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El ‘milagro polaco’: europeísmo en máximos, una economía boyante y el apoyo de EE UU

Polonia lleva todo el 2014 de aniversario, y todavía le quedan un par de ellos más por celebrar antes de que llegue diciembre: 25 años de las primeras elecciones libres tras la caída del comunismo, 20 de la incorporación a la OTAN y 10 de su adhesión a la Unión Europea… Hoy, el apoyo popular a la UE en Polonia es de los más altos del continente (casi un 90%) y, al contrario que en otros estados miembros, este ha crecido en vez de disminuir (aunque el porcentaje de voto en las últimas elecciones al PE ha sido muy bajo, el 22,7%).

Obama saluda al presidente polaco,  Bronislaw Komorowski (Foto: http://www.ibtimes.co.uk)

Obama saluda al presidente polaco, Bronislaw Komorowski (Foto: http://www.ibtimes.co.uk)

Por todo lo anterior, tenía desde hace ya tiempo muchas ganas de hablaros de Polonia. Hace unos meses asistí a una conferencia del embajador polaco en Madrid y de varios especialistas en asuntos de Europa del Este que hablaron sobre el «milagro polaco», que resumiré en una cifra: su PIB acumulado ha crecido un 48% desde la entrada en el club comunitario.

La excusa perfecta me ha venido con la visita de Barack Obama a Europa, de la que Polonia ha sido su primera parada. En Varsovia, el presidente de EE UU reafirmó el compromiso de su país con las naciones del Este (una alianza que «es sagrada») y anunció un programa de 1.000 millones de dólares en ayuda militar a la zona (en la frontera de la OTAN), territorios que experimentan desde hace meses fuertes tensiones por la situación en Ucrania y las ambiciones geoestratégicas rusas.

He pensado que la mejor forma de acercaros Polonia es hablar con alguien que conozca bien el país, y para ello he contado con la ayuda de Wojciech Golecki, un economista polaco que vive en Madrid y que ha tenido la amabilidad de contestarme a título personal a unas cuantas preguntas sobre su país. Así que este primer post habrá un segundo sobre cuestiones más concretas será básicamente un acercamiento a Polonia a través de su mirada.

Pregunta: ¿Cómo ha cambiado Polonia desde la entrada en la UE, hace 10 años?

Respuesta: Escribir sobre Polonia este año tiene una importancia particular. En cinco meses cumpliremos 75 años de la invasión de Hitler y Stalin, en cuatro, el 70 aniversario del levantamiento de Varsovia contra los nazis. Este año hemos podido celebrar además el 25 aniversario de las primeras elecciones libres, 20 años de la entrada en la OTAN y hace un mes la primera década en la Unión Europea. Hoy debemos tomar todas estas fechas y ver a Polonia dentro de su conjunto histórico para valorar los logros alcanzados en tan poco tiempo.

El mejor ejemplo de ello es mi pueblo. Nací en los Sudetes, terrenos que hasta hace 70 años pertenecían a Alemania. Mi familia proviene de tierras hoy pertenecientes a la Galicia ucraniana. Durante décadas las nuevas autoridades de la República Popular de Polonia ocultaron los acentos arquitectónicos germanos para intentar reducir el miedo que sentía el ciudadano medio de que en cualquier momento Alemania podría venir y querer recuperar las tierras cuyo reparto se decidió por encima de las cabezas de los países afectados.

Al principio, la entrada en la UE avivaba temores en la misma línea.Hoy, 10 años después, al llegar a mi pueblo, lo que veo es todas esas casas renovadas, convertidas en preciosos hoteles, con todos los detalles germanos expuestos y renovados tras décadas bajo el hormigón…todo ello además, con frecuencia cofinanciado con fondos europeos. En resumen, durante estos diez años el PIB del país ha crecido un 48% acumulado, solo durante la crisis en más de 20%. Hemos pasado de tener un PIB per cápita un 50% inferior a la media europea y hoy nos acercamos al 70%.

P: ¿Qué riesgos existen en el futuro para el país, sobre todo desde el punto de vista económico y geoestratégico?

R: Aunque muchos no lo perciban, Polonia comparte riesgos económicos y geostratégicos con la mayor parte de los Estados Miembros de la UE. A nivel económico, por supuesto, entramos en el desafío del trilema de la competitividad, sistema social y demografía. Competir no en costes sino en innovación, tener un sistema social sostenible y efectivo que no reste competitividad pero que tampoco pierda el adjetivo «social», todo ello en un contexto de envejecimiento de la población y creciente competencia global.

