Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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La ultraderecha húngara entra en el Parlamento y tiende lazos con su comunidad de ‘fieles’ en EE UU

En la protohistoria del blog ya os hablé un día de Jobbik, el partido de la extrema derecha húngara, y de su líder, el dinámico Gávor Vona, un histriónico siempre encorbatado. Demasiado preocupados por Grecia o Rusia, olvidamos que en la Hungría de Victor Orban llevan años hirviendo a fuego lento y ajenas a los focos de la prensa las actitudes más antidemocráticas de toda la UE. No es que Hungría quede lejos, sino que que queda al Este, y por mucho que hayamos avanzado, lo que sucede más allá de Alemania nos sigue resultando ajeno (y lejano).

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Cartel que anunciaba la participación del número dos de Jobbik en las jornadas de Manhattan. (Foto: HFP)

Esta semana Jobbik ha logrado su primer escaño en el Parlamento. Parte de los húngaros no han tenido suficiente con un presidente y un partido, el Fidesz de Orban, con peligrosos tics antisemitas, antieuropeos y cavernarios en lo relativo a la libertad de prensa y otras libertades fundamentales. Quieren más, y en la ciudad de Tapolca, nuevo bastión de Jobbik, lo han logrado. El partido ultra ha logrado el 35,3%, siendo la formación más votada en las legislativas parciales, como cuenta Vox Europ.

Especialistas en política local citados por medios húngaros dicen que el resultado se debe al «voto protesta», pero lo cierto es que en las últimas encuestas Jobbik ha recortado distancia con Fidesz en intención de voto. Proteccionismo, nacionalismo a ultranza, antisemitismo y antieuropeísmo son los argumentos del partido de Vona para convencer a los húngaros. Un país a la cola de casi todos los ránkings europeos:  los peores niveles de transparencia política y la peor regulación lobística; uno de los PIB más bajos de la zona euro y en lento proceso de salida de la crisis, según la OCDE.

Pero Jobbik no se contenta con ser ya la segunda fuerza en intención de voto. Esta misma semana, el número dos de la formación, István Szávay, ha visitado EE UU. Allí ha participado en un  congreso internacional abiertamente fascista, según Hungarian Free Press, en pleno Manhattan y junto a otros dirigentes húngaros asentados en este país y en Canadá. Al parecer y según este medio, Nueva York y otras ciudades de EE UU, se están convirtiendo en un foco emergente para la diáspora húngara cercana a la extrema derecha.

Europa y EE UU: dos maneras de informar sobre la masacre de ‘Charlie Hebdo’

Suele argumentarse, para explicar esa brecha que a veces separa Europa de Estados Unidos, que nosotros los europeos somos de Venus y ellos, los americanos, son de Marte. Es decir, su mentalidad es guerrera mientras que la nuestra tiende hacia un pacificismo intelectualizado. Pero estas convenciones, como tales convenciones, no siempre se cumplen. Ayer sin ir más lejos.

Sorprende la diferente reacción de los medios estadounidenses y europeos a la masacre de París. Los que la seguimos en directo, por trabajo o por puro interés horrorizado, asistimos a un fenómeno curioso: mientras las webs de los periódicos europeos se llenaban a un tiempo de información sobre el atentado y de caricaturas y portadas de Charlie Hebdo, los grandes medios estadounidenses informaban del ataque, pero sin reproducir las viñetas que todos damos por hecho que fueron el motivo de fondo del mismo.

Una de las portadas de 'Charlie Hebdo'.

Una de las portadas de ‘Charlie Hebdo’.

No es un fenómeno nuevo, pero sí una traslación de una práctica común. La habitual profilaxis que los medios estadounidenses aplican a las imágenes de los atentados terroristas es llevada aquí un paso más allá. ¿Autocensura? Es lo primero que uno piensa. Pero no es del todo cierto. Periódicos como NYT o WSJ han optado por describir con palabras a sus lectores los dibujos, lo que en una sociedad tan condicionada por la imagen puede parecer una osadía, pero es una decisión meditada y respetable.

