Europa inquieta Europa inquieta

Bienvenidos a lo que Kurt Tucholsky llamaba el manicomio multicolor.

Archivo de noviembre, 2013

La nueva PAC y los «agricultores de sofá»

El pasado verano el Parlamento Europeo me invitó a una comida para hablar de la Política Agraria Común. Aún la estoy digiriendo (hablo de la PAC). Llevo varios meses desde entonces tratando de escribir algo sobre ella. Algo que resulte exacto, que no sea demagógico y que al tiempo logre ser comprensible por la gran mayoría de personas a las que la PAC, más allá del grueso monto que supone en el Presupuesto comunitario, les importa un bledo.

En aquella reunión informativa, a la que asistieron un par de eurodiputadas (una socialista y otra popular) se habló de cuestiones específicas sobre la nueva PAC —que el PE acaba de aprobar, de ahí en parte este post— con una profusión de tecnicismos y datos que me supera. A mi alrededor, la mayoría de periodistas especializados (muchos de revistas agrarias y similares) asentían o negaban con aplomo y casi que diría que delectación. Yo más bien me dejaba llevar y procuraba no levantar mucho la cabeza no fuera a ser, como en el colegio, que alguien me preguntara mi opinión.

El ministro Arias Cañete, asistiendo a salida del ganado trashumante en un pueblo de Ávila. (EFE)

El ministro Arias Cañete, asistiendo a salida del ganado trashumante en un pueblo de Ávila. (EFE)

Y mi opinión es que, más allá del blanqueamiento e idealización oficiales que trasciende de informes como este de la Comisión Europea, la verdadera función de este importante pilar comunitario (que todavía presenta un tercio del presupuesto total, aunque en su día llegó a ser el 70%) sigue siendo una función política, no económica. Hablo de las líneas generales de la PAC, que comenzó siendo un instrumento electoral y proteccionista, a pesar de que hoy —tras sucesivas reformas a lo largo de cincuenta años— quiera presentarse como un sistema más verde, más solidario, más justo y beneficioso, no solo para los agricultores y ganaderos sino para los consumidores.

Aeropuertos y campos de golf, ‘agricultores’ no activos

La PAC, como adelantaba en el segundo párrafo, acaba de ser reformada tras varios años de debates y propuestas. De todas las nuevas medidas que entrarán en funcionamiento a partir de enero de 2014, la que más interés tiene —creo— para la opinión pública no experta (y no afectada directamente) es la que pretende reducir las ayudas para los “agricultores de sofá”, como los llamó hace unos años el comisario del ramo, Dacian Ciolos, y dirigir el grueso de los pagos directos (léase: subvenciones) a los que verdaderamente se dedican a la agricultura, los denominados —un poco redundantemente— “agricultores activos”.

¿Quiénes son los agricultores de sofá? Pues, al menos en España, aquellos que sin pertenecer al sector primario reciben ayudas de la UE. Principalmente, aeropuertos, campos de golf, clubes deportivos, empresas públicas de transporte, grupos de inversión, etc. Hasta ahora, este tipo de beneficiarios de la PAC obtenían pingües beneficios del reparto estatal de las ayudas europeas. A partir de ahora, y al menos en teoría, este agujero negro de la PAC, tan surrealista, parece que va a ser subsanado.

La UE obligará a los estados miembros a elaborar una lista de las entidades no agrarias, que quedarán excluidas de los fondos de ayudas, salvo —como matiza la nota del PE— que demuestren que la agricultura representa una “parte sustancial” de sus ingresos. Este matiz ya ha levantado sospechas y protestas en el sector. En este artículo en profundidad de El País, titulado significativamente Los cazaprimas del campo, se da cuenta de las triquiñuelas legales que, si la administración central no lo impide, permitirían a los “agricultores de sofá” seguir cobrando de los fondos comunitarios por algo a lo que no se dedican.

NOTA: La PAC da para escribir varios post. Otro día, con más calma, me gustaría hablaros –cuando me informe bien sobre ellos- de los preceptores de las ayudas agrarias. Otra de las grandes controversias, más allá de lo técnico, que rodean la política agraria.

Queridos negacionistas, no os esforcéis más: el Holocausto sí que tuvo lugar

No os conozco personalmente, queridos negacionistas, pero observo con fastidio creciente que cada vez que publico un artículo sobre algún asunto espinoso relacionado con el nazismo, la extrema derecha o el Holocausto estáis prestos al quite con comentarios que en algún que otro país europeo rozarían, siendo magnánimos, el delito.

Internet es un nicho ideal para vosotros, negacionistas. No lo digo yo, que solo puedo afirmarlo —poca cosa— por la experiencia, sino un estudio reciente de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales. Aquí está el estudio. Es extenso, no os va a convencer de nada, pero bueno, yo os lo enlazo. ¡Por datos que no sea!

El negacionismo es una malformación propiamente europea. El residuo intelectual de una civilización que ha pulido sus valores de forma obsesiva. Tanto deseo de perfección moral deja esquirlas: aquellos que, contra la razón, el sentido común y el principio de realidad, se empeñan en sostener públicamente mentiras refutadas.

