ha sido la referencia a España como una nación «unida y diversa». Es algo que ya ha sido destacado por la prensa y los comentaristas políticos en las primeras horas. Así que me centraré en algo que creo que no ha sido mencionado. ‘Unida y diversa’ es un lema que se parece mucho a la divisa de la UE, que como todos sabréis es ‘Unidad en la diversidad’.

¿Casualidad? Es posible, aunque es posible, por qué no, que sea una referencia intencionada. Pero lo cierto es que se trata de una fórmula novedosa de describir la compleja relación de España con sus partes. Una España unida y diversa implica, deslizando la frase hacia el pasado, una España vertebrada, lo que entronca además de con el pensamiento orteguiano, con la vocación europea.

La ausencia, durante la proclamación, de motivos simbólicos pertenecientes a la fe católica (otra de las diferencias con el juramento de su padre) es asimismo un guiño a Europa, que a pesar del pulso entre la tradición católica y el espíritu de la Ilustración, aspira racionalmente al laicismo. No hay mejor carta de presentación ante el resto de los socios comunitarios como un monarca constitucional ajeno a la ornamentación religioso-castrense tan cara a España en el pasado.

 

¡Europa, otra vez en segundo plano! Del muy efímero interés por ‘la cosa europea’

La preocupación por eso que llaman ‘la actualidad’ atiende a ciclos caprichosos, inescrutables, dolorosos. Lo importante no es siempre lo último, para mí braudeliano nunca lo es. Pero ahí está, la montaña rusa del periodismo, con esa agenda caprichosa que no siempre, o mejor, casi nunca responde a parámetros razonados… y menos aún razonables. Así, la resaca del interés de las elecciones europeas de mayo se despeña por este gráfico de Google Trends apenas un mes después (ver gráfica).

Las noticias sobre la UE vuelven a su madriguera, al fondo de saco de las webs noticiosas o a los breves de los periódicos todavía de papel. Está el tema, importantísimo, de quién será el próximo presidente de la Comisión, en el que la Unión se juega una buena tajada de su credibilidad política. Pero es un asunto de alta política (o baja, depende), sustituido por la urgencia de la proclamación real y la muy posible decepción mundialista. Están muchos otros temas (entre ellos las cuitas en ALDE, con la incorporación de UPyD y C’s), pero pese a esto… ¡otra vez la UE en un segundo, tercero o cuarto plano!

Lo digo entre exclamaciones porque considero que es algo bueno. Europa no está preparada para la sobreexposición mediática: la discreción es su virtud. Su naturaleza, al menos la realmente existente hoy, sigue siendo tan embrionaria que la opinión pública se muestra reacia a introducir el ‘debate europeo’ en su horizonte. Lo que queda hoy, casi un mes después de los comicios, son los rescoldos y la vuelta a las informaciones plúmbeas, frías y recubiertas de una capa de tecnicidad. Es decir, al feliz y provechoso debate sin urgencias ni superficialidades. Espero tener tiempo, ahora que llega el verano y todo languidece, para volver a los temas atemporales, ojalá que alguno, aunque sea una línea, intemporales.


 


 

NB: No suelo estar muy pendiente de las visitas que va teniendo el blog. Afortunadamente, 20minutos.es no me exige un número imprudente de visitas para un blog tan minoritario y, en ocasiones, tan críptico y caprichoso. Pero el otro día pregunté a mi compañero Adrián, que se encarga de medir estas y otras muchas variables, cómo fue la cosa durante el mes de mayo. No fue el mejor mes, curiosamente. Y tampoco, curiosamente, los post más vistos fueron los relativos a las elecciones la coyuntura, sino los que referían a temas más de fondo, como el muy personal de las ciudades europeas.

 

 

 

 

Un vuelta a Europa en la Feria del Libro

La Feria del Libro es una feliz tradición entre mis amigos y mi familia. Lo más parecido a un acto de fe anual, como peregrinar al Rocío o a La Meca, pero sin las aglomeraciones ni el fanatismo. Pese a todo, es la primera vez que escribo de forma pública sobre la feria, un momento que llevaba esperando largo tiempo. Soy un animal de costumbres. Mi particular feria consiste en deambular saltándome las casetas de las grandes editoriales y librerías (no comprendo que se vaya a la feria a comprar a la Casa del Libro habiendo tanto material genial, y tan a mano). Luego, siempre compro algo, o bien para mí o bien para regalar; a menudo, para ambas cosas.