Esta diferencia en el tratamiento puede explicarse, imagino, por las diferencias puramente profesionales de los medios en EE UU y en Europa (y por la cercanía del crimen y la amenaza, claro). Es decir, desde cómo se hace periodismo aquí y allí. Pero creo que en este caso esos matices académicos no son tan relevantes, porque se quedan cortos. El asunto es complejo y va más allá de la libertad de expresión y de su defensa: que cada uno la defienda según dicte su conciencia, su práctica y su costumbre. Ahí no hay mucho más que decir.

El fondo de la cuestión de esta brecha de sentido es, creo, de raíz sociológica. En Europa vivimos como si dios y la religión ya no existieran, y todos estos choques entre nuestro laicismo ilustrado y el fanatismo de origen religioso, nos producen urticaria. En EE UU, en cambio, la sociedad sigue tratando a la religión como un «hábito del corazón», por decirlo con Tocqueville. Esto explicaría, por ejemplo, por qué el ruidoso movimiento ateo estadounidense –los Dennett, Harris, Hitchens, etc– son contemplados por nuestros ateos como ingenuos: su ateísmo combativo es menos elegantemente filosófico, más de trazo grueso, de batalla.

Un europeo se sentiría insultado si su periódico de cabecera no trajese hoy las portadas de Charlie Hebdo en su edición. Es más, casi que ni se plantea que algo así no suceda. Un ciudadano americano, en cambio, no ve tan urgente aquello de ser intolerante con la intolerancia, y cuestiona lo oportuno de la blasfemia del hecho religioso, aunque no sea su hecho. Los europeos creen que a la religión, en general, le anima lo que Michel Onfray llama «pulsión de muerte». Todas compartirían el mismo desprecio hacia la libertad y la vida. La impía ateología de Onfray no tendría público en EE UU.

El aniversario de un fracaso: la idea de crear un ejército europeo que nunca llegó

Creo que hasta ahora no había traído aquí ningún fracaso, pero Europa también es la suma de sus fracasos, o mejor dicho, la transformación en otra cosa de la suma de pequeños y grandes fracasos. Hoy os voy a hablar de uno muy grande, quizá el mayor en toda la historia de la integración: la Comunidad Europea de Defensa.

El periodismo, en general, solo celebra cifras redondas en positivo… ¡ y a veces ni eso! Pero da la casualidad que este 2014, además de todas las conmemoraciones que estan por venir, también es el aniversario de algo que no llegó a ser finalmente nada, aunque sentó las bases de lo que vendría casi cuarenta años después, incluido Javier Solana.

Una furgoneta del Ejército francés en labores militares en África (EFE).

Una furgoneta del Ejército francés en labores militares en África (EFE).

En 1954, la Asamblea Nacional francesa decía ‘no’ al proyecto de integración militar y federal más ambicioso de la por entonces Europa de los seis. Una aspiración que, en mitad de la guerra fría, hubiera significado el resurgir de Europa como potencia exterior autónoma sin necesidad –al menos sin la perentoria necesidad– de acudir policías y ‘hermanos mayores’ externos.

Pero como explica Juan Miguel Ortega Terol, profesor titular de Derecho Internacional Público de la UCLM, «el papel centra la OTAN y el indeclinable protagonismo de EE UU, renuentes  a dejar de jugar el papel que ocupaban en ese periodo de polarización, limitó las oportunidades de alcanzar una política común autónoma«. Un deseo que todavía hoy no ha sido materializado ni siquiera en los mismos audaces términos que propusieron Schuman y Monnet.

La CED nació en 1952 de mano de los mismos países que habían llevado con éxito las negociaciones para la formación de la CECA, uno de los basamentos fundamentales de la UE. Pero a diferencia de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, la política exterior y de defensa no pasaría de ser un papel mojado, pues dos años después el tratado quedó moribundo, si bien algunas cláusulas merecen recordarse hoy.

La alianza militar occidental, que tenía unos objetivos exclusivamente defensivos, comienza su exposición de motivos con una exhortación a la paz,  un «deseo de salvaguardar los valores espirituales y morales que son el patrimonio común [europeo] y la voluntaria decisión de “asegurar el desarrollo de su fuerza militar sin que se atente al progreso social».

La Comunidad Europa de Defensa, aunque hoy parezca algo descabellado, pretendía crear un ejército europeo, unas fuerzas armadas del continente que excluyeran los ejércitos de las distintas naciones. El objetivo era doble. Por un lado se alejaría así el fantasma de una posible futura nueva guerra entre estados europeos (¡el temido nacionalismo!), y por otro se creaba un elemento más de poder físico para hacer frente a la amenaza soviética.

