Europa inquieta Europa inquieta

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Memoria histórica de dos velocidades

Francia revisa su propia mitología sobre la Resistencia con una exposición crítica en pleno París. Alemania, por su parte, recrea en una muestra en Berlín el arte patrio destruido por los aliados en la Segunda Guerra Mundial. En contraste, en otros países europeos como Italia o España, el buen revisionismo histórico, la conjuración de los fantasmas de la memoria, ha progresado muy lentamente en los últimos años.

En este campo, el del pasado y sus reelaboraciones, también se impone una Europa de las dos velocidades (de tres, si incluimos a Rusia). Mientras unos asumen los tabúes del pasado y tratan de superarlos, otros prefieren no remover mucho la historia reciente, demasiado moralizada como para llegar a consensos, más preocupados quizá por este nuestro presente convulso que por aquella, ya lejana, historia dramática.

Merkel y Putin, en un acto en 2014 (EFE)

Merkel y Putin, en un acto conjunto en 2014 (EFE)

En este sentido, por ejemplo, suele ser habitual en España que los impulsos para revisar la memoria de la guerra civil y el franquismo (en algo tan sencillo y banal como la eliminación de la toponimia franquista) choquen con la indiferencia de muchos y la incomprensión de no pocos. «¡Pues anda que no hay cosas que mejorar en este país antes que eso!» suele ser el argumento, no por habitual menos erróneo, en este tipo de discusiones sobre las políticas de la memoria.

No es casualidad, pienso, que en los países más avanzados de Europa se haya alcanzado un consenso más honesto y profundo sobre los episodios oscuros del pasado. Entre otras virtudes, esta desconexión con lo peor de la historia de cada nación facilita que se asimilen con más inteligencia los profundos cambios del presente. Actuar, o pensar que el resto actúa en función de unos prejuicios históricos inmutables es un simplificación que entorpece mucho las cosas.

Viene todo esto a cuento del resultado de las elecciones municipales y autonómicas del 24M. Desde Europa, además de con cierto estupor o nerviosismo, los comicios se han interpretado fundamentalmente como un triunfo histórico de los indignados. Nosotros, los españoles, le hemos añadido a los hechos nuestras guindas épicas y nuestros apriorismos históricos. Que si un cambio tan transcendental como el de 1931. Que si el miedo a un nuevo frente popular o el cainismo secular español que todo lo entorpecerá…

Uno de los puntos del programa de Ahora Madrid para la capital es la eliminación de la simbología de la dictadura de calles y edificios públicos. Básicamente, cumplir con la ley de memoria histórica, que apenas se aplica en según que puntos. Ya se han escuchado voces críticas, que acusan a esta amalgama de partidos que seguramente gobierne Madrid de «reabrir heridas del pasado». Discrepo de estas críticas en la misma medida que discrepo de aquellos ufanamente convencidos de que la democracia solo la trajeron ellos, y exclusivamente ellos, a nuestro país.

El otro día comentaba que el resultado de los comicios nos sitúan por fin en el contexto europeo de pactos. También sería bueno que nos situara en el contexto de los países más avanzados en un tema tan espinoso como el de la memoria colectiva y sus trampas, como diría Todorov. Personalmente, me gustaría estar más del lado de Francia o Alemania, maduros ya por fin respecto a su pasado, que de Rusia, que lo usa como arma ofensiva (contra sí misma y contra ‘el otro’).

Los Le Pen: unidos en banalizar el pasado y demonizar el presente

No es la primera vez que el patriarca Jean Marie Le Pen se siente traicionado. Tampoco la primera que el partido que fundó, el Frente Nacional, sufre una escisión traumática. La diferencia es que hoy, el marginado el públicamente humillado ha sido él. Hace 17 años, y también el mismo día de mayo en que la extrema derecha honra a Juana de Arco, Bruno Mégret, fiel lugarteniente de Jean Marie, dejó las filas lepenistas para fundar un nuevo partido. La aventura acabó pronto.

Pero aquella alta traición de tintes romanos (así la calificó el propio Le Pen) dejó una huella profunda, familiar e ideológica, en un partido de altibajos electorales y perpetua mala prensa. Hoy Le Pen es un apestado, simboliza un pasado que su hija Marine quiere condenar al olvido. ¿Pero tan diferentes son el FN de Marine y el que fundó su padre? ¿De qué quiere exactamente alejarse la hija? Para comprender las declaraciones («El Holocausto fue un detalle de la Historia») que han condenado al ostracismo a Le Pen, hay que bucear en la historia de la extrema derecha francesa y europea en el siglo XX.