Todo lo anterior tampoco lo afirmo yo solo —ya véis que no soy nada original—, sino que es moneda frecuente entre historiadores. ¿Cuáles, os preguntaréis? Pues, en principio, los mejores. Tony Judt, Mark Mazower, Alan Bullock, Daniel Goldhagen. Y más. Y no solo los historiadores, también los testigos (autores de eso que se llama literatura concentracionaria): Elie Wiessel, Primo Levi, Jorge Semprún…

Pero la cuestión, diréis, no son los nombres, sino los hechos. Y en eso sí que os doy la razón. Así que, vayamos a los hechos. En un post reciente alguien que decía ser María dejó un comentario con una serie de preguntas, aparentemente contundentes, que vendrían a poner en aprietos la «versión oficial» del Holocausto. Estas preguntas, dirigidas a los «creeyentes», conminaban a mostrar pruebas de las órdenes de exterminio o de la existencia de los hornos de Auschwitz.

Presos en Buchenwald (WIKIPEDIA)

Presos en Buchenwald (WIKIPEDIA)

Es una forma de proceder clásica de los negacionistas. Tratar de poner en aprietos a los historiadores académicos usando argumentos circulares, como en este caso, proporcionando citas falsas o descontextualizadas y haciendo un uso espurio de los documentos. En esta ocasión, la comentarista del blog lo que hizo fue reproducir sin más algunas de las preguntas clásicas de los negacionistas más famosos, como el condenado David Irving o Paul Rassinier, considerado el primer negacionista, cuya biografía es muy curiosa: pasó del comunismo al socialismo, estuvo preso en Buchenwald (como Semprún, por cierto) y luego se alió con la extrema derecha tras la Segunda Guerra Mundial.

No voy a dedicarme aquí a refutar uno por uno cada argumento negacionista. Es un trabajo ingente, necesario aún hoy, pero del que ya se encargan con sobrado celo y precisión los profesionales. Alguien dirá: ¡Ajá! ¡Como no ofrece argumentos ni respuestas a los planteamientos concretos de los negacionistas, será porque estos tienen razón! Pues no, no la tienen. Y antes de nada por lo siguiente: la carga de la prueba, como en cualquier conspiración (11-S, la muerte de Kennedy, 11-M) está del lado de aquellos que se amparan en hechos extraordionarios… que como nos enseñó Carl Sagan, requieren de pruebas igual de extraordinarias.

El negacionismo es una boyante industria cultural. Trata de vestirse con los ropajes de la ciencia (vocabulario científico, profusión de notas al pie, uso de herramientas históricas) y sus partidarios se ven a sí mismos como quijotes que luchan por lograr que aflore una verdad presuntamente hurtada a la sociedad por el establishment académico. Ideológicamente suelen estar muy a la derecha del espectro político, pero no siempre. El historiador Vidal Naquet, cuyos padres fueron asesinados en Auschwitz, escribió en un famoso libro que «el negacionismo se haya en la encrucijada de ideologías muy diversas y a veces contradictorias».

Por mi experiencia en este blog, la mayoría de los negacionistas que depositan sus en él sus disparates parecen provenir de la extrema derecha, pero también me he encontrado con algún comentario negacionista desde posiciones ideológicas  de ultraizquierda (antiimperialistas, principalmente). Qué le vamos  hacer. Por mi experiencia también sé que este post, tristemente, no servirá de nada, que muy posiblemente los negacionistas, mis queridos negacionistas, redoblarán sus esfuerzos —como en la famosa definición de fanático que dio George Santayana— aunque hayan perdido de vista hace mucho su objetivo.

 

La Unión Europea es una ilusión que los países del sur conjugan solo en pasado

Es decir: casi una desilusión. Desengaño espiritual y fractura ideológica. Dos ingredientes que combinados pueden resultar deletéreos para el proyecto de integración. Este es, a vuela pluma, el diagnóstico de una parte de la élite académica europeísta que el pasado martes se reunió en la sede en Madrid del European Council on Foreign Relation (ECFR) para debatir sobre lo que queda del sur de Europa y presentar el renacer de East, una revista italiana de vocación continental.

Gracias a la amable invitación de @josepiquerm pude asistir —¡y sin pertenecer a la élite!— a este chequeo razonado (y razonable) del enfermo, que sirvió ante todo para diagnosticar con precisión y algo menos de urgencia de lo habitual los males presentes. Fue Andrés Ortega, miembro del consejo del ECFR, el que más se acercó a una explicación última de lo que sucede hoy cuando afirmó que los países del sur del Europa «asumen políticas, pero que no las crean» (somos —precisó— decision takers, no decision makers).