La CED fracasó en Francia, país que paradójicamente la había impulsado, como muchos años después también lo haría la Constitución europea. Dos ejemplos (aunque hay más: la crisis de la silla vacía, por ejemplo) del ambivalente y no siempre bien explicado papel del país galo en la (trans)formación de la Unión.

La CED fue un deseo fallido y supuso una crisis dentro del seno de la comunidad que tardaría décadas en revertirse. Pero creo que hacer pedagogía del fracaso es también necesario hoy. Muchos siguen creyendo que la UE nació como proyecto exclusivamente económico porque así parece haberse ahora materializado, pero las pulsiones federalistas, políticas y militares están también en su origen… aunque infelizmente incompletas.

Las nuevas fronteras de Radio Europa Libre

Creo haberos hablado ya, durante estos meses, de varios proyectos europeos, unos más jóvenes, otros de larga tradición europeísta, que a su modo completan el fresco de los que es Europa, su inquieta sociedad civil y su historia reciente. Hoy vuelvo a la tarea con Radio Europa Libre, que no solo sigue emitiendo después de más de medio siglo, sino que estos días, con la crisis ucraniana, ha vuelto a cobrar relevancia.

Radio Europea Libre os sonará, seguramente, a Guerra Fría. Y así es. Fue la emisora de radio, que financiada con fondos de la CIA y el Gobierno de EE UU, llevó la propaganda anticomunista (¡y la perversa música occidental!) al otro lado del Telón de Acero, tanto a la URSS como a sus países satélites. Como tal, Radio Europa Libre es parte de la historia de la Europa dividida en dos bloques, pero a diferencia de hitos vergonzosos como el Muro de Berlín, sigue existiendo, aunque en parte reinventada.

Los antiguos estudios centrales de REL, en Munich, en los años ochenta.

Los antiguos estudios centrales de REL, en Munich, en los años ochenta.

Su principal misión, como ellos mismos fundamentan hoy, es la de «promover los valores democráticos» a través de la información periodística en países donde no existe aún libertad de prensa o donde esta sigue siendo un derecho con frecuencia cercenado. «El primer requisito de la democracia es una ciudadanía bien informada«, dicen. Yo no tengo nada que objetar, es más, estoy de acuerdo, aunque a algunos esto les suene a vil imperialismo yanqui.

Radio Europa Libre, o Radio Libertad, contribuyó ya en las décadas de los 70 y 80 –por supuesto mucho más que el Papa Juan Pablo II y que Margaret Thatcher– al fin del comunismo en Polonia y en la República Checa. Este peculiar medio de comunicación, que sufrió atentados con bomba y demasiadas críticas injustas del propio occidente, está asociado ya para siempre a personalidades ilustres como las de Lech Walesa o Vaclav Havel.

Hoy, pese a las apariencias, el mundo es bien diferente, pero Radio Europa Libre sigue emitiendo; lo hace para 21 países, entre ellos Afganistán, Pakistán, Irán o Irak. Como se puede apreciar, sus prioridades –que también son las de la Secretaría de Estado de EE UU, que sigue financiándola– han variado geográfica y culturalmente.

La radio sigue presente en algunos de los países del antiguo bloque soviético –basta leer el despliegue mediático sobre Ucrania–, pero ha ampliado su radio de acción a oriente próximo y Asia central. En Europa misma sigue presente en regiones de pasado reciente turbulento como Kosovo, Macedonia, Serbia y Bosnia. La CIA no me paga por ello, pero os animo a que le echéis un vistazo.

Europa y el crimen: el continente más pacífico en la era menos violenta

Es una afirmación a menudo repetida y muy poco o nada cuestionada: el siglo XX fue el más violento de la historia humana. Y, si tomamos como referencia Europa, con sus dos guerras civiles continentales, no sólo el más violento, sino el más sangriento y el más horrible. Como corolario de ese pasado aún reciente, nuestra época seguiría siendo igual de violenta, algo que cualquier periodista, acostumbrado por su profesión a tratar con hechos de naturaleza desagradable, suscribiría sin dudarlo.