Feria del libro de Madrid 2014 (foto: NS)

Feria del libro de Madrid 2014 (foto: NS)

Este año ya he estado un par de veces (¡y quizá repita otra más!). La primera con mi padre. La segunda, hoy, con mi compañero Raúl Rioja. Ambos tuvimos la misma idea: escribir un post en nuestros respectivos blogs del periódico el suyo es de fútbol: ‘Al contragolpe’, os lo recomiendo, ¡el mejor complemento a Europa! sobre cómo la feria trata nuestro negociado. El boom de los libros sobre fútbol biografías más o menos trabajadas, publicaciones oportunistas, joyitas nostálgicas— no se corresponde, para mi desgracia, con un auge similar de las publicaciones sobre Europa, y para rellenar este post con buenas recomendaciones me las has he visto y deseado.

Así, y sin rebuscar demasiado, la Gran Guerra lo monopoliza todo. El aniversario de la Primera Guerra Mundial ha servido de excusa para desempolvar clásicos y dar salida a las novedades editoriales, algunas extraordinarias. El opus magnum de  Margaret MacMillan, De la paz a la guerra (Turner, 2014) , Sonámbulos (Galaxia, 2014), de Christopher Clark o Los cañones de agosto (RBA, 2014), de Barbara Tuchman son algunos de los libros imprescindibles sobre el conflicto. Pero además, como satélites orbitando alrededor de un planeta, han florecido otras obras que no tratan directamente de la guerra, pero sí se enmarcan en el mismo periodo.

Algunas de ellas las conocía, otras no, pero todas tienen una pinta estupenda y demuestran que en el mundo editorial, por trillado que parezca una época, con inteligencia, dedicación y cultura acaban publicándose obras maestras. Así, el Diario de un estudiante. París 1914 (Libros del Asteroide, 1914) de Gaziel, el gran periodista catalán (aprovecho para recomendaros sus memorias, Meditaciones en el desierto, un documento excepcional de la posguerra española) o los recuerdos bélicos del escritor británico Wyndham Lewis son dos obritas que completan estupendamente los grandes tochos. Ah, y una curiosidad para los entusiastas de El señor de los anillos, una biografía titulada Tolkien y la Gran guerra: el origen de la Tierra Media (Minotauro), escrita por el periodista John Garth.

El viaje de Chávez Nogales por Europa en avión (Foto: NS).

El viaje de Chávez Nogales por Europa en avión (Foto: NS).

Pero la Gran Guerra no agota el catálogo de libros sobre/preocupados por/que denuncian a/y que explican cómo es Europa. La editorial Minúscula una de mis favoritas, que lleva años cumpliendo con la terca aspiración de publicar libros primorosos e inolvidables— también desembarcó en la feria con un estupendo muestrario, en el que predominan las obras de literatura de viajes su tema predilecto y novelas y recopilaciones de artículos de autores de gusto europeo. Pero hay otras editoriales y libros que merecen su espacio. Entre ellos, Abada y su colección de obras de Walter Benjamin; Libros del Asteroide, ya mencionada, con su tino reeditando obras olvidadas de Chaves Nogales, como La vuelta a Europa en avión (que confieso que aún no he leído) o Capitán Swing, que publica un libro de relatos orales de Hans M. Enzensberger Europa en ruinas (que tampoco he leído, pero que se parece en la forma a su clásico El corto verano de la anarquía).

¿Más? Sin duda, aunque también he echado en falta obras más académicas, ensayos de naturaleza menos panfletaria (en el buen sentido) y algún que otro libro de carácter divulgativo y político. No digo que no los haya. Sé que los hay, y muchos los he leído, pero visibilidad en la feria parece que no están teniendo demasiada. Personalmente, me he quedado con ganas de comprarme Reinos desaparecidos, de Norman Davis, pero para compensar me he llevado dos que creo que me van a proporcionar momentos muy gozosos, que espero compartir con vosotros: En busca del significado perdido. La nueva Europa del Este (Acantilado, 1914) del gran Adam Michnik y A Moscú sin Kaláshnikov (Libros del K.O., 1914) de Daniel Utrilla.