La bandera de la UE y la de Grecia, en la acrópolis de Atenas (ARCHIVO 20MINUTOS)

La bandera de la UE y la de Grecia, en la acrópolis de Atenas (ARCHIVO 20MINUTOS)

«El error de base ha sido no construir una Europa del sur», razonó Ortega, para quien actualmente existen dos divergencias en Europa: la económica y la política. Esta última es la principal, aunque mediáticamente pueda ser la menos visible. Los países del sur confían menos que los del norte en sus propias instituciones, lo que genera todavía más desconfianza hacia las instituciones supranacionales de la UE y repercute en lo que José Ignacio Torreblanca, director del ECFR y presente en el debate, llamó «falta de articulación de la propia integración».

El otro mal presente, más difuso pero aún así perceptible, es la falta de ilusiones realmente embriagadoras. La UE no es que ya no las genere, sino que no consigue renovar las ilusiones del pasado, actualizarlas. En este sentido Giuseppe Scognamiglio, diplomático italiano y vicepresidente de East, resumió breve y diacrónicamene el asunto.

Hasta 1992 la ilusión de los europeos era Maastricht; luego vino la ilusión del euro y, posteriormente, la de la gran ampliación hacia el este. ¿Y ahora? Para Scognamilio Europa vive únicamente de «ilusiones técnicas que no calientan los corazones». Si a esto se le añade, en su opinión, la falta de líderes que estén a la altura que los tiempos demandan, el resultado lógico es esa sensación tan extendida de estancamiento y déficit democrático.

El debate, en el que además de los mencionados tomaron la palabra investigadores y periodistas, también sirvió para poner sobre la mesa los principales asuntos de actualidad europea, como la supremacía perezosa de Alemania, los presupuestos generales, aprobados finalmente esta pasada semana, los comicios de 2014 y la elección directa de candidatos a la CE, todo un hito que emana del Tratado de Lisboa.

Aunque como conclusión diré que no hubo conclusiones, me guardo para un futuro post una reflexión entre pesimista e indulgente, y que no es la primera vez que la escucho en contextos similares: El problema de Europa no es un problema de ideas, la élite europea produce muchas ideas magníficas, simplemente sucede que la gente está a otra cosa.

¿Qué votan y cómo los parlamentarios europeos de la derecha radical y populista?

Hace unos días, dos de los rostros más reconocibles de la extrema derecha europea, la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders (aquí podéis leer la entrada del blog que en su momento les dediqué), manifestaron su deseo de formar un frente antieuropeísta para después de las cruciales elecciones de mayo.

Una pésima noticia, sí, pero que me sirve de excusa para reseñaros un interesantísimo trabajo académico del que tuve noticia por el envidiable blog de José Ignacio Torreblanca en El País, Café Steiner (al que humildemente solo pongo una tacha: yo lo hubiera llamado Café Roth, por el Santo Bebedor).

Pleno del Parlamento Europeo en Bruselas.

Pleno del Parlamento Europeo en Bruselas.

La finalidad del artículo (aquí, en inglés), patrocinado por la Open Society Foundation y elaborado por el investigador Marley Morris, es iluminar uno de los aspectos menos conocidos de la naturaleza de los partidos ultraderechistas europeos.

Según el autor, las investigaciones actuales suelen detenerse mucho tanto en la ideología de estas formaciones como en los comportamientos de sus seguidores, pero muy poco en otra faceta crucial: de qué manera actúan, qué defienden, cuánto votan, en esencia, cómo hacen política, los europarlamentarios ultras que pululan por Bruselas y Estrasburgo.

El gran dilema de los populistas antieuropeos

Lo que quieren alumbrar Le Pen y Wilders ya existe en la legislatura que está tocando a su fin ahora. Los europarlamentarios se reúnen en familias. Unas más grandes —los democrata-cristianos (PP europeo) o los socialdemócratas— y otras más pequeñas —los liberales y demócratas o los verdes—. Pues bien, los populistas y radicales de derechas también tienen su grupo político, autodenominado Europa de la Libertad y la Democracia.

Y es en ellos en quienes se centra principalmente el análisis (aunque no todos los partidos ultras están englobados en este grupo, ya que algunos europarlamentarios, como los del  propio Frente Nacional o el Partido Nacional Británico, forman parte del grupo de los ‘no adscritos’). El ELD es, en resumen, una coalición parlamentaria formada por 32 diputados europeos, y presidida por Nigel Farage, del UKIP británico.

¿Qué distingue al ELD de los otros grupos del arco parlamentario? En primer lugar, y según Morris, su falta de cohesión interna. Es, con diferencia, la familia menos homogénea de todas las que forman el PE. Y los motivos son varios: la heterogeneidad ideológica, el miedo a la estigmatización y las preferencias nacionales. El único pegamento que realmente les une es su virulento antieuropeísmo.

Además, el ELD vive en un dilema constante: viven de criticar a la UE, pero se benefician de ella. Su naturaleza y su principal razón de ser es la hostilidad hacia todo lo que Europa representa —elites, burocracia, cesión de soberanía—, pero al mismo tiempo se aprovechan de los resortes institucionales y la cobertura política que les brinda el pertenecer al sistema.

