Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

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Chechenia: 20 años del comienzo de una guerra olvidada… que Putin no olvida

Un grupo informe de soldados mal equipados, la mayoría de ellos alcohólicos y forajidos. En realidad más mercenarios que soldados. Saquean casas, comen perros y cortan orejas de los enemigos para enseñárselas a los reporteros. Es la ‘columna Chamanov’ y era la primera guerra chechena. Con motivo del veinte aniversario del comienzo del cruel conflicto he vuelto a ver aquel documental, una pieza espeluznante y al mismo tiempo una obra maestra de periodismo.

En diciembre de 1994 la Rusia del melifluo Boris Yeltsin invadía Chechenia, una exrepública socialista del Cáucaso. Comenzaba una guerra que duraría dos años y que no resolvería nada. Una guerra que convirtió la región en un Estado fallido y que, escribe Jesús M. Pérez en su muy recomendable blog Guerras Posmodernas, transformó la causa de la independencia en una causa yihadista.

Imagen de Grozni esta semana, tras la 'batalla' entre policías e islamistas (EFE)

Imagen de Grozni esta semana, tras la ‘batalla’ entre policías e islamistas (EFE)

Solo cinco años después vendría una segunda parte, más sangrienta y definitiva, en la que un inflexible y recién llegado Vladímir Putin arrasó (1999) a sangre y fuego la levantisca región. Para los soldados rusos, bisoños y temerosos, Chechenia fue un matadero; para los chechenos, un calvario: así lo recordaba el fallecido Julio Fuentes en su emotivo Réquiem por Grozni. Veinte años después, Chechenia es una región de Rusia gobernada de forma cuasi dictatorial por un presidente elegido en las urnas y aliado de Moscú.

El rebrote de la violencia en la capital (el jueves murieron, en un ataque terrorista, diez policías y nueve rebeldes) coincide estos días con el nuevo órdago dialéctico de Putin a Occidente, a quien acusa de casi todos los males de Rusia y en concreto, en este caso, de «haber apoyado a los separatistas chechenos durante las pasadas décadas». Un pulso por la hegemonía en la región que ha devuelto a una cierta actualidad (horrorosas dos palabras) aquel conflicto olvidado, hoy oscuro y agazapado, pero cuajado por fogonazos de violencia.

Notas aéreas de un viejo periodista europeo

No voy aquí, ahora, a descubrir yo a Manuel Chávez Nogales. Mi amigo David Yagüe ya compartió su fascinación por él en este nuestro blog sobre cosas literarias. Y también lo hicieron en algún momento Trapiello, Espada, imagino que Muñoz Molina… qué se yo. En mi caso, 2006 fue el año del primer contacto. Y aunque alguno de los libros reeditados no me resultan tan brillantes como dicen por ahí los nuevos apologetas me estoy refiriendo en concreto a La agonía de Francia, la enfática crónica de su huida del París ocupado, nada suyo me ha resultado jamás accesorio o caduco. Estos días ando con La vuelta a Europa en avión, como siempre bellamente editado por Libros del Asteroide, que aclaro: no me paga.

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(Fuente: manuelchavesnogales.info)

Un porcentaje de los elogios hacia Chávez Nogales son, en realidad, lamentos por el periodismo perdido. Es bastante probable que si el maestro estuviera vivo hoy, y fuera más o menos joven, sería carne de cañón del teletipo. Pero Chávez Nogales vivió y contó una época muy concreta: la de la guerra civil europea, y como otros periodistas intrépidos de aquella hora, lo contó con una honestidad nada balbuciente y con un tenaz espíritu europeo. Su lucidez, que ya quisiéramos algunos ahora, le llevó a identificar las grandes fuerzas emergentes, así como las brechas ideológicas que poco después de su muerte murió en los albores de la Segunda Guerra Mundial desgarrarían el continente.

Chávez Nogales hace en este libro, que os recuerdo que está escrito a finales de los años veinte, de flâneur aéreo. Seducido por la modernidad (porque entonces viajar en avión era una de las cosas más modernas que uno podía hacer), el reportero que ya disfrutaba en España de fama merecida recorre Europa desde España hasta Rusia, haciendo observaciones agudas y burguesas de todo lo que va viendo, ya sea el lánguido aburrimiento a las orillas del lago Leman, las prisas berlinesas, con sus cabarets y tugurios literarios, o el demediado Moscú de los soviets, que capta con una celeridad sorprendente:

El comunismo ha transtornado todos los valores humanos, está formando una nueva humanidad, y sin embargo no ha podido cambiar este panorama de Moscú con su sentido feudal, sus viejas murallas (…) sus barrios silenciosos en los que perdura aquel encanto burgués de otro tiempo.