José Luis Rodríguez Jiménez, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos, es especialista en movimientos fascistas y neofascistas en Europa. En un completo artículo académico repasaba hace unos años la evolución de la extrema derecha en Francia, desde los grupúsculos posfascistas de los años cuarenta, el auge y caída del pujadismo en los cincuenta y la unificación en el seno del Frente Nacional en los años setenta.

Jean Marie Le Pen supo en su día canalizar las diferentes tendencias de la marginal aunque resistente ultraderecha francesa en un partido aceptable para el establishment. Le Pen encontró, en la crítica pesimista del presente (la crisis económica y social, la presencia inmigrante) y en la relativización calculada del pasado (la Francia nazi, el colaboracionismo), el cóctel perfecto para ganar votos e influir en la política nacional.

En palabras de Rodríguez Jiménez: «Le Pen era consciente de la necesidad de introducir cambios sustanciales en el discurso y en la estrategia de la extrema derecha. En su opinión no debería tratarse tan sólo de rehabilitar a Petain y revisar la visión histórica de la II Guerra Mundial o de agitar la calle, sino que era necesario agrupar a todos los descontentos, establecer una buena red de relaciones y participar en las instituciones».

Jean Marie y Marine Le Pen, antes de la ruptura (GTRES)

Jean Marie y Marine Le Pen, antes de la ruptura (GTRES)

Así pues, Le Pen fue desde el principio de su carrera un posibilista, tal y como lo es su hija ahora. Hasta ahí, pocas diferencias. Le Pen había crecido en la extrema derecha francesa clásica obsesionada con la identidad nacional, la violencia, la decadencia de Francia y la pérdida de las colonias (Argelia) pero al contrario que muchos de sus correligionarios no negaba los crímenes cometidos por sus compatriotas ni el colaboracionismo; ‘simplemente’ los banalizaba.

A Le Pen se refiere Tony Judt en Posguerra, situándolo en ese mismo contexto de renacimiento de la extrema derecha en Europa: «A pesar de los propios vínculos de Le Pen con la tradición ultraderechista basada en su apoyo juvenil a los poujadistas, su paso por enigmáticas organizaciones de extrema derecha durante la guerra de Argelia y su defensa, cuidadosamente articulada, de Vichy y de la causa pétenista, su movimiento, al igual que sus homólogos en todo el continente, no podía ser rechazado únicamente calificándolo de reedición atávica y nostálgica del pasado fascista europeo».

Aunque sus referencias al gobierno de Vichy nunca dejaron indiferentes a la justicia francesa. En su biografía rezan varias condenas por ello. En 1997, por decir que las cámaras de gas fueron un «detalle de la Historia», y años antes por declaraciones públicas similares. Cuando estos exabruptos, su hija Marine ya estaba en el partido y era mayor de edad. Nunca se quejó. Hasta ahora. Es muy posible que entonces no le viniera bien. Nonna Mayer, profesora emérita del CNRS, publicó un estudio en 2012 en el que demuestra que no hay diferencias sociales e ideológicas sustanciales entre aquellos que apoyaban al padre y los que apoyan a la hija (gran parte, clase trabajadora que antes votaba al PCE).

La única diferencia observable, asegura Mayer, y aquí reside una de las claves del repudio de Le Pen padre, es que el liderazgo de Marine alcanza a una audiencia femenina que antes era reacia a simpatizar con el FN. Por decirlo rápido, la extrema derecha francesa fue siempre, durante el siglo XX, un territorio exclusivamente de hombres. Un liderazgo como el de Marine Le Pen hubiera sido hace dos décadas algo impensable. Algo tiene que cambiar, para que todo siga igual.

La retórica de Marine Le Pen es un calculado corta y pega de los discursos de su padre (Este artículo de Politico es bastante clarificador en este sentido), solo que puliendo sus toscas maneras y dándole una pátina de moderación que en el fondo sus políticas proteccionismo, rechazo a Europa y a la multiculturalidad no tienen. Marine quizá no banalice tantísimo el pasado como lo hace su padre (aunque se haya criado en ese ambiente comprensivo hacia el crimen de estado), pero sus argumentos políticos son los mismos que los de su progenitor. Marine no ha matado al padre, lo ha maquillado.

El doble rasero de la Comision: fuerte con los débiles y débil con los fuertes

Fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Una forma de conducirse por la vida bastante mezquina que, extrapolada al ámbito político, produce monstruos como el de hoy. La Comisión ha aumentado el plazo dos años para que Francia reduzca su abultado déficit público y, además, ha decidido no hacer nada en el caso de la extraordinaria deuda pública que soportan Bélgica e Italia (de las más elevadas de la zona euro).