Poco influyentes, pero muy visibles

¿Cómo es el día a día de los populistas en el PE? ¿Son resolutivos? ¿Participan del desarrollo legislativo de la Cámara? El ELD se caracteriza principalmente por ser un grupo anticonsenso. Es decir, un grupo que vota siempre o casi siempre en contra de la mayoría, sobre todo en cuestiones relacionadas con las libertades civiles, los rescates financieros o la liberalización del comercio y los mercados.

NIgel Farage (UKIP), presidente del grupo de la derecha populista en el PE.

NIgel Farage (UKIP), presidente del grupo de la derecha populista en el PE.

Los parlamentarios del ELD ostentan un récord negativo: son los que menor participación tienen en los comités que redactan informes y proponen cambios legislativos. Tampoco son especialmente influyentes a la hora de que sus enmiendas sean tenidas en cuenta en el Pleno. Son el grupo que menos enmiendas ha conseguido sacar adelante, apenas dos —y en cuestiones muy técnicas— en cinco años de legislatura.

En donde sí son muy activos los populistas, como analiza el autor de la investigación, es en la propaganda. El ELP es, con diferencia, el grupo que más preguntas parlamentarias realiza y que más discursos emite. Sus miembros están más preocupados por su imagen ante los medios, por hacer llegar su mensaje xenófobo y euroescéptico a los medios de comunicación (que habitualmente los recogen por ser su carácter excéntrico), que por formar parte activamente del proceso de creación política.

En resumen, la derecha radical y populista, que tanto preocupa últimamente, se caracteriza por su naturaleza heterogénea, su escasa participación parlamentaria, su débil influencia política y su descarada intención propagandística. Si tras las elecciones de mayo de 2014 el PE se convierte en una cámara de perfil euroescéptico podríamos asistir a todo lo anterior multiplicado por 10. Esperemos que no.

* FOTOS: EFE

La ambigüedad del Partido Comunista hacia Europa: ¿Salir o no salir de la zona euro?

Antes de decidirme a escribir este post me he pasado un par de horas tratando de descifrar cuál es la postura oficial del Partido Comunista respecto a la Unión Europea. Nunca me ha gustado la fraseología (post)marxista, tan innecesariamente barroca y críptica, pero hasta ahora no me había visto en la necesidad de saber qué demonios pretenden de verdad decir. Y os confieso que es un ejercicio extenuante.

Este fin de semana se ha celebrado el XIX congreso del PCE. Como estaba previsto, José Luis Centella ha sido reelegido secretario general. Pocos medios de comunicación, creo que salvo eldiario.es ninguno más, se han hecho eco de la noticia, lo que a los comunistas no sé si debería preocupar, pero a Cayo Lara e Izquierda Unida sí, y mucho.

Pero esto sería introducir otra variable de la que nada sé. Por lo que hoy quiero hablaros del PCE tiene que ver con la tesis políticas que han sido aprobadas en su congreso (y que podéis leer en este pdf). Del poco más de centenar de páginas del documento, siete están destinadas a reflexionar sobre la «crisis de la Unión Europea» en un tono bastante sombrío, era de esperar, y también bastante ambiguo, algo que —al menos yo— esperaba menos.

José Luis Centella, durante su intervención en el congreso (foto: PCE)

José Luis Centella, durante su intervención en el congreso (foto: PCE)

El diagnóstico del PCE es fluctuante. Por un lado aseguran que estamos asistiendo al fracaso del «modelo neoliberal europeo» nacido en Maastricht, que «implantó» el Consenso de Washington y que ha derivado en una Europa «inoperante», «oligárquica», «imperialista», «individualista» y «antipopular». Por otro, mantienen que la crisis económica e institucional de España es consecuencia de pertenecer a esta Europa, «que a través de las políticas de ajustes, no hace más que agravar el sufrimiento de los pueblos y la pérdida de soberanía».

Así pues, el PCE se lamenta al mismo tiempo de la marcha de Europa, algo razonable, aunque muy matizable, y de la pérdida de soberanía, lo que entra un poco en contradicción con la actitud históricamente internacionalista que profesan los comunistas (algunos). Pero esta no es la única contradicción o ambigüedad en el texto. Ni tampoco la más importante, a mi juicio.

Para dar «la batalla social e ideológica» que Europa necesita en el presente, el PCE defiende «rechazar el pago de la deuda ilegítima» e impulsar la «creación de un bloque regional de países deudores» frente a los «acreedores financieros» y Alemania (contra quien se despacha a gusto la ponencia). Todo esto está muy bien —o muy mal—, pero no resuelve el tema del euro.

Al parecer, y según una enmienda aprobada en el congreso, el PCE apuesta «por la ruptura del modelo del euro», que no es lo mismo que «con el modelo del euro», como titula para liarlo todavía un poco más eldiario.es. Con «ruptura del modelo del euro» los comunistas parecen querer decir ruptura con el «modelo neoliberal» que lo sustenta así como con las implicaciones y obligaciones macroeconómicas de pertenecer a la moneda única. Pero, ¿significa entonces que el PCE defiende la salida de España del Euro?