Si tenéis curiosidad por saber qué opinaba un periodista español de los mejores sobre la Europa de su tiempo, os dejo varias píldoras, y ya paro.

  • Sobre Europa: «Al mes de estar danzando por Europa, uno no sabe si conserva o ha perdido aquel estricto sentido de la moralidad pública que se tiene en Celtiberia».
  • Sobre los catalanes: «El catalán es tradicionalista. Por encima de esos libres juegos de la inteligencia a los que se entrega, ama la tradición».
  • Sobre París: «Frente a las grandes aglomeraciones de casas que arbitrariamente se disponen en las ciudades, París se ofrece como el más feliz resultado de una sedimentación de siglos. Es la impresión más grata de París la de que está bien hecho, bien trabajado, bien terminado. Se da uno cuenta en seguida de que ésta es nuestra gran fuerza, la fuerza de Occidente, lo que no tendrán nunca los americanos. (…) Sólo por esta cuidadosa ponderación, París es la primera ciudad de Europa».
  • Sobre Viena: «La vida galante de Viena conserva, estilizado, el ritmo de la opereta. Europa se americaniza, se charlestoniza. Los negros han tomado París, y Berlín es una colonia yanqui. Viene es lo único europeo que queda en Europa».
  • Sobre el periodismo: «El talento periodístico no significa sino capacidad de expresión breve, precisa, eficaz. «Mi técnica periodística no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio».
  • Sobre Suiza: «Cuando se piensa que esta gente tan sosegada, tan prudente, tan correcta y discreta está aquí atrincherada en el cogollo de Europa, dentro de sus pequeños egoísmos municipales, desagrada un poco».
  • Sobre la Sociedad de Naciones y el nacionalismo: «A la Sociedad de Naciones se la puede atacar por muchas razones; por esta de que cuesta cara, no. La subsistencia de este grupo de gentes de buena fe, con un fervoroso sentido internacional en el cogollo de estos feroces nacionalismos del centro de Europa, bien vale lo poco que cuesta aunque ese gasto no evite el otro, el de los acorazados. Sobre todo, para nosotros, españoles, tan aislados, tan encerrados dentro de nuestro casticismo, es indispensable».
  • Sobre el comunismo (en Rusia): «Ser comunista en Rusia es como pertenecer a una clase aristocrática. Los comunistas han formado desde luego una especie de aristocracia que es la que rige hoy los destinos de Rusia. El acceso a esta clase es tan difícil como el acceso a cualquier aristocracia. No es comunista todo el que quiere».

M. Huguet, historiadora: «Europa debe buscar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales»

Como periodista estoy pendiente demasiado fastidiosamente pendiente de la actualidad europea. Cada minúsculo acontecimiento elevado a la magnitud de cambio histórico fundamental. El trabajo diario de periodista oculta muchas rutinas y predispone, si no se le pone remedio, a la miopía. Como historiador, busco otra forma de enfrentarme con los hechos, dotándolos de armazón teórico y de una perspectiva (temporal y temática) distinta, espero que más profunda, y no lo digo por superioridad intelectual: camino a menudo por ambas orillas.

En este afán, siempre tengo presente, valga la redundancia, las lecciones de la Historia del Tiempo Presente, aquella disciplina historiográfica que trabajé siendo alumno del fallecido profesor Julio Aróstegui y por la que siempre me he sentido atraído. Como ya escribí hace unos meses, considero urgente desde el campo de la historiografíauna aproximación a Europa (a la Europa de las últimas dos décadas) que ayude a pulir autoengaños, analice las conexiones de las diferentes memorias del continente y actualice el discurso heredado de la guerra fría, que aún pervive incluso en nuestro lenguaje politológico diario (el recurso a los postsoviético, del que suele quejarse Anne Applebaum).

De todo esto tenía ganas de hablar con una de las mayores especialistas en Historia del Presente que hay en España, la historiadora Montserrat Huguet, profesora de la Universidad Carlos III y autora de un buen puñado de trabajos sobre el tema. Con modestia Montserrat me escribió que las respuestas no eran importantes, que las preguntas eran lo principal, y que no hacía falta que las publicara si consideraba que no me encajaban.