Matteo Renzi (EFE)

Matteo Renzi (EFE)

Lo contrario a las medidas tomadas hubiera sido que la Comisión, otrora exigente en esto de cumplir con los compromisos macroeconómicos por parte de los Estados, optara por sancionar –o amenazar con sancionar– a los malos alumnos. No se ha hecho. Han preferido apostar por esperar a las reformas y evitar el conflicto. Es decir, la Comisión ha actuado más política que económicamente. Lo que no está mal, ojo, si siempre fuera así.

Contrariamente a la draconiana austeridad que le caracteriza, la CE se ha mostrado benigna con estos países, concediendo más plazo y dando vía libre a reformas antes que sacar a relucir los objetivos del pacto de estabilidad. Un alivio para François Hollande en un momento en que Francia (bueno, Francia lleva arrastrando datos negativos de déficit desde hace más de un lustro…) está en horas bajas, y también para Italia, donde las reformas de Matteo Renzi no terminan de despegar.

Estas decisiones económicas del ejecutivo de la UE, aunque supongo que podrán ser explicadas y matizadas desde una visión posibilista, son muy complicadas de explicar a la ciudadanía (e incluyo a los medios de comunicación). Un doble rasero que castiga a los países débiles, exprimiéndoles hasta ponerles entre la espada y la pared, y relaja la presión sobre los socios potentes que lo están pasando mal… en aras, supongo, de equilibrar el poder alemán en la Unión.

¿Parques temáticos sobre la historia europea? Puy du Fou como ejemplo

En la redacción, a la vuelta del verano, mi compañera Melisa me habló con entusiasmo de sus vacaciones en Francia. Veinte días en familia, recorriendo un trocito del país vecino y visitando lugares pintorescos, como el parque temático histórico de Puy du Fou, en la comarca de la Vendée. Una experiencia envidiable de la que espero poder disfrutar algún día, y que ella revivió –plena de datos, fotografías e impresiones– en su blog.

Hay varias conversaciones recurrentes entre historiadores: la de cómo hacer para acercar la historia a los ciudadanos sin resultar ni aburrido ni elitista es una de las que con más frecuencia se repiten. Se ha avanzado mucho: propuestas museísticas con reforzada intención didáctica (sobre todo en el campo de la arqueología); recreaciones hechas por profesionales (estas solían estar impulsadas más por aficionados entusiastas) o recorridos históricos que escapan a la obsesión por el dato descontextualizado tan caro a los licenciados en Turismo (aprovecho para recomendaros las rutas por Madrid de mi amigo Pedro, historiador especializado en Historia de la capital que tantísimo sabe).

De lo que no tenía noticia, y me ha sorprendido, es que existiera un verdadero parque temático histórico como el de Puy du Fou (mi idea de estos lugares estaba quizá condicionada por Terra Mítica y engendros pesadillescos similares). Pero lo que para nada me ha causado sorpresa es que algo así hubiera sido pensado y construido en Francia. ¿Por qué? Creo que ya lo he comentado alguna vez aquí: la relación de Francia con su pasado, sin ser modélica (en ningún país lo es), sí que resulta envidiable si se compara sin ir más lejos con la nuestra.

Puy du Fou

Uno de los espectáculos, en este caso medieval, en Puy du Fou (MADRE RECIENTE)

Puy du Fou es una especie de sofisticado ‘lugar de memoria’ (comparte parte de ese espíritu que Pierre Nora dio a su magna obra: no por casualidad el parque se fundó casi en las mismas fechas en las que el gran historiador comenzó a elaborar sus ‘lieux’), sito precisamente en una de las comarcas galas que más ríos de tinta (y de sangre) ha generado. La rebelión de los campesinos de la Vendée viene enfrentando a la derecha y la izquierda desde la Revolución francesa, y en este sentido no deja de ser significativo que el fundador del parque sea un político y eurodiputado conservador (ha sido descrito como un Le Pen ‘a la izquierda’ de Le Pen) con importantes vínculos familiares en la región.

No quiero seguir por este camino. Como deslizaba Melisa en su post, no parece que esta condición política sea un inconveniente para disfrutar de los espectáculos propuestos, salvo –supongo– que seas una especie de jacobino irredento. Pero ese es otro tema. Lo que me pregunté al saber de la existencia de Puy du Fou es por qué no existen más propuestas similares, en España, claro, pero también en otros lugares de Europa. Si algo tenemos los europeos es historia, demasiada historia a veces, por lo que no sería complicado extraer de la línea del tiempo unos cuantos acontecimientos (sin evitar lo trágico, no hace falta a estas alturas edulcorar nuestros pasados) que, limados por el tamiz de la recreación, suscitaran en la gente el deseo de saber más… y sobre todo de saber mejor.