Tengo dudas, muchas. El único párrafo del documento político que menciona la salida «unilateral del euro» parece querer alertar de que el abandono de la eurozona, además «de ser dirigido por el bloque de poder de la oligarquía española», no significaría el fin de «las políticas de ajustes que hacen recaer el peso de la crisis en la clase trabajadora». Además, la salida del euro tendría «consecuencias sobre los salarios», «una fuerte devaluación» y la «subsiguiente «inflación».

¿Significa entonces que el PCE no defiende en absoluto el abandono del euro? Pues quién sabe. Como me han dicho que ha respondido, preguntado por lo mismo, un influyente diputado de IU: «Bueno, es algo así, pero no».

Auschwitz, el estadio Heysel y la troika: viejos y nuevos lugares de memoria europea

Europa tiene un serio problema con su memoria: la conmemora sin cesar al mismo tiempo que desprecia la historia. Procesos simultáneos y contradictorios. Movimientos tectónicos apenas perceptibles para los que simplemente vivimos, pero que los historiadores —los aguafiestas del presente— se encargan de tasar con puntillosa precisión.

No voy a entrar hoy en estos jardines espinosos de si memoria e historia son conceptos antagónicos, me reservo para cuando esté más inspirado. Este post trata solo de cómo los europeos manejan públicamente sus recuerdos, sobre todo los recientes, y de si va siendo necesario que Europa se tome en serio y reactualice sus ‘lugares de memoria’.

Vigilia por los muertos de la matanza de Katyn (EFE)

Vigilia por los muertos de la matanza de Katyn (EFE)

¿’Lugares de memoria’? Sí, para quienes nunca hayáis oído hablar de ellos, os lo resumo. Se trata de un término historiográfico, el hallazgo de un historiador francés (Pierre Nora) que en los años ochenta del siglo pasado dedicó siete gruesos volúmenes —que sinceramente no he leído, solo me he encarado con resúmenes— a la búsqueda «empírica y casi lúdica» de «los puntos de cristalización de nuestra herencia nacional».

Es decir, Nora fue recopilando objetos, físicos pero también simbólicos, del patrimonio francés —desde la torre Eiffel, pasando por Juana de Arco, el republicanismo o los funerales de Victor Hugo— para luego desentrañar lo que él denominaba «su verdad simbólica más allá de su realidad histórica». Una tarea compleja, infinitamente más profunda que un simple paseo turístico por los hitos nacionales, que explicó con mucha claridad en este artículo.

El salto que viene, os lo podéis imaginar, es obvio. ¿Sería posible fijar los lugares de memoria europeos? El mismo Nora reflexionó sobre el tema. Su concepto había hecho muy pronto fortuna y rápidamente había sido exportado a otros países, como España o los países del Este, que se valieron de su metodología para encararse de una forma diferente con sus conflictivos pasados.

Pero con Europa, como advirtió Nora, existían varios problemas. Por un lado, la tarea de recopilar lugares de memoria es ingente y casi imposible de acotar. Por otro, antes habría que dar respuesta a una pregunta clave: «¿Existe, independientemente de un patrimonio europeo, una memoria europea que se formule en los moldes de lo nacional? «.

El historiador francés no llegó a encontrar entonces una respuesta positiva —sus lugares de memoria, decía, estaban intrínsecamente unidos a la potencia y desarrollo del Estado francés—, aunque sí aventuró nombres propios: Lepanto, Waterloo, la Universidad de Salamanca, Verdún, el proceso a Galileo, Auschwitz, La declaración de derechos del hombre y el ciudadano…

Revisar los antiguos y fijar nuevos lugares

Campo de exterminio de Auschwitz (EFE).

Campo de exterminio de Auschwitz (EFE).

Llevo un tiempo planteándome la cuestión. No soy el único, por supuesto, faltaría más. La Fundación Academia de Yuste organizó hace unos años un seminario centrado en Las Memorias y Lugares de Memoria de Europa, en el que tuvo un papel relevante la anciana luchadora Simone Veil. Superviviente del Holocausto y primera mujer en presidir el Parlamento Europeo, Veil escribió entonces que aquellas jornadas estaban «dirigidas a la juventud» para «comprometerla en el proceso de construcción» del continente.

Así pues, y dejando al margen los inevitables y fastidiosos problemas metodológicos, ¿cuáles podrían ser, a día de hoy, los ‘lugares de memoria’ que aúnen las diferentes identidades europeas? Voy a enumerar —con sus porqués— algunos de ellos, aunque me gustaría que vosotros me ayudáseis a completar esta somera lista. Quién sabe lo que puede llegar a dar de sí un post.