Steven Pinker (http://stevenpinker.com/)

Steven Pinker (http://stevenpinker.com/)

Hoy os traigo una visión alternativa: la del psicólogo evolutivo Steven Pinker. Del Instinto del lenguaje a La tabla rasa, este profesor de Harvard ha ido demoliendo con cada nuevo libro los dogmas académicos más estúpidos de las últimas décadas, lo que le ha convertido en chivo expiatorio de feministas de género, integristas religiosos, defensores de la posmodernidad y neomarxistas varios. Aunque es uno de los pensadores más influyentes, en España sus argumentos intelectuales, más allá de los impíos círculos del naturalismo y la tercera cultura, suelen desdeñarse olímpicamente. Somos más de las banalidades de Zizek y compañía, qué le vamos a hacer.

En su último libro, Los ángeles que llevamos dentro (Paidos, 2012), Pinker dispara: «Quizá estemos viviendo la era más pacífica de nuestra especie». Y luego, en algo más de 900 páginas, se encarga de explicar los porqués. Trufando estadísticas con teorías sociológicas clásicas (fundamentalmente, las del proceso de civilización, de Norbert Elias) y explicaciones éticas más modernas (como las de los círculos morales en expansión, de Peter Singer), Pinker trata de comprender las circunstancias que iluminan esta «nueva paz», como él la llama, caracterizada por «considerables reducciones en los niveles de violencia» (crímenes en general, guerras, genocidio y terrorismo).

La región menos violenta del mundo

Pinker defiende el libre comercio, el Estado centralizado y la democracia liberal —así como la herencia del humanismo de la Ilustración— como los factores claves para la disminución de la violencia desde la edad media a la actualidad. No lo oculta y lo razona. Se puede cuestionar sus argumentos, y ya lo han hecho, pero descalificarlo a priori como una especie de neocon, etnocéntrico y racista científico —como también se ha hecho— es algo inaceptable.

violencia

Respecto a Europa, que es lo que aquí importa (perdonad por la parrafada previa, pero la consideraba importante para llegar a este punto), Pinker asegura que constituye «la región menos violenta del mundo actual» (la tasa de homicidios es la más baja de todo el planeta). Y va más allá: cuestiona que el pasado siglo fuera el más violento (hubo más muertes violentas, cierto, pero también había más personas, lo que disminuía significativamente las probabilidades de ser víctima de la violencia).

«A medida que Europa se fue volviendo más urbana, cosmopolita, comercial, industrializada y secular, resultó también cada vez más segura», escribe Pinker cuando analiza la historia de nuestro continente en los últimos siglos. Una verdad contraintuitiva si se quiere, pero que convenientemente explicada puede ayudarnos a desmitificar de una vez el pasado y a soportar con un poco más de optimismo (racional, por supuesto) el presente.

Las tesis de Pinker no solo son iluminadoras para los historiadores, sino también para los periodistas y, por qué no, para los ciudadanos en general. Cuando, cada vez con más frecuencia, escucho los oscuros vaticinios de ‘algo va a pasar’, ‘esto va a estallar’, etc, pienso en que, si no pasa, y es probable que no termine pasando, no es porque seamos unos conformistas subyugados por fuerzas invisibles, sino por las razones que él bien expone: aumento de la empatía, deslegitimación de la concepción romántica (y moralista) de la violencia, etc. Os aconsejoque le echéis un vistazo y que me digáis qué os parece.

Obama completa la traición a Europa

En sus clases de historia contemporánea, el fallecido Julio Aróstegui, perspicaz historiador y entrañable profesor, solía advertir acerca de esa nebulosa de las relaciones internacionales que él llamaba «el Asia emergente«. El siglo XXI acababa como quien dice de comenzar, y en el horizonte de la geopolítica (y de los estudios históricos) pesaba ya más el nuevo reparto del mundo por venir que las viejas coordenadas heredadas del siglo bipolar.