Los europeos somos incapaces de encontrar un nexo pretérito que nos una (las celebraciones del centenario del comienzo de la I Guerra Mundial han tenido un perfil taimado, muy poco transnacional). Las historias nacionales han atomizado tanto el conocimiento del pasado que revertir esa situación llevará muchos años, si es que alguna vez se consigue del todo. No se trata, como decía con algo de fatalismo el otro día el ya jubilado Álvarez Junco, de que seamos incapaces de llegar a cierto grado de consenso sobre la historia, sino de imaginar para las generaciones futuras nuevas posibilidades con las que alumbrar un pasado de verdad común. A mí, que me paso casi todo el tiempo entre libros, esta idea de sembrar Europa de pidifús me parecería muy positiva.

El fútbol europeo: la otra crisis continental

El escaparate de una tienda de cigarrillos electrónicos por la que ayer pasé de camino a la redacción vende su humo falso con la etiqueta «calidad europea». Un aviso subliminal de que me ha llegado el fatídico momento de escribir sobre fútbol, la pena máxima. Así me está pidiendo la afición —tan escasa como fiel— y así se lo he hecho saber Raúl, que me ha dado su docto permiso y prometido, como si estuviéramos mercadeando con la emisión de gases de efecto invernadero, el trasvase de 10.000 visitas de su blog al mío. Usuarios al contragolpe.

Ni la crisis de la deuda soberana ni el déficit democrático. El verdadero drama europeo es la crisis de su modelo futbolístico y su déficit de goles. Una tras otra, las selecciones nacionales van siendo eliminadas del Mundial de Brasil con el mismo inexorable y fatal ritmo que la Unión Europea pierde peso geoestratégico en el concierto internacional. Primero fue la abúlica España, luego la melancólica Inglaterra, más tarde la anémica Portugal (que aún puede obrar el milagro) y ayer la inesperada Italia. Tres PIGs y un país con un pie fuera del charco de la UE: ¿lo tenemos merecido?

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Pirlo, durante un entrenamiento de Italia en el Mundial (EFE)

Nuestro envidiado ‘poder blando’ se derrite al otro lado del Atlántico: solo Francia y Alemania (también Holanda, Grecia, Bélgica y quizás Suiza, pero bah) parecen aguantar el tipo, lo que lejos de ser un alivio es una nueva fuente de problemas. ¿A quién apoyar? ¿A los súbditos de Frau Merkel, implacable el castigo a los países del Mediterráneo, o a los frívolos gabachos, que un día animan a Benzema y otro votan al Frente Nacional? Un homenaje oportuno, en el aniversario de la Gran Guerra, a la jugosa y antigua querella entre germanófilos y aliadófilos.

La decadencia europea reflejada en el deporte que ella misma inventó —ya ocurrió en la primera fase de Sudáfrica, hace cuatro años, pero entonces España se encargó de rescatar el orgullo continental—. Da la impresión que celebramos los pocos triunfos con hastío y nos entristecemos de las muchas derrotas con fatalidad. Los aficionados latinoamericanos, por el contrario, aclaman a sus héroes con una exultación casi evangélica, como si acabaran de abrirse a los misterios de un nuevo culto mesiánico. Si todos buscan la gloria en Brasil, los europeos lo hacen con borceguíes de plomo, con mentalidad cerebral: de la soberbia del etnocentrismo a la mala conciencia del occidentalismo.

Y en la prórroga: los europeos somos unos traidores infames. Analicemos nuestro caso. Primero vamos con España —por el mito del ‘tica-taca’, por nacionalismo o por tradición familiar, lo mismo da—. Pero en cuanto nos eliminan, tardamos segundos en invocar plagas contra las selecciones vecinas y apoyar de corazón, infartados, a los combinados que representan a países lejanos. No hay un demos europeo, como no hay un sentimiento futbolístico europeo. Adoramos a los Pirlo e Iniesta, pero como átomos solitarios, como genios en formol del Renacimiento… y entonces, ay, enseguida volvemos a nuestro habitual centrocampismo (cainismo).