  • Auschwitz y el bosque de Katyn: Quizá los más fáciles de justificar, sobre todo el primero. Las cámaras de gas nazi y la matanza de oficiales polacos por el Ejército Rojo son dos hitos oscuros del pasado reciente de Europa. La construcción europea se levantó teniendo presente ambas y, mutantis mutandis, su recuerdo es una forma de expiación de aquella memorial del mal. El problema, quizá, es que las nuevas generaciones europeas ya no se identifican de una manera tan pasional —como sí lo hace y lo reconoce la propia Veil, por ejemplo— con aquel pasado. De ahí que la conmemoración anual e institucional del Holocausto cada vez sea un rito más artificioso que real y, hasta cierto punto, vacío de contenido.
  • La Declaración Schuman: Calificada por muchos estudiosos europeos de «acto revolucionario», este hito institucional avalado por el que entonces era el ministro de Asuntos Exteriores francés significó, por una parte, la aceptación de Alemania como Estado de pleno derecho en la Europa de posguerra y, por otro, la creación de una Alta Autoridad, un órgano, como señala Ricardo M. Martín de la Guardia (1), «de naturaleza supranacional independiente de los gobiernos«. Hay que recordar que la Declaración Schuman data de 1950 y que el propio Schuman, un democrata cristiano, había sido soldado alemán en la Primera Guerra Mundial y prisionero de la Gestapo nazi en la Segunda. Cada 9 de mayo —fecha de la declaración— Europa celebra su día.
  • La tragedia del estadio Heysel de Bruselas: En breve hará 30 años de la tragedia más llorada del fútbol europeo. Fue en 1985. En el estadio Heysel de Bruselas, durante la final de la Copa de Europa. 39 aficionados —32 italianos, 4 belgas, 2 franceses y un británico— fallecieron debido a la avalancha producida tras romperse la valla que separaba a las aficiones de los dos equipos, Liverpool y Juventus. La culpa fue de los hooligans ingleses, y más de una decena de ellos fueron condenados en el juicio posterior. Pero las consecuencias para el fútbol en el continente han sido evidentes, y no solo en lo referente a la seguridad en los estadios o el fin de la permisiva exaltación de la violencia de los aficionados radicales. Es fútbol es un deporte de masas, la guerra por otros medios en Europa, y Heysel (hoy renombrado Rey Balduino, como explica en este informado post @educasado) puede considerarse un hito de lo que no debe volver a repetirse. El espectáculo civilizado que es hoy la Champions League le debe mucho a aquella tragedia.

Se me ocurren muchísimos más ‘lugares de memoria’ para reactualizar el pasado de Europa. No voy a detallarlos todos porque no quiero convertir este post un texto infinito. Me voy a limitar a enumerar unos cuantos más, aunque descontextualizados: El Tribunal de la Haya, el euro, Sebrenica, la troika. Algunos son, lo sé, objeto de discusiones vívidas, pero de alguna manera —y más allá de cuestiones académicas— la memoria colectiva de los europeos (si existe tal cosa), se construye gracias a —o a pesar de— ellos. Espero vuestas aportaciones.

(1) Historia de la intregación Europea, Ariel, 2001.

 

¿Por qué escribir? No. Por qué no escribo

Cuando mis compañeros de bloguería en @20m propusieron que cada uno publicáramos un post con nuestros motivos para escribir, me sumé con alegría. Me lo he pensado mejor y me desviaré ligeramente del compromiso inicial. Siempre he sido de preguntarme más por qué no escribo —por qué he escrito tan poco— que por lo contrario.

Largarme una perorata sobre mis razones para escribir —¡que casi no me importan ni a mí!— se me antoja un acto presuntoso y en el fondo bastante infiel (a mí mismo). Rescato, pues, un texto breve (de diario) que escribí —oh, chusca paradoja— explicándome los motivos en negativo que frenaban tal impulso. Era 2010 o así y lo he tocado lo imprescindible.

Comparto quiero decir, me dan envidia los brillantes argumentos para sí hacerlo que dio Orwell: amor propio, emoción estética, impulso histórico y propósito político. Pero es que yo ya no escribo, o escribo poco, o distraídamente, o simplemente mal, y he llegado al punto de que si sigo viviendo más de ilusiones pasadas me hundiré para siempre: hablo de un hundimiento ético más que estético, una pérdida de horizontes, un decir basta que me conduciría a la ruina. Mis razones para no escribir, o para prolongar agónica y culpablemente el acto de no escribir, son: aún no lo he leído todo, quiero antes alcanzar la madurez, otros que terminaron triunfando a mi edad tampoco habían escrito nada, no tengo genio suficiente para hacerlo, el periodismo aniquila mi originalidad, debo vivir antes. De los tres últimos no diré nada.

1. Aún no lo he leído todo

¿Cuántos libros habré leído? ¿1.500, 2.000? ¿Cuáles de todos esos sobran? ¿Y cuántos —imperdonablemente— he dejado pasar? J. me dijo un día, al poco de conocerme, que mis lecturas eran erráticas. Entonces me sonó a advertencia, hoy lo recuerdo con alivio, hasta con orgullo. No me he sacrificado al Moloch de las modas culturales ni de los suplementos sabatinos. He sido escrupulosamente libre y he cultivado con mimo mis propios prejuicios. Pero la duda es perpetua. Hay tantos mundos como autores. Tantos estilos como géneros. Tantos giros del guión como tramas. La invención o la trama. Además: cada vez leo menos ficción. La novela es una huida, decía K. Para mí, una losa.

