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Desaparecidos en los Balcanes: presente de una guerra que terminó hace 20 años

Manifestantes en diciembre del año pasado pidiendo que se aplique la ley en la búsqueda de desaparecidos (ICMP)

Manifestantes, en diciembre de 2014, pidiendo que se aplique la ley en la búsqueda de desaparecidos (ICMP)

La pequeña e industriosa ciudad bosnia de Tuzla, situada a 120 km de Sarajevo, alberga uno de los laboratorios principales de identificación de restos humanos de la Comisión Internacional para las Personas Desaparecidas (ICMP). Tuzla, que trepó de forma efímera a los titulares de la prensa hace un año por ser el epicentro de duras protestas obreras, está también cerca unos 100 km de Srebrenica. Pero nada de lo anterior, ni las algaradas de 2014 ni su puntero centro de secuenciación de ADN, tiene cabida en la breve entrada que Wikipedia le dedica.

En Tuzla, bajo condiciones no siempre favorables, se sigue tratando de identificar a las víctimas de una guerra que terminó hace 20 años. Hay un injusto desequilibrio entre el espacio-tiempo que dedicamos a informar de las guerras y el que concedemos a las posguerras. Los conflictos bélicos son todavía rentables: a los periódicos les reportan titulares y a los (ya pocos) reporteros, prestigio y fama. Pero lo que viene justo después de la paz acostumbra a permanecer en un incómodo claroscuro que solo vuelve a iluminarse si regresan las hostilidades.

La vida tras una guerra, con sus miserias, escaseces y contradicciones se desarrolla en un escenario secundario, en un microteatro espantoso y sin apenas público. La así llamada comunidad internacional va poco a poco perdiendo interés, y los periódicos recolocan a sus contados corresponsales en lugares donde la sangre aún está fresca. La dificultad de proseguir con las identificaciones de los muertos de la guerra en los Balcanes la reconoció hace muy poco la misma directora del ICMP, Kathryne Bomberger: «Muchos políticos creen que la presión de la opinión pública para que se siga buscando a los desaparecidos ha disminuido». En las fosas comunes localizadas, y en las aún ignotas, se calcula que quedan unas 8.000 personas por identificar.

Al desinterés de las autoridades locales (su disponibilidad es directamente proporcional a la rentabilidad que vayan a obtener) hay que añadir la desbandada de los medios de comunicación, que apenas dan cuenta ya de un trabajo, el de la identificación de desaparecidos, lento, exigente y complejo. Por suerte, hay a quien todavía se interesa por aquello que ya no interesa. W. L. Tochman es un periodista polaco que en 2002 viajó a Bosnia y Herzegovina para relatar la vida cotidiana en la posguerra. Ahora, más de una década después, el libro que recoge aquella experiencia va ser publicado en español. Como si masticaras piedras: sobrevivir al pasado en Bosnia (Libros del K.O., 2015) es una crónica escrita en un lenguaje seco, casi notarial, en la que se va tasando el desgarro y la incredulidad de los supervivientes de aquel conflicto. He tenido la suerte y el privilegio de leerla antes de que salga al mercado (queda ya poquito), y no quería dejar pasar la oportunidad de hablaros de ella.

Por encima de sus virtudes estilísticas, que las tiene, Como si masticaras piedras es bonita y necesaria porque se interesa por los vivos que sobrevivieron a tanta muerte. Por las viudas y las madres que esperan con fortaleza indómita a que los despojos de hijos y maridos emerjan del magma anónimo de las fosas para enterrarlos con dignidad. Por la heroica dedicación de los especialistas forenses que, pese a la escasez de medios y el aire insano que fluye de las heridas sin cerrar, buscan la verdad escondida en la doble hélice. Por el estupor que produce en las víctimas que los verdugos de tus seres queridos no solo campen a sus anchas sino que además ocupen tu casa, usen tu vajilla, duerman en tu cama.

Estos zarpazos de incómodo realismo que la vida cotidiana deja sobre la piel de los tratados de paz son los que Tochman salva para la posteridad. Europa, pese a su refinada capacidad de autocrítica, a veces excesiva y paralizante, sigue mostrándose extrañamente ausente de los lugares de memoria donde se puso a prueba sus virtudes civilizatorias. Los esfuerzos del ICMP por identificar a los desaparecidos, el trabajo en la sombra de cientos de especialistas y el desconocimiento general es lo que hacen que este libro, aunque refiera historias de hace una década, sea un documento espléndido para expiar (explicar) el pasado. Y el incierto presente.

Chechenia: 20 años del comienzo de una guerra olvidada… que Putin no olvida

Un grupo informe de soldados mal equipados, la mayoría de ellos alcohólicos y forajidos. En realidad más mercenarios que soldados. Saquean casas, comen perros y cortan orejas de los enemigos para enseñárselas a los reporteros. Es la ‘columna Chamanov’ y era la primera guerra chechena. Con motivo del veinte aniversario del comienzo del cruel conflicto he vuelto a ver aquel documental, una pieza espeluznante y al mismo tiempo una obra maestra de periodismo.

En diciembre de 1994 la Rusia del melifluo Boris Yeltsin invadía Chechenia, una exrepública socialista del Cáucaso. Comenzaba una guerra que duraría dos años y que no resolvería nada. Una guerra que convirtió la región en un Estado fallido y que, escribe Jesús M. Pérez en su muy recomendable blog Guerras Posmodernas, transformó la causa de la independencia en una causa yihadista.