Alejandra Paggi, investigadora en Regiones Ultraperiféricas de la UE: «El sentimiento hacia Europa es de cercanía»

Habla de su criatura de estudio —la ‘diplomacia territorial’: la de los territorios no independientes— con alegría incierta y metáforas maternales: «Estoy haciendo un bebé». Luego ríe. Alejandra Paggi (Argentina, 1982) es politóloga y vive desde hace casi dos años en la isla caribeña de Martinica, una de las Regiones Ultraperiféricas (RUP) de la Unión Europea, perteneciente a Francia.

Como en un blog no hay necesidad de ser estrictamente cartesiano con los géneros, os diré que conocí a Alejandra gracias a un comentario suyo en el post que dediqué a las RUP. Fue la única canaria —aunque argentina de nacimiento vivió hasta los 18 años en el archipiélago— que me defendió (¡y con argumentos!) aquel día… pese a mi obvia ignorancia. Aunque no es por ello que la traigo aquí, claro.

Su historia —que dejó entrever ya en su comentario— de joven investigadora en asuntos europeos me llamó la atención. Lo habitual es que si eres joven y eres investigador vivas o merodees por Bruselas o Estrasburgo, que escribas para algún think tank de renombre o estés adscrito a un grupo de trabajo universitario. Alejandra no. Terminó la carrera en Granada, se fue a Francia y de ahí dio el salto a Martinica. Nomadismo isleño.

Alejandra Paggi, politóloga e investigadora (A.P).

Alejandra Paggi, politóloga e investigadora (A.P).

Dice Alejandra que si estuviera pagada como investigadora en una universidad, «lo que tarda tres meses en hacer lo haría en una semana». Pero luego para compensar cita a Lula: «Si tú perserveras, tarde o temprano obtendrás algo». Ese algo, para Alejandra —que «no vive» mientras investiga: prepara también unas oposiciones del Estado francés y cuida a una niña de cinco años— es la política.

No la política de moqueta, mítines de cartón piedra e inauguraciones, sino la política de las relaciones diplomáticas profundas y de la cooperación compleja. En especial, su predilección es América Latina. En ese sentido tiene entre manos un proyecto prometedor: un estudio comparado de la acción exterior de EE UU y Europa en Puerto Rico y las RUP.

Se trata, por resumirlo, de analizar las dinámicas de aislamiento o dependencia de los territorios no independientes —Martinica o Canarias, en el caso de Europa, Puerto Rico en el de EE UU— para ver qué posibilidades de interacción con el entorno cercano existen (relaciones comerciales, acción conjunta, integración regional, etc). Suena interesante y diferente a todo lo que hasta ahora había escuchado. Y también prometedor.

Alejandra, es casi inevitable que salga en la conversación, necesita financiación: los inconvenientes habituales de ser un outsider académico. Además, dice, aunque la diplomacia le encanta, sus dotes diplomáticas no las tiene muy desarrolladas, lo que a veces es un problema serio en este mundillo mandarín. Volará en breve a Canarias: «Les mando correos, uno tras otro, pero nadie responde». Un viaje relámpago. Luego, a seguir con su ocupada vida en Martinica. Una vida más monacal que caribeña.

Pregunta: ¿Cómo comenzaste a interesarte por Europa?

Respuesta: Como nacional de un Estado miembro de la UE y más particularmente con la situación que atraviesa España y su relación con Europa es inevitable no interesarse en el tema. Sin embargo en lo que concierne a lo académico la verdad es que ha sido mi interés por las RUP lo que me ha llevado a profundizar en una visión global de Europa, su acción exterior y el papel de las regiones en el engranaje europeo y más concretamente en la relación bidireccional Europa-RUP, RUP-Europa.

P: ¿Por qué te especializaste en el estudio de las Regiones Ultraperiféricas?

R: Digamos que aún no soy una especialista, pero estoy en ello. Todo empezó en Martinica, aquí la realidad de la ultraperiferia y su proyecto de integración regional me llevó a la cuestión de  investigar cuál es la realidad canaria en torno a su cooperación regional con su entorno geográfico inmediato; y me surgió la idea de realizar un estudio comparado de estas regiones. A partir de ahi la investigación me llevó a las RUP y evidentemente a Europa. Aunque mi estudio se centra en una de las herramientas al servicio de las RUP: la diplomacia territorial.

P: Eres Canaria, ¿cómo se percibe la UE desde allí? En general, ¿existe una visión positiva de la pertenencia la Unión o cierta sensación de desamparo?