Además, el país debe hacer frente a la necesaria consolidación fiscal y a los problemas del mercado laboral que peca de una menor tasa de actividad por un lado y por otro, de un elevado desempleo estructural, sobre todo juvenil. Uno de cada diez estudiantes europeos es polaco, estamos hablando de alrededor de 2.500.000 de personas. Como debe haber salida para todos ellos y por tanto, no solo debemos flexibilizar el mercado laboral, agilizar la administración y buracracia, eliminar las trabas a la creación de empresas, sino además adecuar los perfiles de los estudiantes a las necesidades del mercado laboral. Un ejemplo de los desafíos en esto último es la cantidad de estudiantes de ciencias sociales y humanidades que había antes del 2000 (cerca de tres cuartas partes) y hoy (cerca de una tercera parte).

Entre la economía y la geoestrategia está por supuesto la energía. Por un lado, la energía es una de las claves de nuestra competitividad y hoy una empresa media alemana paga tres veces más por energía que una empresa media alemana. Y esto cuando el coste de la energía estadounidense tiende a la baja y la europea, al alza. El otro aspecto que debemos extraer sobre estas crisis recientes es que sin independencia energética no hay independencia política. Estas vertientes de la energía afectan tanto a Europa como a Polonia. Como también ocurre en el plano estratégico.

Preservar el sentimiento de seguridad de sus miembros no es un problema nacional o de la OTAN, sino debe ser la base incuestionable de la Unión Europea en sí misma. Los datos publicados la semana pasada por el Servicio Público de Estadística sobre la evolución del producto interior bruto (PIB) durante el convulso primer cuatrimestre del año alivian los temores sobre los efectos de la crisis ucraniana sobre la economía polaca. Frente a lo que ocurre en otros países de la región como Finlandia, la crisis ucraniana apenas se percibe. Sin embargo, la crisis ucraniana es mucho más importante que el PIB, es una cuestión de valores.

P: ¿El sentimiento europeísta en Polonia, a tenor de las encuestas (la última, la de Pew Research), está al alza, todo lo contrario que en otros estados miembro? ¿Qué ha hecho bien la UE allí y que ha hecho mal aquí (en España)?

R: Si tomamos los datos de la encuesta que se presentó recientemente y los comparamos con la participación electoral, podríamos tener dos impresiones totalmente contrarias sobre la valoración de los polacos de la UE. Por un lado tenemos el dato de que el 86% opina que la integración europea ha sido positiva, frente a solo un 13% que opina que ha sido neutral. Por otro lado tenemos el dato de participación en las recientes elecciones europeas, a las que solo fue un 23% de los capacitados a ello.

En primer lugar, debemos matizar estos datos, con otro dato. La participación en las últimas parlamentarias fue del 48%. En segundo lugar, estamos comparando un país que tuvo que llevar a cabo dolorosas reformas antes de la entrada en la UE, que ha crecido más de un 20% durante la crisis y que es un gran beneficiario de los fondos europeos desde hace relativamente poco, con un país en plena crisis que recibió asistencia financiera a cambio de llevar a cabo reformas a una escala y sensibilidad a las que la sociedad no estaba acostumbrada.

Recientemente el gobierno estimó que, de no formar parte de la UE, nuestro PIB hoy se encontraría a niveles de 2009. Eso sí se percibe. Se ven los fondos europeos, se ve a las autoridades naciones negociando asuntos con las autoridades de otros países, pero, al contrario que en España tras la crisis, aún no se ve a la UE como un ente político. Si algo han aprendido los españoles de esta crisis, es que es en Europa, en Bruselas o en Frankfurt donde está el terreno de juego, que es ahí, donde se decide parte de las decisiones que les afectan cada día. Esta lección no ha llegado a Polonia. Por ejemplo, Polonia se ha adherido a los nuevos marcos fiscales de la UE, obligatorios para la Zona Euro, de forma voluntaria. Su legislación ya era muy conservadora. Por último, por desgracia, en el caso de España la UE se ha utilizado con mucha frecuencia de chivo expiatorio para justificar reformas que se tendrían que acabar llevando a cabo.

P: ¿Cuál ha sido la actitud y el posicionamiento interncional de Polonia durante los años de crisis de la deuda en Europa, sobre todo en relación con los países del sur del continente?

R: Polonia, como todos los miembros de la UE, es altamente dependiente de la estabilidad de la Eurozona. En este sentido, primero la recesión de los países del euro y en segundo lugar, las dudas sobre la propia unión, perjudicaban a la economía polaca. Era preciso que se tomasen las riendas y se asegurase la estabilidad y crecimiento dentro de la Unión.