 

 

 

Europa como forma recurrente de hastío

En un lenguaje hoy ya extraño para nosotros, bajo unas amenazas que tampoco son las nuestras, el filósofo Edmund Husserl dijo que el mayor peligro que corría Europa era el hastío. Fue en la muy recordada y citada conferencia de 1935 en Viena. Europa ha cambiado muchísimo desde entonces, pero el hastío, o una versión contemporánea del mismo, lo sigue impregnando todo.

Si no fuera por la exótica sorpresa de Podemos, por la anemia galopante de votos del PP y del PSOE y por la subsiguiente crisis interna, de las elecciones europeas de hace apenas una semana no quedarían ni las sombras. Eso que falta todo por resolver: alianzas que concretarse, un Parlamento por recomponerse y un presidente de la Comisión por ser elegido.

El sueño (Picasso).

El sueño (Picasso).

Y pese a lo anterior, la sensación que trasmiten las conversaciones, construidas sobre el tedio de lo local hasta límites caricaturescos, es que lo importante, lo que remueve las vísceras, sucede a la puerta de casa. El debate (en el mejor y menos frecuente de los casos) y el cruce balbuciente de insultos (en el peor y más común) se dirigen solo a satisfacer nuestra sed cainita y nuestros prejuicios más acendrados.

Es como si tras los comicios, los ciudadanos hubiéramos tirado al mar un fardo con nuestros votos y no nos hayamos preocupado por saber dónde acabará, si se hundirá para siempre o alguien se encargará de recogerlo. Reproducimos los mismos vicios de siempre, pese a las advertencias. Votamos un Parlamento del que luego nos desentendemos con irresponsable facilidad.

Una muestra cuantitativa de este hastío fue el barómetro publicado por el Instituto Elcano unos días antes de las elecciones, y del que no os había hablado… para no alentar el desaliento. Desconocimiento sideral, falta de interés, percepción de que lo que se votaba no servía para absolutamente nada. Podemos echar la culpa a la casta política, a los medios de información de masas. Faltaría más, aunque es demasiado fácil.

Sin duda con algo de melancolía, y más allá de que existan problemas de comunicación entre las instituciones comunitarias y los ciudadanos, deberíamos aceptar que si el común de la población no está informado de Europa, no la siente ni la vive ni la aprecia, es porque, sencillamente, no quiere hacerlo… ni ahora ni en el futuro. La gente quiere una final de Champions perpetua, lo contrario es engañarse.

En aquella conferencia de Husserl, el «gran hastío» (y el nihilismo) solo podía ser superado a través del «heroísmo de la razón» que impulsaría un «nuevo hálito espiritual» al continente. Palabras sabias, abstractas y arcanas bastante alejadas de las formas y términos en los que hoy se promociona Europa. Hasta hoy, solo los populistas parecen haber despertado del letargo, el resto siguen o seguimos soñando el aburrimiento.

Europa es una presencia transversal

Lo de transversal se lo he leído a Juan Cuesta, presidente de Europa en Suma, en el libro colectivo Europa 3.0: 90 miradas desde España a la UE (Plaza y Valdés, 2014); me he apropiado alegremente del término porque define con precisión lo que llevo pensando y experimentando mucho tiempo.

En mi trabajo diario como periodista Europa está cada vez más presente. Y no porque yo esté especializado en Europa (lo estoy aquí, en el blog, pero no fuera, por desgracia), sino porque del ingente volumen de noticias con las que trato cada día, muchas de ellas tiene un hilo conductor europeo.

Montón de periódicos (Gtres)

Montón de periódicos (Gtres)

Bien sea por cuestiones económicas (informes de la Comisión), por resoluciones judiciales (sentencias de Estrasburgo) o por cuestiones sociales, de seguridad alimentaria, de acceso a Internet o de cultura (Parlamento Europeo), apenas hay aspectos mi vida cotidiana como editor de noticias que no estén salpicados por Bruselas. Y cuando digo salpicados creo que me quedo corto.

Pero tampoco pierdo la perspectiva ni pretendo llevar el argumento mucho más allá, a un non sequitur optimista. Que los periodistas estemos cada vez más en contacto con la realidad europea, que en muchas de las piezas que manejamos aparezca un día sí y otro también las siglas EU, no se colige de ello que los lectores, el público o los ciudadanos aprecien conscientemente esa transformación.