R: Personalmente considero que el tema «Europa» causa siempre dos visiones opuestas, tanto en Canarias como en Europa, entre los euroescépticos y los partidarios de la construcción europea. Sin embargo, por mi experiencia personal, creo que en general, las regiones ultraperiféricas, y en este sentido Canarias, tienen muy presente la importante intervención económica, a través de los fondos europeos, en el desarrollo de la región. Por otro lado, creo que el sentimiento, propiamente dicho, es de no cercanía con lo que entendemos por Europa debido a factores más bien culturales y obviamente territoriales.

P: Como politóloga, ¿qué fortalezas y qué debilidades presenta Europa en el siglo XXI?

R: Esta es una pregunta compleja, porque habría que hacer un análisis profundo de las razones de la existencia de Europa como unión político-territorial. La debilidad mayor creo que sigue siendo la composición y los problemas que esta provoca para conseguir una verdadera unión política. A pesar de la cesión real  de soberanía de los estados miembros a la UE en determinados temas, como el económico, existen aún demasiadas disparidades entre los estados miembros a nivel político, lo que impide homogeneizar ciertas políticas públicas fundamentales, como lo relativo a la inmigración. A lo que podemos añadir la percepción de falta de legitimidad del Parlamento europeo para tomar ciertas decisiones. Pero la Unión Europea es un socio importante en el desarrollo económico y social de nuestro archipiélago. En cuanto a las fortalezas, es paradójicamente la unión su mejor baza, dado el contexto de globalización, una unión de países con políticas públicas comunes puede favorecer la construcción de una Europa fuerte, con un margen de maniobra importante en materia de acción exterior que puede beneficiar a sus miembros en materia económica, comercial, cultural, etc.

P: ¿Cuéntame algo más sobre tus investigaciones? ¿Has recibido alguna beca de la UE?

R: Comenzando por tu segunda pregunta, la respuesta es no. Es una investigación que por ahora financio personalmente, pero con la que espero crear un campo de estudio interesante y con el tiempo a lo mejor poder financiar el proyecto con fondos europeos a través de becas dispensadas a por la UE o la CA de Canarias. En cuanto a mis investigaciones, como he mencionado anteriormente, estoy centrada en el estudio de la ‘diplomacia territorial’ como estrategia para el desarrollo de las RUP y la integración en sus entornos geográficos directos. La ‘diplomacia territorial’, es un concepto relativamente nuevo, que innova en el campo de la diplomacia convencional, puesto que son entes no estatales los que planifican su estrategia internacional y diplomática. ¿Cuál es el interés de este estudio?, pues precisamente añadir un elemento nuevo, extremadamente útil, para que las RUP puedan aumentar su grado de autosuficiencia y crear relaciones internacionales y de cooperación estables con sus vecinos.

P: ¿Te gustaría acabar asesorando a alguna institución europea o prefieres ‘ir por libre’ o trabajar en la Universidad?

R: En el campo profesional, barajo todas las posibilidades, creo que todas ellas están relacionadas, y que es interesante poder poner en práctica las conclusiones de una investigación. La retroalimentación de la práctica con la teoría y viceversa, pero me gustaría sobre todo, poder profundizar en las distintas realidades de todas y cada una de las RUP y con el tiempo poder participar a la creación de un espacio de encuentro entre todas ellas más allá de las conferencias de integración regional organizadas por la UE.

P: ¿Cómo convencerías a un joven euroescéptico de que el futuro de todos está en una Europa unida?

R: Le diría que se documentara y sacara sus propias conclusiones. Porque creo que es tan respetable pensar una cosa como la otra, pero le pediría por supuesto que argumentara su respuesta. Aunque si me permites, yo iría más allá, y diría que el futuro de todos está en un mundo unido…

P: Vives en Martinica, que es otra RUP, ¿qué actuaciones concretas, visibles, se llevan a cabo allí que lleven el sello de la UE? ¿Cómo es la vida allí? ¿Muy diferente a Canarias?

R: Martinica es una realidad compleja de la que podría escribir otra tesis. Pero desde que llegué enseguida tuve un sentimiento de cercanía con la isla, no sabría explicarlo, la única razón que encontré es el hecho de ser canaria. El espíritu isleño está muy presente y eso me ha ayudado a adaptarme rápidamente y sentirme como en casa. Sin embargo, tenemos historias muy diferentes, pertenecemos a dos países que tampoco se parecen política y culturalmente, que a su vez forman parte de Europa…y fueron justamente todos estos sentimientos encontrados lo que dio como fruto mi interés en el tema de las RUP y la relación de éstas con Europa y con el mundo. La vida aquí se asemeja bastante a la vida en Canarias en términos de cotidianeidad, pero la forma de hacer las cosas y la mentalidad es diferente en muchos aspectos, consecuencia del pasado histórico y de su historia política. No quiero extenderme demasiado, porque tendría mucho que contar con respecto a la acción exterior de Martinica. Pero quiero destacar el trabajo del Presidente regional Serge Letchimy, al que admiro profundamente, y su hombre de batalla en la materia, el señor Jean-Yves Lacascade, Director delegado de asuntos europeos y cooperación para la región de la Martinica, sin el que no habría sido posible realizar este estudio, él es mi «maestro».