2. Quiero antes alcanzar la madurez

¿Qué significa? No lo sé, pero alcanzarla es la meta que todo bicho viviente se propone cuando cumple 3X años. Artes de ser maduro. Yo creí haber llegado a ese estado de nirvana social muy pronto, antes —faltaría más— que mis compañeros. Era una explicación favorable, benigna y no demasiado hiriente a porqué me consideraba diferente a ellos. Todo eso se diluía ante la maravillosa, hoy engañosa, pero bah, certeza de haber madurado sin haber salido del invernadero.

3. Otros que terminaron triunfando a mi edad tampoco habían escrito nada

Renard, por ejemplo. Hay muchos más. Es un ejercicio masoquista enumerarlos a todos. Están presentes en mis oraciones, en mis lecturas de después de comer. 31 años. Savater llevaba tres libros ya. Tres ensayos primorosos. Bellísimos. 31 años. Otra vez J., que me dijo hace uno que esta es nuestra década definitiva, que lo que no hagamos en los próximos diez años le faltó decir: con la rabia de la declinante juventud, como decía Pavese,  gran tipo no lo haremos nunca. Es verdad que no le pregunté si se refería al mal de Montano o a la trilogía mujer, niños, hipoteca. Pero mejor así. Y luego están las felices excepciones, que colecciono. Mis santitos perezosos.

Presupuestos Europeos: ¿Por qué unos quieren austeridad y otros prefieren gasto?

Los presupuestos de la UE son el fruto de una negociación compleja, de una lucha de intereses cruzados entre la Comisión, el Parlamento y los Estados —y, dentro de estos, los contribuyentes netos y los beneficiarios— que últimamente acaba siempre con la victoria (pírrica) de los defensores de la austeridad.

Para quien no lo sepa y tenga curiosidad, los presupuestos apenas representan el 1% del total de la riqueza que generan todos los países de la unión en un año. Por ejemplo, las cuentas para este 2013 apenas superaron los 150.000 millones de euros, y el dinero destinado al marco financiero plurianual —el acuerdo sobre el gasto comunitario en un periodo de 7 años— quedó establecido en febrero en 960.000 millones hasta 2020, aproximadamente el PIB de España.

austeridad

Unas cuentas poco magras, pero que bastan para traer de cabeza a los Gobiernos y las instituciones comunitarias, y que dan cuenta de los diferentes intereses que guían a unos y otros, las prioridades de gasto que cada cuál defiende y —en el fondo— las distintas Europas en liza: la social, la mínima, la cada vez más federal, etc.

Esta pasada madrugada se ha alcanzado in extremis y tras más de 16 horas de negociación un acuerdo sobre los presupuestos de 2014. Según las crónicas, todas las partes interesadas han cedido algo en aras de facilitar el acuerdo. La cifra final de las cuentas para el próximo año ha quedado fijada en 135.500 millones de euros, que es un poco más de lo que los países y la Comisión querían, pero un poco menos de lo que el Parlamento había demandado.

Estamos, de nuevo, frente a unos presupuestos contenidos, en los que prima el ahorro sobre el gasto. La austeridad ha sido otra vez el eje sobre el que han girado las discusiones. Así, los países que son contribuyentes netos, es decir, aquellos que aportan más dinero a la UE del que reciben, se han mostrado contrarios a ampliar las cuentas comunitarias. Socios como Alemania (el que más aporta, un 21%) o Reino Unido (un 13%) han manifestado su negativa a que se gaste más, en oposición a los países que son beneficiarios netos (entre los que sigue encontrándose España).

Así pues, la línea política que representa la austeridad (un término que se ha ideologizado en los últimos años: la austeridad siempre estuvo presente en la historia europea, pero sin el tufillo negativo que hoy desprende) es tan transversal como posibilista. España, donde gobiernan con mayoría absoluta los conservadores, se muestra favorable a que la UE gaste, porque cuánto mayor sea el presupuesto comunitario, mayores probabilidades tiene de recibir fondos y ayudas. En cambio, Francia, con un presidente socialista, es partidiaria de un mayor gasto, pese a ser uno de los socios que más aporta a los presupuestos (un 16%).

Las cuentas europeas, pese a desprender un aroma tecnocrático, un cierto aire de pureza administrativa, son el resultado de disputas puramente políticas. Como advirtió hace unos meses el todavía presidente del Parlamento y candidato socialista a presidir la Comisión, Martin Schulz: «Algunos países han ido demasiado lejos con la austeridad». ¿También Europa?