Es verdad que con la crisis, como creo que ya demostré hace unos meses, se ha multiplicado exponencialmente las referencias a Europa en los medios. Pero el estado de crisis no durará siempre y las informaciones exclusivamente económicas irán dando paso de nuevo a una visión más relajada de la actualidad (aunque ojalá perviva el homo aeconomicus alimentado con ansiedad durante estos años).

Pese a todo, habrá lectores atentos que sí hayan percibido esta colonización débil de Europa. Habrá muchos otros, en cambio, que no se hayan dado cuenta de que aunque los medios siguen siendo en apariencia estatal, pero poco a poco quizá de forma mansa—,  lo específicamente europeo engulle lo nacional. Solo falta que cambien las secciones, para sancionar oficialmente ese cambio.

Después de todo, y si esta evolución no se de detiene (no parece que haber motivos para ello), quizá no sea tan urgente y necesario la creación  ex nihilo de un gran medio de comunicación europeo; bastaría con que los viejos medios nacionales vayan transformando su naturaleza, sin grandes aspavientos, de terruño a continente.

Para lo que habrá quedado Europa en 2030

Leo un informe del think tank FRIDE titulado algo pomposamente Empoderar el futuro de Europa: gobernanza, poder y opciones para la UE en un mundo en cambio. Un título complejo para un análisis interesante sobre lo que puede dar de sí Europa en las próximas decadas.

Todos estos estudios más o menos científicos sobre escenarios futuros hay que tomarlos con mucha prudencia. Normalmente no aciertan, y sí lo hacen es porque algunas de las predicciones que se lanzan son de cajón de madera de pino. No es por malmeter, pero es verdad que a veces, como alguien a dicho por ahí, los think tank (algunos) deberían pasar a llamarse think talk. Porque es lo que, dicen con algo de malicia, básicamente hacen.

Un futuro interrogante para Europa (ARCHIVO)

Un futuro interrogante para Europa (ARCHIVO)

Pero vayamos con este artículo. Hay dos versiones. Una resumida de ocho páginas (en inglés) y el trabajo de investigación completo (también en inglés) de algo más de un centenar. Yo he optado por leerme a conciencia el primero y compararlo por encima con el segundo. No doy para más estos días. Espero que básicamente las claves las haya logrado retener, porque algunas son significativas de lo que puede suceder.

Según los autores del informe, el mundo en 2030 será más frágil. Frágil por varios motivos: la interdependencia económica (aquí difiero, pero no estoy para dar mi opinión), la atomización del poder (supongo que en el sentido de el fin del poder, que le otorga Moisés Naím), el impacto no calibrado de las nuevas tecnologías (bélicas y no bélicas) y los efectos del cambio climático (que da por seguro).

En este horizonte incierto, con micropoderes y cientos de miles de microintereses que conviven en un mismo hábitat finito, Europa habrá de jugar sus bazas, que no serán —dicen los autores— su potencia militar o demográfica, sino su, para hacerlo un poco más de andar por casa, buenrollismo. «Europa debe llegar a ser más un ‘super-socio‘ que un ‘super-poder’. Un actor que sume y ayude a agilizar el comercio, reducir los conflictos y fomentar la investigación. Una maravilla, vamos. Todos querrán tener a Europa de su lado.

La verdad que suena bien. Y ojalá se cumplan estas predicciones. Europa como un consejero mundial, que frene la hybris de las potencias del momento —todavía EE UU y previsiblemente China— y al mismo tiempo sea una referencia de progreso. Suena a cuento de hadas. Una especie de taimado e incruento fin de la historia. Veremos.

 

 

¿Hay una historia inmediata de Europa?

El pasado reciente de Europa es una región bastante transitada y relativamente en paz. Hasta aproximadamente la guerra de los Balcanes, la historia del continente —aunque quede mucho por profundizar— es un todo más o menos consensuado. Por un lado el proceso de convergencia económica, por otro, el final de la guerra fría y el lento desacoplamiento de EE UU.

Pero hay un vacío que tiene que ver con nuestro presente, y que hace poco un buen amigo historiador (arqueólogo y profesor universitario) me comentó. La historia inmediata, también llamada historia del tiempo presente, es una disciplina historiográfica relativamente joven que trata de analizar, con las herramientas propias del historiador, la misma realidad en la que este vive.