 

La Unión por el Mediterráneo languidece

Cuando en 2008 el presidente Nicolas Sarkozy anunció la creación de una Unión por el Mediterráneo, la idea fue calificada de «extravagancia francesa», de «organismo superfluo» y de futuro «cementerio de elefantes». Hoy la Unión por el Mediterráneo cumple casi seis años en una situación de barrena política y de irrelevancia internacional.

Mapa de los países que componen la UpM. (Ssolbergj/WIKIPEDIA)

Mapa de los países que componen la UpM. (Ssolbergj/WIKIPEDIA)

La Unión por el Mediterráneo es la prolongación de una antigua aspiración europea: tender lazos entre los miembros de la Unión y los países del norte de África y Oriente Próximo. Hace ya casi 20 años que tuvo lugar el Proceso de Barcelona, hasta cierto punto embrión de la Unión por el Mediterráneo, lo que proporciona una idea clara de la importancia que tiene, sobre todo para países como Francia, Italia o España la colaboración política e institucional con los vecinos del otro lado de la orilla mediterránea.

Según los especialistas, la Unión por el Mediterráneo —formada por 43 países y con sede en Barcelona— nació ya «hipotecada» por sus muchos y divergentes intereses. Seis años después, la crisis económica en Europa, las revoluciones árabes o la guerra en Siria han venido a complicar de una forma extraordinaria la labor de este organismo, que se dice centrado, principalmente, en la «cooperación regional» y los «proyectos específicos».

Ahora que Sarkozy no manda y Hollande parece estar a otras cosas, la Unión por el Mediterráneo —que no deja de ser una herramienta de soft power para las fronteras de la UE— se debate entre dos opciones: o refundarse, que implicaría convertirse en una organización más dinámica, menos anquilosada y con más influencia directa en políticas concretas o bien disolverse como un azucarillo, lo que supondría un mal precedente y la constatación de un nuevo fracaso europeo.

* He encontrado pocos artículos que analicen la corta historia de la Unión por el Mediterráneo (y su futuro próximo) de una forma positiva u optimista. Pero para que no todo parezca tan negro como lo he pintado, y lo pintan los que saben y siguen de cerca el asunto, os enlazo un artículo (en inglés) de 2013 de la revista de los Jóvenes Federalistas Europeos en el que se argumentas cosas muy intesantes.

Albert Camus: el mejor hombre de Europa

Puede que el siglo XX fuera de Sartre, pero la posteridad es para Camus. Lo que queda de la clase intelectual está de celebración: hoy se conmemora el centenario del nacimiento del mejor hombre de Francia. Todos, los honestos (aquí) y los menos honestos (allá) han pergeñado ya su artículo glosando la figura del intello parisino por excelencia, un faro moral en esta época de tribulaciones, una figura que se agiganta al tiempo que se empequeñecen todas sus contemporáneas.

camusA uno, pues, no le queda modestamente casi nada que añadir, salvo quizá una pequeña nota europea al pie. Mi Camus preferido es el de la clandestina revista Combat, el de los años heroicos —en él sí lo fueron— de la resistencia, el de los artículos afilados como alfanjes y escritos «en una ciudad privada de todo, sin luz y sin fuego, hambrienta». Este Camus, afortundamente lejos aún de los abigarrados jardines filosóficos en los que luego fue metiéndose, es además el Camus más europeo de todos.

Donde con más belleza y vehemencia expuso su idea del continente fue en Cartas a un amigo alemán (Tusquets, 2007), unas serie de misivas redactadas en el París ocupado a un destinatario inventado, pero enemigo en la contienda mundial. En esas cuatro cartas, el periodista Camus, obsesionado con el espíritu de justicia y con la verdad, se refiere a Europa como la «patria mayor» y defiende con palabras precisas y elevadas la recuperación «del sentido de Europa que los nazis han usurpado».