En este sentido, el Ministro de Asuntos Exteriores polaco, Radoslaw Sikorski, posiblemente como el primer polaco de la historia, defendió en tierra germana que Alemania tomase la iniciativa y responsabilidad como la mayor economía de la región. Las palabras exactas fueron: «Temo menos al poder alemán que a la pasividad alemana».Por otro lado, como un país no perteneciente al euro, pero aspirante a ser un actor importante en la escena, ha ido adhiriéndose a los sucesivos acuerdos de la Eurozona como el pacto fiscal, para no quedarse demasiado alejada del resto.

La crisis del euro ha sido una lección para Polonia. No basta para entrar al euro con cumplir con los criterios de Maastricht. La renuncia del precio externo de la economía, del tipo de cambio, debe ir compensada con la flexibilización de los precios internos. Este aspecto, es decir, llevar a cabo una amplia reforma a nivel nacional va a retrasar el cambio de moneda de Polonia, que a día de hoy, además, no disfruta de mucha popularidad.

Los predecibles burócratas europeos necesitan un Peter Souza que les humanice

Es la sombra del hombre más poderoso. Le acompaña en cada recepción oficial, en cada gira diplomática, en cada acto público de una agenda dictatorial y extenuante. Pero también en los raros instantes de intimidad del soberano, cuando está relajado, en mangas de camisa, haciendo el payaso con un niño, concentrado en un golpe de billar o devorando una hamburguesa con patatas fritas. Es Peter Souza, el fotógrafo oficial de Barack Obama.

Obama, al teléfono y con un bate. (P. Souza)

Obama, al teléfono y con un bate. (P. Souza)

Desde hace medio siglo, todos los presidentes de EE UU tienen su retratista de cámara. Algo así como un pintor áulico que, dependiendo del carisma del fotografiado, de la relación de confianza que hubieran establecido y de sus propias dotes como artista, dejan para la historia un retrato —por lo general adulador— de cada mandatario.

Obama encargó la tarea de seguirle a todos lados a quien desde el periódico Chicago Tribune había cubierto con escrupulosa plasticidad su ascenso al poder en 2008. Peter Souza lleva desde entonces tomando instantáneas del presidente, un tipo carismático y con charme de quien no debe de ser difícil obtener un perfil favorable, a razón de 20.000 a la semana. Lo que el propio Souza considera un trabajo de «foto-historia».

Obama en su despacho, hablando por teléfono con el presidente turco y manoseando al mismo tiempo un bate de béisbol. Una imagen polisémica y quizá poco cortés que levantó algo de ruido mediático. Obama junto a su equipo, siguiendo a distancia el desarrollo de la operación que culminó con el asesinato de Bin Laden. Una radiografía inconscientemente impía de cómo actúa el poder. Aunque, curiosamente, las dos fotografías más populares (que no mejores) de Obama —aquella del abrazo con su mujer tras su segundo triunfo electoral y la autofoto con la primera ministra danesa—  no vienen firmadas por Souza.

Y ahora me encaro con el contrapunto europeo. Ásperos burócratas que aparecen periódicamente en rueda de prensa con la misma corbata y la misma chaqueta de siempre. Administradores sin carisma, vestidos tecnocráticamente, pegados como lapas a un atril azul con estrellas. Van Rompuy, Barroso, Ashton… Los mismos predecibles gestos. No hay en ellos una chispa de humanidad (y no me refiero ahora a sus políticas), un gesto de naturalidad no fingida que sirviera para que los ciudadanos simpatizaran, al menos exteriormente, con ellos.

La Unión Europea es un poder mecánico, lejano y frío, cuyos resortes mediáticos, por bienintencionados que sean sus esfuerzos, parecen una amalgama de estética funcionarial y alma racionalista bastante cutre. Sin políticos que se dejen humanizar conscientemente, es complicado que alguna vez llegemos a tener un Obama (o un Reagan) europeo. Ni un Peter Souza que los inmortalice.

 

Obama completa la traición a Europa

En sus clases de historia contemporánea, el fallecido Julio Aróstegui, perspicaz historiador y entrañable profesor, solía advertir acerca de esa nebulosa de las relaciones internacionales que él llamaba «el Asia emergente«. El siglo XXI acababa como quien dice de comenzar, y en el horizonte de la geopolítica (y de los estudios históricos) pesaba ya más el nuevo reparto del mundo por venir que las viejas coordenadas heredadas del siglo bipolar.