Una mujer, en el aniversario de la matanza de Srebrenica. (EFE)

Una mujer, en el aniversario de la matanza de Srebrenica. (EFE)

Es una disciplina que yo estudié someramente con uno de sus grandes representantes en España, el fallecido profesor Julio Aróstegui, y que sé que tiene discípulos en varias universidades del país. Pese a esto, como mi amigo me dijo aquel día, la historia del presente está de capa caída. Prueba de ello, quizá, es este manifiesto impecable en su defensa… y en la búsqueda de un reconocimiento académico que aún le es en parte esquivo (¡ si fuera bien no harían falta manifiestos!)

Aquella conversación y los recientes sucesos en Ucrania me han hecho pensar de nuevo en la historia del presente, en este caso cómo sería una aproximación a una historia inmediata de Europa. La historia, al contrario que el periodismo (y que buena parte de la sociología) tiene una particularidad respecto del presente: lo trata de forma compleja. Es decir, lo aborda no a través de ‘claves’ o ‘teorías’, sino poniendo en relación hechos e informaciones que en principio no tienen por qué tener una ligazón coherente.

Europa está en uno de esos momentos complejos, donde a la crisis de crecimiento y de modelo se suman otras circunstancias locales, propias de cada una de sus variadas regiones, como la situación política en el este, la desafección ciudadana en el sur, el crecimiento desmesurado, de nuevo, de Alemania o el languidecer inexorable de Francia como potencia continental.

Está claro cómo aborda el periodismo esta Europa. Pero, ¿cómo lo hace la historia, en concreto la historia del tiempo presente? Lo primero de todo sería consensuar una fecha clave que dé sentido al periodo, si es que estamos en un nuevo periodo… lo que también podría ser objeto de debate. ¿La fecha de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa? ¿La fecha del primer rescate de Grecia? ¿La puesta en marcha del euro como moneda común?

Partiendo de alguna de estas fechas, estoy simplemente elucubrando, se podría tratar una historia del presente de Europa que tuviera en cuenta muchas de las peculiaridades que hoy nos amenanazan: desde la incompleta unión económica a la crisis de representatividad y pasando por la pérdida de influencia internacional. Estoy convencido de que hay muchos factores que, puestos bajo el foco de las herramientas históricas, nos harían cambiar la percepción del presente.

En cualquier caso, esto de hoy es solo una introdución a algo que continuaré madurando, espero que con vuestra ayuda y con la de expertos en la materia. Con este post quería por un lado dar a conocer la historia del presente de una forma general —hay mucho teorizado al respecto, desde Koselleck a Montserrat Huguet—y haceros ver que Europa puede abordarse desde otros enfoques que no son solo la economía o solo el periodismo.

‘Captatio Benevolentiae’ tras los primeros 60

Desde fuera debe de verse como una especie de agonía que un bloguero se quede sin temas sobre los que escribir. Por eso mis amigos están siempre estimulándome con propuestas variopintas. Que si la UE y la biopolítica (¡pero no trates mal a Foucault!). Que si Gibraltar y el fútbol (¡lo petarás en visitas!). Que si Melilla y Schengen (¡algo comprometido!). Yo anoto alegremente cada una de las recomendaciones, aunque sé que me costará horrores dar salida a tanto stock impreciso de peticiones.

N.S.

N.S.

Llevo escritos algo más de sesenta post. En ellos se puede intuir la radiografía de mis intereses, mis lecturas y, por qué no, mis obsesiones. Europa no es una de ellas. Quiero decir: Europa me obsesiona solo secundariamente porque es una noble excusa que embellece –y justifica– todo lo demás. Escribir de Europa (con algo, espero, de profundidad) es una lucha constante por escapar de las tentadoras garras de eso que llaman actualidad, y que tanto nubla el entendimiento.

En estos cinco meses he tratado de ir si no siempre a la contra, al menos sí más despacio. Tiene sus inconvenientes. La tentación de la opinión, por un lado, y el deseo de resultar actual, es decir, de parecer al tanto de todo, son dos fuerzas muy poderosas. A veces, no sé si esto les sucederá al resto de compañeros o se debe a mi extraña naturaleza de casi periodista, veo nacer y crecer los temas del día, me siento tentado de emitir alguna opinión o consultar algún dato que marque la diferencia, pero acabo por bajar los brazos y dedicarme, como una hormiguita, a lo que modestamente hago mejor: reflexionar sobre lo ya pasado, con la necesaria distancia profiláctica.