Bien, pues parece que por fin el tan pronosticado giro asiático está a punto de concretarse. Lógicamente no es una razón, sino un conjunto de razones, las que progresivamente están conduciendo a un reequilibrio de poderes en el mundo. Razones económicas, por su supuesto, pero también demográficas y políticas: la amenaza de China, la pujanza de la India, la resurrección de Rusia, etc.

obama en Berlín

Frente a este nuevo escenario de fuerzas cambiantes, dicho con un poco de pedantería, hay dos maneras de reaccionar: a la estadounidense y a la europea. O, lo que es lo mismo, una positiva y otra negativa; una valiente y otra timorata.

La UE, sumida en la espiral de su propia crisis de civilización, no tiene tiempo ni ganas para enfrentarse con los retos que supone su paulatina pérdida de estatus internacional. EE UU –hasta ahora fiel aliado del (cada vez más) Viejo Continente– parece haber entendido mejor de qué va este nuevo siglo y está reorientando su pesada maquinaria burocrática y militar hacia regiones cada vez más alejadas del Mediterráneo occidental.

Otro día hablaré de Europa y su acelerada decadencia internacional, que es conversación recurrente. Hoy toca EE UU y su ‘traición’, ejecutada con indoloro guante blanco.

Pese a los espejismos veraniegos que comenzaron con la visita de Obama a Berlín, periódica renovación del compromiso simbólico con el viejo orden, y continuaron con la vuelta a la dialéctica, que no a los hechos, de la Guerra Fría, la relación entre EE UU y la UE se debilita de manera preocupante. Los habituales formalismos bienintencionados no son suficientes. Es posible que Europa siga necesitando a EE UU, militar y económicamente, pero resulta bastante obvio que EE UU ya no necesita a Europa (o, al menos, a esta Europa).

En el informe sobre la estrategia militar nacional que EE UU publicó en 2011, y que redefine las líneas maestras de los intereses estadounideses para los próximos años, se apreciaba ya nítidamente el cambio de orientación de Washington. Reiteradas referencias a la evolución «multi-nodal» del mundo, a las potencias regionales emergentes y a la atención prioritaria en la región Asia-pacífico. Sirva de anécdota: en 24 páginas de informe, la Defensa de EE UU dedica un solo párrafo a las relaciones con Europa, mientras que sobre la ‘cuestión asiática’ se extiende varias páginas.

Un nuevo gabinete de corte ‘asiático’

Pero hay más. Obama comenzó su segunda legislatura con una visita oficial a Tailandia y Camboya (una decisión que sentó bastante mal en Alemania) y reorganizó su gabinete con nombres cuya trayectoria vital, académica y profesional apenas tenía vínculos con Europa. En este enlace oficial están las biografías de todos los secretarios de Estado de EE UU. De Jefferson a Clinton. En total, sesenta y siete.

obama y kerry

En los últimos 20 años ha habido 5 secretarios de Estado, tres de ellos mujeres. De todos, solo Warren Christopher no tenían una biografía relacionada directamente con Europa. El resto, desde la primera mujer en alcanzar el puesto –Madeleine Albright– hasta Hillary Clinton, que dejó el cargo en 2013, todos poseían vínculos con el viejo continente.

En cambio, el nuevo secretario de Estado designado por Obama para su segundo mandato, John Kerry, tiene una biografía diferente. Más allá de hablar alemán y francés, sus lazos europeos son más débiles que los de sus antecesores. Toda su vida académica tuvo lugar en territorio estadounidense, y su gran experiencia vital fue la guerra de Vietnam, de donde regresó con varias condecoraciones y firmes creencias antibelicistas.

Un perfil similar presenta Chuck Hagel, elegido por Obama para ocupar el cargo de secretario de Defensa. Hagel es veterano de Vietnam y sus raíces políticas están en EE UU. Por lo que respecta a John Brennan, nuevo director de la CIA, su alejamiento de Europa es todavía más marcado: habla perfectamente árabe y realizó estudios sobre Oriente Medio en la Universidad Americana de  El Cairo.

Un gabinete de corte asiático que se enfrenta estos días a la agudización de la crisis en Siria, que podría desembocar en una intervención militar de EE UU al margen de la ONU. De este espinoso asunto, pero sobre todo de los últimos acontecimientos en la región Asia-pacífico, hablaron en privado, durante la reciente reunión del G-20, Obama y el presidente chino, Xi Jinping. Una reunión que los medios europeos ni mencionaron, pendientes como estaban de lo que decía Putin y de las ya familiares divisiones internas dentro de la UE.