 

 

 

Erasmus no existe, son (algunos) padres

Erasmus es un rito de paso europeo refinado y paternofilial. El estadio favorable de un continente bañado por la paz. Antes los padres destinaban a sus muchos hijos a combatir en el Milanesado, ahora (cada vez con más esfuerzo) les pagan el avión para que hagan su vida en un campus universitario. Se llama proceso de civilización, y sería injusto añorar otra cosa.

Las autoridades se deberían encargar de apoyar esta emancipación temporal por la vía burocráticamente menos engorrosa y económicamente más generosa. Nada más, pero tampoco menos. Hasta ahora lo han hecho así, y los padres y los hijos de eso que se denominaba con alegría clase media han podido disfrutar —guardando un poquito de aquí y sacando otro poquito de allá— de los beneficios de la democratización del Grand Tour.

erasmusssss

Quien no ha estado alguna vez de Erasmus conoce a alguien que sí lo estuvo, y esto hace complicado reflexionar sin abandonarse a la engañosa evidencia de la experiencia propia. La sobreabundancia de ejemplos también explica que la muy indecente supresión de esta ayuda suscite un rechazo tan universal —cuesta imaginarse titulares a cinco columnas alertando de los recortes en becas de más enjundia académica, como la Ramón y Cajal— seguido de veloces rectificaciones  gatopardianas.

Yo no fui erasmus, pero muchos buenos amigos míos sí (otros tuvieron que resignarse al sedentarismo: sus familias no podían permitírselo). Como debe ser, todos vinieron encantados. Con un idioma nuevo bajo un brazo y con tanto recorrido vital bajo el otro como para escribirse de un tirón un par de bildungsroman.

Los lugares comunes son también a veces —pocas veces— lugares de sentido común: Erasmus ha ayudado a construir Europa, y además ha servido para que los jóvenes se trabajen una biografía íntima (no cambiamos el mundo, pero nos cambiamos a nosotros mismos, que dicen los mejores supervivientes sesentayochistas).

La prensa se ha llenado estos días de relatos en primera persona. Los he analizado como si fueran comentarios de texto. Afortunadamente, no hay rastro en ellos del pringoso mito erasmus. Hay, sí, inteligentes lecciones sobre cómo superar el provincianismo futbolero y aceptar la diversidad cultural. Erasmus es, sobre todo, una conversación. Y no debe ser interrumpida.

Albert Camus: el mejor hombre de Europa

Puede que el siglo XX fuera de Sartre, pero la posteridad es para Camus. Lo que queda de la clase intelectual está de celebración: hoy se conmemora el centenario del nacimiento del mejor hombre de Francia. Todos, los honestos (aquí) y los menos honestos (allá) han pergeñado ya su artículo glosando la figura del intello parisino por excelencia, un faro moral en esta época de tribulaciones, una figura que se agiganta al tiempo que se empequeñecen todas sus contemporáneas.

camusA uno, pues, no le queda modestamente casi nada que añadir, salvo quizá una pequeña nota europea al pie. Mi Camus preferido es el de la clandestina revista Combat, el de los años heroicos —en él sí lo fueron— de la resistencia, el de los artículos afilados como alfanjes y escritos «en una ciudad privada de todo, sin luz y sin fuego, hambrienta». Este Camus, afortundamente lejos aún de los abigarrados jardines filosóficos en los que luego fue metiéndose, es además el Camus más europeo de todos.

Donde con más belleza y vehemencia expuso su idea del continente fue en Cartas a un amigo alemán (Tusquets, 2007), unas serie de misivas redactadas en el París ocupado a un destinatario inventado, pero enemigo en la contienda mundial. En esas cuatro cartas, el periodista Camus, obsesionado con el espíritu de justicia y con la verdad, se refiere a Europa como la «patria mayor» y defiende con palabras precisas y elevadas la recuperación «del sentido de Europa que los nazis han usurpado».

Camus no habla de reconciliación, sino de derrota. «Nuestra Europa no es la de ustedes», escribe a su amigo germano, que está a puntito de morder el polvo. Y por eso mismo, por su radical antagonismo hacia todo lo que representa en esos momentos Alemania, Camus le recuerda que hay un término que las personas buenas como él ya no usan. No quieren más ser europeos, porque es una palabra que el Ejército alemán les ha usurpado a traición y con violencia.

Camus fue para Europa el «testigo más noble de una era más bien innoble», como dijera de él un crítico francés del que no recuerdo el nombre. Ahí, en ese destello de ética solitaria —porque Camus fue un solitario, y los que le seguían fueron a su vez un «puñado de solitarios»— es donde debemos volver la mirada. Creo que nadie mejor que Tony Judt, otro heterodoxo ( y una presencia fija en este blog), tasó su trascendencia para nosotros:

En una era de intelectuales mediáticos que buscan autoengrandecerse, pavoneándose indiferentes ante el espejo admirativo de sus audiencias electrónicas, la patente honestidad de Camus, lo que su antiguo maestro llamaba <<ta pudeur instinctive>>, tiene el atractivo de lo auténtico, una obra maestra hecha a mano en un mundo de reproducciones de plástico.