He tratado en todo momento de no verme superado por esa máquina de producción en cadena de informaciones que es la UE. Sé de sobra que no he hablado de asuntos vitales de los que debería haber dicho algo. También soy consciente de que hay parcelas europeas que apenas he pisado, o si lo he hecho ha sido con una precaución excesiva. Apenas, por ejemplo, he hablado de economía o de cuestiones sociales que afectan a los ciudadanos.

Estoy tratando, a mi manera, de ser autocrítico, pero me gustaría mucho –y de ahí la razón última del post de hoy– que vosotros también me critiquéis. Que me digáis qué echáis en falta o qué puedo mejorar para los próximos sesenta post. Yo os prometo que procuraré tomar con más de diligencia que con mis amigos todos vuestros consejos y peticiones.

Conceptos cursis y ambiguos: ¿qué demonios significa ‘nueva narrativa’?

Sucede con frecuencia. Conceptos ambiguos e imprecisos acaban haciendo fortuna: de ser manejados por una élite académica (a veces solo un trasunto de secta) acaban en el torrente de la opinión publicada. Así  ha sucedido con nociones tan volátiles —y sospechosas— como ‘paradigma científico y cultural’ o, más recientemente, ‘narrativas’.

Reparaciones en el Muro de Berlín. (EFE)

Reparaciones en el Muro de Berlín. (EFE)

Hoy la ‘narrativa’ es más que un género literario: es una forma algo pedante, cursi (y lo cursi abriga, que decía Gómez de la Serna) de bosquejar motivos para justificar el presente. Un intento de crear un relato alternativo que enmiende antiguas carencias o complemente visiones ya desgastadas. Yo mismo he usado este concepto alguna vez, decisión de la que me arrepiento, porque en realidad no sé qué se quiere expresar realmente con él.

He leído referencias a una ‘nueva narrativa’ en libros que revisan críticamente la llamada Cultura de la Transición (CT) y también —y por eso os lo traigo hoy aquí— en artículos académicos y discursos políticos sobre la cosa europea, en concreto en inicitativas que parten de las propias instituciones comunitarias. Una moda sospechosa.

«Una nueva narrativa debería hacer referencia no solo a la economía y el crecimiento, sino a la unidad cultural y los valores comunes europeos en un mundo globalizado». ¿Sujeto o sujetos de esta reflexión? Ni más ni menos que la Comisión Europea, que en abril de este año lanzó una campaña «insuflar nueva vida al espíritu europeo».

No tengo nada en contra de la CE. Invitar, como ellos proponen, a los ciudadanos europeos  —sobre todo artistas, científicos e intelectuales— a que «contribuyan a diseñar una nueva narrativa» del continente es una acción bienintencionada y loable. Pero también criticable por su extrema vaguedad y por atribuirse una vocación rectora que dudo bastante que deba representar una parte de su obligaciones.

Para contribuir al debate sobre esta ‘nueva narrativa’, la CE propone responder a varias preguntas. Aquí están. Todo el que quiera puede responderlas, aún está a tiempo. Yo quizá lo haga como una prolongación razonada de este post. Porque para mí, como para algunos que tienen infinitamente más poder que yo, el de ‘narrativa’ es un concepto cada vez más extraño.

Estas serían mis contrapreguntas:

  • ¿Puede llegarse de verdad a un consenso, canalizado por las instituciones, sobre qué relato del presente europeo queremos consolidar para las generaciones presentes y futuras?
  • ¿Es obligatorio llegar a un relato canónico?
  • ¿Cómo distinguir entre una ‘narrativa’ coherente y una ‘narrativa’ imprudente e interesada?
  • ¿No da pie, algo tan vacuo como ‘nueva narrativa’, a excesos de subjetividad?
  • ¿Permite el concepto ‘narrativa’ el disenso ideológico, por ejemplo en temas económicos y sociales?
  • ¿Es o no lo mismo hablar de ‘narrativa’ que de ‘memoria histórica’?
  • ¿Qué papel se le reserva a la historia y a los historiadores en esta creación colectiva de una —como la llaman— story?