Bien, pues parece que por fin el tan pronosticado giro asiático está a punto de concretarse. Lógicamente no es una razón, sino un conjunto de razones, las que progresivamente están conduciendo a un reequilibrio de poderes en el mundo. Razones económicas, por su supuesto, pero también demográficas y políticas: la amenaza de China, la pujanza de la India, la resurrección de Rusia, etc.

obama en Berlín

Frente a este nuevo escenario de fuerzas cambiantes, dicho con un poco de pedantería, hay dos maneras de reaccionar: a la estadounidense y a la europea. O, lo que es lo mismo, una positiva y otra negativa; una valiente y otra timorata.

La UE, sumida en la espiral de su propia crisis de civilización, no tiene tiempo ni ganas para enfrentarse con los retos que supone su paulatina pérdida de estatus internacional. EE UU –hasta ahora fiel aliado del (cada vez más) Viejo Continente– parece haber entendido mejor de qué va este nuevo siglo y está reorientando su pesada maquinaria burocrática y militar hacia regiones cada vez más alejadas del Mediterráneo occidental.

Otro día hablaré de Europa y su acelerada decadencia internacional, que es conversación recurrente. Hoy toca EE UU y su ‘traición’, ejecutada con indoloro guante blanco.

Pese a los espejismos veraniegos que comenzaron con la visita de Obama a Berlín, periódica renovación del compromiso simbólico con el viejo orden, y continuaron con la vuelta a la dialéctica, que no a los hechos, de la Guerra Fría, la relación entre EE UU y la UE se debilita de manera preocupante. Los habituales formalismos bienintencionados no son suficientes. Es posible que Europa siga necesitando a EE UU, militar y económicamente, pero resulta bastante obvio que EE UU ya no necesita a Europa (o, al menos, a esta Europa).

En el informe sobre la estrategia militar nacional que EE UU publicó en 2011, y que redefine las líneas maestras de los intereses estadounideses para los próximos años, se apreciaba ya nítidamente el cambio de orientación de Washington. Reiteradas referencias a la evolución «multi-nodal» del mundo, a las potencias regionales emergentes y a la atención prioritaria en la región Asia-pacífico. Sirva de anécdota: en 24 páginas de informe, la Defensa de EE UU dedica un solo párrafo a las relaciones con Europa, mientras que sobre la ‘cuestión asiática’ se extiende varias páginas.

Un nuevo gabinete de corte ‘asiático’

Pero hay más. Obama comenzó su segunda legislatura con una visita oficial a Tailandia y Camboya (una decisión que sentó bastante mal en Alemania) y reorganizó su gabinete con nombres cuya trayectoria vital, académica y profesional apenas tenía vínculos con Europa. En este enlace oficial están las biografías de todos los secretarios de Estado de EE UU. De Jefferson a Clinton. En total, sesenta y siete.

obama y kerry

En los últimos 20 años ha habido 5 secretarios de Estado, tres de ellos mujeres. De todos, solo Warren Christopher no tenían una biografía relacionada directamente con Europa. El resto, desde la primera mujer en alcanzar el puesto –Madeleine Albright– hasta Hillary Clinton, que dejó el cargo en 2013, todos poseían vínculos con el viejo continente.

En cambio, el nuevo secretario de Estado designado por Obama para su segundo mandato, John Kerry, tiene una biografía diferente. Más allá de hablar alemán y francés, sus lazos europeos son más débiles que los de sus antecesores. Toda su vida académica tuvo lugar en territorio estadounidense, y su gran experiencia vital fue la guerra de Vietnam, de donde regresó con varias condecoraciones y firmes creencias antibelicistas.

Un perfil similar presenta Chuck Hagel, elegido por Obama para ocupar el cargo de secretario de Defensa. Hagel es veterano de Vietnam y sus raíces políticas están en EE UU. Por lo que respecta a John Brennan, nuevo director de la CIA, su alejamiento de Europa es todavía más marcado: habla perfectamente árabe y realizó estudios sobre Oriente Medio en la Universidad Americana de  El Cairo.

Un gabinete de corte asiático que se enfrenta estos días a la agudización de la crisis en Siria, que podría desembocar en una intervención militar de EE UU al margen de la ONU. De este espinoso asunto, pero sobre todo de los últimos acontecimientos en la región Asia-pacífico, hablaron en privado, durante la reciente reunión del G-20, Obama y el presidente chino, Xi Jinping. Una reunión que los medios europeos ni mencionaron, pendientes como estaban de lo que decía Putin y de las ya familiares divisiones internas dentro de la UE.