Camus no habla de reconciliación, sino de derrota. «Nuestra Europa no es la de ustedes», escribe a su amigo germano, que está a puntito de morder el polvo. Y por eso mismo, por su radical antagonismo hacia todo lo que representa en esos momentos Alemania, Camus le recuerda que hay un término que las personas buenas como él ya no usan. No quieren más ser europeos, porque es una palabra que el Ejército alemán les ha usurpado a traición y con violencia.

Camus fue para Europa el «testigo más noble de una era más bien innoble», como dijera de él un crítico francés del que no recuerdo el nombre. Ahí, en ese destello de ética solitaria —porque Camus fue un solitario, y los que le seguían fueron a su vez un «puñado de solitarios»— es donde debemos volver la mirada. Creo que nadie mejor que Tony Judt, otro heterodoxo ( y una presencia fija en este blog), tasó su trascendencia para nosotros:

En una era de intelectuales mediáticos que buscan autoengrandecerse, pavoneándose indiferentes ante el espejo admirativo de sus audiencias electrónicas, la patente honestidad de Camus, lo que su antiguo maestro llamaba <<ta pudeur instinctive>>, tiene el atractivo de lo auténtico, una obra maestra hecha a mano en un mundo de reproducciones de plástico.

Mitterrand y su grito final en la historia europea: «¡El nacionalismo es la guerra!»

Mitterrand, el cínico. Mitterrand, el maquiavélico. La grandeur es un concepto vaporoso que esconde una peligrosa dosis de engaño (¡y de autoengaño!). Pero se añora lo que no se tiene, y ningún presidente francés desde Tonton —como le llamaba el pueblo— ha logrado ser bendecido por ella. Mitterrand —el amoral, el estadista— se llevó a la tumba el secreto de su naturaleza huidiza. Hace ya casi 20 años.

Hoy, otro François, también socialista, habita el Eliseo. Un hombre de aspecto tímidamente profesoral, apocado, un Jack Lemmon de la política. Nada que ver con el aura nobiliaria del viejo monarca republicano, que mentía como un bellaco, lo sabías, y aún así te lo creías. O eso dicen, yo no tenía uso de razón entonces. Desde hace unos años, para cubrir este vacío no sé si puramente simbólico, la sociedad francesa —y sus gobernantes, a la izquierda y a la derecha— se vienen dando a una celebración sin igual del pasado mitterrandiano.

Mitterrand y Kohl, de la mano en Verdún, en 1984. (http://iconicphotos.wordpress.com)

Mitterrand y Kohl, de la mano en Verdún, en 1984. (http://iconicphotos.wordpress.com)

Exposiciones, conmemoraciones y libros, nuevos libros, por si los que se publicaron tras su muerte, que podrían llenar la megalomaníaca Biblioteca Nacional, empeño personal suyo, no bastaran. Pero en fin, aquí y aquí tenéis estupendas informaciones sobre este revival presidencialista (incomprensible para nosotros, que odiamos con la misma inquina a todos los inquilinos pasados de La Moncloa). Y más: aquí tenéis un magnífico y extenso análisis del cubo de Rubik que fueron los 14 años de Gobierno —y sus asuntos— de Tonton: su hija secreta, su cáncer (también secreto), sus negocios turbios, Vichy, Ruanda, el Rainbow Warrior. Todo aquello.

Lo que quiero es recordar al Mitterrand europeo. Por varias razones. Porque, por un lado, una personalidad política tan pragmática como la suya siempre conservó intacta su fe europeísta (si bien atemperada por su calculada frialdad, que nunca le abandonó). Y porque, por otro lado, volver a sus sobrecogedoras actuaciones europeas nos devuelve la ilusión congnitiva de que efectivamente, en su caso, los gobernantes de antes eran mejores.

Thatcher, Havel y Andreotti han fallecido hace poco. El excanciller Helmut Kohl, su gran amigo alemán y compañero de andanzas, es un anciano de 83 años en silla de ruedas. Todos ellos están ya, o van en camino, de ingresar en la Historia, el lugar favorito de Mitterrand en vida. Europa muta. Los dirigentes de hoy tienen que lidiar con los cabos sueltos del pasado dejados por estos hombres y mujeres de Estado —concepto en desuso, quizá moralizado—, etcétera, etcétera.

Y ya he llegado donde quería desde el principio, cuando empecé a pensar en este post. 17 de enero de 1995. Un Mitterrand agonizante (moriría justo un año después) habla por última vez ante el Parlamento Europeo. Un discurso pasional, que todavía emociona porque condensa medio siglo de historia del continente y contiene graves advertencias para el futuro. Hoy, y sin nostalgia pero con cierta reverencia, no está de más volver a recordar que «el nacionalismo es la guerra».