Pregunta. Cuando hablo de la historia del tiempo presente a personas que no son historiadores suele haber cierta confusión, y me cuesta explicar los argumentos que la hacen diferente al periodismo o a la historiografía contemporánea convencional. ¿Cuál cree usted que sería la mejor definición?
Esa confusión se da en muchos historiadores también. No es fácil entender la idea del presente como historia porque se aparta de lo que suponemos es de sentido común: la compartimentación del tiempo en pasado, presente y futuro, de modo que la historia solo pueda ser una narración del ayer. El problema es el modo en que está arraigada la forma del tiempo en la concepción de la vida humana con la que nos manejamos cotidianamente. Ahora bien, si partimos de la idea de inexistencia del presente en sí mismo, pues todo presente que se identifica como tal ya ha dejado de serlo, entonces nos resulta más sencillo comprender la idea de una historia del tiempo presente. ¿Qué investiga o narra la historia del presente? Empecemos por excluir lo que no hace. No narra la historia reciente o del mundo actual –aunque muchos historiadores denominen historia del tiempo presente a sus relatos históricos correspondientes a las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial. Propiamente dicha, la Historia del Tiempo Presente se ocuparía de identificar las singularidades históricas con las que se identifican las generaciones en curso, los elementos que definen la época, la naturaleza del cambio histórico. Se trata pues de una historia muy conceptual que completa los discursos de otras formas dentro de la historia contemporánea.

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P. ¿En qué punto se encuentra hoy la historiografía que aborda el tiempo presente? La historia actual depende, más que otro tipo de historia, de la coyuntura política y del acceso a fuentes. En este sentido, ¿qué trabas tiene el historiador del tiempo presente hoy en día?
La historiografía que aborda las cuestiones del tiempo presente arrancó en Europa –España no la seguiría hasta más tarde– en Alemania, Francia o Gran Bretaña, durante los años ochenta. Tuvo un momento muy destacado, en la década de los años noventa porque convenía a la identificación de las transformaciones globales de la sociedad de la información y del conocimiento. Algunos historiadores se volcaron en indagar a propósito de este tipo de relato histórico que permitía tocar aspectos de la teoría de la historia tales como la memoria o la relación entre el tiempo y el espacio. Las formas y soportes del discurso en sí mismo eran objetivos a indagar y estupendos investigadores españoles dieron algunas de las claves más interesantes en esta manera de mirar la historia. Por no olvidar ningún nombre fundamental de quienes han teorizado sobre el presente como historia, cito solo al profesor Julio Aróstegui, lamentablemente desaparecido. Hoy sin embargo en España se ha enfriado el empuje inicial de aquella investigación que habría de dar nombre a esta rama de la historia. Muchos de los así llamados representantes de esta corriente, hacen en realidad historia reciente o actual, historia internacional, historia comparada referida a épocas recientes, etc –estudios indispensables por otra parte y hartamente complicados. Pero no abunda el interés por ahondar en la historización del presente en curso o de los presentes pasados.

P. La historia del tiempo presente es una disciplina historiográfica relativamente joven, ¿cómo ha ido evolucionando en los últimos años? ¿Qué nuevos retos que hace una década no presenta, hoy son cuestiones ineludibles?
Han sido no pocos los avances en este terreno de la historia en tanto disciplina de estudio. Destaca a mi juicio la toma de conciencia de sujetos renovados propios del presente consensuado por las sociedades, tales como el género, la identidad del grupo, la cultura, la sociedad internacional, etc. que décadas atrás apenas rozaban el relato histórico. También se han dedicado muchas páginas a la diferenciación y complementariedad entre los conceptos de memoria e historia, a la polémica sobre si la implicación del sujeto histórico en la narración de su propia historia, al relativismo y valor de las voces de autoridad en el discurso. Importantísimos los debates que minimizan el peso de las nociones de neutralidad y verdad en favor de las de implicación y verosimilitud en los discursos de la historia en curso. Incluso, se han incorporado nuevos formatos al relato del presente: los audiovisuales y la red. Sin embargo, pese a todos estos cambios en los modos de hacer de la Historia del Presente, queda aún lo más importante: que el historiador sea capaz de aunar teoría y relato de la experiencia, en un discurso sencillo y útil, capaz de llegar al gran público.