Imagen de Grozni esta semana, tras la 'batalla' entre policías e islamistas (EFE)

Imagen de Grozni esta semana, tras la ‘batalla’ entre policías e islamistas (EFE)

Solo cinco años después vendría una segunda parte, más sangrienta y definitiva, en la que un inflexible y recién llegado Vladímir Putin arrasó (1999) a sangre y fuego la levantisca región. Para los soldados rusos, bisoños y temerosos, Chechenia fue un matadero; para los chechenos, un calvario: así lo recordaba el fallecido Julio Fuentes en su emotivo Réquiem por Grozni. Veinte años después, Chechenia es una región de Rusia gobernada de forma cuasi dictatorial por un presidente elegido en las urnas y aliado de Moscú.

El rebrote de la violencia en la capital (el jueves murieron, en un ataque terrorista, diez policías y nueve rebeldes) coincide estos días con el nuevo órdago dialéctico de Putin a Occidente, a quien acusa de casi todos los males de Rusia y en concreto, en este caso, de «haber apoyado a los separatistas chechenos durante las pasadas décadas». Un pulso por la hegemonía en la región que ha devuelto a una cierta actualidad (horrorosas dos palabras) aquel conflicto olvidado, hoy oscuro y agazapado, pero cuajado por fogonazos de violencia.

Europa, pasiva y callada frente a los drones

Los drones son baratos, asépticos y letales. EE UU lo sabe; la UE parece que no del todo. Desde hace unos años, Obama los viene usando con una ligereza y opacidad inéditas –más de 3.400 muertos, según Micah Zenko, experto del Council on Foreign Relations– en su guerra posmoderna y asimétrica contra el terrorismo. La historia de esta tecnología militar se remonta al siglo XX (en este documentado post del blog de Hernán Zin podréis leer un estupendo resumen), pero no ha sido hasta esta segunda década del XXI cuando los drones han adquirido el estatus de arma de guerra decisiva.

drones

No sé si como nuevo paradigma bélico o simplemente como ingenio mortífero, el desarrollo de la tecnología robótica para fines militares preocupa a todos, desde Estados e instituciones internacionales hasta juristas y ciudadanos. Así, el relator de la ONU Christof Heyns, en su Informe sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, expone los riesgos de su proliferación, que van desde la «normalización de los conflictos armados» (por la distancia física y psicológica del atacante) a la «violación de la soberanía de los Estados».

Para especialistas en derecho como Pilar Pozo Serrano el debate sobre los drones implica tomar partido acerca de si su uso (especialmente por parte de EE UU) contraviene los principios de proporcionalidad y distinción, pilares del Derecho Internacional Humanitario. Conceptos en parte difusos como el de «ataques selectivos», «combatientes ilegítimos» o «legítima defensa» son claves. Urge una regulación transparente y conforme a derecho, recuerda Heyns en su informe, para evitar que el uso de drones de combate «no socave la capacidad del ordenamiento jurídico para preservar un orden mundial mínimo».

La opinión pública, mayoritariamente en contra

Europa está hecha un lío con los drones. Por una parte, está comenzando tímidamente a desarrollar tecnología robótica (tanto para uso militar como civil). En este informe técnico del Instituto Español de Estudios Estratégicos se detalla ampliamente: drones, minidrones, microdones; para control medioambiental y para control de incendios; seguridad pública y seguridad privada. «Las decisiones que se tomen al respecto en los próximos tres años», escribe en él Fernando Ruiz Domínguez, subinspector del Cuerpo Nacional de Policía, «marcarán el resultado para la UE durante al menos la siguiente década».

Por otra parte, la UE no oculta las diferencias importantes –legales y éticas– con EE UU sobre el uso de drones, sobre todo en lo relacionado con las ejecuciones extrajudiciales. Europa quiere una legislación más restrictiva, acorde con lo que desea la ONU, mientras que EE UU, pese a los movimientos anunciados en mayo por Obama en política de defensa, continúa justificando su uso en función de unos requisitos absolutamente unilaterales.

Algunos países de la UE –Reino Unido y Francia, entre ellos– están desarrollando individualmente tecnología militar robótica. Otros, están en vías de hacerlo. Pero más allá, no existe una posición común dentro de la UE, ni respecto a cómo deben usarse –como escribe Anthony Dworkin en un informe para el European Council on Foreign Relations– ni respecto a qué exigirle, en materia de legislación, a la Administración Obama.

Por último, 0tro factor agrava la situación todavía más. Los ciudadanos europeos, salvo los británicos, no quieren ni oír hablar de drones. Según una reciente encuesta de Pew Research, un 74% de españoles, un 63% de franceses y un 59% de alemanes dicen estar totalmente en contra de los ataques con esta clase de armas. Si a esto se añade que buena parte de la información secreta que EE UU maneja para localizar sus objetivos proviene de los servicios de inteligencia europeos, el resultado es un «silencio molesto», como escribe Dworkin, seguido de una «sospechosa y curiosa pasividad» de países e instituciones.

PD: La literatura académica sobre drones es ingente y sobrepasa de largo mi capacidad de asimilación. A los informes oficiales de la ONU se suman los artículos especializados de juristas, ingenieros e investigadores en RR II. Si queréis saber más, además de los hipervínculos de este texto, podéis acudir a la página web del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado. Allí, el pasado mes de mayo, tuvo lugar una mesa redonda de expertos en la que se debatió sobre las implicaciones tanto militares como filosóficas y tecnológicas de este tipo de armas. Lamentablemente, las actas del encuentro aún no están publicadas, pero espero que lo estén en breve.