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P. Con el cuestionamiento, que no es nuevo, pero sí más enfático, de la Transición española, ¿de qué forma puede contribuir la historia actual a su problematización histórica? ¿Con qué herramientas?
Las historias de la Transición española, tanto la oficial –trazada al hilo de los acontecimientos y que forma el núcleo del dogma– como los intentos siguientes de relectura de los procesos y la revisión de los discursos elaborados con fines de identificación nacional en el tiempo de la Transición, obedecen a lo que es habitual en la historia escrita de todas las naciones. Hasta aquí España no se ha comportado de modo distinto al resto de los países de su entorno en los discursos ofrecen primero un relato y afianzan creencias en la mentalidad colectiva hasta que, pasado un tiempo generacional más o menos establecido, dichos discursos son revisitados y vueltos a escribir. El proceso siguiente, ya en curso por otra parte, pasa por la comparación de las experiencias españolas, por su inserción en discursos de tipo general, que afectan a otros países en el último tercio del siglo XX. Puesto que dos de las generaciones que protagonizaron la Transición son generaciones aún vivas, resulta muy útil a su estudio la metodología de la Historia del Presente. Sin ir muy lejos, la Historia del presente ha depurado el uso de testimonios y fuentes orales que no deben perderse o recuperado archivos en formato no escrito. La cuestión de los archivos es vital. España es un país muy singular en este aspecto en relación a su entorno, precisamente por el celo de la custodia sobre los archivos públicos que los hace inaccesibles incluso para tiempos que hoy ya son remotos. Esta peculiaridad, de la que también se quejan amargamente los hispanistas extranjeros, obstruye y retarda la tarea de la Historia.

P. Y hablando de Europa, ¿cómo analizan los historiadores del tiempo presente los acontecimientos del continente en los últimos años? ¿La crisis de la deuda, la troika, etc. son hechos que podrían servir para configurar un nuevo esqueleto histórico?
Aunque a los no historiadores pueda parecerles extraño, los historiadores del presente no actúan frente a la actualidad en curso a modo de reporteros inquietos. Son los periodistas quienes tienen esa función, indispensable por otra parte para los historiadores. Los historiadores saben que los «hitos» reseñables en el presente, por ejemplo la crisis de la economía mundial de finales de la década pasada, que se ha cebado peculiarmente con las regiones meridionales de Europa, tal vez o tal vez no están constituyendo el centro sobre el que hacer pivotar su relato. Y no es que el paso del tiempo minimice la importancia de las cosas invariablemente, en absoluto. Lo que los historiadores han de evaluar son los rasgos que harán perdurable en la memoria y en el relato histórico unos hechos con respecto de otros. Europa, es bien sabido, no vive su mejor momento histórico por lo que hace al proyecto político y el diseño económico con que fue edificada a mediados del siglo XX. Al historiador le preocupa en este caso entender si esta fragilidad de la invención Europa se corregirá conduciéndola hacia los viejos cauces, o bien no es más que la antesala de un modelo nuevo, de una refundación adecuada a las condiciones actuales del continente o su disolución sin más. La larga historia de Europa enseña que todo es posible. Los modelos del pasado más o menos remoto están ahí, para ofrecernos posibilidades de prospectiva. Y luego está el peso de lo imprevisto, el gran sujeto de la historia con el que nadie cuenta pero que siempre se presenta a la hora de la cena. La Historia del Presente mira con respeto y atiende cada vez con más interés los efectos de lo no previsto en el desarrollo de la historia, de ahí que piense en la incertidumbre como un factor principal en la previsión del relato.

P. Las narrativas sobre el pasado europeo son dispares y están tan atomizadas como sus ciudadanos. El sur contra el norte, las élites contra los ciudadanos, los deudores contra los acreedores. ¿cómo modelar una historia común del presente que atienda a todos los sujetos y actores y que al tiempo no sea solo una revisión más compleja del discurso periodístico?
Cada país europeo tiene su propio relato nacional. En cada relato se perciben los elementos narrativos que ayudaron a constituir las naciones de acuerdo al momento histórico en que se realizaron. Aunque parezcan diferentes entre sí, casi todos los relatos nacionales guardan gran similitud entre sí, pues la mayoría se fraguó en el siglo del Liberalismo y de las Revoluciones. En todos ellos se percibe por ejemplo la presencia de un enemigo exterior –el país vecino, por ejemplo– que da sentido al esfuerzo nacional. Para modelar una historia presente en la que los miembros de Europa se reconozcan y sientan cómodos es preciso primero organizar relatos de historia comparada que superen el marco de las historias nacionales. En la historia comparada emerge lo que une y separa, los elementos singulares y los comunes, los así llamados estratos de la experiencia histórica, con sus múltiples protagonistas y dinámicas. Desde la historia comparada puede eliminarse la tendencia de las historias nacionales a mirarse como excepción.

¿De qué escribíamos antes de la crisis?

Es una conversación recurrente entre periodistas, como si una rara forma de amnesia afectara a su trabajo. ¿De qué escribíamos antes de que hubiera crisis? No hay una respuesta unívoca: cada uno escribiría de aquello que le obligaran a escribir, de lo que mejor supiera o de lo que felizmente siguiera de cerca, como un sabueso.

Yo no lo sé, porque empecé en esto casi con un pan negro bajo el brazo (Lehman Brothers), pero supongo que las historias pecaban de menos vicios circulares (‘x’ baja por que hay crisis; hay crisis porque ‘x’ baja) y por el contrario estarían algo más huérfanas de precisión y estadísticas (bienvenido sea el homo œconomicus, que dice @nicolasmsarries).

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¿Más frivolidad? No necesariamente. Los periódicos, como la Puerta del Sol y otros paisajes neomedievales, son un decamerón donde lo zafio convive con lo desgarrador, donde lo sublime y lo ridículo se rozan continuamente sin margen para la aflicción o el arrepentimiento.

He preguntado a varios compañeros. Nada sistemático. Simplemente les hice la misma pregunta que encabeza el post. Para @pelayogades, antes había más variedad de temas, ahora en cambio prima lo económico. Las historias que afectan a la clase trabajadora, para destacar la crudeza de la crisis, son ahora las más demandadas, me cuenta.

De una opinión similiar es @agrados, para quien todo o casi todo se lee en clave económica. En este punto, @rruiz, otro compañero, es el más incisivo. El 90% de los temas, me dice, actualidad, local, deportes e incluso cultura se enfocan desde la crisis. Además, cree que somos mucho más alarmistas ante cualquier problema; somos más dramáticos y menos literarios.

Así que es posible que los temas, después de todo, sean los mismos y lo que realmente haya cambiado sea la forma de escribirlos. El dichoso cómo, que obesionaba al gran Christopher Hitchens: lo importante no es lo que se piensa, sino cómo se piensa.

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Esta es la gráfica que se obtiene con Google Trends cuando introduces los términos ‘Europa’ y ‘crisis’. Quizá no sea el colmo de la exactitud estadística, pero sirve para hacerse una idea rápida de cuánto han aumentado las búsquedas relacionadas con la UE y su líos. Con elevados picos en 2008 —con el comienzo de los rescates bancarios— y 2010 —uno de los puntos de inflexión de la crisis comunitaria— esta sinuosa línea azul es la cronología de una gran preocupación.

Y en esta otra gráfica, obtenida de la hemeroteca de La Vanguardia, también se observa un fenómeno similar, pero ampliado. Europa es una etapa de montaña del Tour de Francia que llanea hasta los años sesenta y que poco a poco va empinándose hasta llegar a nuestros días convertida en puerto de categoría especial.

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Europa siempre fue crisis, pero desde hace unos años es una crisis sobrerevolucionada. Los lectores demandan más Europa, más historias continentales, y los medios de comunicaciones les devuelven titulares sobre cumbres políticas al borde del abismo, sobre cómo se extiende la inevitable la mancha negra del populismo o sobre las conclusiones de Basilea III.

Ha habido, en los últimos años, una invasión de nuevas siglas al tiempo que el foco dirigido sobre la UE se ha politizado (creo que para bien). Antes, las noticias reflejaban una rutina casi hegeliana:  todo era soberanamente aburrido, pero se progresaba. Hoy, eso ha cambiado. Los periódicos han introducido una variable nueva que hasta ahora no se tenía en cuenta: la duda. Y con ella la emoción. Las noticias sobre Europa se escriben con un fervor que antes no existía. Ahora faltaría por saber si se leen o no con la misma urgencia.